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domingo, 30 de septiembre de 2012

I. EL AÑO DE LA FE. 11 DE OCTUBRE 2012 - 23 DE NOVIEMBRE 2013



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CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE 

   
    MOTU PROPRIO PORTA FIDEI


CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE






                                             CARTA APOSTÓLICA


                                   EN FORMA DE MOTU PROPRIO
                                  
                                             PORTA FIDEI
                      
                           DEL SUMO PONTÍFICE BENEDICTO XVI

                        CON LA QUE SE CONVOCA EL AÑO DE LA FE


1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. 

Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone e
mprender un camino que dura toda la vida. 

Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). 

Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. 

En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[1]

Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. 

De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado[2]. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14). 

Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). 

En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). 

Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. 

En la fecha del 11 de octubre de 2012, se celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,[3]con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. 

Este documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la catequesis[4], realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de la Iglesia católica. 

Y precisamente he convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana

Será una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está llamada a celebrar un Año de la fe

Mi venerado Predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supremo testimonio. 

Lo concibió como un momento solemne para que en toda la Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además, quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca»[5]

Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla»[6]

Las grandes transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profesión de fe del Pueblo de Dios[7], para testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado.

5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una «consecuencia y exigencia postconciliar»[8], consciente de las graves dificultades del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación. 

He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor

Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX

Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»[9]

Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia»[10].

6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. 

Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. 

La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). 

Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz»[11].

En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). 

Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). 

Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. 

La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17).

7. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). 

Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. 

Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. 

El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. 

Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. 

Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo»[12]. El santo Obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón encontró descanso en Dios.[13]

Sus numerosos escritos, en los que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy como un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas personas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta de la fe».


Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios.

8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. 

Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. 

Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. 

Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. 

En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.

9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza»[14]

Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada[15], y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.

No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. 

San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón»[16].

10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. 

En efecto, existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento. 

El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: «con el corazón se cree y con los labios se profesa» (cf. Rm 10, 10). El corazón indica que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo.

A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo» (Hch 16, 14). 

El sentido que encierra la expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.

Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree.

La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.

La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación. 

Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”, “creemos”»[17].

Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conocimiento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por Dios. 

El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor[18].

Por otra parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. 

Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre»[19]

Esta exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no buscaríamos si no hubiera ya venido[20]. La fe nos invita y nos abre totalmente a este encuentro.

11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II. 

En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial»[21].

Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica

En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe.

En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. 

A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. 

Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. 

Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.

En efecto, la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. 

Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad[22].

13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. 

Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.

Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. 

La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. 

En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.

Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). 

Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf.Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4).

Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro (cf. Mt 10, 28). Creyeron en las palabras con las que anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11, 20). 

Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13, 34-35).

 Por la fe, fueron por el mundo entero, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y, sin temor alguno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.

Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de los hermanos (cf. Hch 2, 42-47).

Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores.

Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. 

Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19).

Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.

También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.

14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). 

Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).

La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. 

La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. 

Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. 

Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1).

15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo que «buscara la fe» (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). 

Escuchemos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. 

Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. 

Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

«Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. 

Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). 

La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. 

Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). 

Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.

Confiemos a la Madre de Dios, proclamada «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.


BENEDICTO XVI


[1] Homilía en la Misa de inicio de Pontificado (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.  
[2] Cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa en Terreiro do Paço, Lisboa (11 mayo 2010), en L’Osservatore Romano ed. en Leng. española (16 mayo 2010), pag. 8-9.
[3] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118.
[4] Cf. Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4, en L’Osservatore Romanoed. en Leng. española (22 diciembre 1985), pag. 12.
[5] Pablo VI, Exhort. ap. Petrum et Paulum Apostolos, en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196.
[6] Ibíd., 198.
[7] Pablo VI, Solemne profesión de fe, Homilía para la concelebración en el XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la conclusión del “Año de la fe” (30 junio 1968): AAS 60 (1968), 433-445.
[8] Id., Audiencia General (14 junio 1967): Insegnamenti V (1967), 801.
[9] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308.
[10] Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52.
[11] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 8.
[12] De utilitate credendi, 1, 2.
[13] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, I, 1.
[14] Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 10.
[15] Cf. Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
[16] Sermo215, 1.
[18] Cf. Conc. Ecum. Vat. I, Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, cap. III: DS 3008-3009; Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5.
[19] Discurso en el Collège des Bernardins, París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722.
[20] Cf. Agustín de Hipona, Confesiones, XIII, 1.
[21] Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 octubre 1992):AAS 86 (1994), 115 y 117.
[22] Cf. Id., Carta enc. Fides et ratio (14 septiembre 1998) 34.106: AAS 91 (1999), 31-32. 86-87.

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AQUEL TREN PARA LORETO

El jueves 4 de octubre la visita de Benedicto XVI tras las huellas de Juan XXIII




El jueves 4 de octubre Benedicto XVI estará en Loreto por el 50º aniversario de la peregrinación que en tren realizó Juan XXIII a aquella ciudad y a Asís, en vísperas de la apertura del concilio Vaticano II. 

Fue un hecho insólito para aquellos tiempos ver al Papa subir a un convoy, dejar el Vaticano y atravesar un buen trecho de Italia por vía férrea. ¿Como vivió el Papa Rocalli aquella jornada y cómo la vivieron los italianos? 

Lo recuerda en una entrevista a nuestro periódico quien fue su secretario particular, el arzobispo Loris Capovilla -tiene ahora 97 años-, antiguo prelado de Loreto, que de aquel día -como de todo el período que pasó junto a Juan XXIII- conserva una lúcida memoria. 

“Se trató de una experiencia bellísima -relata-; algo absolutamente espontáneo. La gente supo de la noticia de improviso y sin embargo acudió numerosísima, con gran espontaneidad. En verdad le querían mucho y no quisieron perder la ocasión de testimoniárselo de cerca. 

El viaje sufrió notables retrasos sobre el programa. Estaban previstas pequeñas paradas en algunas estaciones. Pero nadie imaginó jamás lo que ocurriría realmente”. 

La dimensión mariana de la visita de Benedicto XVI la subraya también el arzobispo prelado de Loreto Giovanni Tonucci. El Papa -escribe- “viene a Loreto para poner bajo la protección de la Virgen Santa el Año de la fe y la celebración del Sínodo de los obispos, dedicado a la nueva evangelización.

El Pontífice mira hacia adelante y pide a la Iglesia una conciencia nueva para afrontar dos compromisos que nos involucran a todos. 

El gesto de llevar las preocupaciones pastorales del Papa a los pies de María sitúa en un plano de fe y de devoción este momento de nuestra historia”.

3 de octubre de 2012




AÑO DE LA FE Y NUEVA EVANGELIZACIÓN:

EL PAPA INVOCA EL AMPARO DE MARIA




Juan XXIII -



(RV).-    «Madre de Dios y Madre de la Iglesia, María ejerce esta maternidad hasta el fin de la historia», recordaba hace unos meses Benedicto XVI, que se apresta a peregrinar a Loreto... ¡En Loreto, María te acoge en su casa para hacerte revivir la gracia del anuncio más grande de toda la historia!»

Es una de las bienvenidas de este santuario italiano a los numerosísimos peregrinos que acuden a los pies de la Virgen, confiando en la ternura de la Madre de Dios y de la Iglesia.

Se acerca el gran día de la llegada de Benedicto XVI, para conmemorar la peregrinación del beato Juan XXIII hace 50 años...

Pero, más allá de ser una mera evocación histórica, el Papa Ratzinger anhela brindar nuevos impulsos. Es decir, mirar hacia atrás para luego avanzar hacia adelante, percibiendo mejor el mensaje del gran evento del Concilio cuyas energías no se han apagado aún, como nos dice el Arzobispo prelado de Loreto y delegado pontificio del Santuario de la ‘Santa Casa’, Mons. Giovanni Tonucci:

«El Papa Juan XXIII había venido para encomendar el comienzo del Concilio y poner esta gran empresa bajo la protección de María. Ahora, Benedicto XVI contempla la Nueva Evangelización, con la reflexión propuesta por toda la Iglesia sobre el Concilio de hace 50 años y ruega la protección de María sobre este nuevo camino».

Nueva Evangelización que abarca dificultades y desafíos significativos, al tiempo que avanza la secularización, señala también Mons. Tonucci:

«La Nueva Evangelización se vuelve aún más difícil en los lugares donde el Evangelio ha sido escuchado, rechazado u olvidado. Por lo que se presenta una dificultad particular, que se debe afrontar porque es el imperativo del momento».

Con María comienza la vida terrena de Jesús y con María inician también los primeros pasos de la Iglesia; en ambos momentos, el clima es el de la escucha de Dios, del recogimiento - como ha recordado Benedicto XVI, refiriéndose a la presencia orante de la Virgen en el grupo de los discípulos que serán la primera Iglesia naciente (Audiencia general, 14 de marzo de 2012)
(CdM – RV)





DE LA VISITA PASTORAL DE 

BENEDICTO  XVI A LORETO - 

4 OCTUBRE 2012



DONDE HABITA DIOS TODOS NOS SENTIMOS 

EN CASA

Benedicto XVI en Loreto encomienda a María el Año de la fe y el Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización

Sin Él el hombre corre el riesgo de hacer prevalecer el egoísmo sobre la solidaridad, las cosas materiales sobre los valores, el tener sobre el ser



En Loreto, siguiendo los pasos de Juan XXIII, Benedicto XVI encomienda a la Virgen el Año de la fe y la Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización. 

El jueves 4 de octubre por la mañana, en el quincuagésimo aniversario de la histórica peregrinación del Papa Roncalli  al santuario lauretano, el Pontífice viajó a la ciudad de la región de Las Marcas para venerar a María, «Casa viviente del Verbo encarnado», recordando en particular que «donde Dios habita, reconocemos que todos estamos “en casa”».

María —dijo el Papa— «nos abre la puerta de su casa, nos guía para entrar en la voluntad de su Hijo». Pero el hombre de hoy con frecuencia tiene miedo de que la presencia del Señor pueda ser un límite para su libertad. 

Se trata de un temor infundado, porque Dios «libera nuestra libertad —insistió—  de su cerrarse en sí misma, de la sed de poder, de poseer, de dominar, y la hace capaz de abrirse a la dimensión que la realiza en sentido pleno: la del don de sí, del amor, que se hace servicio y colaboración».
Dios no obliga a nadie —reafirmó—, es más, «solicita el “sí” del hombre» que ha sido «creado interlocutor libre». 

Su adhesión comporta una respuesta similar al sí de María, «fruto de la gracia». Y «la gracia no elimina la libertad, al contrario, la crea y la sostiene».

5 de octubre de 2012




 




Visita Pastoral Loreto  Benedicto XVI

























EN LORETO... HACE 50 AÑOS


2012-10-04 Radio Vaticana


(RV).- Era el jueves 4 de octubre 1962 , en vísperas del Concilio, cuando el beato Juan XXIII visitaba Loreto:

Palabras del Santo Padre Juan XXIII: 

Motivos de piedad religiosa movieron a los Papas y personajes ilustres desde hace siglos a acudir en oración a esta Basílica de Loreto, que se alza sobre el declive de las colinas picenas hacia el mar Adriático. Animados por una fe ferviente en Dios y por la veneración hacía la Madre de Jesús y Madre nuestra vinieron aquí en peregrinación, a veces en tiempos difíciles, de grave ansiedad para la Iglesia. Basta recordar, entre otros, a los Papas Pío II. Pablo III, el iniciador del Concilio de Trento; Pío VI y Pío VII, Gregorio XVI y Pío IX y también San Carlos Borromeo, San Francisco de Sales y otros santos y beatos, para observar una sucesión de ejemplos edificantes.

En vísperas del Concilio Vaticano II he aquí al humilde sucesor de Pedro que viene a unirse con gesto sencillo a los muchos que le han precedido en este lugar. La peregrinación apostólica de hoy a este antiguo y venerado santuario quiere sellar las súplicas que en todos los templos del Mundo, de Oriente y de Occidente, con actos de dolor y de penitencia, se han elevado a Dios por el feliz desarrollo de la gran asamblea ecuménica, y quiere simbolizar también el camino de la Iglesia hacia las conquistas de aquella espiritual dominación hecha en nombre de Cristo, que es luz de las gentes; dominio que es servicio de amor fraterno, suspiro de paz, ordenado y universal progreso.

El acto de veneración a la Virgen de Loreto que realizamos hoy nos lleva con el pensamiento a sesenta y dos años atrás, cuando vinimos aquí por primera vez de regreso de Roma, después de haber ganado las indulgencias del jubileo anunciado por el Papa León. 

Era el 20 de septiembre de 1900. A las dos del mediodía, recibida la santa comunión, derramamos nuestra alma en prolongada y conmovida plegaria.Para un joven seminarista, ¿qué puede haber más suave que entretenerse y dialogar con la querida Madre celestial? 

Pero, ¡ay!, las dolorosas circunstancias de aquellos tiempos, que habían expandido por los aires un sutil veneno sobre todo aquello que representaba los valores del espíritu, de la religión, de la Santa Iglesia, convirtió en amargura aquella peregrinación apenas hubimos de escuchar el griterío de la plaza. 

Recordamos todavía nuestras palabras de aquel día a punto de emprender el viaje de retorno: “Virgen de Loreto, yo os amo mucho y prometo mantenerme fiel a Vos y ser buen hijo seminarista. Pero aquí no me veréis más”. 

Sin embargo, volvimos otras veces a la distancia de largos años. Y hoy henos aquí, con la familia de nuestros más íntimos colaboradores; henos aquí acogidos con grandes fiestas y rodeados de almas escogidas: del presidente de la República Italiana, de la noble misión del Gobierno italiano y de representaciones de todo grupo y procedencia, hasta el punto de hacernos pensar que también aquí, en esta especial circunstancia, la nota característica que despierta admiración es la de la catolicidad y universalidad.

El encuentro de hoy, bajo la mirada de bendición de María, nos sugiere tres pensamientos a los que la propia Basílica, glorificación del secreto de Nazaret, alude y conmemora sus recuerdos. 

El misterio de la Encarnación del Verbo y de su vida escondida es todo un cántico en alabanza de la familia, en alabanza del trabajo humano.

1. La Encarnación del Verbo es motivo de oración a la hora del Ángelus recitado por las almas piadosas esparcidas en el mundo. Este espectáculo que nos es tan familiar quiere tomar pie, desde aquí especialmente, para invitar a los hombres a reflexionar sobre aquella conjunción del cielo con la tierra que fue el objetivo de la Encarnación y de la Redención, y, también, es en concreto el objetivo del Concilio Ecuménico que quiere extender cada vez más el rayo bienhechor de esa Redención en todas las formas de la vida social.

El gran hecho histórico de la Encarnación que abre el testamento nuevo y da comienzo a la Historia cristiana merece bien ser saludado por las campanas de todo el mundo tres veces al día, y es muy natural que iglesias y capillas, hasta esta insigne Basílica, estén consagradas a la memoria del primer misterio gozoso hecho fuente de meditación y de buenos propósitos.

De hecho somos todos peregrinos sobre la tierra, con una efusión de plegarias sobre los labios que, aun en sus múltiples expresiones, es común a todos: caminamos hacia la patria. 

Allá arriba está la meta de nuestro diario caminar, el anhelo de nuestros suspiros; los cielos se abren sobre nuestra cabeza y el mensajero celestial renueva el recuerdo del prodigio por el que Dios se hizo hombre y el hombre se convirtió en hermano del Hijo de Dios.

El misterio de la Encarnación consagra los treinta años de vida que pasó Jesús en el silencio de Nazaret con María y con José.Y así como de la Encarnación arranca de nuevo el camino del hombre hacia la patria celestial y su elevación a la nobleza de coheredero del cielo, así de la vida escondida se levanta un cántico en alabanza a la dignidad y grandeza de la familia, en alabanza al deber sagrado del trabajo y de su nobleza.

2. La familia. Precisamente cuando vinimos a Loreto en el año 1900 el mundo resonaba con los ecos de las exhortaciones del Papa León XIII a la santidad del matrimonio, a la disciplina doméstica, a la responsabilidad de los padres en la educación de los hijos, la tutela de los sagrados valores de la civilización cristiana. 

El ejemplo vivo, subrayado con tanta fuerza por aquel nuestro gran predecesor, procedía precisamente de la Sagrada Familia de Nazaret con sus lecciones de piedad, de amor, de sacrificio. Con Jesús y con su Madre María se presentaba entonces también San José a ocupar, por fin, el puesto que le fue confiado por la Providencia en la amplia visión de los siglos y en el desarrollo maravilloso del Cuerpo Místico.

He aquí la enseñanza de Nazaret: familias santas, amor bendito, virtudes domésticas que se desbordan al calor de los corazones ardientes; de voluntades generosas y buenas. La familia es el primer ejercicio de vida cristiana, la primera escuela de fortaleza y de sacrificio, de derecho moral y de abnegación. 

Ella es el vivero de vocaciones sacerdotales y religiosas y también de empresas apostólicas para el laicado cristiano; la parroquia adquiere dignidad nueva y fisonomía inconfundible y se enriquece con nueva linfa vital de almas regeneradas que viven en la gracia del Señor. 

El Concilio Ecuménico será también una solemne llamada a la grandeza de la familia y a los deberes inherentes a ella. Acoged, queridos hijos, como el primer fruto de nuestras palabras que os invitan a considerar cada vez más a fondo, a la luz de la sagrada familia, la altura de las tareas que de vosotros espera la Iglesia.

3. El trabajo: Es la tercera enseñanza de Nazaret. De la vida escondida de Jesús sabemos poco; pero sobre el trabajo de aquellos treinta años conocemos lo necesario. 

A ejemplo de Jesús, veinte siglos de cristianismo han ayudado al hombre a reconocerse en su entereza llevándole a la plena conciencia de su dignidad.Puede darse un trabajo exclusivamente intelectual que, sin embargo, debe apoyarse sobre las fuerzas físicas del hombre. 

Pero no hay un trabajo puramente material: el soplo del espíritu con el que Dios imprimió al hombre su imagen y semejanza (Gen 1, 26) debe vivificar todo cuanto procede del hombre: los instrumentos de la agricultura, las máquinas admirables la técnica, los instrumentos de la aguda investigación. 

De otro modo, la materia podría prevalecer sobre el hombre y arrancarle el dominio sobre las mismas leyes que él ha llegado a descubrir. Es, por el contrario, el hombre el que debe dominar el cosmos según el precepto antiguo: “Llenad la tierra y sometedla” (Gen 1 28)

El hombre, en efecto, está llamado a cooperar con los designios de Dios Creador y tal nobleza de la fatiga humana, incluso de la más humilde. Es recordada y sublimada por el trabajo de Jesús en el taller de Nazaret.Venerables hermanos y queridos hijos: Todo los domingos —lo recordamos ya— desde nuestra ventana del Palacio Apostólico, a la hora meridiana del Ángelus, hay en la plaza de San Pedro una multitud de almas que da consuelo y es una delicia. 

A la voz del Papa, que repite conmovido: “Angelus Domini nuntiavit Mariae”, la muchedumbre, procedente de todo el mundo, se hace eco: “Et concepit de Spiritu Sancto”. La tierra se une así a la alegría del cielo en una única palpitación de amor y de alabanza al Divino Salvador y a su y nuestra Madre bendita.

Que este santuario de Loreto, en el que siguiendo el ejemplo de nuestros predecesores, queremos nuevamente coronar la piadosa imagen mariana„ sea siempre como una ventana abierta sobre el mundo, reclamo de voces arcanas que anuncian la santificación de las almas, de las familias, de los pueblos; que transmita también ella, que transmita también hoy la perfecta consonancia con la voz de la Iglesia, el alegre anuncio del Evangelio para una fraterna convivencia de las gentes como signo de más generosa justicia, de más elocuente equidad, a fin de que, sobre todo y sobre todos, resplandezcan los dones de la misericordia del Señor.

En prenda de estos votos paternos y en confirmación de nuestra benevolencia descienda sobre vosotros aquí presentes y sobre vuestras casas, sobre cuantos siguen por medio de la radio y de la televisión esta ceremonia, sobre los pequeños, sobre los enfermos, sobre los más pobres, el don de nuestra bendición apostólica, reflejo luminoso de las divinas complacencias.

¡Oh María, oh María, Madre de Jesús y Madre nuestra! Aquí hemos venido esta mañana a invocaros como primera estrella del Concilio que está para comenzar; como luz propicia en nuestro camino que se dirige confiado hacia la grande asamblea ecuménica que es universal expectación.

Os hemos abierto nuestra alma, oh María; el alma que no ha cambiada en el transcurso de los años, desde nuestro primer encuentro en los comienzos del siglo; el mismo corazón conmovido de entonces, la misma mirada suplicante, la misma plegaria.

En los casi sesenta años de nuestro sacerdocio cada paso nuestro sobre los caminos de la obediencia ha estado marcado por vuestra protección y nunca os hemos pedido otra cosa que obtenernos de vuestro Divino Hijo la gracia de un sacerdocio santo y santificador.También la convocación del Concilio la realizamos, Vos lo sabéis, oh Madre, como expresión de obediencia a un designio que nos pareció corresponder realmente a la voluntad del Señor.

Hoy, una vez más, y en nombre de todo el Episcopado, a Vos, dulcísima Madre, que sois llamada Auxilium Episcoporum, pedimos para Nos, obispo de Roma y para todos los obispos del universo, que nos obtengáis la gracia de entrar en el aula conciliar de la Basílica de San Pedro como entraron, en el Cenáculo, los Apóstoles y los primeros discípulos de Jesús: un corazón solo, una sola palpitación de amor a Cristo y a las almas, un solo propósito de vivir y de inmolarnos por la salvación de los individuos y de los pueblos.

Así, por vuestra maternal intercesión, en los años y en los siglos futuros, se pueda decir que la gracia de Dios ha precedido, acompañado y coronado el XXI Concilio Ecuménico, infundiendo en los hijos todos de la Santa Iglesia nuevo fervor, arranque de generosidad, firmeza de propósitos.

Para alabanza de Dios Omnipotente: Padre, Hijo y Espíritu Santo, por la virtud de la Sangre Preciosa de Cristo, cuyo pacífico dominio es flor de libertad y de gracia para todas las gentes, para todas las culturas e instituciones, para todos los hombres. Amén. Amén.(RC-RV)




¿POR QUÉ EL AÑO DE LA FE?   



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¿Por qué un Año de la fe? La pregunta no es retórica y merece una respuesta, sobre todo antes de las grandes expectativas que se registran en la Iglesia por este acontecimiento. 


Benedicto XVI dio una primera motivación cuando anunció el lanzamiento: "La misión de la Iglesia, como Cristo , y esencialmente hablar de Dios, a la memoria de su soberanía, recordar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su identidad, la ley de Dios lo que le pertenece, que es nuestra vida. 



Con el fin de dar un nuevo impulso a la misión de toda la Iglesia a llevar a los hombres fuera del desierto en el que a menudo se encuentran hacia el lugar de la vida, de la amistad con Cristo, que nos da la vida en abundancia ". Esta es la intención principal. 



No caiga en el olvido que caracteriza nuestra vida: creer. Fuera del desierto que trae consigo el silencio de los que no tienen nada que decir, para restaurar la alegría de la fe y comunicarla de un modo nuevo.


