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AUDIENCIA DEL PAPA
CON MOTIVO DEL PEREGRINAJE DE LAS PERSONAS EXCLUIDAS
Los pobres enseñan al mundo la
solidaridad y recuerdan que no es necesario perder jamás la capacidad de soñar.
Lo dijo el Papa Francisco dirigiéndose a los miles de personas socialmente
excluidas que el viernes por la mañana, 11 de noviembre, participaron en la
peregrinación jubilar en el Aula Pablo VI. Promovido por la asociación francesa
Hermano, el encuentro estuvo marcado por los testimonios de dos pobres, que
ofrecieron al Pontífice la ocasión para una reflexión – pronunciada
espontáneamente– nacida a partir de dos palabras clave: la pasión y el sueño.
Para Francisco, cuando las
personas no consiguen apasionarse se vuelven interiormente más miserables. Por
esta razón invitó a no dejar de soñar y a cultivar siempre el deseo de que el
mundo pueda cambiar. Por lo demás, recordó el Papa, la pobreza se sitúa en el
corazón del Evangelio. Y sólo quien es consciente de no tener mucho, puede
continuar mirando a lo alto y soñar.
A las personas excluidas el
Pontífice deseó que fueran hombres y mujeres con pasión y sueños, pidiéndoles
que enseñasen a todos a soñar a partir del mensaje evangélico. Es ahí donde está
encerrada la dignidad de todo ser humano, en particular de quien está obligado
a vivir en la indigencia: se puede ser pobres, afirmó Francisco, pero nunca
explotados o esclavos, porque esto significaría perder la dignidad.
En la escuela de los marginados
también se aprende la solidaridad, es decir –explicó el Papa– la fuerza de
tender la mano a quien vive en una situación de dificultad más grande. Una
actitud que da alegría interior y paz. Esa paz que, según el Pontífice, hoy
está amenazada a nivel planetario por la guerra, la pobreza más grande que
sufre el mundo. No por casualidad, las raíces de los conflictos son siempre un
deseo de conquista, de expansión, de enriquecimiento. Por eso es necesario que
cada religión se haga artífice y mensajera de paz. Francisco lo reiteró con
fuerza antes de concluir el encuentro, pidiendo perdón a los pobres por todas
las veces que los cristianos han preferido volver la cara ante la situación de
pobreza.
“Sueñen que el mundo
puede cambiar”: dijo el Papa a las personas sin hogar
2016-11-11 Radio Vaticana
(RV).- A una semana de la clausura del Jubileo de la
Misericordia el Papa Francisco recibió enaudiencia en la mañana de este viernes, en el Aula Pablo VI en
el Vaticano, a miles de personas que han vivido o que viven en la calle
procedentes de toda Europa, en el día de la memoria de San Martín de Tours,
célebre por haber dado la mitad de su capa a un mendigo cuando era aún pagano y
soldado del Imperio Romano.
La audiencia del Santo Padre
forma parte de la celebración del Jubileo de
las personas socialmente excluidas,
que concluirá el domingo por la mañana, 13 de noviembre, con unaMisa presidida por el Pontífice en la Basílica de San
Pedro y en la que participarán casi cinco mil personas sin techo,
procedentes de 22 países.
El evento, organizado por la
asociación “Fratello” (“hermano”) y por la Comunidad de San Egidio, se articula
en tres días de encuentro y prevé asimismo una vigilia de
oración, el sábado 12 por
la tarde, presidida por el cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lione, en
la Basilica de San Juan Extramuros. La vigilia será precedida por una breve
peregrinación hacia la Puerta Santa de la Basílica Ostiense.
El Jubileo de
las personas sin hogar es
una de las últimas citas antes del cierre de la Puerta Santa de la Basílica
Vaticana, que tendrá lugar el domingo 20 de noviembre.
“Les pido perdón por cada vez que los cristianos ante un
pobre miramos hacia el otro lado”:
con estas palabras se dirigió el Papa Francisco a las más de 20 delegaciones
europeas de personas sin hogar que colmaron el Aula Pablo VI y escucharon con
respeto sus palabras.
Después de escuchar atentamente
los testimonios de dos participantes, el Santo Padre centró su reflexión en dos
palabras: pasión y
sueño.
“La pasión – explicó el Papa –
que a veces nos hace sufrir, nos pone trabas … Y también la ‘buena pasión’, el
apasionamiento por salir adelante. Y la pasión, nos lleva a soñar”. “Sueñen, -
les pidió -, que el mundo puede cambiar, es una siembra que nace del corazón de
ustedes”. Asegurándoles que “la pobreza está en el corazón del
Evangelio”, Francisco les explicó que “solamente aquel que siente la falta de
algo mira hacia arriba y sueña”, en cambio dijo “el que tiene todo no puede
soñar”. “¡Enséñennos, - les pidió -, a los que tenemos todo: techo, comida, a
no estar satisfechos! Con sus sueños enséñennos a soñar desde donde están
ustedes: desde el corazón del Evangelio”.
De los labios del Pontífice
también la invitación a ser “artesanos de paz” y su consideración por la
“dignidad” que los distingue: por su capacidad – explicó – de encontrar belleza
en las cosas tristes y en situaciones de dificultad.
A continuación las palabras del Papa a las personas sin
hogar:
(MCM-RV)
JUBILEO
EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
DISCURSO DEL SANTO
PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LAS PERSONAS EXCLUIDAS
SOCIALMENTE.
Aula Pablo VI
Gracias a Christian y a Roberto,
y gracias a todos ustedes por venir aquí, por encontrarse, por encontrarme, por
rezar por mí y, como dijo el Cardenal [Barbarin], también que sus manos sobre
mi cabeza me den fuerza para seguir con mi misión en la oración de la
imposición de las manos. ¡Muchas gracias!
Yo fui tomando nota de algunas
palabras de los dos testimonios y, después, también de los gestos después de
haberlos dado. Una cosa que Roberto decía es que, como seres humanos, nosotros
no nos diferenciamos de los grandes del mundo, tenemos nuestras pasiones y
nuestros sueños que tratamos de llevar adelante con pequeños pasos. La pasión y
el sueño, dos palabras que pueden ayudar. La pasión que, a veces, nos hace
sufrir, nos pone trabas internas, externas, la pasión de la enfermedad, las
miles pasiones, pero también el apasionamiento por salir adelante, la buena
pasión, y esa buena pasión nos lleva a soñar. Para mí un hombre o una mujer muy
pobre, pero de una pobreza distinta a la de ustedes, es cuando ese hombre o esa
mujer pierde la capacidad de soñar, pierde la capacidad de llevar una pasión
adelante. ¡No dejen de soñar! El sueño de un pobre, de uno que no tiene techo,
¿cómo será? No sé, pero sueñen. Y sueñen que un día podrían venir a Roma, y el
sueño se realizó. Sueñen que el mundo se puede cambiar, y esa es una siembra
que nace del corazón de ustedes. Recordaba uno de los que habló al principio,
Etienne Billemaine, una palabra mía, que yo uso mucho, que la pobreza está en
el corazón del Evangelio. Solo aquel que siente que le falta algo mira arriba y
sueña, el que tiene todo no puede soñar. La gente, los sencillos, seguían a
Jesús, porque soñaban que él los iba a curar, los iba a librar, les iba a hacer
bien, y lo seguían y él los liberaba. Hombres y mujeres con pasiones y sueños.