Este año, por lo tanto, está principalmente dirigida a toda la Iglesia, porque antes de la dramática crisis de fe que afecta a muchos cristianos se muestran una vez más y con renovado entusiasmo el verdadero rostro de Cristo que nos llama a seguirlo. 



Un año para todos nosotros, porque en el viaje eterno de la fe, sentimos la necesidad de revitalizar el paso, ya veces lento y cansado, y hacer que el testigo más eficaz. 



No puede excluirse muchos son conscientes de su propia debilidad, que a menudo toma la forma de la indiferencia y del agnosticismo, para recuperar el sentido perdido y comprender el valor de pertenencia a una comunidad, verdadero antídoto contra la esterilidad del individualismo de nuestros días.

En "Bring fidei", sin embargo, Benedicto XVI escribió que esta "puerta de la fe y siempre abierto". Esto significa que nadie puede ser excluido de ser positiva hizo que el sentido de la vida y las cuestiones más importantes sobre todo en nuestros tiempos afectar la persistencia de una crisis compleja que aumenta las preguntas y espero eclipses.

Hacer la pregunta de la fe no es para escapar de este mundo y no nos hace conscientes de la responsabilidad que tienen para con la humanidad en esta coyuntura histórica.

Un año en el que la oración y la reflexión puede combinar con mayor facilidad con la comprensión de la fe que cada uno debe sentir la urgencia y necesidad. 

No puede suceder, de hecho, todos los creyentes tienen que sobresalir en diversos campos de la ciencia, para hacer más profesional su compromiso con el trabajo, y terminan con un conocimiento débil e insuficiente de la fe. 

Un desequilibrio imperdonable que le permite crecer en la identidad personal y para evitar ser capaz de dar cuenta de la elección.

Rino Fisichella



EL CREDO COMO LA ORACIÓN DIARIA PARA EL AÑO DE LA FE


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PORQUE CON EL CORAZÓN SE CREE PARA UNA JUSTICIA, PERO CON LA BOCA SE CONFIESA PARA SALVACIÓN POR LA FE.

¿POR QUÉ EL AÑO DE LA FE LLEVARÁ A TODOS LOS CREYENTES PARA MEMORIZAR ELCREDO QUE RECITAMOS COMO ORACIÓN TODOS LOS DÍAS, POR LO QUE LOS ACUERDOS DE ALIENTO CON FE.

POR LA AYUDA PARA EL AÑO DE LA FE 


Credo
 
de Nicea-Constantinopla Credo 


Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible e invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de los siglos :
Dios de Dios, Luz de Luz de Dios, verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre,
. través de él todas las cosas fueron hechas
por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo,
y el Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen
y se hizo hombre.
fue crucificado también por nosotros bajo el poder de Poncio Pilato, murió y fue sepultado.
Al tercer día resucitó según las Escrituras, y subió al cielo,
está sentado a la derecha de la Padre.
Él vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,  que procede del Padre y del Hijo.  Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creemos en una, santa, católica y apostólica. Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados. Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.



                                                                          





06/21/2012   

   

El Año de la Fe es la respuesta a la crisis de hoy


Participaron en la presentación el arzobispo Rino Fisichella y monseñor Graham Bell. La apertura del Año de la Fe «tendrá lugar en la Plaza de San Pedro, el jueves 11 de octubre, quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II



El logo del Año de la Fe



El Vatican Information Service indicó que esta mañana, en la Oficina de Prensa de la Santa Sede, tuvo lugar la presentación del “Año de la Fe” (11 de octubre 2012- 24 de noviembre 20123).

Intervinieron en el acto el arzobispo Rino Fisichella y monseñor Graham Bell, respectivamente presidente y subsecretario del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización

El arzobispo Fisichella ilustró también calendario de los grandes acontecimientos que tendrán lugar a Roma en el curso del Año de la Fe y presentó el sito Internet y el logo que caracterizará todos los eventos del Año.

«Benedicto XVI, en su carta apostólica 'Porta Fidei' -dijo el prelado- hablaba de la exigencia de volver a descubrir el camino de la fe para resaltar cada vez más la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. 

A la luz de este pensamiento (...) ha convocado un 'Año de la Fe' que comenzará en coincidencia con dos aniversarios: el quincuagésimo de la apertura del Concilio Vaticano II (1962) y el vigésimo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) ...

El Año de la Fe se propone, ante todo, sostener la fe de tantos creyentes que, en medio de la fatiga cotidiana, no cesan de confiar, con convicción y valentía ,su existencia al Señor Jesús. Su testimonio, que no es noticia (...) es el que permite a la Iglesia presentarse al mundo de hoy, como en pasado, con la fuerza de la fe y con el entusiasmo de los sencillos».

Por otra parte, este Año «se inserta en un contexto más amplio, caracterizado por una crisis generalizada que atañe también a la fe (...) La crisis de fe es la expresión dramática de una crisis antropológica que ha dejado al ser humano abandonado a sí mismo (...) 

Es necesario ir más allá de la pobreza espiritual en que se encuentran muchos contemporáneos, que ya no perciben la ausencia de Dios en su vida, como una carencia que debe ser colmada. 

El Año de la Fe quiere ser un camino que la comunidad cristiana brinda a los que viven con nostalgia de Dios y con el deseo de encontrarlo de nuevo».

Así, el programa toca «la vida diaria de cada creyente y la pastoral ordinaria de la comunidad cristiana para que se vuelva a encontrar el espíritu misionero necesario para dar vida a la nueva evangelización». 

En este ámbito, el arzobispo anunció que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha aprobado el formulario de una Misa especial 'Para la Nueva Evangelización'. «Es un signo para que en este año (...) se de la primacía a la oración y especialmente a la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana».

A continuación, el arzobispo presentó el logo del Año de la Fe: una barca, imagen de la Iglesia, cuyo mástil es una cruz con las velas desplegadas y el trigrama de Cristo (IHS). El sol, en el fondo, recuerda la Eucaristía. 

El sitio del evento 
www.annusfidei.va, en diversos idiomas, se podrá consultar a través de todos los dispositivos móviles y tablets. 

También está listo el himno oficial: “Credo, Domine, adauge nobis fidem”. 

Asimismo, a primeros de septiembre se publicará, en diversos idiomas, el Subsidio pastoral “Vivir el Año de la Fe”. 

Una pequeña imagen del Cristo de la catedral de Cefalú (Sicilia), en cuyo reverso está escrita la Profesión de Fe, acompañará a los fieles y peregrinos a lo largo del Año.

Por último, dio a conocer el calendario de los eventos más importantes que contarán con la presencia del Santo Padre y se celebrarán en Roma; 

entre ellos la apertura del Año de la Fe que “tendrá lugar en la Plaza de San Pedro, el jueves 11 de octubre, quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II. 

Habrá una solemne concelebración eucarística con todos los Padres sinodales, los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo entero y los últimos Padres conciliares.

El 21 de octubre se canonizarán 7 mártires y confesores de la fe: el francés Jacques Barthieu; el filipino Pedro Calugsod; el italiano Giovanni Battista Piamarta; la española María del Carmen; la iroquesa Katheri Tekakwhita y las alemanas Madre Marianne (Barbara Cope) y Anna Schäffer. 

El 25 de enero de 2013, en la tradicional celebración ecuménica en la basílica romana de San Pablo Extramuros, se rezará para que “ a través de la profesión común del Símbolo los cristianos (...) no olviden el camino de la unidad”. 

El 28 de abril el Santo Padre confirmará a un grupo de jóvenes. El domingo 5 de mayo, estará dedicado a la piedad popular y a la labor de las cofradías.

El 18 de mayo, vigilia de Pentecostés, los movimientos antiguos y nuevos se reunirán
en la Plaza de San Pedro. 

El domingo 2 de junio, Corpus Christi, habrá una solemne adoración eucarística y, a la misma hora, en todas las catedrales e iglesias del mundo. El domingo, 

16 de junio, estará dedicado al testimonio del Evangelio de la Vida. 

El 7 de julio, concluirá en la Plaza de San Pedro, la peregrinación de los seminaristas, novicias y novicios de todo el mundo. 

El 29 de septiembre, los protagonistas serán los catequistas en el
aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. 

El 13 de octubre está dedicado a la presencia de María en la Iglesia. 

Por último, el 24 de noviembre se celebrará la jornada de clausura del Año. 

Diversos dicasterios tienen en programa iniciativas publicadas en el calendario. 

El Año se enriquecerá con eventos culturales, entre los cuales, una 
exposición sobre San Pedro en Castel Sant'Angelo (7 febrero- 1 mayo 2013)
 y un concierto en la Plaza de San Pedro (22 de junio 2013).

Vaticano presenta los grandes eventos para el Año de la Fe
2012-06-21 17:47:44  Descripción: Versión Imprimible Versión Imprimible




BENEDETTO XVI ANUNCIA EL AÑO DE LA FE




Año de la Fe 2012  Canción Por la Fe   YouTube3:10Año de la Fe 2012 Canción Por la Fe YouTubede Pasjuvomer3061 reproducciones


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21 de junio, 2012. (Romereports.com) El Vaticano ha presentado uno de los eventos más importantes del 2012, se trata del Año de la Fe que comenzará el 11 de octubre de 2012 y terminará el 23 de noviembre de   2013.

En octubre también comenzará el Sínodo para la Nueva Evangelización y se celebrará la canonización de siete nuevos santos. Y es que durante los 13 meses que dure el Año de la Fe tendrán lugar eventos que implicarán a cada una de las realidades de la Iglesia desde los jóvenes que van a recibir la Confirmación hasta los catequistas, los seminaristas o la devociones marianas.


MONS. RINO FISICHELLA

Presidente, Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización“Es difícil elegir cuál será el momento más importante de este año porque hay muchos eventos que serán muy importantes porque tocan distintos aspectos de la fe y también distintas categorías de personas”.
Para pedir por la nueva evangelización, la congregación para el culto divino ha aprobado una  misa especial, aunque por ahora sólo está en latín e  italiano, se espera que para antes de octubre estén listas las traducciones en inglés, español y alemán.

Éste será el logotipo del Año de la Fe y ésta su página web. La imagen que represente este año será este icono del Cristo de Cefalú y la oración, será el Credo.

MONS. RINO FISICHELLA

Presidente, Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización“Es un Cristo conocido en todo el mundo, uno de las representaciones más bonitas. Es un mosaico que data del siglo XII. Elegimos el símbolo de la fe porque es la expresión de la unidad de todos los creyentes”.
Durante el Año de la Fe también tendrán lugar otros grandes aniversarios, como los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II y los 20 de la publicación del Catecismo de la Iglesia católica.

Por eso, también está prevista una exposición en Castel Sant'Angelo y un gran concierto en la Plaza de San Pedro. Una serie de eventos para llevar la Nueva Evangelización durante el Año de la Fe a todo el mundo.



RUEDA DE PRENSA PARA PRESENTAR EL AÑO DE LA FE


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PRESENTACIÓN AÑO DE LA FE

Press, 21 de junio 2012




Benedicto XVI en su Carta Apostólica Porta fidei escribió que "Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he mencionado la necesidad de redescubrir el camino de fe para poner de relieve la creciente evidencia de la alegría y el entusiasmo renovado de ' el encuentro con Cristo "(n. 2). 


A la luz de este pensamiento, ha puesto en marcha un Año de la Fe que se iniciará en la feliz coincidencia de dos aniversarios: la apertura del cincuentenario de la Concilio Vaticano II (1962) y la vigésima parte de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (1992).



Iglesia entera viene un pensamiento de gratitud sincera al Santo Padre por querer este año . La espera es grande, así como el deseo de pagar por completo y coherente. Mi agradecimiento al Papa Benedicto XVI extiende por querer acompañar búsqueda ' año con su presencia y su enseñanza. 




Estamos muy agradecidos por ahora, de hecho, han decidido dedicar la catequesis del miércoles en el tema de la fe. Será una valiosa herramienta adicional para dar razón de la fe sostenida por sus palabras y con su ejemplo.




El Año de la fe, en primer lugar, apunta a sostener la fe de muchos creyentes en la rutina diaria no cesan con convicción y coraje para confiar sus vidas al Señor Jesús Su evidencia valiosa, que no es una buena noticia ante los hombres, pero es valioso en la vista, es lo que permite a la Iglesia a aparecer en el mundo de hoy, como lo fue en el pasado, con el poder de la fe y el entusiasmo de los simples. 




Este año , sin embargo, forma parte de un contexto más amplio marcado por una crisis general que también participan la fe. 




Sometidos a ataques por décadas de laicismo en nombre de la autonomía individual exigir la independencia de toda autoridad reveló y cumplió su programa de "vivir en el mundo como si Dios no existiera", nuestro contemporáneo Te encuentras a menudo no ser capaz de más lugar.



La crisis de fe es una expresión dramática de la crisis antropológica que ha dejado el hombre a sí mismo, que es por eso que hoy nos encontramos confundidos, solos, a merced de fuerzas que ni siquiera conocen la cara, y sin una meta a la que asignar el su existencia. 



Es necesario ir más allá de la pobreza espiritual en donde usted puede encontrar muchos de nuestros contemporáneos, que ya no reciben la ausencia de Dios en sus vidas, como una ausencia que debe ser llenado. 




El " Año de la fe , entonces, tiene la intención de ser una forma de que la comunidad cristiana ofrece muchas personas que viven con la nostalgia de Dios y el deseo de reunirse con él de nuevo. E 'por lo tanto, es necesario que los creyentes sienten la responsabilidad de proporcionar a la empresa de la fe, para ser un buen vecino para las que piden razón de nuestra creencia.




El Papa indica en Porta fidei metas hacia las cuales dirigir los esfuerzos de la Iglesia. Él escribió: "Queremos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe en plenitud y con renovada convicción, con confianza y esperanza. 




Será también una buena oportunidad para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, especialmente la Eucaristía ... 


Mientras tanto, esperamos que el testimonio de la vida de los creyentes a crecer en su credibilidad. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y oró, y reflexionar sobre el mismo acto por el cual ellos creen que es un compromiso que todo creyente debe hacer su propio "(Pf 9).

 Un programa que es difícil entrar, en primer lugar, en la vida diaria de cada creyente, y en la pastoral ordinaria de la comunidad cristiana, porque usted se encuentra el verdadero espíritu misionero necesaria la creación de la nueva evangelización. 



En este sentido, me complace comunicar que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha aprobado la forma de s. Misa Especial "para la Nueva Evangelización".



Una clara señal de que este año y en vísperas del Sínodo dedicado a la nueva evangelización y la transmisión de la fe a dar primacía a la oración y sobre todo a s. Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana.



Junto con este viaje diario, la nota de carácter pastoral que la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el 6 de enero propone varias iniciativas concretas que puedan ser reflejados en el nivel de las Conferencias Episcopales, diócesis, parroquias, asociaciones y movimientos.



Como ustedes saben, el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización se le encomendó la tarea de proponer, animar, coordinar eventos de carácter universal.



A continuación se ilustran algunas de las iniciativas que se han aprobado y habrá momentos que caracterizan la actuación del ' Año de la fe .



            1. E 'fue preparado, en primer lugar, el logotipo que marcará todos los eventos de la búsqueda ' año . Es una imagen de la Iglesia barco, navegando sobre las olas. El mástil es una cruz que hace a la mar que, con signos dinámicos, hacen que el trigrama de Cristo (IHS). En el contexto de las velas muestra el sol asociado con el trigrama, se refiere a la Eucaristía.



            2. A partir de este momento va a operar el sitio que estará disponible en versión multilingüe y directamente accesible en www.annusfidei.va . Este sitio ha sido diseñado de una manera innovadora y estará disponible para todos los dispositivos móviles y tablets a través de la elección de componentes y tecnologías recién desarrolladas. Por lo tanto, ofrece la oportunidad de conocer a todas las citas programadas con el Santo Padre y los eventos más importantes de las Conferencias Episcopales, diócesis, movimientos y asociaciones. En la actualidad se proporciona en italiano e Inglés, mientras que los próximos días serán agregados a la edición en español, francés, alemán y portugués.



            3. Es s también listo " himno oficial del Año de la fe. Credo, Domine, adauge nobis fidem es la historia que se mantiene como una invocación al Señor para que todos nosotros tenemos que aumentar nuestra fe, siempre tan débil y necesitado de su gracia.



            4. En los primeros días de septiembre se dará a conocer en varios idiomas, la ayuda pastoral , Vivir el Año de la fe , dispuestos a acompañar en primer lugar, la comunidad parroquial, y los que deseen entrar en el contenido de la inteligencia creo .



            5. Una pequeña imagen de Cristo de la Catedral de Cefalú acompañar a los peregrinos y creyentes de diversas partes del mundo. En la parte posterior está escrita la profesión de fe . Uno de los objetivos del " Año de la fe , de hecho, es pensar en las oraciones diarias aprendidas de memoria, como era costumbre en los primeros siglos del cristianismo. En las palabras de San Agustín: «Recibid el fórmula de fe es llamado el símbolo . Y cuando usted recibió imprimetela corazón y ripetetevela todos los días en el interior. Antes de ir a dormir, antes de salir, equipe su símbolo.Nadie escribe el símbolo con el único fin de que se lea, pero se piensa ".


            6. Con respecto a la agenda de eventos, aquí nos referimos sólo a los de carácter universal que verá la presencia del Santo Padre, y se llevará a cabo en Roma.

            * La ceremonia de inauguración de la ' Año de la Fe se llevará a cabo en la Plaza de San Pedro Jueves próximo, 11 de octubre, el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II. Habrá una Misa solemne concelebrada por todos los Padres sinodales, de los Presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo y de los padres conciliares aún vivos que pueden alcanzar.

            * El primer evento del ' Año , el domingo, 21 de octubre, será la canonización de seis mártires y confesores de la fe. El signo elocuente. A raíz de lo que está escrito en Porta fidei "Por la fe, a través de los siglos, los hombres y mujeres de todas las edades, cuyo nombre está escrito en el libro de la vida, han confesado la belleza del seguimiento del Señor Jesús allí donde se les llamaba para dar testimonio de su ser cristianos "(PF 13). Será canonizado: Jacques Barthieu sacerdote jesuita, mártir misionero en Madagascar (1896), Peter Calungsod laico catequista, mártir en Filipinas (1672); Piamarta Juan el Bautista, testigo sacerdote de la fe en la educación de la juventud (1913), la Madre Marianne (Barbara Cope ) testimonio de la fe en la colonia de leprosos de Molokai (1918), María del Monte Carmelo, religiosa en España (1911), Catherine Tekakwitha, secular indio convertido a la fe católica (1680), y Anna Schäffer, secular testigo bávara del amor de Cristo desde el lecho del dolor (1925). 

Nosotros, por lo tanto, reflexionar y orar sobre estos testigos que la heroicidad de su vida se colocan por la Iglesia como ejemplos de fe viva.


            * El 25 de enero, la tradicional celebración ecuménica en la Basílica de St. Paul Extramuros tendrá un carácter ecuménico más solemne y orar juntos para que a través de una profesión común de los cristianos de símbolos que han recibido el mismo bautismo no olvidará el camino de la unidad como un signo visible para ofrecer al mundo.

            * Sábado, 02 de febrero (consagrados) celebración para todas las personas que han dedicado sus vidas a Dios mediante la profesión religiosa pueden encontrarse en la Basílica de San Pedro para la oración común para testificar que la fe exige también signos concretos que orienten a mantener viva la esperanza el Señor regrese.

            * En Palma Domingo, 24 de marzo, como siempre dedicado a los jóvenes que se preparan para el Día Mundial de la Juventud.

            * Domingo, 28 de abril estará dedicado a todos los niños y niñas que han recibido el sacramento de la Confirmación. El Santo Padre conferirá el sacramento de la Confirmación a un grupo reducido de jóvenes como evidencia de la profesión pública de fe en la confirmación de la pila bautismal.

            * Domingo, 05 de mayo estará dedicado a la celebración de la fe que es en la piedad popular, su expresión inicial y que a lo largo de los siglos ha sido aprobada como forma especial de la fe de las personas a través de la vida de la Cofradía.

            * En la víspera de Pentecostés, 18 de mayo, estará dedicada a todos los movimientos, viejos y nuevos, con una peregrinación a la tumba de Pedro, testigo de la fe en que el día de Pentecostés, abrió las puertas de la casa para ir a las calles y plazas a anunciar la resurrección de Cristo. En San Pedro, pido al Señor que envíe al mismo tiempo tan abundantemente su Espíritu para renovarse como los milagros en los primeros tiempos de la Iglesia primitiva.

            * La fiesta del Corpus Christi , el domingo, 2 de junio, tendremos una Solemne Adoración Eucarística será en el mundo contemporáneo. En la catedral de cada diócesis y en todas las iglesias donde se puede al mismo tiempo te darás cuenta del silencio de la contemplación, para dar testimonio de la fe que contempla el misterio de Dios está vivo y presente entre nosotros con su Cuerpo y su Sangre.

            * Domingo, 16 de junio estará dedicado al testimonio del Evangelio de la vida que siempre ha visto la Iglesia como un promotor de la vida humana y la defensa de la dignidad de la persona desde el primer momento hasta el último momento natural.
            * Domingo, 07 de julio verá la conclusión de la peregrinación a San Pedro que los seminaristas, novicios, novicios y aquellos en viaje profesional hará de hacer público el gozo de su decisión de seguir al Señor en el servicio de su Iglesia.

            * Del 23 al 28 de julio como Día Mundial de la Juventud en Río de Janeiro será, como siempre, la culminación de un viaje que ver a los jóvenes de todo el mundo en el encuentro gozoso de decirle a todos la importancia de la fe.

           * El 29 de septiembre se dedicará en particular a los catequistas para dejar en claro la importancia de la catequesis en el crecimiento de la fe y la fe inteligencia inteligente y sistemática en relación con la vida personal y el crecimiento de la Comunidad. Será una ocasión para recordar también el vigésimo aniversario de la publicación delCatecismo de la Iglesia Católica .

            * Domingo, 13 de octubre verá la presencia de todas las cosas marianos para indicar cómo la Virgen María, Madre de Dios, y el icono de la fe de cada creyente en su dependencia obediente a la voluntad del Padre puede hacer maravillas reales.

            * Domingo, 24 de noviembre, por fin, se celebrará el último día del Año de la fe.

            7. El calendario del ' año es mucho más amplio que estos grandes acontecimientos. Varios departamentos ya han previsto iniciativas que se publican en el calendario. Dependiendo de sus habilidades, los Departamentos celebrará el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II, con especial congresos y de iniciativas culturales. Un camino especial de catequesis, por ejemplo, se propondrá en las catacumbas por el Pontificio Consejo para la Cultura. Desde el sitio que usted puede seguir los pasos que día a día acuden a la atención de la Secretaría General también por las realidades eclesiales.

            8. Habrá algunos grandes eventos culturales para mostrar cómo la fe ha hecho que muchos hombres y mujeres en el arte, la literatura y la música han expresado su genio y su fe. En particular, creo que la exposición, que estará ubicado en Castel Sant'Angelo desde febrero 7 hasta mayo 1, con obras de extrema rareza, centradas en la figura del apóstol Pedro, testigo de Cristo de Cesarea de Filipo a Roma. 