Y esto es lo primero que les quería decir: enséñennos a todos los que tenemos
techo, porque no nos falta la comida o la medicina, enséñennos a no estar
satisfechos. Con sus sueños, enséñennos a soñar desde el Evangelio, donde están
ustedes, desde el corazón del Evangelio.
Una segunda palabra —que no fue
dicha sino que estaba en la actitud de los que hablaron y en la de ustedes, y
que a mí me vino al corazón—, cuando Robert dijo en su lengua: «Et la vie devient si belle!».
¿Qué significa? Que la vida se nos hace hermosa, somos capaces de encontrarla
bella en las peores situaciones, en
las que ustedes viven. Eso significa dignidad, esa es la palabra que me vino.
Capacidad de encontrar belleza, aun en las cosas más tristes y más sufridas,
solamente lo puede hacer un hombre o una mujer que tiene dignidad. Pobre sí,
arrastrado no, eso es dignidad. La misma dignidad que tuvo Jesús, que nació
pobre, que vivió pobre, la misma dignidad que tiene la Palabra del Evangelio,
la misma dignidad que tiene un hombre o una mujer que viven con su trabajo.
Pobre sí, dominado no, explotado no. Yo sé que muchas veces ustedes se habrán
encontrado con gente que quiso explotar vuestra pobreza, que quiso usufructuar
de ella, pero sé también que este sentimiento de ver que la vida es bella, este
sentimiento, esta dignidad los ha salvado de ser esclavos. Pobre sí, esclavo
no. La pobreza está en el corazón del Evangelio para ser vivida. La esclavitud
no está para ser vivida en el Evangelio sino para ser liberada.
Yo sé que para cada uno de
ustedes —lo decía Robert— la vida a veces, muchas veces, se hace muy difícil.
Él había dicho en su lengua: «La vie a été beaucoup plus difficile que pour
moi, pour beaucoup des autres». Para muchos de los otros, vemos que la vida
ha sido más difícil que para mí mismo, siempre vamos a encontrar más pobres que
nosotros. Y eso también lo da la dignidad, saber ser solidario, saber ayudarse,
saber dar la mano a quien está sufriendo más que yo. La capacidad de ser
solidario es uno de los frutos que nos da la pobreza. Cuando hay mucha riqueza
uno se olvida de ser solidario porque está acostumbrado a que no le falte nada.
Cuando la pobreza te lleva a veces a sufrir te hace solidario y te hace
extender la mano al que está pasando una situación más difícil que vos. Gracias
por ese ejemplo que ustedes dan. Enseñen, enseñen solidaridad al mundo.
Me impresionó la insistencia del
testimonio de Christian en la palabra paz. Una frase que habla de su paz
interior: «J'ai trouvé la paix du Christ que j’ai cherché» —la primera
vez que la nombra—. Después habla de la paz y la alegría que siente, que sintió
cuando empezó a formar parte de la coral de Nantes. Y al final, me hace un
llamado a mí. Me dice: «Vous qui connaissez le problème de la paix dans le
monde, je vous demande de continuer votre action en faveur de la paix». La
pobreza más grande es la guerra, es la pobreza que destruye, y escuchar esto de
los labios de un hombre que ha sufrido pobreza material, pobreza de salud, es
un llamado a trabajar por la paz. La paz que para nosotros los cristianos
empezó en un establo de una familia marginada, la paz que Dios quiere para cada
uno de sus hijos. Y ustedes, desde vuestra pobreza, desde vuestra situación,
son, pueden ser artífices de paz. Las guerras se hacen entre ricos para tener
más, para poseer más territorio, más poder, más dinero. Es muy triste cuando la
guerra llega a hacerse entre los pobres, porque es una cosa rara, los pobres
son desde su misma pobreza más proclives a ser artesanos de la paz. ¡Hagan paz!
¡Creen paz! ¡Den ejemplo de paz! Necesitamos paz en el mundo. Necesitamos paz
en la Iglesia, todas las Iglesias necesitan paz, todas las religiones necesitan
crecer en la paz, porque todas las religiones son mensajeras de paz, pero deben
crecer en la paz. Ayuden cada una de ustedes en su propia religión. Esa paz que
viene desde el sufrimiento, desde el corazón, buscando esa armonía que te da la
dignidad.
Yo les agradezco que hayan venido
a visitarme. Les agradezco los testimonios, y les pido perdón si alguna vez los
ofendí por mi palabra o por no haber dicho las cosas que debía decir. Les pido
perdón en nombre de los cristianos que no leen el Evangelio encontrando la
pobreza en el centro. Les pido perdón por todas las veces que los cristianos delante de
una persona pobre o de una situación pobre, miramos para otro lado. Perdón. El
perdón de ustedes hacia hombres y mujeres de Iglesia, que no los quieren mirar
o no los quisieron mirar, es agua bendita para nosotros, es limpieza para nosotros,
es ayudarnos a volver a creer que en el corazón del Evangelio está la pobreza
como gran mensaje; y que nosotros, los católicos, los cristianos, todos,
tenemos que formar una Iglesia pobre para los pobres, y que todo hombre o mujer
de cualquier religión tiene que ver en cada pobre el mensaje de Dios que se
acerca y se hace pobre para acompañarnos en la vida.
Que Dios los bendiga a cada uno
de ustedes, y es la oración que yo quiero hacer para ustedes, ahora. Ustedes
quédense sentados como están, yo voy a hacer la oración.
Dios, Padre de todos nosotros, de
cada uno de tus hijos, te pido que nos des fortaleza, que nos des alegría, que
nos enseñes a soñar para mirar adelante, que nos enseñes a ser solidarios
porque somos hermanos, y que nos ayudes a defender nuestra dignidad, tú eres el
Padre de cada uno de nosotros. Bendícenos, Padre. Amén.
Papa: dar la espalda al
pobre es darla a Dios, que nos interpela aún hoy
(RV).- Siguiendo a
Jesús, la Iglesia «por derecho y deber evangélico» tiene la tarea de cuidar de la verdadera riqueza,
que son los pobres, su verdadero tesoro, destacó el Papa Francisco, poniendo en
guardia ante la grave e inaceptable cultura del descarte y la injusticia.
En su homilía, de la Misa para el
Jubileo de las personas socialmente excluidas, el Obispo de Roma aseguró a estos queridos
hermanos y hermanas que son ellos los «que nos ayudan a sintonizar con Dios…»,
que «no se queda en las apariencias, sino que pone sus ojos en el humilde y acongojado
( Is 66, 2), en tantos pobres Lázaros de hoy».
«El Señor nos interpela sobre el sentido de nuestra
existencia»
Ante la «esclerosis espiritual» y
«contradicción de nuestra época», que centra su interés en las cosas que hay
que producir, en lugar de «las personas que hay que amar», el Sucesor de Pedro
recordó que Jesús nos advierte que «incluso los reinos más poderosos, los
edificios más sagrados, las cosas más estables del mundo, no durarán para
siempre, tarde o temprano caerán». Para luego hacer hincapié en que el Señor no
hace caso a los profetas de desgracias, a la frivolidad de los horóscopos y
predicciones que generan temores». Nos invita a «distinguir lo que viene de Él
y lo que viene del falso espíritu.
Con la importancia de
«distinguir» la llamada que «Dios nos dirige cada día, del clamor de los que
utilizan el nombre de Dios para asustar, alimentar divisiones y temores, el
Papa recordó también que «Jesús invita con fuerza a no tener miedo ante las
agitaciones de cada época… que afligen a sus discípulos».
«El amor no pasa nunca» (1 Cor 13,38)
Al coincidir esta celebración con
el día en que «en las catedrales y santuarios de todo el mundo, se cierran las
Puertas de la Misericordia», alentando a pedir «la gracia de no apartar los
ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos cuestiona», el Papa invitó a
renovar la esperanza
en el Señor, sol de justicia para los pobres a los que Jesús promete el reino
de los cielos.
«Abramos nuestros ojos al prójimo, en especial al hermano
olvidado y excluido», reiteró el Santo Padre, asegurando que «hacia allí apunta
la lupa de la Iglesia».
Y deseando que «el Señor nos
libre de dirigirla hacia nosotros. Que nos aparte de los oropeles que distraen,
de los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la
seducción del espíritu del mundo», recordó que nuestra
Madre la Iglesia mira «a toda la humanidad que sufre y que llora; ésta le
pertenece por derecho evangélico»
(Pablo VI, Discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II,
29 septiembre 1963). Por derecho
y también por deber evangélico,
porque nuestra tarea consiste en cuidar de la verdadera riqueza que son los
pobres... Que el Señor nos conceda mirar sin miedo a lo que importa, dirigir el
corazón a él y a nuestros verdaderos tesoros».
(CdM – RV)
Pero para vosotros «os iluminará
un sol de justicia que lleva la salud en las alas» (Ml 3,20). Las palabras del
profeta Malaquías, que hemos escuchado en la primera lectura, iluminan la
celebración de esta jornada jubilar. Se encuentran en la última página del
último profeta del Antiguo Testamento y están dirigidas a aquellos que confían
en el Señor, que ponen su esperanza en él, que ponen nuevamente su esperanza en
él, eligiéndolo como el bien más alto de sus vidas y negándose a vivir sólo
para sí mismos y su intereses personales. Para ellos, pobres de sí mismos pero
ricos de Dios, amanecerá el sol de su justicia: ellos son los pobres en el
espíritu, a los que Jesús promete el reino de los cielos (cf. Mt 5,3), y Dios,
por medio del profeta Malaquías, llama mi «propiedad personal» (Ml 3,17). El
profeta los contrapone a los arrogantes, a los que han puesto la seguridad de
su vida en su autosuficiencia y en los bienes del mundo. La lectura de esta
última página del Antiguo Testamento suscita preguntas que nos interrogan sobre
el significado último de la vida: ¿En dónde busco mi seguridad? ¿En el Señor o
en otras seguridades que no le gustan a Dios? ¿Hacia dónde se dirige mi vida,
hacia dónde está orientado mi corazón? ¿Hacia el Señor de la vida o hacia las
cosas que pasan y no llenan?
Preguntas similares se encuentran
en el pasaje del Evangelio de hoy. Jesús está en Jerusalén para escribir la
última y más importante página de su vida terrena: su muerte y resurrección.
Está cerca del templo, «adornado de bellas piedras y ofrendas votivas» (Lc
21,5). La gente estaba hablando de la belleza exterior del templo, cuando Jesús
dice: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre
piedra» (v. 6). Añade que habrá conflictos, hambre, convulsión en la tierra y
en el cielo. Jesús no nos quiere asustar, sino advertirnos de que todo lo que
vemos pasa inexorablemente. Incluso los reinos más poderosos, los edificios más
sagrados y las cosas más estables del mundo, no duran para siempre; tarde o
temprano caerán.
Ante estas afirmaciones, la gente
inmediatamente plantea dos preguntas al Maestro: «¿Cuándo va a ser eso? Y ¿cuál
será la señal de que todo eso está para suceder? (v. 7). Cuándo y cuál… Siempre
nos mueve la curiosidad: se quiere saber cuándo y recibir señales. Pero esta
curiosidad a Jesús no le gusta. Por el contrario, él nos insta a no dejarnos
engañar por los predicadores apocalípticos. El que sigue a Jesús no hace caso a
los profetas de desgracias, a la frivolidad de los horóscopos, a las
predicaciones y a las predicciones que generan temores, distrayendo la atención
de lo que sí importa. Entre las muchas voces que se oyen, el Señor nos invita a
distinguir lo que viene de Él y lo que viene del falso espíritu. Es importante
distinguir la llamada llena de sabiduría que Dios nos dirige cada día del
clamor de los que utilizan el nombre de Dios para asustar, alimentar divisiones
y temores.
Jesús invita con fuerza a no
tener miedo ante las agitaciones de cada época, ni siquiera ante las pruebas
más severas e injustas que afligen a sus discípulos. Él pide que perseveren en
el bien y pongan toda su confianza en Dios, que no defrauda: «Ni un cabello de
vuestra cabeza perecerá» (v. 18). Dios no se olvida de sus fieles, su valiosa
propiedad, que somos nosotros.
Pero hoy nos interpela sobre el
sentido de nuestra existencia. Usando una imagen, se podría decir que estas
lecturas se presentan como un «tamiz» en medio de la corriente de nuestra vida:
nos recuerdan que en este mundo casi todo pasa, como el agua que corre; pero
hay cosas importantes que permanecen, como si fueran una piedra preciosa en un
tamiz. ¿Qué es lo que queda?, ¿qué es lo que tiene valor en la vida?, ¿qué
riquezas son las que no desaparecen? Sin duda, dos: El Señor y el prójimo. ¡
Estas dos riquezas no desvanecen! Éstos son los bienes más grandes, para amar.
Todo lo demás ―el cielo, la tierra, las cosas más bellas, también esta
Basílica― pasa; pero no debemos excluir de la vida a Dios y a los demás.
Sin embargo, precisamente hoy,
cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no
cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona humana, colocada por Dios en
la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas
que pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los
ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para
preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al
hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo, que se
convierten solamente en una cantinela ya oída en los titulares de los
telediarios.
Hoy, queridos hermanos y
hermanas, es vuestro Jubileo, y con vuestra presencia nos ayudáis a sintonizar
con Dios, para ver lo que él ve: Él no se queda en las apariencias (cf. 1 S
16,7 ), sino que pone sus ojos «en el humilde y abatido» (Is 66.2), en tantos
pobres Lázaros de hoy. Cuánto mal nos hace fingir que no nos damos cuenta de
Lázaro que es excluido y rechazado (cf. Lc 16,19-21). Es darle la espalda a
Dios. ¡Es darle la espalda a Dios!
Un síntoma de esclerosis
espiritual es cuando el interés se centra en las cosas que hay que producir, en
lugar de las personas que hay que amar. Así nace la trágica contradicción de
nuestra época: cuanto más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es
bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder a ello. Es una
gran injusticia que nos tiene que preocupar, mucho más que el saber cuándo y
cómo será el fin del mundo. Porque no se puede estar tranquilo en casa mientras
Lázaro yace postrado a la puerta; no hay paz en la casa del que está bien,
cuando falta justicia en la casa de todos.