Ha sido confiado al cuidado de don Alessio Geretti y realizado gracias a la disponibilidad del Ministro de Actividades del Patrimonio y la Cultura y la Superintendencia de los Museos Estatales del Imperio Romano. Un gran concierto también tendrá lugar en la Plaza de San Pedro Sábado, 22 de junio.

            Como bien escrito Benedicto XVI: "Sólo creyendo fe crece y se fortalece" (Pf 7). Estos eventos están destinados a ser universal sólo un signo que pasar por todo un período de la historia que nos une y lo hace responsable por el momento que estamos llamados a vivir. Por otra parte, se cree que nunca solo. 

El camino a seguir es siempre el resultado de una vida de relaciones y experiencia comunitaria que nos permite ver a la Iglesia como la primera persona que crea y transmite la fe de siempre. Es una etapa en la historia de dos milenios que la "fe" que estamos llamados a recorrer.
                                                                                                                                 Rino Fisichella



VIVIR EL AÑO DE LA FE


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LA AYUDA PASTORAL PARA EL AÑO DE LA FE 
SE ENCUENTRA DISPONIBLE EN TODAS LAS BIBLIOTECAS


DESDE EL PREFACIO DE REV.MA SE MONS. RINO FISICHELLA:



El Papa Benedicto XVI en su Carta apostólica Porta fidei , con el que índice el Año de la Fe, escribe: "Queremos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe en plenitud y con renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una buena oportunidad para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, especialmente la Eucaristía, que es "la cumbre a la cual la actividad de la Iglesia y con la fuente de donde todo su poder". 



Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de la vida de los creyentes a crecer en su credibilidad. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y oró, y reflexionar sobre el mismo acto por el cual ellos creen que es un compromiso que todo creyente debe hacer su propio, especialmente en este Año "(No. 9).



Esto ayuda pastoral responderá al deseo del Santo Padre. Se ofrece como una huella simple y sintético los cuatro indicaciones propuestas:



confesar , celebrar , vivir y orar 



Se encuentra, en primer lugar, una sección dedicada a la catequesis sobre los artículos del Credo de los Apóstoles, para ayudar a los méritos de lo que constituye una verdadera síntesis de nuestra fe.



Una segunda persona desea introducir la celebración de los sacramentos que marcan la vida de la comunidad cristiana en el año litúrgico. Es importante, en efecto, que no es necesario crear una brecha entre lo que creemos y lo celebramos, pero la llamada se convierte en testimonio de apoyo mutuo.



Además, la tercera parte, le gustaría ayudar a la comunidad parroquial para vivir el Año de la fe con sus propias iniciativas, y por medio de la peregrinación a la tumba de Pedro y de los lugares santos. Una manera concreta de que cada comunidad puede tomar, de acuerdo con las necesidades que le son propias a cada uno, como el apoyo a la vida espiritual.



 La cuarta parte, por último, muestra el valor de la oración personal y comunitaria, centrándose, en particular, la importancia del Credo . Como el Santo Padre siempre en Porta fidei : "En los primeros siglos, los cristianos estaban obligados a aprender de memoria el Credo . Esto les sirvió como una oración diaria para no olvidar el compromiso asumido en el bautismo "(No. 9).



 Sería un fruto importante del Año de la fe, si los cristianos reanudar esta práctica milenaria. Rezar el Credo, de hecho, ayuda a obtener más en el camino de la fe, porque más y más demandas para saber que te amo, y se convierten así en nuevos evangelizadores. 



Es parte importante y decisiva en los demás la alegría de haber encontrado a Cristo y creer en su palabra que cambia tu vida.



Vivir el Año de la fe , entonces, con el conocimiento de que ofrecemos un tiempo especial de gracia. La fe necesita ser repensada y vivida con convicción cada vez mayor, coraje y entusiasmo a todos los que conocemos porque ambos ofrecen una palabra de esperanza y una mirada de amor.

Rino Fisichella






EL FACTOR DECISIVO



HAY QUE HACER QUE RESPLANDEZCA LO 



QUE NOS HA SIDO CONFIADO



Entrevista al prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe




       Mons-Gerard Ludwig Müller 





 “La fe se caracteriza por la máxima apertura. Es una relación personal con Dios, que lleva en sí todos los tesoros de la sabiduría. Por esto nuestra razón finita está siempre en movimiento hacia el Dios infinito. 



Podemos aprender siempre algo nuevo y comprender con profundidad cada vez mayor la riqueza de la Revelación. Jamás podremos agotarla”. 



Así lo afirma el nuevo prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, el arzobispo Gerhard Ludwig Müller, en un largo coloquio con quien escribe y con el director de nuestro periódico. 



Durante el encuentro en el antiguo palacio del Santo Oficio monseñor Müller ha hablado también de su llegada al dicasterio de la Curia romana, de su determinación de hacerse sacerdote, del tiempo pasado como profesor de teología y como obispo, de sus repetidas estancias en América Latina. 



Y ha explicado que aprendió a conocer y a apreciar a Joseph Ratzinger desde su “Introducción al cristianismo”, que ya en 1968 fue un best-seller.

“Estoy agradecido al Santo Padre por haberme otorgado confianza y encomendarme esta tarea. 



Los problemas que se presentan son muy grandes si contemplamos la Iglesia universal, con los muchos desafíos que es necesario afrontar y ante un cierto desaliento que se están difundiendo en algunos ambientes, pero que debemos superar. 



Tenemos también el problema de grupos —de derecha o de izquierda, como se suele decir— que ocupan mucho de nuestro tiempo y de nuestra atención. 


Aquí nace fácilmente el peligro de perder un poco de vista nuestra tarea principal, que es la de anunciar el Evangelio y exponer en modo concreto la doctrina de la Iglesia. 

Estamos convencidos de que no existe alternativa a la revelación de Dios en Jesucristo. La Revelación responde a los grandes interrogantes de los hombres de todo tiempo”.

Astrid Haas

26 de julio de 2012






"CRUZAR EL UMBRAL DE LA FE"


Carta del cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires por el Año de la Fe (1 de octubre de 2012)






A los sacerdotes, consagrados, consagradas y fieles laicos de la arquidiócesis

Queridos hermanos: 

Entre las experiencias más fuertes de las últimas décadas está la de encontrar puertas cerradas. La creciente inseguridad fue llevando, poco a poco, a trabar puertas, poner medios de vigilancia, cámaras de seguridad, desconfiar del extraño que llama a nuestra puerta. Sin embargo, todavía en algunos pueblos hay puertas que están abiertas. 



La puerta cerrada es todo un símbolo de este hoy. Es algo más que un simple dato sociológico; es una realidad existencial que va marcando un estilo de vida, un modo de pararse frente a la realidad, frente a los otros, frente al futuro. La puerta cerrada de mi casa, que es el lugar de mi intimidad, de mis sueños, mis esperanzas y sufrimientos así como de mis alegrías, está cerrada para los otros. 



Y no se trata sólo de mi casa material, es también el recinto de mi vida, mi corazón. Son cada vez menos los que pueden atravesar ese umbral. La seguridad de unas puertas blindadas custodia la inseguridad de una vida que se hace más frágil y menos permeable a las riquezas de la vida y del amor de los demás.

La imagen de una puerta abierta ha sido siempre el símbolo de luz, amistad, alegría, libertad, confianza. ¡Cuánto necesitamos recuperarlas! La puerta cerrada nos daña, nos anquilosa, nos separa.

Iniciamos el Año de la fe y paradójicamente la imagen que propone el Papa es la de la puerta, una puerta que hay que cruzar para poder encontrar lo que tanto nos falta. La Iglesia, a través de la voz y el corazón de Pastor de Benedicto XVI, nos invita a cruzar el umbral, a dar un paso de decisión interna y libre: animarnos a entrar a una nueva vida.

La puerta de la fe nos remite a los Hechos de los Apóstoles: “Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (Hechos 14,27). Dios siempre toma la iniciativa y no quiere que nadie quede excluido. Dios llama a la puerta de nuestros corazones: Mira, estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo (Ap. 3, 20). 



La fe es una gracia, un regalo de Dios. “La fe sólo crece y se fortalece creyendo; en un abandono continuo en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios”

Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida mientras avanzamos delante de tantas puertas que hoy en día se nos abren, muchas de ellas puertas falsas, puertas que invitan de manera muy atractiva pero mentirosa a tomar camino, que prometen una felicidad vacía, narcisista y con fecha de vencimiento; puertas que nos llevan a encrucijadas en las que, cualquiera sea la opción que sigamos, provocarán a corto o largo plazo angustia y desconcierto, puertas autorreferenciales que se agotan en sí mismas y sin garantía de futuro. Mientras las puertas de las casas están cerradas, las puertas de los shoppings están siempre abiertas. 



Se atraviesa la puerta de la fe, se cruza ese umbral, cuando la Palabra de Dios es anunciada y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Una gracia que lleva un nombre concreto, y ese nombre es Jesús. Jesús es la puerta. (Juan 10:9) “Él, y Él solo, es, y siempre será, la puerta. 



Nadie va al Padre sino por Él. (Jn. 14.6)” Si no hay Cristo, no hay camino a Dios. Como puerta nos abre el camino a Dios y como Buen Pastor es el Único que cuida de nosotros al costo de su propia vida.

Jesús es la puerta y llama a nuestra puerta para que lo dejemos atravesar el umbral de nuestra vida. No tengan miedo… abran de par en par las puertas a Cristo nos decía el Beato Juan Pablo II al inicio de su pontificado. Abrir las puertas del corazón como lo hicieron los discípulos de Emaús, pidiéndole que se quedecon nosotros para que podamos traspasar las puertas de la fe y el mismo Señor nos lleve a comprender las razones por las que se cree, para después salir a anunciarlo. La fe supone decidirse a estar con el Señor para vivir con él y compartirlo con los hermanos.

Damos gracias a Dios por esta oportunidad de valorar nuestra vida de hijos de Dios, por este camino de fe que empezó en nuestra vida con las aguas del bautismo, el inagotable y fecundo rocío que nos hace hijos de Dios y miembros hermanos en la Iglesia. 



La meta, el destino o fin es el encuentro con Dios con quien ya hemos entrado en comunión y que quiere restaurarnos, purificarnos, elevarnos, santificarnos, y darnos la felicidad que anhela nuestro corazón.

Queremos dar gracias a Dios porque sembró en el corazón de nuestra Iglesia Arquidiocesana el deseo de contagiar y dar a manos abiertas este don del Bautismo. Este es el fruto de un largo camino iniciado con la pregunta ¿Cómo ser Iglesia en Buenos Aires? transitado por el camino del Estado de Asamblea para enraizarse en el Estado de Misión como opción pastoral permanente.

Iniciar este año de la fe es una nueva llamada a ahondar en nuestra vida esa fe recibida. Profesar la fe con la boca implica vivirla en el corazón y mostrarla con las obras: un testimonio y un compromiso público. 



El discípulo de Cristo, hijo de la Iglesia, no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. Desafío importante y fuerte para cada día, persuadidos de que el que comenzó en ustedes la buena obra la perfeccionará hasta el día, de Jesucristo. (Fil.1:6) Mirando nuestra realidad, como discípulos misioneros, nos preguntamos: ¿a qué nos desafía cruzar el umbral de la fe?

Cruzar el umbral de la fe nos desafía a descubrir que si bien hoy parece que reina la muerte en sus variadas formas y que la historia se rige por la ley del más fuerte o astuto y si el odio y la ambición funcionan como motores de tantas luchas humanas, también estamos absolutamente convencidos de que esa triste realidad puede cambiar y debe cambiar, decididamente porque “si Dios está con nosotros ¿quién podrá contra nosotros? (Rom. 8:31,37)

Cruzar el umbral de la fe supone no sentir vergüenza de tener un corazón de niño que, porque todavía cree en los imposibles, puede vivir en la esperanza: lo único capaz de dar sentido y transformar la historia. Es pedir sin cesar, orar sin desfallecer y adorar para que se nos transfigure la mirada.

Cruzar el umbral de la fe nos lleva a implorar para cada uno “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2, 5) experimentando así una manera nueva de pensar, de comunicarnos, de mirarnos, de respetarnos, de estar en familia, de plantearnos el futuro, de vivir el amor, y la vocación.

Cruzar el umbral de la fe es actuar, confiar en la fuerza del Espíritu Santo presente en la Iglesia y que también se manifiesta en los signos de los tiempos, es acompañar el constante movimiento de la vida y de la historia sin caer en el derrotismo paralizante de que todo tiempo pasado fue mejor; es urgencia por pensar de nuevo, aportar de nuevo, crear de nuevo, amasando la vida con “la nueva levadura de la justicia y la santidad”. (1 Cor 5:8)

Cruzar el umbral de la fe implica tener ojos de asombro y un corazón no perezosamente acostumbrado, capaz de reconocer que cada vez que una mujer da a luz se sigue apostando a la vida y al futuro, que cuando cuidamos la inocencia de los chicos garantizamos la verdad de un mañana y cuando mimamos la vida entregada de un anciano hacemos un acto de justicia y acariciamos nuestras raíces.

Cruzar el umbral de la fe es el trabajo vivido con dignidad y vocación de servicio, con la abnegación del que vuelve una y otra vez a empezar sin aflojarle a la vida, como si todo lo ya hecho fuera sólo un paso en el camino hacia el reino, plenitud de vida. Es la silenciosa espera después de la siembra cotidiana, contemplar el fruto recogido dando gracias al Señor porque es bueno y pidiendo que no abandone la obra de sus manos. (Sal 137)

Cruzar el umbral de la fe exige luchar por la libertad y la convivencia aunque el entorno claudique, en la certeza de que el Señor nos pide practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con nuestro Dios. (Miqueas 6:8)

Cruzar el umbral de la fe entraña la permanente conversión de nuestras actitudes, los modos y los tonos con los que vivimos; reformular y no emparchar o barnizar, dar la nueva forma que imprime Jesucristo a aquello que es tocado por su mano y su evangelio de vida, animarnos a hacer algo inédito por la sociedad y por la Iglesia; porque “El que está en Cristo es una nueva criatura”. (2 Cor 5,17-21)

Cruzar el umbral de la fe nos lleva a perdonar y saber arrancar una sonrisa, es acercarse a todo aquel que vive en la periferia existencial y llamarlo por su nombre, es cuidar las fragilidades de los más débiles y sostener sus rodillas vacilantes con la certeza de que lo que hacemos por el más pequeño de nuestros hermanos al mismo Jesús lo estamos haciendo. (Mt. 25, 40)

Cruzar el umbral de la fe supone celebrar la vida, dejarnos transformar porque nos hemos hecho uno con Jesús en la mesa de la eucaristía celebrada en comunidad, y de allí estar con las manos y el corazón ocupados trabajando en el gran proyecto del Reino: todo lo demás nos será dado por añadidura. (Mt. 6.33)

Cruzar el umbral de la fe es vivir en el espíritu del Concilio y de Aparecida, Iglesia de puertas abiertas no sólo para recibir sino fundamentalmente para salir y llenar de evangelio la calle y la vida de los hombres de nuestros tiempo.

Cruzar el umbral de la fe para nuestra Iglesia Arquidiocesana, supone sentirnos confirmados en la Misión de ser una Iglesia que vive, reza y trabaja en clave misionera.

Cruzar el umbral de la fe es, en definitiva, aceptar la novedad de la vida del Resucitado en nuestra pobre carne para hacerla signo de la vida nueva.

Meditando todas estas cosas miremos a María, que Ella, la Virgen Madre, nos acompañe en este cruzar el umbral de la fe y traiga sobre nuestra Iglesia en Buenos Aires el Espíritu Santo, como en Nazaret, para que igual que ella adoremos al Señor y salgamos a anunciar las maravillas que ha hecho en nosotros.


Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires
1 de octubre de 2012. Fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús





INDULGENCIAS PLENARIAS DURANTE EL AÑO DE FE

RV).- En conformidad con el Sumo Pontífice Benedicto XVI, que ha establecido un Año particularmente dedicado “a la profesión de la verdadera Fe” que dará comienzo el próximo 11 de octubre, en el día del cincuenta aniversario de la solemne apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, la Penitenciaría Apostólica ha hecho público el Decreto para ganar el don de las indulgencias durante el Año de la Fe.

En esta época de cambios muy profundos, a los que la humanidad está sujeta, el Santo Padre Benedicto XVI, con la proclamación de este año especial, quiere “invitar al pueblo de Dios, del que es Pastor universal, para que se una al Sucesor de Pedro y recordar el precioso don de la fe". Los fieles serán llamados singular y comunitariamente a rendir testimonio de su propia fe ante los otros en las peculiares circunstancias de la vida cotidiana, en busca de “la santidad y pureza del alma”.

Con el fin de conseguir el don de las indulgencias, la Penitenciaría Apostólica ha establecido las siguientes disposiciones. A lo largo del año de la fe, del 11 de octubre de 2012 hasta el 24 de noviembre 2013, podrán obtener la indulgencia plenaria de la pena temporal por los pecados, impartida por la misericordia de Dios, aplicable en sufragio por las almas de los fieles difuntos, todos los creyentes verdaderamente arrepentidos, debidamente confesados sacramentalmente y que recen por las intenciones del Sumo Pontífice.

Los fieles verdaderamente arrepentidos, que no puedan asistir a las solemnes celebraciones por motivos graves, obtendrán igualmente la indulgencia plenaria, con las mismas condiciones, si, unidos en espíritu y pensamiento a los fieles presentes, rezarán por medio de la televisión o la radio, en su casa o en el hospital o donde se encuentren el Padre Nuestro, la Profesión forma legítima de la Fe, u otras oraciones coherentes con los objetivos del Año de la Fe, ofreciendo sus sufrimientos o dificultades de sus propias vidas. (ER - RV)


AÑO DE LA FE: RECUERDO Y 

CELEBRACIÓN DEL VATICANO II


Mons Rino Fisichella explica la ceremonia de 



apertura del Año de la Fe.












Ciudad del Vaticano, 9 octubre 2012 (VIS).-El arzobispo Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización explicó esta mañana en la Oficina de Prensa de la Santa Sede la ceremonia de apertura del Año de la Fe que presidirá el Santo Padre el próximo jueves, 11 de octubre, a las 10 en la Plaza de San Pedro.



“Es de particular importancia -dijo el arzobispo- que el Año de la Fe se abra el mismo día del cincuenta aniversario de la inauguración del Concilio Ecuménico Vaticano II. La elección no es casual. (...) Brinda la oportunidad de regresar al acontecimiento conciliar que ha marcado de forma determinante la vida de la Iglesia en el siglo XX y de verificar la incidencia de sus enseñanzas, en el transcurso de estas décadas y de los próximos años, que marcarán el compromiso de la Iglesia en la nueva evangelización. De hecho, el Vaticano II quiso ser un momento privilegiado de nueva evangelización”.

De ahí que el aniversario del Concilio merezca, “no solamente ser recordado, sino celebrado por parte de la Iglesia” también a través de este año que representa “una ocasión propicia para reavivar la fe de los creyentes y animarlos con un espíritu de evangelización cada vez más convencido”. De igual modo, el Año de la Fe, estará dedicado “al estudio y la profundización de las enseñanzas conciliares para consolidar la formación de los creyentes -en particular con la catequesis- en la vida sacramental de la comunidad cristiana y en su testimonio”.

A la luz de estos conceptos, el prelado ilustró la ceremonia de inauguración del Año de la Fe que estará “fuertemente impregnada” de signos que recuerdan el Concilio. “En la apertura se leerán algunos fragmentos de las cuatro constituciones conciliares que caracterizaron el Concilio y la renovación de la vida de la Iglesia. A continuación se repetirá la larga procesión que, en el recuerdo colectivo, lleva al 12 de octubre de 1962. Estará formada por todos los obispos que toman parte en la celebración solemne presidida por el Santo Padre. Asistirán también todos los Padres sinodales que intervienen estos días en los trabajos sobre la nueva evangelización; todos los presidentes de las conferencias episcopales del mundo y catorce Padres conciliares que, a pesar de su edad, han podido venir a Roma. Habían sido invitados 70 Padres conciliares que todavía están vivos, pero la edad avanzada o los problemas de salud les han impedido estar con nosotros”.

La procesión estará seguida por la entronización de la Palabra de Dios; un gesto que “rememora un momento significativo de los trabajos conciliares cuando, en las sesiones solemnes en la basílica de San Pedro, llegaba en procesión la Sagrada Escritura, que se colocaba en el centro de la asamblea conciliar, para recordar a todos que estaban al servicio de la Palabra de Dios que es el centro de la atención de la Iglesia”. Se utilizará el mismo atril y la misma Sagrada Escritura de los trabajos conciliares y, al final de la Eucaristía, habrá otra señal indicativa de que “las enseñanzas conciliares mantienen viva su actualidad y todavía merecen ser conocidas y profundizadas”.

“Todos recuerdan- señaló a este propósito el arzobispo- que en la clausura del Concilio, Pablo VI entregó una serie de mensajes al Pueblo de Dios. Los mismos mensajes serán entregados por Benedicto XVI a diversas categorías de personas: a los gobernantes; a los representantes de la ciencia y del pensamiento; a los artistas; a las mujeres; a los trabajadores; a los pobres, a los enfermos y a los que sufren; a los jóvenes. Dado que también es el XX aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica, el Santo Padre entregará una copia del mismo, en edición especial publicada para el Año de la Fe, a dos representantes de los catequistas”.

“Los años pasan -concluyó monseñor Fisichella- pero la fuerza del Vaticano II permanece con su carga de deseo de que el Evangelio de Cristo llegue al mundo entero. Lo hacemos con el intento de ofrecer a los cristianos otro motivo para sentirse parte de una Iglesia que no conoce confines y que cada día renueva su fe en el Señor con su compromiso de vida”.





LA LUNA CONTEMPLÓ EL ESPECTÁCULO

2012-10-11 Radio Vaticana

(RV).- (Con Audio) El 11 de octubre de 1962, con el ingreso solemne de los padres conciliares en la basílica de San Pedro, se inauguró el concilio Vaticano II. Juan XXIII había fijado para ese día el inicio del concilio con la intención de encomendar la gran asamblea eclesial que había convocado a la bondad maternal de María, y de anclar firmemente el trabajo del concilio en el misterio de Jesucristo. 

Aquella noche, mas de cien mil personas se congregaron en la plaza San Pedro llevando antorchas; esta celebración espontánea era una elocuente imagen de la Iglesia pueblo de Dios.

Mons. Capovilla invitó al Papa a mirar a través de las cortinas. El Pontífice se asomó y quedó sobrecogido. "Abre la ventana, daré la bendición, pero no hablaré", le dijo a su secretario. 

“discurso de la luna”. 11 octubre de 1962 Los reflectores de la plaza estaban apagados porque no se preveía ninguna celebración, pero el gran murmullo y las luces de las velas y de las antorchas que se levantaron al aparecer el Santo Padre indicaban la presencia de una gran multitud. Entonces Juan XXIII, iluminado por la luz del pueblo de Dios y bajo una esplendida luna de octubre, improvisó aquel famoso discurso que completó aquel día memorable. 


Escuchemos la voz del beato Juan XXIII en el 

“discurso de la luna”. 11 octubre de 1962 
(Audio): 
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"Queridos hijitos, escucho sus voces. La mía es una sola voz, pero resume la voz del mundo entero; de hecho, todo el mundo está representado aquí. 

Se diría que ¡hasta la luna se ha apurado esta noche para observar este espectáculo que ni siquiera la basílica de San Pedro que tiene cuatro siglos de historia ha podido contemplar. 

Mi persona no cuenta nada. El que les habla hoy es un hermano, convertido en Padre por la voluntad de nuestro Señor. Pero todos juntos, paternidad y fraternidad son gracia de Dios. 

Hagamos honor a la impresión de esta noche y que sean siempre nuestros sentimientos como ahora los manifestamos delante del cielo y de la tierra. Fe, esperanza y caridad. Amor de Dios, amor de los hermanos, y así todos juntos ayudados así a la santa paz del Señor a las obras de bien. 

Al volver a sus casas encontrarán a sus niños. Denles una caricia a sus niños y díganles: ‘ésta es la caricia del papa’. Quizás encuentren alguna lágrima para enjugar. Digan para los que sufren una palabra de aliento. Sepan los afligidos que el papa está con sus hijos, especialmente en las horas del dolor y de la amargura. 

En fin, recordemos todos el vínculo del amor y, cantando o llorando, pero siempre llenos de confianza en Cristo que nos ayuda y escucha, sigamos serenos y confiados en nuestro camino."

(RC-RV)

(RV).- (Con Audio) Esta mañana a las 10.00, el Papa Benedicto XVI ha presidido en la plaza de san Pedro, ante la fachada de la Basílica Vaticana, la Santa Misa de apertura del Año de la Fe, que el Pontífice ha proclamado en ocasión del 50 aniversario de inicio del Concilio Vaticano II, que abría sus puertas en un día como hoy de 1962. 

Aquella solemne ceremonia ha recordado en tantos aspectos la de esta mañana, en la que han participado, el patriarca ortodoxo de Constantinopla, el arzobispo anglicano de Canterbury, patriarcas y arzobispos mayores de las Iglesias católicas Orientales, presidentes de las Conferencias Episcopales, cardenales y obispos de todo el mundo, muchos de ellos llegados al Vaticano, donde se está celebrando el Sínodo de los obispos sobre el tema de la Nueva Evangelización.

En su homilía Benediucto XVI ha invitado “a entrar más profundamente en el movimiento espiritual” que caracterizó aquel gran Concilio, “para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido”, volver a las verdaderas enseñanzas que nos dejó, “redescubrir la belleza de la fe en Cristo”, “la fe apostólica, animada por el impulso interior de comunicar a Cristo a todos y a cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia”. 

(ER – RV)



TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DEL 

SANTO PADRE INICIO DEL AÑO DE LA FE 

50 AÑOS DE LA INAUGURACIÓN DEL 

VATICANO II Descripción: http://es.radiovaticana.va/global_images/mp3_icon.gif


Venerables hermanos,queridos hermanos y hermanas

Hoy, con gran alegría, a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, damos inicio al Año de la fe. 

Me complace saludar a todos, en particular a Su Santidad Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, y a Su Gracia Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury. Un saludo especial a los Patriarcas y a los Arzobispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales, y a los Presidentes de las Conferencias Episcopales. 

Para rememorar el Concilio, en el que algunos de los aquí presentes – a los que saludo con particular afecto – hemos tenido la gracia de vivir en primera persona, esta celebración se ha enriquecido con algunos signos específicos: la procesión de entrada, que ha querido recordar la que de modo memorable hicieron los Padres conciliares cuando ingresaron solemnemente en esta Basílica; la entronización del Evangeliario, copia del que se utilizó durante el Concilio; y la entrega de los siete mensajes finales del Concilio y del Catecismo de la Iglesia Católica, que haré al final, antes de la bendición. 

Estos signos no son meros recordatorios, sino que nos ofrecen también la perspectiva para ir más allá de la conmemoración. Nos invitan a entrar más profundamente en el movimiento espiritual que ha caracterizado el Vaticano II, para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido. Y este sentido ha sido y sigue siendo la fe en Cristo, la fe apostólica, animada por el impulso interior de comunicar a Cristo a todos y a cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia.

El Año de la fe que hoy inauguramos está vinculado coherentemente con todo el camino de la Iglesia en los últimos 50 años: desde el Concilio, mediante el magisterio del siervo de Dios Pablo VI, que convocó un «Año de la fe» en 1967, hasta el Gran Jubileo del 2000, con el que el beato Juan Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador, ayer, hoy y siempre. 

Estos dos Pontífices, Pablo VI y Juan Pablo II, convergieron profunda y plenamente en poner a Cristo como centro del cosmos y de la historia, y en el anhelo apostólico de anunciarlo al mundo. Jesús es el centro de la fe cristiana. El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha revelado su rostro. Él es el cumplimiento de las Escrituras y su intérprete definitivo. Jesucristo no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la carta a los Hebreos, «el que inició y completa nuestra fe» (12,2).

El evangelio de hoy nos dice que Jesucristo, consagrado por el Padre en el Espíritu Santo, es el verdadero y perenne protagonista de la evangelización: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). 

Esta misión de Cristo, este dinamismo suyo continúa en el espacio y en el tiempo, atraviesa los siglos y los continentes. Es un movimiento que parte del Padre y, con la fuerza del Espíritu, lleva la buena noticia a los pobres en sentido material y espiritual. 

La Iglesia es el instrumento principal y necesario de esta obra de Cristo, porque está unida a Él como el cuerpo a la cabeza. «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). Así dice el Resucitado a los discípulos, y soplando sobre ellos, añade: «Recibid el Espíritu Santo» (v. 22). 

Dios por medio de Jesucristo es el principal artífice de la evangelización del mundo; pero Cristo mismo ha querido transmitir a la Iglesia su misión, y lo ha hecho y lo sigue haciendo hasta el final de los tiempos infundiendo el Espíritu Santo en los discípulos, aquel mismo Espíritu que se posó sobre él y permaneció en él durante toda su vida terrena, dándole la fuerza de «proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista»; de «poner en libertad a los oprimidos» y de «proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

El Concilio Vaticano II no ha querido incluir el tema de la fe en un documento específico. Y, sin embargo, estuvo completamente animado por la conciencia y el deseo, por así decir, de adentrase nuevamente en el misterio cristiano, para proponerlo de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo. 

A este respecto se expresaba así, dos años después de la conclusión de la asamblea conciliar, el siervo de Dios Pablo VI: «Queremos hacer notar que, si el Concilio no habla expresamente de la fe, habla de ella en cada página, al reconocer su carácter vital y sobrenatural, la supone íntegra y con fuerza, y construye sobre ella sus enseñanzas. Bastaría recordar [algunas] afirmaciones conciliares… para darse cuenta de la importancia esencial que el Concilio, en sintonía con la tradición doctrinal de la Iglesia, atribuye a la fe, a la verdadera fe, a aquella que tiene como fuente a Cristo y por canal el magisterio de la Iglesia» (Audiencia general, 8 marzo 1967). Así decía Pablo VI. 

Pero debemos ahora remontarnos a aquel que convocó el Concilio Vaticano II y lo inauguró: el beato Juan XXIII. 

En el discurso de apertura, presentó el fin principal del Concilio en estos términos: «El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina… Para eso no era necesario un Concilio... 

Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo» (AAS 54 [1962], 790. 791-792)

.A la luz de estas palabras, se comprende lo que yo mismo tuve entonces ocasión de experimentar: durante el Concilio había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado: en la fe resuena el presente eterno de Dios que trasciende el tiempo y que, sin embargo, solamente puede ser acogido por nosotros en el hoy irrepetible. 

Por esto mismo considero que lo más importante, especialmente en una efeméride tan significativa como la actual, es que se reavive en toda la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo. 

Pero, con el fin de que este impulso interior a la nueva evangelización no se quede solamente en un ideal, ni caiga en la confusión, es necesario que ella se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II, en los cuales ha encontrado su expresión. 

Por esto, he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la «letra» del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad. 

El Concilio no ha propuesto nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más bien, se ha preocupado para que dicha fe siga viviéndose hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación. 

Si sintonizamos con el planteamiento auténtico que el beato Juan XXIII quiso dar al Vaticano II, podremos actualizarlo durante este Año de la fe, dentro del único camino de la Iglesia que desea continuamente profundizar en el depisito de la fe que Cristo le ha confiado. 

Los Padres conciliares querían volver a presentar la fe de modo eficaz; y sí se abrieron con confianza al diálogo con el mundo moderno era porque estaban seguros de su fe, de la roca firme sobre la que se apoyaban. 

En cambio, en los años sucesivos, muchos aceptaron sin discernimiento la mentalidad dominante, poniendo en discusión las bases mismas del depositum fidei, que desgraciadamente ya no sentían como propias en su verdad.Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años. Y la respuesta que hay que dar a esta necesidad es la misma que quisieron dar los Papas y los Padres del Concilio, y que está contenida en sus documentos. 

También la iniciativa de crear un Consejo Pontificio destinado a la promoción de la nueva evangelización, al que agradezco su especial dedicación con vistas al Año de la fe, se inserta en esta perspectiva. 

En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. 

Se ha difundido el vacío. Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. 

En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. 

La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino. 

La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría del viajero (cf. Sir 34,9-13): el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo? 

Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20 años.

Venerados y queridos hermanos, el 11 de octubre de 1962 se celebraba la fiesta de María Santísima, Madre de Dios. Le confiamos a ella el Año de la fe, como lo hice hace una semana, peregrinando a Loreto. 

La Virgen María brille siempre como estrella en el camino de la nueva evangelización. Que ella nos ayude a poner en práctica la exhortación del apóstol Pablo: «La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente… 

Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,16-17). Amén .

Fotos Misa Apertura Año de la Fe








        
    

    





















































BENEDICTO XVI: EL SEÑOR NO NOS 



OLVIDA, A PESAR DE LA CIZAÑA Y LAS 



TEMPESTADES,



PROCESIÓN DE LAS  ANTORCHAS.

ORGANIZADA POR LA ACCIÓN CATÓLICA 


ITALIANA





Ciudad del Vaticano, 12 octubre 2012 (VIS).-Benedicto XVI se asomó ayer a las nueve de la noche a la ventana de su estudio para saludar a los numerosos participantes en la procesión con antorchas organizada por la Acción Católica Italiana (ACI), en colaboración con la diócesis de Roma, con motivo de la apertura del Año de la Fe y del cincuenta aniversario del inicio del Concilio Vaticano II. La procesión, que salió a las 19.30 de Castel Sant'Angelo ,se coloca en el ámbito de la manifestación “La Iglesia bella del Concilio", una iniciativa de ACI y de la diócesis romana.



“Buenas noches a todos y gracias por haber venido -dijo el Papa a las personas reunidas en la Plaza de San Pedro- Hace cincuenta años, este mismo día, yo también estaba en esta plaza, mirando a esta ventana a la que se asomó el Papa bueno, el beato Juan XXIII, que pronunció palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras que salían del corazón”.



“Eramos felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran concilio ecuménico se había inaugurado; estábamos seguros de que llegaba una primavera para la Iglesia, una nueva Pentecostés, con una presencia nueva y fuerte de la gracia liberadora del Evangelio”.



“Hoy también somos felices, tenemos la alegría en nuestro corazón, pero podríamos decir que es una alegría, quizás, más sobria, una alegría humilde. En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales, que pueden transformarse en estructuras del pecado. Hemos visto que en el campo del Señor también hay siempre cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro también hay peces podridos. Hemos visto que la fragilidad humana también está presente en la Iglesia, que la barca de la Iglesia también navega con viento contrario, en medio de tempestades que la acechan y, a veces, hemos pensado: “El Señor duerme y se ha olvidado de nosotros”.



“Esta es una parte de las experiencias de estos cincuenta años, pero también hemos tenido una experiencia nueva de la presencia del Señor, de su bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no es un fuego devorador o destructor; es un fuego silencioso, es una pequeña llama de bondad, de bondad y verdad que transforma, que da luz y calor. Hemos visto que el Señor no nos olvida. Hoy también, a su manera, humildemente, el Señor está presente y calienta los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan al mundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios. Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy, y podemos ser felices también ahora porque su bondad no se apaga.¡Hoy también es fuerte!”.



“Al final, me atrevo a hacer mías las palabras inolvidables del papa Juan: “Id a vuestras casas, dad un beso a los niños y decidles que es un beso del Papa”



“En este sentido y de todo corazón os imparto mi bendición: “Bendito sea el nombre del Señor”.






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UNA PEREGRINACIÓN EN LOS DESIERTOS DEL MUNDO

2012-10-11 L'Osservatore Romano










«Una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo». Es la sugestiva imagen elegida por Benedicto XVI para «representar este Año de la fe», inaugurado el jueves 11 de octubre por la mañana con una misa solemne en la plaza de San Pedro a cincuenta años exactos de la apertura del concilio Vaticano II y en el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia católica.

El Papa subrayó en la homilía cómo el Año de la feestá «vinculado coherentemente con todo el camino de la Iglesia» en los últimos cincuenta años: «desde el Concilio, mediante el magisterio del siervo de Dios Pablo VI, que convocó un «Año de la fe» en 1967, hasta el Gran Jubileo del 2000, con el que el beato Juan Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador, ayer, hoy y siempre».

Por lo demás, Benedicto XVI insistió en más de una ocasión en la necesidad de regresar a la «letra» del Concilio, para encontrar su espíritu auténtico y redescubrir  lo que es esencial para vivir. Y «si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización —explicó— no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años».

En efecto —constató el Pontífice—, «en estos decenios ha aumentado la “desertificación” espiritual». He aquí entonces que «precisamente a partir de la experiencia de este desierto» es posible  descubrir de nuevo «la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres». Precisamente «en el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa».

«Y en el desierto —concluyó— se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza». Al final de la celebración tomó la palabra el Patriarca Bartolomé I, que puso de relieve los progresos realizados en el campo ecuménico.






AÑO DE LA FE. CARD. BERGOGLIO 



CONCEDE INDULGENCIA PLENARIA










Viernes 12 Oct 2012 | 12:59 pm



Buenos Aires (AICA): En consonancia con lo dispuesto por el papa Benedicto XVI y el decreto de la Penitenciaria Apostólica, el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Mario Bergoglio, concedió el don de la indulgencia plenaria a lo largo del Año de la Fe a quienes “peregrinen a cualquier templo siguientes, participen en una celebración sagrada o, al menos, se recojan durante un tiempo de meditación y concluyan con el rezo del Padrenuestro, la profesión de fe (Credo) en cualquier forma legítima, las invocaciones a la Virgen María y, según el caso, a los santos apóstoles o patronos”.




En consonancia con lo dispuesto por el papa Benedicto XVI y el decreto de la Penitenciaria Apostólica, el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Mario Bergoglio, concedió el don de la indulgencia plenaria a lo largo del Año de la Fe a quienes “peregrinen a cualquier templo siguientes, participen en una celebración sagrada o, al menos, se recojan durante un tiempo de meditación y concluyan con el rezo del Padrenuestro, la profesión de fe (Credo) en cualquier forma legítima, las invocaciones a la Virgen María y, según el caso, a los santos apóstoles o patronos”. 



Texto de la resolución arzobispal 





VISTO: que Su Santidad el Papa Benedicto XVI, movido por su solicitud pastoral expresada en la convocatoria de un Año de la Fe con ocasión de cumplirse el 50° aniversario del inicio del Concilio Vaticano II y el 20° aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, ha determinado ofrecer a la Iglesia la gracia del Don de la Indulgencia y el Decreto de la Penitenciaría Apostólica de fecha del 5 de octubre del presente año en el cual se establece el modo de alcanzar la mencionada Indulgencia Plenaria con motivo del Año de la Fe que será válida desde su apertura (11 de octubre de 2012 hasta su clausura, 24 de noviembre de 2013) y que en el mismo Decreto en los incisos B y C se determina la intervención del Ordinario de cada lugar, 



POR TANTO DISPONGO 



1. Que en esta Arquidiócesis de Buenos Aires todos los fieles cristianos podrán obtener el Don de la Indulgencia Plenaria, a lo largo del Año de la Fe, a partir de su solemne apertura y hasta la clausura del mismo, cada vez que peregrinando a cualquiera de los templos siguientes participen en una celebración sagrada o, al menos, se recojan durante un tiempo en meditación y concluyan con el rezo del Padrenuestro, la Profesión de fe (Credo) en cualquier forma legítima, las invocaciones a la Virgen María y, según el caso, a los santos apóstoles o patronos: 



• Iglesia Catedral de Buenos Aires 



Por las Basílicas Menores (una por cada Vicaría Zonal): 

• Basílica de San Nicolás de Bari (Vicaría Centro) 

• Basílica del Espíritu Santo - Parroquia. Nuestra Señora de Guadalupe (Vicaría Belgrano) 

• Basílica de San Antonio de Padua (Vicaría Devoto) 

• Basílica de San José de Flores (Vicaría Flores) 


Por los Santuarios o lugares de devoción popular: 
• Santuario de Jesús Misericordioso 
• Santuario Eucarístico - Iglesia de Jesús Sacramentado 
• Santuario de Nuestra. Señora de Fátima 
• Santuario de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa 
• Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya 
• Santuario de Nuestra Señora que Desata los Nudos (Parroquia San José del Talar) 
• Santuario de San Cayetano, en Liniers 
• Santuario de San Pantaleón 
• Santuario de San Ramón Nonato 
• Santuario de Santa Rita de Casia 
• Parroquia San Gabriel Arcángel 
• Parroquia San Cayetano, en Belgrano 
• Parroquia Nuestra Señora de Balvanera 
• Parroquia Virgen Inmaculada de Lourdes 
• Parroquia San Fermín 

Por los templos en lugares con mayor tránsito de personas en la Ciudad: 
• Parroquia Inmaculada Concepción, en Belgrano 
• Parroquia Sagrada Eucaristía 
• Parroquia Inmaculado Corazón de María 
• Parroquia Resurrección del Señor 

2. Que según el inciso C del Decreto de la Penitenciaría Apostólica, en esta Arquidiócesis de Buenos Aires los días determinados para alcanzar la Indulgencia en otros lugares serán: 
Cada una de las celebraciones arquidiocesanas que oportunamente se anunciarán. 
La celebración principal de las fiestas patronales de cada una de las parroquias o cuasiparroquias de la Arquidiócesis. 

3. Que deberá recordarse a los fieles que "por enfermedad o justa causa" no puedan salir de la casa o del lugar donde se encuentren, podrán obtener la Indulgencia Plenaria, si “unidos con el espíritu y el pensamiento a los fieles presentes, particularmente cuando las palabras del Sumo Pontífice o de los Obispos Diocesanos se transmitan por radio o televisión, recen, allí donde se encuentren, el Padre nuestro, la Profesión de fe en cualquier forma legítima y otras oraciones conformes a la finalidad del Año de la Fe ofreciendo sus sufrimientos o los problemas de su vida”. 

4. Que se promueva asimismo la posibilidad de alcanzar el Don de la Indulgencia Plenaria un día cualquiera elegido libremente por cada fiel, durante el Año de la Fe, visitando el baptisterio o lugar donde recibieron el Sacramento del Bautismo, si renuevan las promesas bautismales de cualquier forma legítima. 

En cada caso se deberán observar las condiciones establecidas por el Derecho para obtener este beneficio espiritual, es decir la confesión sacramental, la comunión eucarística y la oración por el Sumo Pontífice. 

Comuníquese a quienes corresponda, publíquese en el Boletín Eclesiástico del Arzobispado y archívese. 

DADO en la Sede Arzobispal de Buenos Aires, a los once días del mes de Octubre del año del Señor de dos mil doce, día del 50° aniversario del inicio del Concilio Vaticano II y comienzo del Año de la Fe.+





AÑO DE LA FE . (PPS) 

REVISTA ECCLESIA




Año de la Fe – power point

AÑO DE LA FE EN COLORES














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EVENTOS AÑOS DE LA FE.

SANTA MISA Y CANONIZACIÓN DE 

SIETE BEATOS



















































CAPILLA PAPAL


PARA LA CANONIZACIÓN DE LOS BEATOS:



SANTIAGO BERTHIEU


PEDRO CALUNGSOD JUAN BAUTISTA PIAMARTA


CARMEN SALLÉS Y BARANGUERAS MARIANA COPE


CATALINA TEKAKWITHA ANA SCHÄFFER










HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI



Plaza de San Pedro


Domingo 21 de octubre de 2012





El hijo del hombre ha venido a servir y dar su vida en rescate por la multitud (cf. Mc 10,45).


Venerados Hermanos, queridos hermanos y hermanas.

Hoy la Iglesia escucha una vez más estas palabras de Jesús, pronunciadas durante el camino hacia Jerusalén, donde tenía que cumplirse su misterio de pasión, muerte y resurrección. 

Son palabras que manifiestan el sentido de la misión de Cristo en la tierra, caracterizada por su inmolación, por su donación total. En este tercer domingo de octubre, en el que se celebra la Jornada Mundial de las Misiones, la Iglesia las escucha con particular intensidad y reaviva la conciencia de vivir completamente en perenne actitud de servicio al hombre y al Evangelio, como Aquel que se ofreció a sí mismo hasta el sacrificio de la vida.

Saludo cordialmente a todos vosotros, que llenáis la Plaza de San Pedro, en particular a las delegaciones oficiales y a los peregrinos venidos para festejar a los siete nuevos santos. 

Saludo con afecto a los cardenales y obispos que en estos días están participando en la Asamblea sinodal sobre la Nueva Evangelización. 

Se da una feliz coincidencia entre la celebración de esta Asamblea y la Jornada Misionera; y la Palabra de Dios que hemos escuchado resulta iluminadora para ambas. 

Ella nos muestra el estilo del evangelizador, llamado a dar testimonio y a anunciar el mensaje cristiano conformándose a Jesucristo, llevando su misma vida. Esto vale tanto para la misión ad gentes como para la nueva evangelización en las regiones de antigua tradición cristiana.
El hijo del hombre ha venido a servir y dar su vida en rescate por la multitud (cf. Mc 10,45).

Estas palabras han constituido el programa de vida de los siete beatos que hoy la Iglesia inscribe solemnemente en el glorioso coro de los santos. 

Con valentía heroica gastaron su existencia en una total consagración a Dios y en un generoso servicio a los hermanos. Son hijos e hijas de la Iglesia, que escogieron una vida de servicio siguiendo al Señor. 

La santidad en la Iglesia tiene siempre su fuente en el misterio de la Redención, que ya el profeta Isaías prefigura en la primera lectura: el Siervo del Señor es el Justo que «justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos» (53,11); este Siervo es Jesucristo, crucificado, resucitado y vivo en la gloria. 

La canonización que estamos celebrando constituye una elocuente confirmación de esta misteriosa realidad salvadora. La tenaz profesión de fe de estos siete generosos discípulos de Cristo, su configuración al Hijo del hombre, resplandece hoy en toda la Iglesia.




Jacques Berthieu, nacido en 1838 en Francia, fue desde muy temprano un enamorado de Jesucristo. Durante su ministerio parroquial, deseó ardientemente salvar a las almas. 

Al profesar como jesuita, quería recorrer el mundo para la gloria de Dios. Pastor infatigable en la isla de Santa María y después en Madagascar, luchó contra la injusticia, aliviando a los pobres y los enfermos. 