Hoy, en las catedrales y
santuarios de todo el mundo, se cierran las Puertas de la Misericordia. Pidamos
la gracia de no apartar los ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos
cuestiona. Abramos nuestros ojos a Dios, purificando la mirada del corazón de
las representaciones engañosas y temibles, del dios de la potencia y de los
castigos, proyección del orgullo y el temor humano. Miremos con confianza al
Dios de la misericordia, con la certeza de que «el amor no pasa nunca» (1 Co
13,8). Renovemos la esperanza en la vida verdadera a la que estamos llamados,
la que no pasará y nos aguarda en comunión con el Señor y con los demás, en una
alegría que durará para siempre, sin fin.
Y abramos nuestros ojos al
prójimo, especialmente al hermano olvidado y excluido, al Lázaro postrado ante
nuestra puerta. Hacia allí apunta la lupa de la Iglesia. Que el Señor nos libre
de dirigirla hacia nosotros. Que nos aparte de los oropeles que distraen, de
los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la
seducción del espíritu del mundo. Nuestra Madre la Iglesia mira «a toda la
humanidad que sufre y que llora; ésta le pertenece por derecho evangélico»
(Pablo VI, Discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II,
29 septiembre 1963). Por derecho y también por deber evangélico, porque nuestra
tarea consiste en cuidar de la verdadera riqueza que son los pobres.
¡A la luz de estas reflexiones,
Yo quisiera que hoy fuera la jornada de los pobres!
Nos lo recuerda una antigua
tradición, que se refiere al santo mártir romano Lorenzo. Él, antes de sufrir
un atroz martirio por amor al Señor, distribuyó los bienes de la comunidad a
los pobres, a los que consideraba como los verdaderos tesoros de la Iglesia.
Que el Señor nos conceda mirar sin miedo a lo que importa, dirigir el corazón a
él y a nuestros verdaderos tesoros.
(from Vatican Radio)
La jornada de los
pobres- En el jubileo de los excluidos el Papa recuerda que no hay paz cuando
falta la justicia
2016-11-14
L’Osservatore Romano
«Querría
que hoy fuera la “jornada de los pobres”»:
lo deseó el Papa Francisco recordando la antigua tradición unida san Lorenzo,
el cual antes de sufrir un atroz martirio por amor al Señor, «distribuyó los
bienes» a los pobres, a los que consideraba los «verdaderos tesoros de la
Iglesia». Y para lanzar esta provocación el Pontífice eligió la misa dominical
del 13 de noviembre en la cual celebró, en la basílica vaticana, el Jubileo de
los excluidos. Seis mil personas, llegadas desde 23 países del mundo, acompañadas
y alojadas en Roma por las organizaciones de voluntariado que cuidan de ellos,
participaron en el evento iniciado el viernes 11 con la audiencia en el Aula
Pablo VI.
En la homilía el Papa tomó
inspiración de las lecturas del 30º domingo del tiempo ordinario, el penúltimo
del año litúrgico, acompañando los contenidos con la imágen de una «criba»: las
cuales «nos recuerdan – explicó– que casi todo en este mundo pasa, como el agua
que corre; pero hay realidades preciosas que permanecen». Dos en particular: «El
Señor y el prójimo» que «son los bienes más grandes, para amar». También porque
«todo lo demás –el cielo, la tierra, las cosas más bonitas, incluso esta
Basílica– pasa».
De aquí la invitación «cuando se
habla de exclusión» a pensar en «personas concretas», en un mundo en el cual
«la persona humana colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo
descartada.Y esto es inaceptable –denunció el pontífice– y es grave que nos
acostumbremos a este tipo de descarte; es necesario preocuparse, cuando se
anestesia la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a
nosotros o a los problemas serios del mundo, que se convierten sólo en
estribillos ya oídos en los titulares de los telediarios».
A continuación, dirigiéndose a
los protagonistas de la celebración, Francisco les pidió una ayuda «para
sintonizar con la misma frecuencia de Dios» y para ver los «pobres Lázaros de
hoy. Cuánto mal nos hace –constató– fingir que no nos damos cuenta del Lázaro
que es excluido y rechazado». Significa, repitió dos veces, «darle la espalda a
Dios» revelando que estamos ante «un síntoma de esclerosis espiritual» del cual
nace «la trágica contradicción de nuestra época: cuanto más aumentan el
progreso y las posibilidades, lo cual es un bien, más aumentan los que no
pueden acceder a ello. Es una gran injusticia –advirtió– que nos tiene que
preocupar. Porque no se puede estar tranquilo en casa mientras Lázaro yace en
la puerta; no hay paz en la casa del que está bien, cuando falta justicia en la
casa de todos».
Para finalizar el Papa recordó
que en las catedrales y en los santuarios de todo el mundo se cerraban las
Puertas de la Misericordia para concluir el Jubileo extraordinario. «Abramos
nuestros –fue su invocación– ante el hermano olvidado y excluido, ante Lázaro
que yace delante de nuestra puerta. Ahí se fija la lupa de la Iglesia. Para
esto hay que rezar al Señor para que nos aparte de los destellos que distraen,
de los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la
seducción del espíritu del mundo»
A continuación el Papa rezó el
Ángelus con los fieles presentes en la Plaza de San Pedro, haciendo –con
ocasión de la jornada de la acción de gracias celebrada por la Iglesia
Italiana– un llamamiento para que «la madre tierra sea siempre cultivada de
manera sostenible».
A los que ponen su
esperanza en el Señor “los iluminará el sol de justicia”, explica Francisco
2016-11-17 Radio Vaticana
REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
En el Jubileo de los Excluidos,
último del Año de la Misericordia, el Papa aseveró que las palabras del profeta
Malaquías: los iluminará el sol de justicia, “están dirigidas a aquellos que
confían en el Señor, que ponen su esperanza en él, eligiéndolo como el bien más
alto de sus vidas y negándose a vivir sólo para sí mismos y su intereses
personales. Para ellos, pobres de sí mismos pero ricos de Dios, amanecerá el
sol de su justicia: ellos son los pobres en el espíritu, a los que Jesús
promete el reino de los cielos (cf. Mt 5,3), y que Dios, por medio del profeta
Malaquías, llama mi “propiedad personal” (Ml 3,17)”.
El Obispo de Roma dijo que el
profeta “los contrapone a los arrogantes, a los que han puesto la seguridad de
su vida en su autosuficiencia y en los bienes del mundo. La lectura de esta
última página del Antiguo Testamento –dijo- suscita preguntas que nos
interrogan sobre el significado último de la vida: ¿En dónde busco mi
seguridad? ¿En el Señor o en otras seguridades que no le gustan a Dios? ¿Hacia
dónde se dirige mi vida, hacia dónde está orientado mi corazón? ¿Hacia el Señor
de la vida o hacia las cosas que pasan y no llenan?.