Los malgaches lo consideraban como un sacerdote venido del cielo, y decían: tú eres nuestro padre y madre. Él se hizo todo para todos, sacando de la oración y el amor al Corazón de Jesús la fuerza humana y sacerdotal para llegar hasta el martirio, en 1896. Murió diciendo: Prefiero morir antes que renunciar a mi fe

Queridos amigos, que la vida de este evangelizador sea un acicate y un modelo para los sacerdotes, para que sean hombres de Dios como él. 

Que su ejemplo ayude a los numerosos cristianos que hoy en día son perseguidos a causa de su fe. 

Que su intercesión, en este Año de la fe, sea fructuosa para Madagascar y el continente africano. 
Que Dios bendiga al pueblo malgache.




Pedro Calungsod nació alrededor del año 1654, en la región de Bisayas en Filipinas. Su amor a Cristo lo impulsó a prepararse como catequista con los misioneros jesuitas. 

En el año 1668, junto con otros jóvenes catequistas, acompañó al Padre Diego Luis de San Vítores a las Islas Marianas, para evangelizar al pueblo Chamorro. La vida allí era dura y los misioneros sufrieron la persecución a causa de la envidia y las calumnias. 

Pedro, sin embargo, mostró una gran fe y caridad y continuó catequizando a sus numerosos convertidos, dando testimonio de Cristo mediante una vida de pureza y dedicación al Evangelio. 

Por encima de todo estaba su deseo de salvar almas para Cristo, y esto le llevó a aceptar con resolución el martirio. Murió el 2 de abril de 1672. 

Algunos testigos cuentan que Pedro pudo haber escapado para ponerse a salvo, pero eligió permanecer al lado del Padre Diego. El sacerdote le dio a Pedro la absolución antes de que él mismo fuera asesinado. 

Que el ejemplo y el testimonio valeroso de Pedro Calungsod inspire al querido pueblo filipino para anunciar con ardor el Reino y ganar almas para Dios.




Giovanni Battista Piamarta, sacerdote de la diócesis de Brescia, fue un gran apóstol de la caridad y de la juventud. Percibía la exigencia de una presencia cultural y social del catolicismo en el mundo moderno, por eso se dedicó a hacer progresar cristiana, moral y profesionalmente a las nuevas generaciones con claras dosis de humanidad y bondad. 

Animado por una confianza inquebrantable en la Divina Providencia y por un profundo espíritu de sacrificio, afrontó dificultades y fatigas para poner en práctica varias obras apostólicas, entre las cuales: el Instituto de los artesanillos, la Editorial Queriniana, la Congregación masculina de la Sagrada Familia de Nazaret y la Congregación de las Humildes Siervas del Señor. 

El secreto de su intensa y laboriosa vida estaba en las largas horas que dedicaba a la oración. Cuando estaba abrumado por el trabajo, aumentaba el tiempo para el encuentro, de corazón a corazón, con el Señor. 

Prefería permanecer junto al Santísimo Sacramento, meditando la pasión, muerte y resurrección de Cristo, para retomar fuerzas espirituales y volver a lanzarse a la conquista del corazón de la gente, especialmente de los jóvenes, para llevarlos otra vez a las fuentes de la vida con nuevas iniciativas pastorales.

«Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti». Con estas palabras, la liturgia nos invita a hacer nuestro este himno al Dios creador y providente, aceptando su plan en nuestras vidas. 




Así lo hizo Santa María del Carmelo Sallés y Barangueras, religiosa nacida en Vic, España, en 1848. Ella, viendo colmada su esperanza, después de muchos avatares, al contemplar el progreso de la Congregación de Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, que había fundado en 1892, pudo cantar junto a la Madre de Dios: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». 

Su obra educativa, confiada a la Virgen Inmaculada, sigue dando abundantes frutos entre la juventud a través de la entrega generosa de sus hijas, que como ella se encomiendan al Dios que todo lo puede.



Paso hablar ahora de Mariana Cope, nacida en 1838 en Heppenheim, Alemania. Con apenas un año de edad fue llevada a los Estados Unidos y en 1862 entró en la Tercera Orden Regular de san Francisco, en Siracusa, Nueva York. 

Más tarde, y como superiora general de su congregación, Madre Mariana acogió gustosamente la llamada a cuidar a los leprosos de Hawai, después de que muchos se hubieran negado a ello. 

Con seis de sus hermanas de congregación, fue personalmente a dirigir el hospital en Oahu, fundando más tarde el hospital de Malulani en Maui y abriendo una casa para niñas de padres leprosos. 

Cinco años después aceptó la invitación a abrir una casa para mujeres y niñas en la isla de Molokai, encaminándose allí con valor y poniendo fin de hecho a su contacto con el mundo exterior. 

Allí cuidó al Padre Damián, entonces ya famoso por su heroico trabajo entre los leprosos, atendiéndolo mientras moría y continuando su trabajo entre los leprosos. 

En un tiempo en el que poco se podía hacer por aquellos que sufrían esta terrible enfermedad, Mariana Cope mostró un amor, valor y entusiasmo inmenso. Ella es un ejemplo luminoso y valioso de la mejor tradición de las hermanas enfermeras católicas y del espíritu de su amado san Francisco.



Kateri Tekakwitha nació en el actual Estado de Nueva York, en 1656, de padre mohawk y madre algonquina cristiana, quien le trasmitió la experiencia del Dios vivo. Fue bautizada a la edad de 20 años y, para escapar de la persecución, se refugió en la misión de san Francisco Javier, cerca de Montreal. Allí trabajó hasta que murió a los 24 años de edad, fiel a las tradiciones de su pueblo, pero renunciando a las convicciones religiosas del mismo. Llevando una vida sencilla, Kateri permaneció fiel a su amor a Jesús, a su oración y a su Misa diaria. Su deseo más alto era conocer y hacer lo que agradaba a Dios.

Kateri impresiona por la acción de la gracia en su vida, carente de apoyos externos, y por la firmeza de una vocación tan particular para su cultura. En ella, fe y cultura se enriquecen recíprocamente. 

Que su ejemplo nos ayude a vivir allá donde nos encontremos, sin renegar de lo que somos, amando a Jesús. Santa Kateri, protectora de Canadá y primera santa amerindia, te confiamos la renovación de la fe en los pueblos originarios y en toda América del Norte. Que Dios bendiga a los pueblos originarios.



La joven Anna Schäffer, de Mindelstetten, quería entrar en una congregación misionera. Nacida en una familia humilde, trabajó como criada buscando ganar la dote necesaria y poder entrar así en el convento. 

En este trabajo, tuvo un grave accidente, sufriendo quemaduras incurables en los pies que la postraron en un lecho para el resto de sus días. 

Así, la habitación de la enferma se transformó en una celda conventual, y el sufrimiento en servicio misionero. Al principio se rebeló contra su destino, pero enseguida, comprendió que su situación fue una llamada amorosa del Crucificado para que le siguiera. 

Fortificada por la comunión cotidiana se convirtió en una intercesora infatigable en la oración, y un espejo del amor de Dios para muchas personas en búsqueda de consejo. 

Que su apostolado de oración y de sufrimiento, de ofrenda y de expiación sea para los creyentes de su tierra un ejemplo luminoso. 

Que su intercesión intensifique la pastoral de los enfermos en cuidados paliativos, en su benéfico trabajo.

Queridos hermanos y hermanas, estos nuevos santos, diferentes por origen, lengua, nación y condición social, están unidos con todo el Pueblo de Dios en el misterio de la salvación de Cristo, el Redentor. 

Junto a ellos, también nosotros reunidos aquí con los Padres sinodales, procedentes de todas las partes del mundo, proclamamos con las palabras del salmo que el Señor «es nuestro auxilio y nuestro escudo», y le pedimos: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti» (Sal 32,20-22). 

Que el testimonio de los nuevos santos, de su vida generosamente ofrecida por amor de Cristo, hable hoy a toda la Iglesia, y su intercesión la fortalezca y la sostenga en su misión de anunciar el Evangelio al mundo entero.



NUEVO CICLO DE CATEQUESIS SOBRE 

EL TEMA DE LA  FE.



Ciudad del Vaticano, 17 octubre 2012 (VIS).-Benedicto XVI ha comenzado hoy un nuevo ciclo de catequesis, que se desarrollará a lo largo del Año de la Fe; un año convocado para que la Iglesia “renueve el entusiasmo de creer en Jesucristo (...)reavive la alegría de recorrer el camino que nos ha indicado y testimonie de modo concreto la fuerza transformadora de la fe”,dijo el Papa a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.

Con estas catequesis el Santo Padre quiere iniciar un camino para comprender que la fe “no es algo extraño o separado de la vida diaria; al contrario, es su alma. La fe en un Dios que es amor, y que se acercó al ser humano encarnándose y entregándose en la cruz para salvarnos y abrirnos de nuevo las puertas del cielo, indica, de forma luminosa, que la plenitud del ser humano estriba solo en el amor (...) Donde hay dominio, posesión, explotación (...) el hombre se empobrece, se degrada y desfigura. La fe cristiana, que obra en la caridad y es fuerte en la esperanza, no limita la vida sino que la humaniza”.

“Dios se ha revelado con palabras y obras en toda la larga historia de su amistad con el ser humano (...) ha atravesado el cielo para entrar en la tierra de los hombres como hombre, para que pudiéramos encontrarlo y escucharlo. Y, desde Jerusalén, el anuncio del Evangelio de la salvación se difundió hasta los confines de la tierra. La Iglesia, nacida del costado de Cristo, se hizo portadora de una esperanza nueva (...) Pero desde el principio se planteó el problema de la “regla de fe”, es decir de la fidelidad de los creyentes a la verdad del Evangelio (...) a la verdad salvadora sobre Dios y sobre el ser humano para custodiarla y transmitirla”.

La respuesta a la fórmula esencial de la fe, aseguró el pontífice, está en el Credo, en el Símbolo de la Fe en el que “se injerta la vida moral del cristiano que encuentra allí su fundamento y su justificación”. “La Iglesia tiene el deber de transmitir la fe, de comunicar el Evangelio para que las verdades cristianas sean luz en las nuevas transformaciones culturales y los cristianos sean capaces de dar razón de su esperanza”.

“Hoy vivimos en una sociedad que ha cambiado profundamente, incluso con respecto al pasado reciente, y que está en continuo movimiento. Los procesos de secularización y una mentalidad nihilista, por la cual todo es relativo, han marcado con fuerza la mentalidad común (...) Si el individualismo y el relativismo parecen dominar el ánimo de muchos contemporáneos, tampoco se puede decir que los creyentes sean completamente inmunes de estos peligros (...) El sondeo efectuado en todos los continentes para la celebración del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, ha evidenciado algunos: una fe vivida de forma pasiva y privada, el rechazo de la educación en la fe, la fractura entre fe y vida”.

“Hoy, a menudo, el cristiano ni siquiera conoce el núcleo central de su fe católica, del Credo y deja así lugar a una especie de sincretismo y relativismo religiosos, sin claridad acerca de las verdades en que creer y sobre la singularidad salvadora del cristianismo (...) Tenemos que volver a Dios, al Dios de Jesucristo; tenemos que volver a descubrir el mensaje del Evangelio y hacer que entre con más profundidad en nuestra conciencia y en nuestra vida cotidiana”.

“En estas catequesis del Año de la Fe -concluyó- me gustaría brindar una ayuda para cumplir este camino, para retomar y profundizar las verdades centrales de la fe sobre Dios, sobre el ser humano, sobre la Iglesia, sobre toda la realidad social y cósmica, meditando y reflexionando sobre las afirmaciones del Credo. Y quisiera que resultase claro que estos contenidos o verdades de la fe, atañen directamente a nuestras vivencias; requieren una   conversión de la existencia que da vida a un nuevo modo de creer en Dios”.

Al final de la catequesis el Papa saludó, entre otros, a los peregrinos polacos. “Ayer en el aniversario de la elección de Juan Pablo II a la sede de Pedro -dijo- lo recordamos como un gran guía de la fe, que introdujo a la Iglesia en el tercer milenio”.

Por último se dirigió en italiano a los representantes del movimiento “Actuar todos por la dignidad del cuarto mundo”, reunidos en la Plaza de San Pedro con motivo de la Jornada Mundial del Rechazo de la Miseria, convocada por las Naciones Unidas. “Os animo en vuestro compromiso para defender la dignidad y los derechos de cuantos se ven condenados a sufrir el azote de la   miseria, contra la cual la humanidad debe luchar sin descanso”, subrayó Benedicto XVI.


LA IGLESIA ES EL LUGAR DE TRANSMISIÓN DE LA FE
Ciudad del Vaticano, 31 octubre 2012 (VIS).-En la audiencia general de los miércoles Benedicto XVI, continuando la catequesis sobre la fe católica, partió esta vez de algunas preguntas: “¿Tiene la fe sólo un carácter personal, individual?, ¿Vivo la fe sólo?”.

“Ciertamente- dijo el Papa a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro- el acto de fe es eminentemente personal, es una experiencia íntima que marca un cambio de dirección, una conversión personal (...) 

Pero este creer no es el resultado de una reflexión solitaria (...) sino el fruto de una relación, de un diálogo (...) con Jesús que me hace salir de mi “yo” (...) para abrirme al amor de Dios Padre. 

Es como un renacer en que me descubro unido no sólo a Jesús, sino también a todos los que han recorrido y recorren el mismo camino, y este nuevo nacimiento, que empieza con el bautismo, prosigue a lo largo de toda la existencia”.

Sin embargo, observó el pontífice, “la fe personal no puede construirse sobre un diálogo privado con Jesús porque la fe me la da Dios a través de una comunidad creyente que es la Iglesia y me inserta en la multitud de creyentes en una comunión que no es sólo sociológica, sino radicada en el amor eterno de Dios (...)

El catecismo de la Iglesia Católica lo resume de forma clara : “Creer es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, genera, sostiene y nutre nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes”.

Al principio de la aventura cristiana, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos el día de Pentecostés “la Iglesia naciente recibe la fuerza para cumplir la misión que le confió el Señor resucitado: difundir en todos los rincones de la tierra el Evangelio; la buena noticia del Reino de Dios y guiar así a todos los hombres al encuentro con El, a la fe que salva (...) 

Inicia así el camino de la Iglesia, comunidad que difunde este anuncio en el tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios (...) y cuyos miembros no pertenecen a un particular grupo social o étnico: son hombres y mujeres procedentes de todas las naciones y todas las culturas. 

Es un pueblo “católico” que habla lenguas nuevas, abierto universalmente para acoger a todos, más allá de las fronteras, derribando todas las barreras”.

“La Iglesia, desde el principio, es el lugar de la fe, el lugar de la transmisión de la fe (...) Hay una cadena ininterrumpida de vida de la Iglesia, de anuncio de la Palabra de Dios, de celebración de los Sacramentos, que llega hasta nosotros y que llamamos Tradición; ella nos da la garantía de que lo creemos es el mensaje original de Cristo, predicado por los apóstoles (...) En la comunidad eclesial la fe personal crece y madura”.

Para ilustrar este punto el Papa explicó que en el Nuevo Testamento el término “santos” designa a los cristianos en su conjunto y “ciertamente -dijo- no todos tenían las cualidades para ser declarados santos por la Iglesia”. 

Este apelativo significaba que “aquellos que tenían fe (...) en Cristo resucitado estaban llamados a ser un punto de referencia para todos los demás, poniéndolos así en contacto con la persona y con el mensaje de Jesús que revela el rostro de Dios vivo (...) 

Esto es válido también para nosotros: un cristiano que, poco a poco, se deja guiar y plasmar por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus límites y dificultades, es como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la refleja en el mundo”.

“La tendencia, tan difundida hoy, a relegar la fe a la esfera privada contradice su misma naturaleza. Necesitamos a la Iglesia para confirmar nuestra fe y para experimentar juntos los dones de Dios (...) 

En un mundo donde el individualismo parece regir las relaciones entre las personas, haciéndolas cada vez más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para todo el género humano”, finalizó el Santo Padre



EL HOMBRE ES UN BUSCADOR DEL ABSOLUTO
Ciudad del Vaticano, 7 de noviembre de 2012 (VIS) - En la audiencia general de los miércoles Benedicto XVI, Continuando la catequesis Sobre la fe Católica, sí CENTRO Hoy en "un Fascinante Aspecto de la Experiencia Humana y Cristiana:. El hombre lleva en Sí sin misterioso Deseo de Dios ".

This Afirmación, DIJO el Papa, "you can Parecer Una provocación en el Ámbito de la cultura occidental secularizada. MUCHOS Nuestros Contemporáneos podrian objetar Que No se sienten en ningun Modo this Deseo de Dios. Para Amplios Sectores de la Sociedad, El ya no es el esperado , el Deseado, SINO MÁS bien Una Realidad Que deja indiferentes, ante la Cual ni Siquiera heno Que HACER El Esfuerzo de pronunciarse ".

"En Realidad, Lo Que HEMOS Definido Como 'Deseo de Dios' no ha Desaparecido Totalmente, y sí asoma todavia hoy, en MUCHOS modos, al Corazón del hombre. El deseo Humano Siempre Tiende a determinados Bienes Concretos, Que ningún hijo frecuentemente nada Espirituales , embargo y ante situaciones de pecado en sí la Question Sobre QUÉ Cosa 'el' Verdaderamente es bien, y Por Tanto, sí TIENE Que confrontar con algoritmos Que es Otro de SI, Que el hombre no Construir Florerias, Pero que es Llamado a reconocer ", afirmó el Santo Padre, Que Se Pregunto: "What is what you can Verdaderamente saciar El Deseo del hombre?"

"En mi primera encíclica, Deus caritas est, él intentado analizar Como. Este dinamismo en sí Realiza La Experiencia del Amor Humano, Experiencia Que en Nuestra Epoca MÁS it facilmente percibida COMO Momento de éxtasis, de salida de SI, COMO Lugar en el qué el hombre advierte Que lo atraviesa sin Deseo Que lo SUPERA. 

A Través del amor, el hombre y la mujer experimentan De Un Modo Nuevo, El Uno Al Otro gracias, la grandeza y la Belleza de la Vida y de lo real. Si ESTO Que experimento no es sencillo Una ilusión, si Verdaderamente Quiero el bien del Otro COMO also vía al mio bien, 'entonces' Tengo Que ESTAR dispuesto a des-centrarme, un Ponerme un su Servicio, Hasta la renuncia a mi Mismo. La Respuesta a la Question Sobre el SENTIDO de la Experiencia del amor pasa Pues a Través de la Purificación y la Curación del querer, exigida Por El Mismo Que Se bien QUIERE Para El otro ".

Heno Que, prosiguió Benedicto XVI, "ejercitarse, entrenarse, corregirse, párrafo QUE ESE bien pueda Verdaderamente servi querido", Pero ni Siquiera la persona amada "ES CAPAZ de saciar EL QUE VIVE dese en el Corazón del Hombre, MAS ES, CUANTO MÁS autentico es el Amor Hacia el Otro, Tanto en el alcalde de Grado this deja abierto el interrogante Sobre Su origen y Su Destino, Sobre la posibilidad de Que TIENE Durar Para Siempre ".

"Also sí podrian HACER Consideraciones análogas A propósito de OTRAS Experiencias Humanas, Como La Amistad, La Experiencia de la Belleza, el Amor Por El Conocimiento Todo Por El buen hombre experimentado en sí extiende Hacia el misterio Que envuelve al hombre Mismo;. Deseo Que Todo Se asoma al Corazón Humano sí HACE eco de la ONU fundamental Deseo Que No Se Sacia Nunca plenamente ".

Por Esto, DIJO el pontífice, "el hombre Conoce bien lo Que No Sacia lo, Pero No Florerias Imaginar o DEFINIR Lo Que Haría le Experimentar Aquella Felicidad Cuya nostalgia lleva en en el Corazón. No Se Puede Conocer a Dios solo a Través de del Deseo del hombre desde Este punto de vista el misterio resta:. El Hombre Es Un buscador del Absoluto, sin buscador Que Camina con Pasos Breves e inciertos ".

Also in our Época, aparentemente tan refractaria a la dimensión trascendente, "es Posible abrir camino HACIA UN SENTIDO El auténtico Religioso de la vida, Que Muestra Como El don de Ella d fe no es absurdo, no es irracional", afirmo Benedicto XVI Que propuso "una pedagogía del deseo (...) Que Comprende al Menos dos aspects: en imprimación Lugar, Aprender o re-Aprender el gusto Por las Auténticas alegrías de la vida. 

No sabor Todas las satisfacciones Producen en Nosotros ¿El Mismo Efecto: ALGUNAS dejan Una traza Positiva, hijo capaces de pacificar el ánimo, nep Hacen más Los Activos y generosos. Otras, en Cambio, despues d Ella Inicial luz parecen decepcionar las Expectativas Que habian suscitado y pueden DEJAR Detrás de Sí amargura, insatisfacción o sin SENTIDO de vacío ".

El Segundo Aspecto de la pedagogía del deseo es "no contentarse Nunca de lo Que Se ha Alcanzado del ya. Precisamente porqué las vegas alegrías verdaderas hijo capaces de baño Liberar Nosotros là sana Inquietud Que lleva una mas exigentes servi-sin querer MÁS bien alto, Más profundo - ya la Vez, Siempre Sentir con alcalde Claridad Que nada finito you can colmar Nuestro Corazón. 

Aprenderemos una oferta, desarmados, Hacia el bien Que No Podemos Construir o conseguir con Nuestras Fuerzas, a no dejarnos desanimar Por El cansancio o los obstaculos Que Vienen de Nuestro pecado ".
Por el Santo Padre ÚLTIMO DIJO Que "el dinamismo del deseo está Siempre abierto a la redención. 

Also this when sí adentra Por caminos desviados, Cuando persigue Paraísos Artificiales y parece Perder la Capacidad de anhelar El Verdadero bien. 

Also in El Abismo del Pecado No Se Apaga en el hombre Aquella chispa Que le permite reconocer el Verdadero bien, saborearlo, y sin ASI Empezar Recorrido de ascensión en el qué Dios, con el don de Su gracia, no le HACE Nunca faltar Su Ayuda . "

"No Se Trata de sofocar El Deseo Que está en el Corazón del hombre, sino de liberarlo, párr Que pueda Alcanzar Su Verdadera Altura. En El Deseo de Cuando sí abre la Ventana HACIA Dios, Esto es ya Una señal de la Presencia de la fe en el ánimo, fe Que es Una gracia de Dios ", concluyó Benedicto XVI.






TRES VÍAS AL CONOCIMIENTO DE DIOS: MUNDO, SER HUMANO Y FE
Ciudad del Vaticano, 14 noviembre 2012 (VIS).-Tres vías al conocimiento de Dios (el mundo, el ser humano y la fe) ha sido el tema de la catequesis de Benedicto XVI durante la audiencia general de los miércoles, que tuvo lugar en el Aula Pablo VI.
“Debo mencionar, sin embargo, -ha comenzado el Santo Padre- que la iniciativa de Dios siempre precede a cualquier iniciativa del hombre, y también en el camino hacia El, es el primero que nos ilumina, nos guía y nos conduce, respetando nuestra libertad (...) Dios no se cansa de buscarnos, es fiel al hombre que ha creado y redimido, se mantiene cerca de nuestras vidas, porque nos ama. Es una certeza que nos debe acompañar todos los días”.
“Hoy, como sabemos, no faltan dificultades y pruebas para la fe, a menudo poco entendida, contestada, rechazada (...) En el pasado, en Occidente, en una sociedad considerada cristiana, la fe era el ambiente en el que nos movíamos, la referencia y la adhesión a Dios eran, para la mayoría de las personas, parte de la vida cotidiana. El que no creía era, más bien, el que sentía la necesidad de justificar su incredulidad. En nuestro mundo, la situación ha cambiado y, cada vez más, el creyente debe ser capaz de dar razón de su fe (...) En nuestro tiempo hay un fenómeno particularmente peligroso para la fe: una forma de ateísmo que podríamos definir "práctico", que no niega las verdades de la fe o los rituales religiosos, sino que, simplemente, considera unas y otros irrelevantes para la existencia cotidiana, separados de la vida, inútiles. A menudo, se cree en Dios de una manera superficial, pero se vive "como si Dios no existiera" . Sin embargo, esta forma de vida resulta todavía más destructiva, porque lleva a la indiferencia hacia la fe y hacia la cuestión de Dios”.
“En realidad, el hombre separado de Dios, -ha afirmado el pontífice- se reduce a una sola dimensión, la horizontal y, precisamente, este reduccionismo es una de las causas fundamentales de los totalitarismos que han tenido consecuencias trágicas en el siglo pasado, así de como la crisis de valores que vemos en la realidad actual. Si se oscurece la referencia a Dios, se oscurece el horizonte ético”.
Frente a este cuadro, la Iglesia, “fiel al mandato de Cristo, no cesa de afirmar la verdad sobre el hombre y su destino. ¿Qué respuestas, está llamada a dar la fe con "delicadeza y respeto", al ateísmo, al escepticismo y la indiferencia sobre la dimensión vertical, para que la humanidad de nuestro tiempo siga interrogándose sobre la existencia de Dios y recorriendo los caminos que conducen a Él? Me gustaría señalar -ha apuntado el Santo Padre- algunos caminos que se derivan, tanto de la reflexión natural, como de la misma fuerza de la fe: el mundo, el hombre y la fe”.
Sobre la primera de estas vías, el mundo, el Papa ha subrayado que habría que “recuperar y devolver al hombre contemporáneo la posibilidad de contemplar la creación, su belleza, su estructura. El mundo no es un magma informe; cuanto más lo conocemos, y más descubrimos sus maravillosos mecanismos, más vemos un diseño, una inteligencia creadora. Albert Einstein decía que en las leyes de la naturaleza "se revela una razón tan superior que toda la racionalidad del pensamiento y de las leyes humanas es, a su lado, un reflejo absolutamente insignificante".
Para ilustrar el segundo camino, el ser humano, Benedicto XVI ha citado el Catecismo de la Iglesia Católica “Con su apertura a la verdad y a la belleza, su sentido del bien moral, su libertad y la voz de la conciencia, con su sed de infinito y de felicidad, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios”.
Por último, la fe. “Quien cree - ha dicho el Papa- está unido a Dios, está abierto a su gracia, a la fuerza de la caridad (...) y su fe no tiene miedo de mostrarse en la vida cotidiana, está abierta al diálogo que expresa profunda amistad por el camino de cada hombre, y sabe cómo encender luces de esperanza para la necesidad de rescate, de felicidad, de futuro. La fe, de hecho, es un encuentro con Dios que habla y actúa en la historia (...) Un cristiano, una comunidad laboriosa y fiel al designio de Dios, que ha sido el primero en amarnos, son una vía privilegiada para los que viven en la indiferencia o la duda acerca de su existencia y de su acción”.
Hoy en día, “muchos tienen una concepción limitada de la fe cristiana, porque la identifican con un mero sistema de creencias y valores, y no tanto con la verdad de un Dios que se ha revelado en la historia y está deseoso de comunicar con el ser humano,de tú, a tú,(...) En realidad, el fundamento de toda doctrina o valor es el acontecimiento del encuentro entre el hombre y Dios en Cristo Jesús. El cristianismo, antes que una moral o una ética, es el acontecimiento del amor, es acoger a la persona de Jesús”, ha finalizado Benedicto XVI.



BENEDICTO XVI: CREER ES RAZONABLE
Ciudad del Vaticano, 21 noviembre 2012 (VIS).-”Avanzamos en este año de la fe, llevando en el corazón la esperanza de volver a descubrir el gozo de creer y el entusiasmo de comunicar a todos la verdad de la fe (...) que nos revela que el encuentro con Dios valoriza, perfecciona y eleva lo que hay de verdadero, bueno y bello en el hombre” ha dicho el Papa en la catequesis de la audiencia general de los miércoles, celebrada en el Aula Pablo VI.

Una fe que es “el conocimiento de Dios-Amor, gracias a su propio amor” y que “nos abre los ojos y nos permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del individualismo y subjetivismo que desorientan las conciencias”.

Benedicto XVI ha elegido dedicar la catequesis a la racionalidad de esa fe en Dios, puntualizando que la tradición católica “ha rechazado desde el principio el llamado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la razón (...) Dios,efectivamente, no es absurdo, si acaso es un misterio (...) 

Y si mirando al misterio, la razón ve la oscuridad, no es porque en el misterio no haya luz, sino, más bien, porque hay demasiada. 

Es como cuando los ojos miran directamente al sol y sólo ven tinieblas: ¿ diríamos por eso que el sol no es brillante? (...) 

La fe permite mirar al "sol" de Dios, porque es acogida de su revelación en la historia (...) Dios se ha acercado a los seres humanos y se ha ofrecido a su conocimiento, condescendiendo a los límites de la razón humana”.

Al mismo tiempo Dios “con su gracia, ilumina la razón y le abre nuevos horizontes, inconmensurables e infinitos. Por eso, la fe es un fuerte incentivo para buscar siempre y no detenerse ni conformarse nunca ante el descubrimiento inagotable de la verdad y la realidad (...) 

Intelecto y fe, ante la revelación divina no son extraños o antagonistas, sino que son, uno y otra, condiciones para comprender el significado, para recibir el mensaje auténtico, acercándose al umbral del misterio (...) 

La fe católica es, pues, razonable y tiene también confianza en la razón humana (...) Asimismo, el conocimiento de la fe, no está en contra de la recta razón (...) En el irresistible deseo de verdad, sólo la relación armoniosa entre fe y razón representa el camino acertado que conduce a Dios y a la plenitud del ser”.

Sobre estas premisas, “acerca del nexo fecundo entre entender y creer, hunde también sus raíces la relación virtuosa entre la ciencia y la fe. 

La investigación científica conduce al conocimiento de verdades siempre nuevas sobre el hombre y el cosmos. 

El verdadero bien de la humanidad, que es accesible en la fe, abre el horizonte en que debe encuadrarse su camino de descubrimiento. 

Por lo tanto, hay que fomentar, por ejemplo, las investigaciones puestas al servicio de la vida y cuyo objetivo es erradicar la enfermedad. 

También son importantes las investigaciones para descubrir los secretos de nuestro planeta y del universo, conscientes de que el hombre es el culmen de la creación, no para explotarla insensatamente, sino para custodiarla y hacerla habitable”.

Así, la fe “no entra en conflicto con la ciencia; al contrario, coopera con ella, ofreciendo criterios básicos que promuevan el bien de todos, y le pide que renuncie sólo a las tentativas que -oponiéndose al plan original de Dios - pueden producir efectos que se vuelven contra el hombre mismo. 

También por esto, es razonable creer: si la ciencia es una aliada valiosa de la fe para la comprensión del diseño de Dios en el universo, la fe permite que el progreso científico se realice siempre para el bien y la verdad del hombre, fiel a este mismo diseño”.

“Por eso,-ha concluido el Santo Padre- es decisivo para el hombre abrirse a la fe y conocer a Dios y su proyecto de salvación en Jesucristo. 

Con el Evangelio se inaugura un nuevo humanismo, una verdadera "gramática" de lo humano y de toda realidad (...) Creer es razonable; está en juego nuestra existencia”.



HABLAR DE DIOS EN NUESTRO TIEMPO

Ciudad del Vaticano, 28 noviembre 2012 (VIS).- “¿Cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio para abrir caminos a su verdad salvadora?”. Estos han sido los interrogantes a los que el Santo Padre ha querido responder con la catequesis de la audiencia general de los miércoles, que ha tenido lugar en el Aula Pablo VI.




“En Jesús de Nazaret- ha dicho el Papa- encontramos el rostro de Dios que ha bajado de su Cielo, para sumergirse en el mundo de los hombres y enseñarnos el “arte de vivir”, el camino de la felicidad, para liberarnos del pecado y hacernos plenamente Hijos de Dios”.




“Hablar de Dios -ha proseguido- significa, ante todo, tener claro lo que debemos transmitir a los hombres y mujeres de nuestra época: Dios ha hablado con nosotros,(...) no un Dios abstracto, una hipótesis, sino un Dios concreto, un Dios que existe, que ha entrado en la historia y está presente en la historia; el Dios de Jesucristo (...) como respuesta a la pregunta fundamental de por qué y cómo vivir. 




Por eso hablar de Dios requiere un continuo crecimiento en la fe, una familiaridad con Jesús y su Evangelio, un profundo conocimiento de Dios y una fuerte pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito (...) sin temor a la humildad de los pequeños pasos y confiando en la levadura que entra en la masa y hace que crezca lentamente. 




Al hablar de Dios, en la obra de la evangelización, bajo la guía del Espíritu Santo, necesitamos recuperar la simplicidad, regresar a lo esencial del anuncio: la Buena Nueva del Dios concreto, que se interesa por nosotros, del Dios-amor que se acerca a nosotros en Jesucristo, hasta la Cruz ,y que en la Resurrección nos da esperanza y nos abre una vida que no tiene fin, la vida eterna”.




El Papa ha recordado que para San Pablo, comunicar la fe “no significa manifestar el propio yo sino decir abierta y públicamente lo que ha visto y sentido en el encuentro con Cristo, lo que ha experimentado en su vida ya transformada por ese encuentro. El Apóstol no se contenta de proclamar con las palabras, sino que implica toda su existencia en la gran obra de la fe(...) Para hablar de Dios, hay que dejarle sitio, con la confianza de que es Él quien actúa en nuestra debilidad: dejarle espacio sin miedo, con sencillez y alegría, con la profunda convicción de que cuanto más el centro sea Él y no nosotros, más será fructífera nuestra comunicación (...) Y esto es válido también para las comunidades cristianas que están llamadas a mostrar la acción transformadora de la gracia de Dios, superando individualismos, cierres, egoísmos, indiferencia y viviendo en las relaciones diarias el amor de Dios. 




Tenemos que ponernos en marcha para ser siempre y realmente anunciadores de Cristo y no de nosotros mismos”.




En este punto , ha proseguido, debemos preguntarnos “cómo comunicaba Jesús. Jesús (...) habla de su Padre - Abba lo llama - y del Reino de Dios, con los ojos llenos de compasión por los sufrimientos y las dificultades de la existencia humana. 



En los evangelios vemos cómo se interesa por todas las situaciones humanas que encuentra, se sumerge en la realidad de los hombres y mujeres de su tiempo, con una plena confianza en la ayuda del Padre(...) En Él, anuncio y vida están entrelazados: Jesús actúa y enseña, siempre a partir de una relación profunda con Dios Padre. 


Esta forma se convierte en una indicación fundamental para los cristianos: nuestro modo de vivir en la fe y en la caridad se transforma en un hablar de Dios hoy, porque demuestra, con una existencia vivida en Cristo, la credibilidad y el realismo de lo que decimos con palabras. 


Tenemos que prestar atención a interpretar los signos de los tiempos en nuestra época, a individuar el potencial, los deseos y los obstáculos de la cultura contemporánea; en particular el deseo de autenticidad, el anhelo de trascendencia, la sensibilidad por la salvaguardia de la creación, y comunicar sin temor la respuesta que ofrece la fe en Dios”.


“Hablar de Dios significa, por lo tanto, hacer entender con nuestras palabras y nuestras vidas que Dios no es un competidor de nuestra existencia, sino, al contrario el verdadero garante, el garante de la grandeza de la persona humana. 


Así que volvemos al principio: hablar de Dios es comunicar, con la fuerza y la sencillez, con la palabra y la vida, lo que es esencial: el Dios de Jesucristo, ese Dios que nos ha mostrado un amor tan grande como para encarnarse, para morir y resucitar por nosotros; ese Dios que nos invita a seguirlo y dejarnos transformar por su amor inmenso para renovar nuestra vida y nuestras relaciones; el Dios que nos ha dado a la Iglesia, para caminar juntos y, a través de la Palabra y los Sacramentos, renovar toda la ciudad de los hombres para que pueda llegar a ser la Ciudad de Dios”, ha concluido el Santo Padre.



DIOS TIENE UN DESIGNIO BENEVOLENTE PARA LA HUMANIDAD
Ciudad del Vaticano, 5 diciembre 2012 (VIS).-”El designio benevolente” de Dios para el hombre, del que habla San Pablo en la Carta a los Efesios, ha sido el tema elegido por el Santo Padre para la catequesis de la audiencia general de los miércoles. La oración de bendición que el apóstol Pablo eleva a Dios Padre en ese texto, ha dicho el Papa “nos introduce a vivir el tiempo de Adviento, en el contexto del Año de la Fe. El tema de este himno de alabanza es el plan de Dios para el hombre, definido con términos de gozo, asombro y agradecimiento (...) de misericordia y amor”.

El apóstol eleva esta bendición a Dios porque “ve su obrar en la historia de salvación, cuyo culmen ha sido la encarnación, muerte y resurrección de Jesús, y comprende cómo el Padre nos ha elegido antes de la creación del mundo para ser sus hijos adoptivos, en su Hijo Unigénito, Jesucristo (...). El “designio benevolente”, que el apóstol llama también el “plan de amor” es definido como “el misterio” de la voluntad divina, escondido y manifestado ahora en la persona y la obra de Cristo. La iniciativa divina precede toda respuesta humana, es un don gratuito de su amor que nos acoge y transforma”.

¿Cuál es el objetivo final de este plan misterioso? Es el de “recapitular en Cristo todas las cosas (...) y esto significa que en el gran designio de la creación y de la historia, Cristo se alza como el centro del camino del mundo, como la columna vertebral de todo, que atrae hacia sí toda la realidad para superar la dispersión y el límite y conducirla a la plenitud querida por Dios”.

Pero este "designio benevolente", ha explicado Benedicto XVI, “no se ha quedado, por decirlo de alguna forma, en el silencio de Dios, en las alturas de su cielo: nos lo ha dado a conocer entrando en relación con el ser humano, al cual no ha revelado algo, sino a sí mismo. No ha comunicado simplemente un conjunto de verdades, se ha comunicado a sí mismo, hasta llegar a ser uno de nosotros, a encarnarse (...) 

Esta comunión en Cristo, por el Espíritu Santo, ofrecida por Dios a todos los hombres con la luz de la Revelación, no es algo que se superpone a nuestra humanidad, sino el cumplimiento de los más profundos anhelos humanos, de ese deseo de infinito y de plenitud que habita en las profundidades del ser humano, y lo abre a una felicidad que no es temporal ni limitada, sino eterna”.

En esta perspectiva “el acto de fe es la respuesta del hombre a la Revelación de Dios que se da a conocer, que manifiesta su “designio benevolente” para la humanidad. Es (...) dejarse aferrar por la Verdad que es Dios, una verdad que es amor. Todo esto conduce a (...) una “conversión”, a un cambio de mentalidad, porque el Dios que se ha revelado en Cristo y nos ha dado a conocer su designio, nos aferra, nos atrae hacia Él, se convierte en el sentido que sostiene nuestra existencia, en la roca en la que ésta encuentra estabilidad”.

El Santo Padre ha concluido recordando que el Adviento “nos pone frente ante al misterio luminoso de la venida del Hijo de Dios; frente al gran "designio benevolente" con el que quiere atraernos a Sí, para hacernos vivir en plena comunión de alegría y paz con El y nos invita una vez más, en medio de tantas dificultades, a renovar la certeza de que Dios está presente, de que ha entrado en el mundo, haciéndose hombre como nosotros, para llevar a la plenitud su designio de amor. 

Y Dios nos pide que también nosotros seamos una señal de su acción en el mundo. A través de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor quiere, siempre de nuevo (...) que su luz resplandezca en nuestra noche”.



EL ADVIENTO NOS RECUERDA QUE DIOS SIGUE EN EL MUNDO
Ciudad del Vaticano, 12 diciembre 2012 (VIS).-Las etapas de la Revelación, señaladas en las Escrituras y que culminan en el Adviento de Jesús, han sido el tema de la catequesis de Benedicto XVI durante la audiencia general de los miércoles que ha tenido lugar en el Aula Pablo VI. 

En el Año de la Fe el Papa ha renovado la invitación a leer más a menudo la Biblia y a prestar atención a las lecturas de la misa dominical subrayando que todo ello constituye “un alimento inapreciable para nuestra fe”.

“Leyendo el Antiguo Testamento - ha observado el pontífice- vemos que las intervenciones de Dios en la historia del pueblo que ha elegido y con el que ha establecido una alianza, no son acontecimientos que pasan y caen en el olvido, sino que se convierten en 'memoria', constituyen la 'historia de salvación' mantenida viva en la conciencia del pueblo de Israel a través de la celebración de los eventos salvíficos” como la Pascua (...) Para todo el pueblo de Israel recordar lo que Dios ha hecho se convierte en una especie de imperativo permanente para que el paso del tiempo esté marcado por la memoria viva de los acontecimientos pasados, que así forman ,día tras día, de nuevo la historia y permanecen presentes (...) La fe es alimentada por el descubrimiento y el recuerdo del Dios que es siempre fiel, que guía la historia y es el fundamento seguro y estable sobre el que construir la vida propia”.

Benedicto XVI ha explicado que para Israel, el Éxodo “es el acontecimiento histórico central en que Dios revela su poderosa acción. Dios libera a los israelitas de la esclavitud en Egipto, para que puedan regresar a la Tierra Prometida y adorarlo como el único Dios verdadero. Israel no se pone en marcha para ser un pueblo como los demás (...) sino para servir a Dios, con el culto y con la vida, (...)y dar testimonio suyo ante los otros pueblos. Y la celebración de este evento es hacerlo presente y actual porque la obra de Dios no cesa”. Dios se revela no solo en el acto primordial de la creación, sino entrando en nuestra historia, en la historia de un pequeño pueblo que no era ni el más numeroso, ni el más fuerte. Y esta revelación de Dios (...) culmina en Jesucristo. Dios, el Logos, la Palabra creadora que está en el origen del mundo, se ha encarnado en Jesús y ha mostrado el verdadero rostro de Dios. En Jesús se cumplen todas las promesas, en Él culmina la historia de Dios con la humanidad”.

“El Catecismo de la Iglesia Católica -ha recordado el Santo Padre - resume las etapas de la revelación divina: Dios ha invitado al hombre, desde el principio, a una comunión profunda con Él, e incluso cuando el hombre, por su desobediencia, pierde su amistad, Dios no lo abandona al poder de la muerte; al contrario, le ofrece muchas veces su alianza. El Catecismo recorre el camino de Dios con el hombre desde la alianza con Noé después del diluvio, a la llamada de Abraham a salir de su tierra para hacerle padre de una multitud de pueblos. Dios constituye a Israel como su pueblo, a través del Éxodo, la alianza del Sinaí y el don, por medio de Moisés, de la Ley para ser reconocido y servido como el único Dios vivo y verdadero. Con los profetas, Dios conduce a su pueblo a la esperanza de la salvación (...) Al final no se espera ya sólo a un rey, a un hijo de David, sino a un “Hijo del hombre, la salvación para todos los pueblos (...) .Vemos así como el camino de Dios se ensancha, se abre cada vez más hacia el misterio de Cristo, el Rey del Universo. En Cristo se realiza finalmente la salvación en su plenitud, el designio benevolente de Dios. Él mismo se hace uno de nosotros”. Todas esas etapas demuestran “un único designio de salvación dirigido a toda la humanidad, que se revela y se realiza progresivamente con la potencia divina”.

El Papa ha concluido hablando del tiempo litúrgico de Adviento que nos prepara para la Navidad. “Como todos sabemos -ha dicho- la palabra 'Adviento' significa 'venida', 'presencia', y antiguamente indicaba la llegada del rey o del emperador a una determinada provincia. Para nosotros los cristianos, significa una realidad maravillosa y desconcertante. Dios mismo ha atravesado su cielo y se ha inclinado hacia el hombre; ha forjado una alianza con él, entrando en la historia de un pueblo. Él es el rey que ha bajado a esta pobre provincia que es la tierra, y nos ha obsequiado con su visita asumiendo nuestra carne, haciéndose hombre como nosotros. 

El Adviento nos invita a recorrer el camino de esta presencia y nos recuerda una y otra vez que Dios no se ha ido del mundo, que no está ausente, que no nos abandona; al contrario, nos sale al encuentro de diferentes maneras que tenemos que aprender a discernir. Y también nosotros, con nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad, estamos llamados, día tras día, a entrever esta presencia y dar testimonio de ella en el mundo a menudo superficial y distraído, a hacer que brille en nuestras vidas la luz que ha iluminado la gruta de Belén”.


AÑO DE LA FE: EL CARD. JOHN 

TONG HON PROPONE IMPULSAR LA 

CONFESIÓN Y LA FORMACIÓN


6 de noviembre, 2012. (Romereports.com) El obispo de Hong Kong, el cardenal John Tong Hon, dice que para hablar de Dios a la sociedad hace falta en primer lugar la conversión personal. Por eso, su receta para la Nueva Evangelización pasa por la confesión y la formación. 


Año de la Fe: El cardenal John Tong Hon propone impulsar la confesión y la formación


CARD. JOHN TONG HON

Obispo de Hong Kong (China)

“Es algo necesario. Yo, para ser honesto, recibo este sacramento al menos cada tres semanas. Acudo a mi confesor con frecuencia para confesarme”.

El cardenal apostó en su diócesis por la formación de los laicos y actualmente tiene mil catequistas con un profundo conocimiento de la fe cristiana. Este esfuerzo ha repercutido positivamente.

“Propuse cuatro prioridades en mi diócesis. La primera era la evangelización. De hecho, este año en la Vigilia pascual se bautizaron 3.500 adultos”.

Las otras prioridades son aumentar los centros de formación para sacerdotes, dar a conocer la vida religiosa y mostrar el cristianismo como una verdadera alternativa al materialismo y hedonismo





AÑO DE LA FE. EL ARZOBISPO DE 

MANILA DICE QUE CREER MEJORA 

LA CONFIANZA ENTRE LAS 

PERSONAS.

2012-11-11 18:00:




  
11 de noviembre, 2012. (Romereports.com) Durante el Año de la Fe la Iglesia realizará un esfuerzo para dar a conocer los contenidos del mensaje cristiano. El arzobispo de Manila, Luis Antonio Tagle, asegura que la fe es necesaria para conocer a Dios pero también para relacionarse con el resto de la sociedad.


MONS. LUIS ANTONIO TAGLE

Arzobispo de Manila, Filipinas.