@jesuitaGuillo
(from Vatican Radio)
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- 3.2.15MuertosXTerrorismo
- 3.2.16 Cond/Ant/GralPITA
- 3.2.17 Rep/EstDer/CN
- 3.2.18 Edu/Marx/Gramsci
- 3.2.19 Fecha para no olvidar
- 3.2.20 Conflic/doce/poli/
- 3.2.21 Docentes/separadas
- 3.2.22 Marcha/Democracia
- 3.2.23 Macri/Ajusta
- 3.1 DINASTIA K: CFK
- NASA
- IGLESIA
- EL PAPA
- VATICANO
- NUEVA EVANGELIZACION
- LAICOS
- ADVIENTO-NAVIDAD/CUARESMA-PASCUA
- 11.1 ADVIENTO
- 11.1.6VolveralDiosVivo
- 11.1.5Tiempo/espera/vigi
- 11.1.4Esper/no defrauda
- 11.1.3Esper/misericordia
- 11.1.2Esper/Compromiso
- 11.1.1Tiempo/Esperanz
- 11.2 NAVIDAD
- 11.1 ADVIENTO
sábado, 19 de noviembre de 2016
JUBILEO DE LOS POBRES
+
AUDIENCIA DEL PAPA
CON MOTIVO DEL PEREGRINAJE DE LAS PERSONAS EXCLUIDAS
Los pobres enseñan al mundo la
solidaridad y recuerdan que no es necesario perder jamás la capacidad de soñar.
Lo dijo el Papa Francisco dirigiéndose a los miles de personas socialmente
excluidas que el viernes por la mañana, 11 de noviembre, participaron en la
peregrinación jubilar en el Aula Pablo VI. Promovido por la asociación francesa
Hermano, el encuentro estuvo marcado por los testimonios de dos pobres, que
ofrecieron al Pontífice la ocasión para una reflexión – pronunciada
espontáneamente– nacida a partir de dos palabras clave: la pasión y el sueño.
Para Francisco, cuando las
personas no consiguen apasionarse se vuelven interiormente más miserables. Por
esta razón invitó a no dejar de soñar y a cultivar siempre el deseo de que el
mundo pueda cambiar. Por lo demás, recordó el Papa, la pobreza se sitúa en el
corazón del Evangelio. Y sólo quien es consciente de no tener mucho, puede
continuar mirando a lo alto y soñar.
A las personas excluidas el
Pontífice deseó que fueran hombres y mujeres con pasión y sueños, pidiéndoles
que enseñasen a todos a soñar a partir del mensaje evangélico. Es ahí donde está
encerrada la dignidad de todo ser humano, en particular de quien está obligado
a vivir en la indigencia: se puede ser pobres, afirmó Francisco, pero nunca
explotados o esclavos, porque esto significaría perder la dignidad.
En la escuela de los marginados
también se aprende la solidaridad, es decir –explicó el Papa– la fuerza de
tender la mano a quien vive en una situación de dificultad más grande. Una
actitud que da alegría interior y paz. Esa paz que, según el Pontífice, hoy
está amenazada a nivel planetario por la guerra, la pobreza más grande que
sufre el mundo. No por casualidad, las raíces de los conflictos son siempre un
deseo de conquista, de expansión, de enriquecimiento. Por eso es necesario que
cada religión se haga artífice y mensajera de paz. Francisco lo reiteró con
fuerza antes de concluir el encuentro, pidiendo perdón a los pobres por todas
las veces que los cristianos han preferido volver la cara ante la situación de
pobreza.
“Sueñen que el mundo
puede cambiar”: dijo el Papa a las personas sin hogar
2016-11-11 Radio Vaticana
(RV).- A una semana de la clausura del Jubileo de la
Misericordia el Papa Francisco recibió enaudiencia en la mañana de este viernes, en el Aula Pablo VI en
el Vaticano, a miles de personas que han vivido o que viven en la calle
procedentes de toda Europa, en el día de la memoria de San Martín de Tours,
célebre por haber dado la mitad de su capa a un mendigo cuando era aún pagano y
soldado del Imperio Romano.
La audiencia del Santo Padre
forma parte de la celebración del Jubileo de
las personas socialmente excluidas,
que concluirá el domingo por la mañana, 13 de noviembre, con unaMisa presidida por el Pontífice en la Basílica de San
Pedro y en la que participarán casi cinco mil personas sin techo,
procedentes de 22 países.
El evento, organizado por la
asociación “Fratello” (“hermano”) y por la Comunidad de San Egidio, se articula
en tres días de encuentro y prevé asimismo una vigilia de
oración, el sábado 12 por
la tarde, presidida por el cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lione, en
la Basilica de San Juan Extramuros. La vigilia será precedida por una breve
peregrinación hacia la Puerta Santa de la Basílica Ostiense.
El Jubileo de
las personas sin hogar es
una de las últimas citas antes del cierre de la Puerta Santa de la Basílica
Vaticana, que tendrá lugar el domingo 20 de noviembre.
“Les pido perdón por cada vez que los cristianos ante un
pobre miramos hacia el otro lado”:
con estas palabras se dirigió el Papa Francisco a las más de 20 delegaciones
europeas de personas sin hogar que colmaron el Aula Pablo VI y escucharon con
respeto sus palabras.
Después de escuchar atentamente
los testimonios de dos participantes, el Santo Padre centró su reflexión en dos
palabras: pasión y
sueño.
“La pasión – explicó el Papa –
que a veces nos hace sufrir, nos pone trabas … Y también la ‘buena pasión’, el
apasionamiento por salir adelante. Y la pasión, nos lleva a soñar”. “Sueñen, -
les pidió -, que el mundo puede cambiar, es una siembra que nace del corazón de
ustedes”. Asegurándoles que “la pobreza está en el corazón del
Evangelio”, Francisco les explicó que “solamente aquel que siente la falta de
algo mira hacia arriba y sueña”, en cambio dijo “el que tiene todo no puede
soñar”. “¡Enséñennos, - les pidió -, a los que tenemos todo: techo, comida, a
no estar satisfechos! Con sus sueños enséñennos a soñar desde donde están
ustedes: desde el corazón del Evangelio”.
De los labios del Pontífice
también la invitación a ser “artesanos de paz” y su consideración por la
“dignidad” que los distingue: por su capacidad – explicó – de encontrar belleza
en las cosas tristes y en situaciones de dificultad.
A continuación las palabras del Papa a las personas sin
hogar:
(MCM-RV)
JUBILEO
EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
DISCURSO DEL SANTO
PADRE FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN EL JUBILEO DE LAS PERSONAS EXCLUIDAS
SOCIALMENTE.
Aula Pablo VI
Gracias a Christian y a Roberto,
y gracias a todos ustedes por venir aquí, por encontrarse, por encontrarme, por
rezar por mí y, como dijo el Cardenal [Barbarin], también que sus manos sobre
mi cabeza me den fuerza para seguir con mi misión en la oración de la
imposición de las manos. ¡Muchas gracias!
Yo fui tomando nota de algunas
palabras de los dos testimonios y, después, también de los gestos después de
haberlos dado. Una cosa que Roberto decía es que, como seres humanos, nosotros
no nos diferenciamos de los grandes del mundo, tenemos nuestras pasiones y
nuestros sueños que tratamos de llevar adelante con pequeños pasos. La pasión y
el sueño, dos palabras que pueden ayudar. La pasión que, a veces, nos hace
sufrir, nos pone trabas internas, externas, la pasión de la enfermedad, las
miles pasiones, pero también el apasionamiento por salir adelante, la buena
pasión, y esa buena pasión nos lleva a soñar. Para mí un hombre o una mujer muy
pobre, pero de una pobreza distinta a la de ustedes, es cuando ese hombre o esa
mujer pierde la capacidad de soñar, pierde la capacidad de llevar una pasión
adelante. ¡No dejen de soñar! El sueño de un pobre, de uno que no tiene techo,
¿cómo será? No sé, pero sueñen. Y sueñen que un día podrían venir a Roma, y el
sueño se realizó. Sueñen que el mundo se puede cambiar, y esa es una siembra
que nace del corazón de ustedes. Recordaba uno de los que habló al principio,
Etienne Billemaine, una palabra mía, que yo uso mucho, que la pobreza está en
el corazón del Evangelio. Solo aquel que siente que le falta algo mira arriba y
sueña, el que tiene todo no puede soñar. La gente, los sencillos, seguían a
Jesús, porque soñaban que él los iba a curar, los iba a librar, les iba a hacer
bien, y lo seguían y él los liberaba. Hombres y mujeres con pasiones y sueños.