“En la Nueva evangelización y el Año de la Fe, la Iglesia debe prestar atención al acto de fe, y también al contenido de la fe, y a cómo el corazón de la persona puede llegar a la fe y responder. Incluso en las relaciones humanas ordinarias, la fe, la confianza en los demás se está convirtiendo en algo muy difícil”.

El arzobispo de Manila explicó que la Nueva evangelización y el Año de la Fe están muy ligados. Cuando las personas creen en Dios, pueden confiar en los demás y comprometerse para hacer la sociedad mejor.


“Si no puedo confiar en las personas, si no puedo confiar en los bancos, si no puedo confiar en las instituciones políticas, si no puedo confiar en una persona... Entonces no habrá matrimonio, no habrá ningún compromiso para el desarrollo de la sociedad. Si no puedo confiar en los seres humanos, ¿cómo puedo creer en un Dios que no veo?”.

Por eso Luis Antonio Tagle, que el 24 de noviembre recibirá el birrete cardenalicio de manos de Benedicto XVI, asegura que crecer en la fe es una forma de mejorar las relaciones humanas.




P. RANIERO CANTALAMESSA, 

OFM Cap.: EL AÑO DE LA FE Y EL 

CATECISMO DE LA IGLESIA 

CATÓLICA



Iniciamos un nuevo ciclo de las predicaciones del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap, predicardor de la Casa Pontificia, que inicia el tiempo litúrgico de Adviento.

1. El libro "comido" 


En la predicación a la Casa Pontificia, trato de dejarme guiar, en la elección de temas, por las gracias o los eventos especiales que la Iglesia vive en un momento dado de su historia. Recientemente tuvimos la inauguración del Año de la Fe, el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II, y el Sínodo sobre la nueva evangelización y la transmisión de la fe cristiana. Pensé, por lo tanto, desarrollar en el Adviento una reflexión sobre cada uno de estos tres eventos.

Empiezo con el Año de la Fe. Para no perderme en un tema, la fe, que es tan vasto como el mar, me centro en un punto de la Carta Porta Fidei del santo padre, precisamente allí donde insta a hacer del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) (en el vigésimo aniversario de su publicación), el instrumento privilegiado para vivir fructuosamente la gracia de este año.

El papa escribe en su Carta:

"El Año de la Fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.En efecto, en él se pone de manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los maestros de teología a los santos de todos los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes modos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, para dar certeza a los creyentes en su vida de fe." 1

No hablaré ciertamente sobre el contenido del CEC, de sus divisiones, de sus criterios informativos; sería como tratar de explicar la Divina Comedia a Dante Alighieri. Prefiero hacer un esfuerzo por mostrar cómo hacer para que este libro, de instrumento tan silencioso, como un violín bien apoyado sobre un paño de terciopelo, se transforme en un instrumento que suene y sacuda los corazones. La Pasión de San Mateo de Bach, permaneció durante un siglo como una partitura escrita, conservada en los archivos de la música, hasta que en 1829 Felix Mendelssohn en Berlín hizo de ella una ejecución magistral, y desde ese día el mundo se enteró de qué melodías y coros sublimes, estaban contenidos en aquellas páginas que hasta entonces permanecian mudas.

Son realidades muy diferentes, es cierto, pero algo así pasa con cada libro que habla de la fe, como es el CEC: se debe pasar de la partitura a la ejecución, de la página muda a algo vivo que sacuda el alma. La visión de Ezequiel de la mano extendida sosteniendo un rollo, nos ayuda a entender lo que se requiere para que esto suceda:

"Yo miré: vi una mano tendida hacia mí, que sostenía un libro enrollado. Lo desenrolló ante mí: estaba escrito por el anverso y por el reverso; había escrito “Lamentaciones, gemidos y ayes”. Y me dijo: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo, y ve luego a hablar a la casa de Israel.” Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo, y me dijo: “Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.”Lo comí, y fue en mi boca dulce como la miel" (Ez. 2,9-3,3).

El Sumo Pontífice es la mano que, en este año, ofrece de nuevo a la Iglesia el CEC, diciendo a cada su miembro: "Toma este libro, cómetelo, llénate el estómago". ¿Qué significa comerse un libro? No es solo estudiarlo, analizarlo, memorizarlo, sino hacerlo carne de la propia carne y sangre de la propia sangre, "asimilarlo", como se hace con los alimentos que comemos. Transformarlo de fe estudiada, a fe vivida.

Esto no se puede hacer con toda la dimensión del libro, y con todas y cada una de las cosas en ella contenidas. No se puede hacer analíticamente, sino solo sintéticamente. Me explico. Debemos comprender el principio que informa y une todo, en suma, el corazón del CEC. ¿Y cuál es ese corazón? No es un dogma, o una verdad, una doctrina o un principio ético; es una persona: ¡Jesucristo! "Página tras página --escribe el santo padre a propósito del CEC, en la misma carta apostólica--, resulta que lo que se presenta no es una teoría, sino un encuentro con una persona que vive en la Iglesia."

Si toda la Escritura, como dice Jesús mismo, habla de él (cf. Jn. 5,39), si está preñada de Cristo y si todo se resume en él, ¿podría ser de otro modo para el CEC, que, de las Escrituras mismas, quiere ser una exposición sistemática, elaborada a partir de la Tradición, bajo la guía del Magisterio?

En la Primera parte, dedicada a la fe, el CEC recuerda el gran principio de santo Tomás de Aquino según el cual "el acto de fe del creyente no se detiene ante el enunciado, sino que alcanza la realidad" (Fides non terminatur ad enunciabile sed ad rem)2. Ahora, ¿cuál es la realidad, la "cosa" última de la fe? ¡Dios, por supuesto! Pero no un dios cualquiera que cada uno se retrata a su gusto y voluntad, sino el Dios que se ha revelado en Cristo, que se "identifica" con él hasta el punto de poder decir: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" y "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn. 1,18).

Cuando hablamos de fe "en Jesucristo" no separamos el Nuevo del Antiguo Testamento, no comenzamos la verdadera fe con la llegada de Cristo a la tierra. Si fuera así, sería como excluir del número de creyentes al mismo Abraham, a quien llamamos “nuestro padre en la fe” (cf. Rm. 4,16). Al identificar a su Padre con "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" (Mt. 22, 32) y con el Dios "de la ley y los profetas" (Mt. 22, 40), Jesús autentificó la fe judía, mostró su carácter profético, diciendo que ellos hablaban de él (cf. Lc. 24, 27.44; Jn. 5, 46). Esto es lo que hace a la fe judía diferente a los ojos de los cristianos, de cualquier otra fe, y que justifica la condición especial de que goza, después del Concilio Vaticano II, el diálogo con los judíos respecto a otras religiones.

2. Kerigma y Didaché

Al inicio de la Iglesia era clara la distinción entre kerigma y didaché. El kerigma, que Pablo llama también "el evangelio", se refería a la obra de Dios en Cristo Jesús, el misterio pascual de la muerte y resurrección, y consistía en fórmulas breves de fe, como la que se puede deducir del discurso de Pedro en el día de Pentecostés: "Ustedes lo mataron clavándole en la cruz, Dios le resucitó y lo ha constituído Señor" (cf. Hch. 2, 23-36), o también: "Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rm. 10,9).

La didaché indicaba, en cambio, la enseñanza sucesiva a la llegada de la fe, el desarrollo y la formación completa del creyente. Estaban convencidos (especialmente Pablo) que la fe, como tal, germinaba solo en presencia del kerigma. Este no era un resumen de la fe o una parte de la misma, sino la semilla de la cual nace todo lo demás. También los cuatro evangelios fueron escritos más tarde, precisamente con el fin de explicar el kerigma.

Incluso el más antiguo núcleo del credo hacía referencia a Cristo, de quien metía en luz el doble componente: humano y divino. Un ejemplo de ello es considerado el verso de la Carta a los Romanos que habla de Cristo "nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos" (Rm. 1,3-4 ). Pronto este núcleo primitivo, o credo cristológico, fue incluido en un contexto más amplio como el segundo artículo del símbolo de la fe. Nacen, incluso por exigencias relativas al bautismo, los símbolos trinitarios llegados hasta nosotros.

Este proceso es parte de lo que Newman llama "el desarrollo de la doctrina cristiana"; es una riqueza, no un alejamiento de la fe original. Nos corresponde a nosotros hoy en día --y en primer lugar a los obispos, a los predicadores, a los catequistas--, distinguir el carácter "aparte" del kerigma como momento germinal de la fe.

En una ópera, para retomar la metáfora musical, está el recitado y el cantado; y en el cantado están los "agudos" que conmueven a la audiencia y provocan emociones fuertes, a veces incluso escalofríos. Ahora sabemos cuál es el agudo de cada catequesis.

Nuestra situación ha vuelto a ser la misma que en el tiempo de los apóstoles. Ellos tenían ante sí un mundo precristiano para predicar el evangelio; nosotros tenemos ante nosotros, al menos en cierta medida y en algunos sectores, un mundo poscristiano para reevangelizar. Tenemos que regresar a su método, sacar a la luz "la espada del Espíritu", que es el anuncio, en Espíritu y poder, de Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm. 4,25).

El kerigma no es solo el anuncio de algunos hechos o verdades de fe claramente definidas; es también una atmósfera espiritual que se puede crear según lo que se diga, un contexto en el que todo se dispone. Está en el que anuncia, mediante su fe, permitirle al Espíritu Santo crear esta atmósfera.

Entonces, nos preguntamos, ¿cuál es el sentido del CEC? Lo mismo que en la Iglesia apostólica fue la didaché: formar la fe, dándole un contenido, mostrando sus exigencias éticas y prácticas, volviéndola una fe que "actúa por la caridad" (cf. Ga. 5,6). Lo clarifica bien un párrafo del mismo CEC. Después de recordar el principio tomista de que "la fe no termina en las formulaciones, sino en la realidad", añade:

"Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más"3.

Esta es la importancia del adjetivo "católico" en el título del libro. La fuerza de algunas iglesias no católicas es poner todo el énfasis en el momento inicial, en la llegada a la fe, en la adhesión al kerigma y en la aceptación de Jesús como Señor, visto, todo esto, como un "nacer de nuevo", o como "una segunda conversión". Sin embargo, esto puede convertirse en una limitación, si se detiene en eso y todo sigue girando en torno a eso.

Nosotros los católicos tenemos algo que aprender de estas iglesias, pero también tenemos mucho que dar. En la Iglesia católica esto es el comienzo, no el final de la vida cristiana. Después de esa decisión, se abre el camino hacia el crecimiento y la plenitud de la vida cristiana y, gracias a su riqueza sacramental, al magisterio, al ejemplo de muchos santos, la Iglesia católica se encuentra en una posición privilegiada para llevar a los creyentes a la perfección de la vida de fe.

El papa escribe en la citada carta Porta Fidei:

"A partir de la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los maestros de la teología a los santos que han pasado a través de los siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de las muchas maneras en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina para dar certeza a los creyentes en su vida de fe."

3. La unción de la fe

He hablado del kerigma como del "agudo" de la catequesis. Pero para producir este agudo no es suficiente levantar el tono de la voz, se necesita más. "Nadie puede decir '¡Jesús es Señor!' [¡esto es, por excelencia, el agudo!] sino en el Espíritu Santo" (1 Co. 15,3). El evangelista Juan hace una aplicación del tema de la unción, que se presenta particularmente actual en este Año de la fe. Él escribe:

"Ustedes tienen la unción del Santo, y todos ustedes lo saben [...] La unción que de él han recibido permanece en ustedes, y no necesitan que nadie se lo enseñe. Pero como su unción les enseña acerca de todas las cosas --y es verdadera y no es mentirosa--, como les ha enseñado, permanezcan en él" (1 Jn. 2, 20.27).

El autor de esta unción es el Espíritu Santo, como se deduce del hecho de que en otra parte, la función de "enseñar todas las cosas" es atribuida al Paráclito como "Espíritu de verdad" (Jn. 14, 26). Se trata, como escriben diferentes Padres, de una "unción de la fe": "La unción que viene del Santo –escribe Clemente de Alejandría--, se realiza en la fe"; "La unción es la fe en Cristo", dice otro escritor de la misma escuela4.

En su comentario, Agustín dirige en este sentido, una pregunta al evangelista. ¿Por qué, dice, has escrito tu carta, si aquellos a los que te dirigías habían recibido la unción que enseña acerca de todo, y no tenían necesidad de que nadie les instruyese? ¿Por qué este nuestro mismo hablar e instruir a los fieles? Y he aquí su respuesta, basada en el tema del maestro interior:

"El sonido de nuestras palabras golpea el oído, pero el verdadero maestro está dentro [...] Yo he hablado a todos, pero aquellos a los que no habla esa unción, a aquellos que el Espíritu no instruye internamente, se van sin haber aprendido nada [...] Por tanto, es el maestro interior el que realmente enseña; es Cristo, es su inspiración la que enseña."5

Hay una necesidad de instrucción desde fuera, necesitamos maestros; pero sus voces penetran en el corazón solo si se le añade aquella interior del Espíritu. "Y nosotros somos testigos de estos hechos, y también el Espíritu Santo que ha dado a los que le obedecen" (Hch. 5,32). Con estas palabras, pronunciadas ante el Sanedrín, el apóstol Pedro no solo afirma la necesidad del testimonio interno del Espíritu, sino también indica cuál es la condición para recibirlo: la voluntad de obedecer, de someterse a la Palabra.

Es la unción del Espíritu Santo que hace pasar de los enunciados de la fe a su realidad. El evangelista Juan habla de un creer que es también conocer: "Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene" (1 Jn. 4,16). "Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn. 6, 69). "Conocer", en este caso, como en general en toda la Escritura, no significa lo que hoy significa para nosotros, es decir, tener la idea o el concepto de una cosa. Significa experimentar, entrar en relación con la cosa o con la persona. La afirmación de la Virgen: "Yo no conozco varón", no quería decir que no sé lo que es un hombre...

Fue un caso de evidente unción de fe lo que Pascal experimentó en la noche del 23 de noviembre de 1654 y que fijó con cortas frases exclamativas en un texto encontrado después de su muerte, cosido en el interior de su chaqueta:

"Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni eruditos. Certeza. Certeza. Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo [...] Se le encuentra solamente en los caminos del Evangelio. [...] Alegría, alegría. Alegría, lágrimas de alegría. [...] Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y aquel a quien tú has enviado: Jesucristo".6

La unción de la fe se da generalmente cuando, sobre una palabra de Dios o sobre una declaración de fe, cae repentinamente la iluminación del Espíritu Santo, por lo general acompañado por una fuerte emoción. Me acuerdo que un año, en la fiesta de Cristo Rey, escuchaba en la primera lectura de la misa la profecía de Daniel sobre el Hijo del Hombre:

"Yo seguía mirando, y en la visión nocturna, vi venir sobre las nubes del cielo alguien parecido al Hijo del hombre, que se dirigió hacia el anciano y fue presentado ante él. Le dieron poder, honor y reino y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino no será destruido" (Dn. 7,13-14).

El Nuevo Testamento, se sabe, ha visto realizada la profecía de Daniel en Jesús; él mismo ante el Sanedrín, la hace suya (cf. Mt. 26, 64); una frase del texto ha entrado incluso en el Credo: “y su reino no tendrá fin”, ("cuius regnum non erit finis").

Yo sabía, por mis estudios, todo esto, pero en ese momento era otra cosa. Era como si la escena tuviera lugar allí, ante mis ojos. Sí, el Hijo del hombre que avanzaba era él, Jesús. Todas las dudas y las explicaciones alternativas de los eruditos, que también conocía, me parecían, en ese momento, excusas para no creer. Experimentaba, sin saberlo, la unción de la fe.

En otra ocasión (creo que he compartido ya esta experiencia en el pasado, pero ayuda a entender el asunto presente), asistía a la Misa de Gallo presidida por Juan Pablo II en San Pedro. Llegó el momento del canto de la Calenda, es decir, la proclamación solemne del nacimiento del Salvador, presente en el Martirologio antiguo y reintroducida en la liturgia de Navidad después del Concilio Vaticano II:

"Muchos siglos después de la creación del mundo... Trece siglos después del Éxodo de Egipto... En la centésima nonagésima quinta Olimpiada, en el año 752 de la fundación de Roma... En el quadragésimo segundo año del imperio de César Augusto, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo, después de nueve meses, nació en Belén de Judea, de la Virgen María, hecho hombre".

Al llegar a estas últimas palabras sentí una repentina claridad interior, por lo que recuerdo haber dicho a mí mismo: "¡Es cierto! ¡Es verdad todo esto que se canta! No son solo palabras. El Eterno entra en el tiempo. El último evento de la serie rompió la serie; ha creado un "antes" y un "después" irreversibles; el cómputo del tiempo que antes tenía lugar en relación a diferentes eventos (los Juegos Olímpicos tales, el reino de aquel), ahora se lleva a cabo en relación con un evento único": antes de él, después de él. Una conmoción repentina me atravesó totalmente, y sólo pude decir: "¡Gracias, Santísima Trinidad, y también gracias a ti, Santa Madre de Dios!".

La unción del Espíritu Santo también produce un efecto, por así decirlo, "colateral" en el que anuncia: le hace experimentar la alegría de anunciar a Cristo y su Evangelio. Transforma la tarea de la evangelización de solo incumbencia y deber, a un honor y un motivo de gozo. Es la alegría que conoce bien el mensajero que lleva a una ciudad sitiada, el anuncio de que el asedio fue levantado; o el heraldo que en la antigüedad corría por delante, para llevarle a la gente el anuncio de una victoria decisiva obtenida en el campo de su propio ejército. La "buena noticia", incluso antes de que al destinatario que la recibe, hace feliz al que la porta.

La visión de Ezequiel del rollo que se come, ha sucedido una vez en la historia en el sentido literal y no solo metafóricamente. Fue cuando el libro de la palabra de Dios ha resumido en una sola Palabra, el Verbo. El Padre lo ha portado a María; María lo ha acogido, ha llenado de él, incluso físicamente, su vientre, y luego se lo dio al mundo. Ella es el modelo de todo evangelizador y de todo catequista. Nos enseña a llenarnos con Jesús para darlo a los otros. María concibió a Jesús "por obra del Espíritu Santo", y así debe ser en cada predicador.

El santo padre concluye su carta de convocatoria al Año de la fe con una referencia a la Virgen: "Confiamos, escribe, a la Madre de Dios, proclamada "bendita" porque" ha creído" (Lc. 1,45), este tiempo de gracia"7. Le pedimos que nos obtenga la gracia de experimentar, en este año, muchos momentos de unción de la fe. "Virgo Fidelis, ora pro nobis." Virgen creyente, ruega por nosotros.

Traducción del original italiano por José Antonio Varela V.

1 Benedicto XVI, Carta apost. Porta Fidei, n.11

2 S. Tomàs de Aquino, Summa theologiae, II-II, 1,2,ad 2; cit. in CCC, n.170.

3 CEC, n. 170

4 Clemente Al. Adumbrationes in 1 Johannis (PG 9, 737B); Homéliies paschales (SCh 36, p.40): testi citati da I. de la Potterie, L’unzione del cristiano con la fede, in Biblica 40, 1959, 12-69.

5 S. Agostino, Comentario a la Primera Carta de Juan 3,13 (PL 35, 2004 s).

6 B. Pascal, Memorial, ed. Brunschvicg. 


7 “Porta fidei”, nr. 15.



SEGUNDA PREDICACIÓN DE 

ADVIENTO:

El CONCILIO VATICANO II OBRA 

DEL  ESPÍRITU SANTO
2012-12-14
RV).- Este viernes de la segunda semana del tiempo de Adviento Benedicto XVI junto a la Curia Romana, asistió -en la Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico a la segunda predicación de Adviento dictada por el padre capuchino Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa pontificia. 

El Concilio Vaticano II, el modo de acceder a su lectura y comprensión a 50 años de distancia de su apertura ha sido el tema en el que el padre Raniero Cantalamessa centró sus reflexiones de Adviento. El religioso capuchino puso en evidencia que además de mirar los textos del Concilio para trazar un balance, también se hace necesario reconocer en el mismo Concilio el papel del Espíritu Santo.

Patricia L. Jáuregui Romero - Radio Vaticano / @pjuregui
TEXTO TRADUCIDO AL ESPAÑOL: 



Padre Raniero Catalamessa -  Adviento



Segunda predicación di Adviento


El Concilio Vaticano II: 50 años después

Una clave de lectura

1. El Concilio: hermenéutica de la ruptura y de la continuidad

En esta meditación querría reflexionar sobre el segundo motivo de celebración de este año: el 50º aniversario del Concilio Vaticano II. En las últimas décadas se han multiplicado los intentos de trazar un balance de los resultados del Concilio Vaticano II. No es el caso de continuar en esta línea, ni, por otra parte, lo permitiría el tiempo a disposición. Paralelamente a estas lecturas analíticas ha existido, desde los años mismos del Concilio, una evaluación sintética, o en otras palabras, la investigación de una clave de lectura del acontecimiento conciliar. Yo quisiera insertarme en este esfuerzo e intentar, incluso, una lectura de las distintas claves de lectura.

Fueron básicamente tres: actualización, ruptura, novedad en la continuidad. Juan XXIII, al anunciar al mundo el concilio, usó repetidamente la palabra «aggiornamento = actualización», que gracias a él entró en el vocabulario universal.
En su discurso de apertura del Concilio dio una primera explicación de lo que entendía con este término: «El Concilio Ecuménico XXI quiere transmitir la doctrina católica pura e íntegramente, sin atenuaciones ni deformaciones, [...]. 
Deber nuestro no es sólo estudiar ese precioso tesoro, como si únicamente nos preocupara su antigüedad, sino dedicarnos también, con diligencia y sin temor, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que recorre la Iglesia desde hace veinte siglos [...]. 
Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias de nuestro tiempo».
Sin embargo, a medida que progresaban los trabajos y las sesiones del Concilio, se delinearon dos facciones opuestas según que, de las dos necesidades expresadas por el Papa, se acentuara la primera o la segunda: es decir, la continuidad con el pasado, o la novedad respecto de éste. 
En el seno de estos últimos, la palabra aggiornamento terminó siendo sustituida por la palabra ruptura. Pero con un espíritu y con intenciones muy diferentes, dependiendo de su orientación. 
Para el ala llamada progresista, se trataba de una conquista que había que saludar con entusiasmo; para el frente opuesto, se trataba de una tragedia para toda la Iglesia. 
Entre estos dos frentes —coincidentes en la afirmación del hecho, pero opuestos en el juicio sobre él—, se sitúa la posición del Magisterio papal que habla de «novedad en la continuidad». 
Pablo VI, en la Ecclesiam suam, retoma la palabra aggiornamento de Juan XXIII, y dice que la quiere tener presente como «dirección programática». 
Al inicio de su pontificado, Juan Pablo II confirmó el juicio de su predecesor y, en varias ocasiones, se expresó en la misma línea. Pero ha sido sobre todo el actual papa Benedicto XVI el que ha explicado qué entiende el Magisterio de la Iglesia por «novedad en la continuidad». 
Lo hizo pocos meses después de su elección, en el famoso discurso programático a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005. Escuchemos algunos pasajes:
«Surge la pregunta: ¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. 
Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. 
Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos. Por una parte existe una interpretación que podría llamar “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. […] 
A la hermenéutica de la discontinuidad se opone la hermenéutica de la reforma».Benedicto XVI admite que ha habido una cierta discontinuidad y ruptura, pero ésta no afecta a los principios y a las verdades a la base de la fe cristiana, sino a algunas decisiones históricas. 
Entre éstas enumera la situación de conflictividad que se ha creado entre la Iglesia y el mundo moderno, que culminó con la condena en bloque de la modernidad bajo Pío IX, pero también situaciones más recientes, como la creada por los avances de la ciencia, por la nueva relación entre las religiones con las implicaciones que ello tiene para el problema de la libertad de conciencia; no en último lugar, la tragedia del Holocausto que imponía un replanteamiento de la actitud hacia el pueblo judío. 