Y esto es lo primero que les quería decir: enséñennos a todos los que tenemos
techo, porque no nos falta la comida o la medicina, enséñennos a no estar
satisfechos. Con sus sueños, enséñennos a soñar desde el Evangelio, donde están
ustedes, desde el corazón del Evangelio.
Una segunda palabra —que no fue
dicha sino que estaba en la actitud de los que hablaron y en la de ustedes, y
que a mí me vino al corazón—, cuando Robert dijo en su lengua: «Et la vie devient si belle!».
¿Qué significa? Que la vida se nos hace hermosa, somos capaces de encontrarla
bella en las peores situaciones, en
las que ustedes viven. Eso significa dignidad, esa es la palabra que me vino.
Capacidad de encontrar belleza, aun en las cosas más tristes y más sufridas,
solamente lo puede hacer un hombre o una mujer que tiene dignidad. Pobre sí,
arrastrado no, eso es dignidad. La misma dignidad que tuvo Jesús, que nació
pobre, que vivió pobre, la misma dignidad que tiene la Palabra del Evangelio,
la misma dignidad que tiene un hombre o una mujer que viven con su trabajo.
Pobre sí, dominado no, explotado no. Yo sé que muchas veces ustedes se habrán
encontrado con gente que quiso explotar vuestra pobreza, que quiso usufructuar
de ella, pero sé también que este sentimiento de ver que la vida es bella, este
sentimiento, esta dignidad los ha salvado de ser esclavos. Pobre sí, esclavo
no. La pobreza está en el corazón del Evangelio para ser vivida. La esclavitud
no está para ser vivida en el Evangelio sino para ser liberada.
Yo sé que para cada uno de
ustedes —lo decía Robert— la vida a veces, muchas veces, se hace muy difícil.
Él había dicho en su lengua: «La vie a été beaucoup plus difficile que pour
moi, pour beaucoup des autres». Para muchos de los otros, vemos que la vida
ha sido más difícil que para mí mismo, siempre vamos a encontrar más pobres que
nosotros. Y eso también lo da la dignidad, saber ser solidario, saber ayudarse,
saber dar la mano a quien está sufriendo más que yo. La capacidad de ser
solidario es uno de los frutos que nos da la pobreza. Cuando hay mucha riqueza
uno se olvida de ser solidario porque está acostumbrado a que no le falte nada.
Cuando la pobreza te lleva a veces a sufrir te hace solidario y te hace
extender la mano al que está pasando una situación más difícil que vos. Gracias
por ese ejemplo que ustedes dan. Enseñen, enseñen solidaridad al mundo.
Me impresionó la insistencia del
testimonio de Christian en la palabra paz. Una frase que habla de su paz
interior: «J'ai trouvé la paix du Christ que j’ai cherché» —la primera
vez que la nombra—. Después habla de la paz y la alegría que siente, que sintió
cuando empezó a formar parte de la coral de Nantes. Y al final, me hace un
llamado a mí. Me dice: «Vous qui connaissez le problème de la paix dans le
monde, je vous demande de continuer votre action en faveur de la paix». La
pobreza más grande es la guerra, es la pobreza que destruye, y escuchar esto de
los labios de un hombre que ha sufrido pobreza material, pobreza de salud, es
un llamado a trabajar por la paz. La paz que para nosotros los cristianos
empezó en un establo de una familia marginada, la paz que Dios quiere para cada
uno de sus hijos. Y ustedes, desde vuestra pobreza, desde vuestra situación,
son, pueden ser artífices de paz. Las guerras se hacen entre ricos para tener
más, para poseer más territorio, más poder, más dinero. Es muy triste cuando la
guerra llega a hacerse entre los pobres, porque es una cosa rara, los pobres
son desde su misma pobreza más proclives a ser artesanos de la paz. ¡Hagan paz!
¡Creen paz! ¡Den ejemplo de paz! Necesitamos paz en el mundo. Necesitamos paz
en la Iglesia, todas las Iglesias necesitan paz, todas las religiones necesitan
crecer en la paz, porque todas las religiones son mensajeras de paz, pero deben
crecer en la paz. Ayuden cada una de ustedes en su propia religión. Esa paz que
viene desde el sufrimiento, desde el corazón, buscando esa armonía que te da la
dignidad.
Yo les agradezco que hayan venido
a visitarme. Les agradezco los testimonios, y les pido perdón si alguna vez los
ofendí por mi palabra o por no haber dicho las cosas que debía decir. Les pido
perdón en nombre de los cristianos que no leen el Evangelio encontrando la
pobreza en el centro. Les pido perdón por todas las veces que los cristianos delante de
una persona pobre o de una situación pobre, miramos para otro lado. Perdón. El
perdón de ustedes hacia hombres y mujeres de Iglesia, que no los quieren mirar
o no los quisieron mirar, es agua bendita para nosotros, es limpieza para nosotros,
es ayudarnos a volver a creer que en el corazón del Evangelio está la pobreza
como gran mensaje; y que nosotros, los católicos, los cristianos, todos,
tenemos que formar una Iglesia pobre para los pobres, y que todo hombre o mujer
de cualquier religión tiene que ver en cada pobre el mensaje de Dios que se
acerca y se hace pobre para acompañarnos en la vida.
Que Dios los bendiga a cada uno
de ustedes, y es la oración que yo quiero hacer para ustedes, ahora. Ustedes
quédense sentados como están, yo voy a hacer la oración.
Dios, Padre de todos nosotros, de
cada uno de tus hijos, te pido que nos des fortaleza, que nos des alegría, que
nos enseñes a soñar para mirar adelante, que nos enseñes a ser solidarios
porque somos hermanos, y que nos ayudes a defender nuestra dignidad, tú eres el
Padre de cada uno de nosotros. Bendícenos, Padre. Amén.
Papa: dar la espalda al
pobre es darla a Dios, que nos interpela aún hoy
(RV).- Siguiendo a
Jesús, la Iglesia «por derecho y deber evangélico» tiene la tarea de cuidar de la verdadera riqueza,
que son los pobres, su verdadero tesoro, destacó el Papa Francisco, poniendo en
guardia ante la grave e inaceptable cultura del descarte y la injusticia.
En su homilía, de la Misa para el
Jubileo de las personas socialmente excluidas, el Obispo de Roma aseguró a estos queridos
hermanos y hermanas que son ellos los «que nos ayudan a sintonizar con Dios…»,
que «no se queda en las apariencias, sino que pone sus ojos en el humilde y acongojado
( Is 66, 2), en tantos pobres Lázaros de hoy».