«Es claro que en todos estos sectores, que en su conjunto forman un único problema, podría emerger una cierta forma de discontinuidad y que, en cierto sentido, de hecho se había manifestado una discontinuidad, en la cual, sin embargo, hechas las debidas distinciones entre las situaciones históricas concretas y sus exigencias, resultaba que no se había abandonado la continuidad en los principios; este hecho fácilmente escapa a la primera percepción. 
Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma».Si del plano axiológico, es decir, el de los principios y valores, pasamos al plano cronológico, podríamos decir que el Concilio representa una ruptura y una discontinuidad respecto al pasado próximo de la Iglesia, y representa, en cambio, una continuidad con respecto a su pasado remoto. 
En muchos puntos, sobre todo en el punto central que es la idea de Iglesia, el Concilio ha querido realizar una vuelta a los orígenes, a las fuentes bíblicas y patrísticas de la fe.

La lectura del Concilio hecha propia por el Magisterio, es decir, la de la novedad en la continuidad, tuvo un precursor ilustre en el Ensayo sobre desarrollo de la doctrina cristiana del cardinal Newman, definido a menudo, también por esto, como «el Padre ausente del Vaticano II». Newman demuestra que, cuando se trata de una gran idea filosófica o de una creencia religiosa, como es el cristianismo, «no se pueden juzgar desde sus inicios sus virtualidades y metas a las que tiende. [...]. 
Según las nuevas relaciones que tenga, surgen peligros y esperanzas y aparecen principios antiguos bajo forma nueva. Ella muda junto con ellos para permanecer siempre idéntica a sí misma. En un mundo sobrenatural las cosas van de otra forma, pero aquí en la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones».

San Gregorio Magno anticipaba, de algún modo, esta convicción cuando afirmaba que la Escritura cum legentibus crescit, «crece con aquellos que la leen»; es decir, crece a fuerza de ser leída y vivida, a medida que surgen nuevas solicitudes y nuevos desafíos por la historia. 
La doctrina de la fe cambia, por tanto, pero para permanece fiel a sí misma; muda en las coyunturas históricas, para no cambiar en la sustancia, como decía Benedicto XVI. Un ejemplo banal, pero indicativo, es el de la lengua. Jesús hablaba la lengua de su tiempo; no el hebreo, que era la lengua noble y de las Escrituras (¡el latín del tiempo!), sino el arameo hablado por la gente. 
La fidelidad a este dato inicial no podía consistir, y no consistió, en seguir hablando en arameo a todos los futuros oyentes del Evangelio, sino en hablar griego a los griegos, latín a los latinos, armenio a los armenios, copto a los coptos, y así siguiendo hasta nuestros días. Como decía Newman, es precisamente cambiando como a menudo se es fiel al dato originario.
2. La carta mata, el espíritu de la vita
Con todo el respeto y la admiración debidos a la inmensa y pionera contribución del cardenal Newman, a distancia de un siglo y medio de su ensayo y con lo que el cristianismo ha vivido entretanto, no se puede, sin embargo, dejar de señalar también una laguna en el desarrollo de su argumento: la casi total ausencia del Espíritu Santo. 
En la dinámica del desarrollo de la doctrina cristiana, no se tiene en cuenta suficientemente: el papel preponderante que Jesús había reservado al Paráclito en la revelación de esas verdades que los apóstoles no podían entender en el momento y para conducir a la Iglesia «a la verdad plena» (Jn 16, 12-13).

¿Qué es lo que permite hablar de novedad en la continuidad, de permanencia en el cambio, si no es precisamente la acción del Espíritu Santo en la Iglesia? Lo había entendido perfectamente san Ireneo cuando afirma que la revelación es como un «depósito precioso contenido en una vasija valiosa que, gracias al Espíritu de Dios, rejuvenezca siempre y hace rejuvenecer también a la vasija que lo contiene» . 
El Espíritu Santo no dice palabras nuevas, no crea nuevos sacramentos, nuevas instituciones, pero renueva y vivifica constantemente las palabras, los sacramentos y las instituciones creadas por Jesús. No hace cosas nuevas, pero, ¡hace nuevas las cosas! La insuficiente atención al papel del Espíritu Santo explica muchas de las dificultades que se han creado en la recepción del Concilio Vaticano II. 
La tradición, en nombre de la cual algunos han rechazado el concilio, era una Tradición donde el Espíritu Santo no jugaba ningún papel. Era un conjunto de creencias y prácticas fijado una vez para siempre, no la onda de la predicación apostólica que avanza y se propaga en los siglos y que, como toda onda, sólo se puede captar en movimiento. 
Congelar la Tradición y hacerla partir o terminar en un cierto punto, significa hacer de ella una tradición muerta y no como la define Ireneo, una «Tradición viva». Charles Péguy expresa, como poeta, esta gran verdad teológica: 

«Jesús no nos ha dado palabras muertas que nosotros debamos encerrar en pequeñas cajas (o en grandes), y que debamos conservar en aceite rancio... Como las momias de Egipto. 

Jesucristo, niña,no nos ha dado conservas de palabras que haya que conservar.

Sino que nos ha dado palabras vivas para alimentar... De nosotros depende, enfermos y carnales,hacer vivir, alimentar y mantener vivas en el tiempo esas palabras pronunciadas vivas en el tiempo».

En seguida hay que decir, sin embargo, que también en el lado del extremismo opuesto las cosas no iban de modo distinto. Aquí se hablaba gustosamente del «espíritu del Concilio», pero no se trataba, lamentablemente, del Espíritu Santo. 
Por «espíritu del Concilio» se entendía ese mayor impulso, valentía innovadora, que no habría podido entrar en los textos del Concilio por las resistencias de algunos y de los compromisos necesarios entre las partes.
Querría tratar ahora de explicar lo que me parece que es la verdadera clave de lectura neumatológica del Concilio, es decir, cuál es el papel del Espíritu Santo en la actuación del Concilio. 
Retomando un pensamiento audaz de san Agustín a propósito del dicho paulino sobre la letra y el espíritu (2 Cor 3,6) San Tomás de Aquino escribe:
«Por letra se entiende cualquier ley escrita que queda fuera del hombre, también los preceptos morales contenidos en el Evangelio; por lo cual también la letra del Evangelio mataría, si no se añadiera, dentro, la gracia de la fe que sana».
En el mismo contexto, el santo Doctor afirma: «La ley nueva es principalmente la misma gracia del Espíritu Santo que se da a los creyentes». Los preceptos del Evangelio son también la nueva ley, pero en sentido material, en cuanto al contenido; la gracia del Espíritu Santo es la ley nueva en sentido formal, porque da la fuerza para poner en práctica los mismos preceptos evangélicos. Es la que Pablo define como «la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús» (Rom 8, 2),

Éste es un principio universal que se aplica a cualquier ley. Si incluso los preceptos evangélicos, sin la gracia del Espíritu Santo, serían «letra que mata», ¿qué decir de los preceptos de la Iglesia, y qué decir, en nuestro caso, de los decretos del Concilio Vaticano II? 
La «implementación», o la aplicación del Concilio no tiene lugar, por lo tanto, de manera inmediata, no hay que buscarla en la aplicación literal y casi mecánica del Concilio, sino «en el Espíritu», entendiendo con ello el Espíritu Santo y no un vago «espíritu del concilio» abierto a cualquier subjetivismo.
El Magisterio papal fue el primero en reconocer esta exigencia. Juan Pablo II, en 1981, escribía:
«Toda la labor de renovación de la Iglesia, que el Concilio Vaticano II ha propuesto e iniciado tan providencialmente —renovación que debe ser al mismo tiempo “puesta al día” y consolidación en lo que es eterno y constitutivo para la misión de la Iglesia— no puede realizarse a no ser en el Espíritu Santo, es decir, con la ayuda de su luz y de su virtud».

3. ¿Dónde buscar los frutos del Vaticano II

¿Ha existido, en realidad, esto «nuevo Pentecostés»? Un conocido estudioso de Newman, Ian Ker, ha puesto de relieve la contribución que él puede dar, además de al desarrollo del Concilio, también a la comprensión del post-Concilio. 
A raíz de la definición de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I en 1870, el cardinal Newman fue llevado a hacer una reflexión general sobre los concilios y sobre el sentido de sus definiciones. Su conclusión fue que los concilios pueden tener a menudo efectos no pretendidos en el momento por aquellos que participaron en ellos. 
Estos pueden ver mucho más en ellos, o mucho menos, de lo que sucesivamente producirán tales decisiones. De este modo, Newman no hacía más aplicar a las definiciones conciliares el principio del desarrollo que había explicado a propósito de la doctrina cristiana en general. 
Un dogma, toda gran idea, no se comprende plenamente si no después de que se han visto las consecuencias y los desarrollos históricos; después de que el río —por usar su imagen— desde el terreno accidentado que lo ha visto nacer, descendiendo, encuentra finalmente su lecho más amplio y profundo. 

Ocurrió así a la definición de la infalibilidad papal que en el clima encendido del momento pareció a muchos que contenía mucho más de lo que, de hecho, la Iglesia y el Papa mismo dedujeron de ella. 
No hizo ya inútil cualquier futuro concilio ecuménico, como alguno temió o esperó en el momento: el Vaticano II es la confirmación. Todo esto encuentra una singular confirmación en el principio hermenéutico de Gadamer de la «historia de los efectos» (Wirkungsgeschichte), según el cual para comprender un texto es preciso tener en cuenta los efectos que haya producido en la historia, al integrarse en esta historia y dialogando con ella. 
Es lo que sucede de forma ejemplar en la lectura espiritual de la Escritura. Ella no explica el texto sólo a la luz de lo que lo ha precedido, como hace la lectura histórico-filológica con la investigación de las fuentes, sino también a la luz de lo que lo ha seguido; explica la profecía a la luz de su realización en Cristo, el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo. 

Todo esto arroja una singular luz sobre el tiempo del post-Concilio. También aquí las verdaderas realizaciones se sitúan quizás en una parte diferente hacia la que nosotros mirábamos. 
Nosotros mirábamos al cambio en las instituciones, a una diferente distribución del poder, a la lengua a utilizar en la liturgia, y no nos dábamos cuenta de lo pequeñas que eran estas novedades en comparación con lo que el Espíritu Santo estaba obrando. 
Hemos pensado romper con nuestras manos los odres viejos y nos hemos dado cuenta de que eran más resistentes y duros que nuestras manos, mientras que Dios nos ofrecía su método de romper los odres viejos, que consiste en poner en ellos el vino nuevo. Quería renovarlos desde dentro, espontáneamente, no asaltándolos desde el exterior.

A la pregunta de si ha habido un nuevo Pentecostés, se debe responder sin vacilación: ¡Sí! ¿Cuál es su signo más convincente? La renovación de la calidad de vida cristiana, allí donde este Pentecostés ha sido acogido. 
Todos están de acuerdo en considerar como el hecho más nuevo y más significativo del Vaticano II los dos primeros capítulos de la Lumen gentium, donde se define a la Iglesia como sacramento y como pueblo de Dios en camino bajo la guía del Espíritu Santo, animada por sus carismas, bajo la guía de la jerarquía. 
La Iglesia como misterio y no solamente institución. Juan Pablo II ha lanzado nuevamente esta visión haciendo de su aplicación el compromiso prioritario en el momento de entrar en el nuevo milenio .Nos preguntamos: ¿de dónde ha pasado esta imagen de Iglesia de los documentos a la vida? ¿Dónde ha tomado «carne y sangre»? ¿Dónde se vive la vida cristiana según «la ley del Espíritu», con alegría y convicción, por atracción y no por coacción? ¿Dónde se tiene la palabra de Dios en gran honor, se manifiestan los carismas y es más sentida el ansia por una nueva evangelización y por la unidad de los cristianos?

La respuesta ultima a esta pregunta sólo la conoce Dios, pues se trata de un hecho interior que acontece en el corazón de las personas. Tendríamos que decir del nuevo Pentecostés lo que Jesus decía del reino de Dios: “Ni se dirá: Vedlo aquí o allá, porque, mirad, el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17,21). 
Sin embargo, es posible discernir algunos signos, ayudados también por la sociología religiosa que se ocupa de estos fenómenos. Desde este punto de vista, la respuesta que se da a aquella pregunta desde varias partes es: ¡en los movimientos eclesiales! 
Pero hay que precisar una cosa en seguida. De los movimientos eclesiales forman parte, si no en la forma sí en la sustancia, también esas parroquias y comunidades nuevas, donde se vive la misma koinonia y la misma calidad de vida cristiana. 
Desde este punto de vista, movimientos, parroquias y comunidades espontáneas no deben ser vistos en oposición o en competencia entre sí, sino unidos en la realización, en contextos diferentes, de un mismo modelo de vida cristiana. 
Entre ellas se deben enumerar también las denominadas «comunidades de base», al menos aquellas en las que el factor político no ha tomado la ventaja al factor religioso.

Sin embargo, es necesario insistir en el nombre correcto: movimientos «eclesiales», no movimientos «laicales». La mayor parte de ellos están formados, no por uno solo, sino por todos los componentes eclesiales: laicos, ciertamente, pero también obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas. 
Representan el conjunto de los carismas, el «pueblo de Dios» de la Lumen gentium. Sólo por razones prácticas (porque ya existe la Congregación del clero y la de los religiosos) se ocupa de ellos el «Pontificio Consejo de los laicos».Juan Pablo II veía en estos movimientos y comunidades parroquiales vivas «los signos de una nueva primavera de la Iglesia». 
En el mismo sentido se ha expresado, en varias ocasiones, el papa Benedicto XVI. En la homilía de la Misa crismal del Jueves Santo de 2012 dijo:
«Mirando a la historia de la época post-conciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en momentos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del Espíritu Santo».
Hablando de los signos de un nuevo Pentecostés, no se puede dejar de mencionar en particular, aunque sólo fuera por la amplitud del fenómeno, a la Renovación Carismática, o Renovación en el Espíritu. 
Cuando, por primera vez, en 1973, uno de los artífices mayores del Vaticano II, el cardinal Suenens, oyó hablar del fenómeno, estaba escribiendo un libro titulado El Espíritu Santo, fuente de nuestras esperanzas, y esto es lo que relata en sus memorias:
«Dejé de escribir el libro. Pensé que era una cuestión de la más elemental coherencia prestar atención a la acción del Espíritu Santo, por lo que pudiera manifestarse de manera sorprendente. Estaba particularmente interesado en la noticia del despertar de los carismas, por cuanto el Concilio había invocado un despertar semejante». 
Y esto es lo que escribió después de haber comprobado en persona y vivido desde dentro dicha experiencia, compartida mas tarde por millones de otras personas:
«De repente, san Pablo y los Hechos de los apóstoles parecían hacerse vivos y convertirse en parte del presente; lo que era auténticamente verdad en el pasado, parece que ocurre de nuevo ante nuestros ojos. 
Es un descubrimiento de la verdadera acción del Espíritu Santo que siempre está actuando, tal como Jesús mismo prometió. Él mantiene su palabra. Es de nuevo una explosión del Espíritu de Pentecostés, una alegría que se había hecho desconocida para la Iglesia». 
Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades no realizan por cierto todas las potencialidades y las esperas del Concilio, pero responden a la mas importante de ellas, al menos a los ojos de Dios. No son libres de debilidades humanas y a veces de fracasos, pero ¿cual grande novedad ha hecho su aparición en la historia de la Iglesia de manera diferente? ¿No pasó lo mismo cuando, en el siglo XIII, hicieron su aparición las ordenes mendicantes? También en esta ocasión fueron los Romanos pontífices, sobre todo Inocencio III, quienes por primeros acogieron la novedad del momento y animaron el resto del episcopado a hacer lo mismo. 

4. Una promesa cumplida
Entonces, nos preguntamos, ¿cuál es el significado del Concilio, entendido como el conjunto de los documentos producidos por él, la Dei Verbum, la Lumen gentium, Nostra aetate, etc.? ¿Los dejaremos de lado para esperar todo del Espíritu? 
La respuesta está contenida en la frase con la que Agustín resume la relación entre la ley y la gracia: «La ley fue dada para que se buscara la gracia y la gracia fue dada para que se observara la ley». 

Por tanto, el Espíritu no dispensa de valorar también la letra, es decir, los decretos del Vaticano II; al contrario, es precisamente él quien empuja a estudiarlos y a ponerlos en práctica. Y, de hecho, fuera del ámbito escolar y académico donde ellos son materia de debate y de estudio, es precisamente en las realidades eclesiales recordadas anteriormente donde son tenidos en mayor consideración.
Lo he experimentado yo mismo. Yo me liberé de los prejuicios contra los judíos y contra los protestantes, acumulados durante los años de formación, no por haber leído Nostra aetate, sino por haber hecho yo también, en mi pequeñez y por mérito de algunos hermanos, la experiencia del nuevo Pentecostés. 
Después descubrí Nostra aetate, igual que descubrí la Dei Verbum después de que el Espíritu hizo nacer en mí el gusto por la palabra de Dios y el deseo di evangelizar. Pero yo sé que el movimiento es en los dos sentidos: algunos de la letra ha sido empujados a buscar el Espíritu, otros del Espíritu han sido empujados a observar la ley.

El poeta Thomas S. Eliot escribió unos versos que nos pueden iluminar en el sentido de las celebraciones de los 50 años del Vaticano II:«No debemos detenernos en nuestra exploración y el fin de nuestro explorarserá llegar allí de donde hemos partido y conocer el lugar por primera vez».
Después de muchas exploraciones y controversias, somos reconducidos también nosotros a allí de donde hemos partido, es decir, al acontecimiento del Concilio. Pero todo el trabajo alrededor de él no ha sido en vano porque, en el sentido más profundo, sólo ahora estamos en condiciones de «conocer el lugar por primera vez», es decir, de valorar su verdadero significado, desconocido para los mismos Padres del concilio.

Esto permite decir que el árbol crecido desde el Concilio es coherente con la semilla de la que ha nacido. En efecto, ¿de qué ha nacido el acontecimiento del Vaticano II? 
Las palabras con las que Juan XXIII describe la conmoción que acompañó «el repentino florecer en su corazón y en sus labios de la simple palabra concilio», tienen todos los signos de una inspiración profética. 
En el discurso de clausura de la primera sesión habló del Concilio como de «un nuevo y deseado Pentecostés, que enriquecerá abundantemente a la Iglesia de energías espirituales» .
A 50 años de distancia sólo podemos constatar el pleno cumplimiento por parte de Dios de la promesa hecha a la Iglesia por boca de su humilde servidor, el beato Juan XXIII. 
Si hablar de un nuevo Pentecostés nos parece que es por lo menos exagerado, vistos todos los problemas y las controversias surgidos en la Iglesia después y a causa del Concilio, no debemos hacer otra cosa que ir a releer los Hechos de los apóstoles y constatar cómo no faltaron problemas y controversias ni siquiera después del primer Pentecostés. ¡Y no menos encendidos que los de hoy!
[Traducción de Pablo Cervera Barranco]


EL SEGUNDO TUIT DEL PAPA EN 

TWITTER RESPONDE A UNA 

PREGUNTA SOBRE CÓMO VIVIR EL 

“AÑO DE LA FE”






 “Queridos amigos, me uno a vosotros con alegría por medio de Twitter. Gracias por vuestra respuesta generosa” fue el primero de los tuits del Papa

Pontifex@, la cuenta en Twitter de Benedicto XVI ha superado en su primer día de existencia el millón y medio de seguidores. El Papa, después de su tweet inicial al final de la audiencia general de los miércoles, respondió a lo largo de ayer a tres preguntas procedentes de tres continentes. 

La primera fue: ¿Cómo vivir mejor el Año de la Fe en nuestra existencia diaria?

“Dialoga con Jesús en la oración, escucha a Jesús que te habla en el Evangelio, encuentra a Jesús, presente en el necesitado”, respondió el Santo Padre.

Poco después llegaba la segunda cuestión: ¿Cómo vivir la fe en Jesucristo en un mundo sin esperanza?.

“Con la certeza de que, quien cree, nunca está solo. Dios es la roca segura sobre la que construir la vida, y su amor es siempre fiel”, contestó Benedicto XVI.

El último tweet, alrededor de las 18,00 fue: en respuesta a la pregunta: “¿Qué nos aconseja para rezar más en medio de nuestras obligaciones profesionales, familiares y sociales?”.

“Ofrece al Señor todo lo que haces, pide su ayuda en todas las circunstancias de la vida diaria, y recuerda que él está siempre a tu lado”, en respuesta a la pregunta



El Papa lanza su primer mensaje en Twitter

2012-12-12 11:56:05  Versión Imprimible Versión Imprimible



LOS PRIMEROS CIEN DÍAS

2013-01-16

 L’Osservatore Romano





El Año de la fe ha desembarcado también en China: el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización ha lanzado en la red el logo y el calendario en lengua china para hacerlos presentes en las comunidades e Iglesias del gran país asiático. Lo anuncia en una entrevista concedida a nuestro periódico el arzobispo presidente Rino Fisichella, quien a los casi cien días de la apertura de las celebraciones apunta las primeras cifras y mira el futuro con motivado optimismo.

El pasado 11 de octubre Benedicto XVI inauguró el Año de la fe. ¿Puede hacer un balance inicial?

Las primeras reacciones han sido de gran entusiasmo y de profundo interés. Y esto se puede palpar con la mano en tantísimas micro-manifestaciones: en las numerosas cartas pastorales —escritas por obispos a sus propias diócesis— que en su programa están todas dedicadas a la fe; en las iniciativas promovidas a nivel parroquial para reflexionar sobre los diversos artículos del Credo; y en la gran difusión que se ha hecho del logo oficial del Año de la fe, en el que está representada una barca, imagen de la Iglesia, y cuyo mástil es una cruz con las velas desplegadas que forman el trigrama de Cristo. 

La expresión Año de la fe que lo acompaña, así como el calendario de los «grandes acontecimientos», se han traducido en las lenguas más difundidas, pero también en otros idiomas, incluso en chino. Por lo tanto, el Año de la fe ha llegado a China, donde está presente en las comunidades y en la Iglesias que también viven esta experiencia de la Iglesia universal. 

El Santo Padre ya hizo referencia a ello durante la audiencia a la Curia romana con ocasión de la felicitación navideña. Y el Papa no sólo se ha mostrado muy contento, sino que también me ha confesado que incluso comunidades protestantes se han mostrado interesadas. En definitiva, hay un gran fermento en todo el mundo y diría que hemos comenzado con buen pie.

Gianluca Biccini

Fin Parte I.  Continúa en Parte II




JMP+


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