«El Señor nos interpela sobre el sentido de nuestra
existencia»
Ante la «esclerosis espiritual» y
«contradicción de nuestra época», que centra su interés en las cosas que hay
que producir, en lugar de «las personas que hay que amar», el Sucesor de Pedro
recordó que Jesús nos advierte que «incluso los reinos más poderosos, los
edificios más sagrados, las cosas más estables del mundo, no durarán para
siempre, tarde o temprano caerán». Para luego hacer hincapié en que el Señor no
hace caso a los profetas de desgracias, a la frivolidad de los horóscopos y
predicciones que generan temores». Nos invita a «distinguir lo que viene de Él
y lo que viene del falso espíritu.
Con la importancia de
«distinguir» la llamada que «Dios nos dirige cada día, del clamor de los que
utilizan el nombre de Dios para asustar, alimentar divisiones y temores, el
Papa recordó también que «Jesús invita con fuerza a no tener miedo ante las
agitaciones de cada época… que afligen a sus discípulos».
«El amor no pasa nunca» (1 Cor 13,38)
Al coincidir esta celebración con
el día en que «en las catedrales y santuarios de todo el mundo, se cierran las
Puertas de la Misericordia», alentando a pedir «la gracia de no apartar los
ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos cuestiona», el Papa invitó a
renovar la esperanza
en el Señor, sol de justicia para los pobres a los que Jesús promete el reino
de los cielos.
«Abramos nuestros ojos al prójimo, en especial al hermano
olvidado y excluido», reiteró el Santo Padre, asegurando que «hacia allí apunta
la lupa de la Iglesia».
Y deseando que «el Señor nos
libre de dirigirla hacia nosotros. Que nos aparte de los oropeles que distraen,
de los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la
seducción del espíritu del mundo», recordó que nuestra
Madre la Iglesia mira «a toda la humanidad que sufre y que llora; ésta le
pertenece por derecho evangélico»
(Pablo VI, Discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II,
29 septiembre 1963). Por derecho
y también por deber evangélico,
porque nuestra tarea consiste en cuidar de la verdadera riqueza que son los
pobres... Que el Señor nos conceda mirar sin miedo a lo que importa, dirigir el
corazón a él y a nuestros verdaderos tesoros».
(CdM – RV)
Pero para vosotros «os iluminará
un sol de justicia que lleva la salud en las alas» (Ml 3,20). Las palabras del
profeta Malaquías, que hemos escuchado en la primera lectura, iluminan la
celebración de esta jornada jubilar. Se encuentran en la última página del
último profeta del Antiguo Testamento y están dirigidas a aquellos que confían
en el Señor, que ponen su esperanza en él, que ponen nuevamente su esperanza en
él, eligiéndolo como el bien más alto de sus vidas y negándose a vivir sólo
para sí mismos y su intereses personales. Para ellos, pobres de sí mismos pero
ricos de Dios, amanecerá el sol de su justicia: ellos son los pobres en el
espíritu, a los que Jesús promete el reino de los cielos (cf. Mt 5,3), y Dios,
por medio del profeta Malaquías, llama mi «propiedad personal» (Ml 3,17). El
profeta los contrapone a los arrogantes, a los que han puesto la seguridad de
su vida en su autosuficiencia y en los bienes del mundo. La lectura de esta
última página del Antiguo Testamento suscita preguntas que nos interrogan sobre
el significado último de la vida: ¿En dónde busco mi seguridad? ¿En el Señor o
en otras seguridades que no le gustan a Dios? ¿Hacia dónde se dirige mi vida,
hacia dónde está orientado mi corazón? ¿Hacia el Señor de la vida o hacia las
cosas que pasan y no llenan?
Preguntas similares se encuentran
en el pasaje del Evangelio de hoy. Jesús está en Jerusalén para escribir la
última y más importante página de su vida terrena: su muerte y resurrección.
Está cerca del templo, «adornado de bellas piedras y ofrendas votivas» (Lc
21,5). La gente estaba hablando de la belleza exterior del templo, cuando Jesús
dice: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre
piedra» (v. 6). Añade que habrá conflictos, hambre, convulsión en la tierra y
en el cielo. Jesús no nos quiere asustar, sino advertirnos de que todo lo que
vemos pasa inexorablemente. Incluso los reinos más poderosos, los edificios más
sagrados y las cosas más estables del mundo, no duran para siempre; tarde o
temprano caerán.
Ante estas afirmaciones, la gente
inmediatamente plantea dos preguntas al Maestro: «¿Cuándo va a ser eso? Y ¿cuál
será la señal de que todo eso está para suceder? (v. 7). Cuándo y cuál… Siempre
nos mueve la curiosidad: se quiere saber cuándo y recibir señales. Pero esta
curiosidad a Jesús no le gusta. Por el contrario, él nos insta a no dejarnos
engañar por los predicadores apocalípticos. El que sigue a Jesús no hace caso a
los profetas de desgracias, a la frivolidad de los horóscopos, a las
predicaciones y a las predicciones que generan temores, distrayendo la atención
de lo que sí importa. Entre las muchas voces que se oyen, el Señor nos invita a
distinguir lo que viene de Él y lo que viene del falso espíritu. Es importante
distinguir la llamada llena de sabiduría que Dios nos dirige cada día del
clamor de los que utilizan el nombre de Dios para asustar, alimentar divisiones
y temores.
Jesús invita con fuerza a no
tener miedo ante las agitaciones de cada época, ni siquiera ante las pruebas
más severas e injustas que afligen a sus discípulos. Él pide que perseveren en
el bien y pongan toda su confianza en Dios, que no defrauda: «Ni un cabello de
vuestra cabeza perecerá» (v. 18). Dios no se olvida de sus fieles, su valiosa
propiedad, que somos nosotros.
Pero hoy nos interpela sobre el
sentido de nuestra existencia. Usando una imagen, se podría decir que estas
lecturas se presentan como un «tamiz» en medio de la corriente de nuestra vida:
nos recuerdan que en este mundo casi todo pasa, como el agua que corre; pero
hay cosas importantes que permanecen, como si fueran una piedra preciosa en un
tamiz. ¿Qué es lo que queda?, ¿qué es lo que tiene valor en la vida?, ¿qué
riquezas son las que no desaparecen? Sin duda, dos: El Señor y el prójimo. ¡
Estas dos riquezas no desvanecen! Éstos son los bienes más grandes, para amar.
Todo lo demás ―el cielo, la tierra, las cosas más bellas, también esta
Basílica― pasa; pero no debemos excluir de la vida a Dios y a los demás.
Sin embargo, precisamente hoy,
cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no
cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona humana, colocada por Dios en
la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas
que pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los
ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para
preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al
hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo, que se
convierten solamente en una cantinela ya oída en los titulares de los
telediarios.
Hoy, queridos hermanos y
hermanas, es vuestro Jubileo, y con vuestra presencia nos ayudáis a sintonizar
con Dios, para ver lo que él ve: Él no se queda en las apariencias (cf. 1 S
16,7 ), sino que pone sus ojos «en el humilde y abatido» (Is 66.2), en tantos
pobres Lázaros de hoy. Cuánto mal nos hace fingir que no nos damos cuenta de
Lázaro que es excluido y rechazado (cf. Lc 16,19-21). Es darle la espalda a
Dios. ¡Es darle la espalda a Dios!
Un síntoma de esclerosis
espiritual es cuando el interés se centra en las cosas que hay que producir, en
lugar de las personas que hay que amar. Así nace la trágica contradicción de
nuestra época: cuanto más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es
bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder a ello. Es una
gran injusticia que nos tiene que preocupar, mucho más que el saber cuándo y
cómo será el fin del mundo. Porque no se puede estar tranquilo en casa mientras
Lázaro yace postrado a la puerta; no hay paz en la casa del que está bien,
cuando falta justicia en la casa de todos.
Hoy, en las catedrales y
santuarios de todo el mundo, se cierran las Puertas de la Misericordia. Pidamos
la gracia de no apartar los ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos
cuestiona. Abramos nuestros ojos a Dios, purificando la mirada del corazón de
las representaciones engañosas y temibles, del dios de la potencia y de los
castigos, proyección del orgullo y el temor humano. Miremos con confianza al
Dios de la misericordia, con la certeza de que «el amor no pasa nunca» (1 Co
13,8). Renovemos la esperanza en la vida verdadera a la que estamos llamados,
la que no pasará y nos aguarda en comunión con el Señor y con los demás, en una
alegría que durará para siempre, sin fin.
Y abramos nuestros ojos al
prójimo, especialmente al hermano olvidado y excluido, al Lázaro postrado ante
nuestra puerta. Hacia allí apunta la lupa de la Iglesia. Que el Señor nos libre
de dirigirla hacia nosotros. Que nos aparte de los oropeles que distraen, de
los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la
seducción del espíritu del mundo. Nuestra Madre la Iglesia mira «a toda la
humanidad que sufre y que llora; ésta le pertenece por derecho evangélico»
(Pablo VI, Discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II,
29 septiembre 1963). Por derecho y también por deber evangélico, porque nuestra
tarea consiste en cuidar de la verdadera riqueza que son los pobres.
¡A la luz de estas reflexiones,
Yo quisiera que hoy fuera la jornada de los pobres!
Nos lo recuerda una antigua
tradición, que se refiere al santo mártir romano Lorenzo. Él, antes de sufrir
un atroz martirio por amor al Señor, distribuyó los bienes de la comunidad a
los pobres, a los que consideraba como los verdaderos tesoros de la Iglesia.
Que el Señor nos conceda mirar sin miedo a lo que importa, dirigir el corazón a
él y a nuestros verdaderos tesoros.
(from Vatican Radio)
La jornada de los
pobres- En el jubileo de los excluidos el Papa recuerda que no hay paz cuando
falta la justicia
2016-11-14
L’Osservatore Romano
«Querría
que hoy fuera la “jornada de los pobres”»:
lo deseó el Papa Francisco recordando la antigua tradición unida san Lorenzo,
el cual antes de sufrir un atroz martirio por amor al Señor, «distribuyó los
bienes» a los pobres, a los que consideraba los «verdaderos tesoros de la
Iglesia». Y para lanzar esta provocación el Pontífice eligió la misa dominical
del 13 de noviembre en la cual celebró, en la basílica vaticana, el Jubileo de
los excluidos. Seis mil personas, llegadas desde 23 países del mundo, acompañadas
y alojadas en Roma por las organizaciones de voluntariado que cuidan de ellos,
participaron en el evento iniciado el viernes 11 con la audiencia en el Aula
Pablo VI.
En la homilía el Papa tomó
inspiración de las lecturas del 30º domingo del tiempo ordinario, el penúltimo
del año litúrgico, acompañando los contenidos con la imágen de una «criba»: las
cuales «nos recuerdan – explicó– que casi todo en este mundo pasa, como el agua
que corre; pero hay realidades preciosas que permanecen». Dos en particular: «El
Señor y el prójimo» que «son los bienes más grandes, para amar». También porque
«todo lo demás –el cielo, la tierra, las cosas más bonitas, incluso esta
Basílica– pasa».
De aquí la invitación «cuando se
habla de exclusión» a pensar en «personas concretas», en un mundo en el cual
«la persona humana colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo
descartada.Y esto es inaceptable –denunció el pontífice– y es grave que nos
acostumbremos a este tipo de descarte; es necesario preocuparse, cuando se
anestesia la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a
nosotros o a los problemas serios del mundo, que se convierten sólo en
estribillos ya oídos en los titulares de los telediarios».
A continuación, dirigiéndose a
los protagonistas de la celebración, Francisco les pidió una ayuda «para
sintonizar con la misma frecuencia de Dios» y para ver los «pobres Lázaros de
hoy. Cuánto mal nos hace –constató– fingir que no nos damos cuenta del Lázaro
que es excluido y rechazado». Significa, repitió dos veces, «darle la espalda a
Dios» revelando que estamos ante «un síntoma de esclerosis espiritual» del cual
nace «la trágica contradicción de nuestra época: cuanto más aumentan el
progreso y las posibilidades, lo cual es un bien, más aumentan los que no
pueden acceder a ello. Es una gran injusticia –advirtió– que nos tiene que
preocupar. Porque no se puede estar tranquilo en casa mientras Lázaro yace en
la puerta; no hay paz en la casa del que está bien, cuando falta justicia en la
casa de todos».
Para finalizar el Papa recordó
que en las catedrales y en los santuarios de todo el mundo se cerraban las
Puertas de la Misericordia para concluir el Jubileo extraordinario. «Abramos
nuestros –fue su invocación– ante el hermano olvidado y excluido, ante Lázaro
que yace delante de nuestra puerta. Ahí se fija la lupa de la Iglesia. Para
esto hay que rezar al Señor para que nos aparte de los destellos que distraen,
de los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la
seducción del espíritu del mundo»
A continuación el Papa rezó el
Ángelus con los fieles presentes en la Plaza de San Pedro, haciendo –con
ocasión de la jornada de la acción de gracias celebrada por la Iglesia
Italiana– un llamamiento para que «la madre tierra sea siempre cultivada de
manera sostenible».
A los que ponen su
esperanza en el Señor “los iluminará el sol de justicia”, explica Francisco
2016-11-17 Radio Vaticana
REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
En el Jubileo de los Excluidos,
último del Año de la Misericordia, el Papa aseveró que las palabras del profeta
Malaquías: los iluminará el sol de justicia, “están dirigidas a aquellos que
confían en el Señor, que ponen su esperanza en él, eligiéndolo como el bien más
alto de sus vidas y negándose a vivir sólo para sí mismos y su intereses
personales. Para ellos, pobres de sí mismos pero ricos de Dios, amanecerá el
sol de su justicia: ellos son los pobres en el espíritu, a los que Jesús
promete el reino de los cielos (cf. Mt 5,3), y que Dios, por medio del profeta
Malaquías, llama mi “propiedad personal” (Ml 3,17)”.
El Obispo de Roma dijo que el
profeta “los contrapone a los arrogantes, a los que han puesto la seguridad de
su vida en su autosuficiencia y en los bienes del mundo. La lectura de esta
última página del Antiguo Testamento –dijo- suscita preguntas que nos
interrogan sobre el significado último de la vida: ¿En dónde busco mi
seguridad? ¿En el Señor o en otras seguridades que no le gustan a Dios? ¿Hacia
dónde se dirige mi vida, hacia dónde está orientado mi corazón? ¿Hacia el Señor
de la vida o hacia las cosas que pasan y no llenan?.
@jesuitaGuillo
(from Vatican Radio)
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