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martes, 8 de octubre de 2013

PAPA FRANCISCO EN ASÍS. VISITA PASTORAL.

  







      Basílica de
  San Francisco






 La Basílica de San  Francisco de Asís















 Basílica Superior 








Basílica Inferior



















La Cripta con la tumba de San Francisco 














   


FRANCISCO LLEGA A ASÍS

A las 7 de la mañana Francisco salió del helipuerto del Vaticano.


El Papa viajó del Vaticano a Asís en helicóptero.  Foto:  AFP 

Es la primera visita del sumo pontífice a la ciudad del santo patrono de Italia del cual tomó el nombre.  Foto:  AFP 

El sumo pontífice visitó la ciudad del santo patrono de Italia, del cual tomó el nombre; alli habló, entre otras cosas, de Lampedusa.

Francisco y un histórico peregrinaje a Asís.  Foto:  Reuters 

El saludo con el primer ministro de Italia, Enrico Letta.  Foto:  AFP 

Francisco llegó acompañado delos 8 cardenales que lo asesoran en el Gobierno de laIglesia y en la Reforma de la Curia.


Rodeado de.  Foto:  AFP 

En Asís, el Papa tuvo una agenda de actividades intensa: visitó un centro, luego la Iglesia de San Damián y finalmente celebró misa.  Foto:  Reuters 

El papa Francisco visita Asís en el día de la festividad del patrón de Italia San Francisco de Asís.

Destacó en San Francisco el amor por toda la Creación, por su armonía.

La imagen muestra una cruz de madera que dice gracias con una foto del Papa Francisco, fuera de la basílica de San Francisco.

Una multitud se reúne fuera de la basílica de San Francisco antes de la misa del Papa en el marco de su visita pastoral a Asís.




PAPA FRANCISCO EN ASÍS:


HOMILÍA MISA EN LA PLAZA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11, 25).

¡Paz y bien a todos! Con este saludo franciscano os agradezco que hayáis venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.


Como tantos peregrinos, yo también he venido hoy a alabar al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el Evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís.


El encuentro con Jesús lo llevó a desnudarse de una vida cómoda y despreocupada, para abrazar a «la Señora Pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en el cielo. Esta elección por parte de San Francisco constituía una forma radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que,  siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor  8, 9). A lo largo de toda la vida de Francisco, el amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable,  las dos caras de una misma moneda.

¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con palabras –esto es fácil– sino con la vida?


1. Lo primero que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua, es esta: ser cristiano es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es asimilarse a él.

¿Dónde comienza el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. 


Francisco lo experimentó de modo particular en la ermita de San Damián, rezando ante el crucifijo que hoy yo también podré venerar. En aquel crucifijo Jesús no figura muerto, sino vivo. 

Su sangre baja de las heridas de las manos, de los pies y del costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. 

Y el Crucificado no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente, nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, antes al contrario, vence al mal y a la muerte. 

Quien se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». Aquí comienza todo: es la experiencia de la gracia que transforma, ser amados sin méritos, aun siendo pecadores.

Por eso Francisco puede decir, como San Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6, 14).

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.


2. En el Evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 28-29).

Esta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, la que solo él, y no el mundo, nos puede dar. 


Muchos asocian a San Francisco con la paz, pero pocos ahondan en ella. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasó a través del amor más grande: el de la cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20, 19-20).

La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡Ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… ¡Tampoco eso es franciscano! ¡Tampoco eso es franciscano, sino una idea que algunos han forjado! 


La paz de San Francisco es la de Cristo, y la encuentra quien «carga» con su «yugo», es decir con su mandamiento: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (cf. Jn 13, 34; 15, 12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino solo con mansedumbre y humildad de corazón.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, de la paz que nos trajo el Señor Jesús.


3. Francisco inicia su Cántico así: «Altísimo, omnipotente, buen Señor […]. Loado seas […] con todas tus  criaturas» (FF, 1820). ¡El amor a toda la creación, a su armonía! 

El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado, tal como él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla, sino ayudándola a crecer, a ser más hermosa y más semejante a lo que Dios ha creado. 

Y, sobre todo, San Francisco atestigua el respeto a todo; atestigua que el hombre está llamado a custodiar al hombre, que el hombre está en el centro de la creación, en el lugar en el que Dios –el Creador– quiso que estuviera, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, hombre de paz.

Desde esta Ciudad de la Paz, repito con la fuerza y la mansedumbre del amor: ¡Respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción! Respetemos a todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y que en todo lugar el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa –tan amada por San Francisco–, en Siria, en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.

Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Alcánzanos de Dios el don de que, en este mundo nuestro, haya armonía, paz y el respeto por la creación.


No puedo olvidar, por último, que Italia celebra hoy a San Francisco como su patrono. Y felicito a todos los italianos en la persona del presidente del Gobierno, aquí presente. 


Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la región de Umbría. Recemos por la nación italiana, para que cada uno trabaje siempre por el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.

Hago mía la oración de San Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de las misericordias, que no mires a nuestra ingratitud, sino que recuerdes siempre la piedad rebosante que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que verdaderamente te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo por los siglos de los siglos. 
(Espejo de perfección, 124: FF, 1824).

Amén» 

(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)


DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO AL CLERO, A LAS PERSONAS DE VIDA CONSAGRADA Y A MIEMBROS DE CONSEJOS PASTORALES EN LA CATEDRAL DE SAN RUFINO, DE ASÍS 
(4-10-2013).


Escuchar la Palabra, caminar juntos, ir a las periferias: Francisco en Asís a los sacerdotes, consagrados y laicos

Queridos hermanos y hermanas de la comunidad diocesana: 

¡Buenas tardes! 

¡Os doy las gracias por vuestra acogida, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos que trabajáis en los consejos pastorales! ¡Qué  necesarios son los Consejos Pastorales! Un obispo no puede guiar a una diócesis sin Consejos Pastorales. Un párroco no puede guiar a una parroquia sin Consejos Pastorales. ¡Esto es fundamental!

¡Nos encontramos en la catedral! Aquí se conserva la pila bautismal en la que San Francisco y Santa Clara fueron bautizados, que en aquella época se hallaba en la iglesia de Santa María. 

¡La memoria del bautismo es importante! El bautismo es nuestro nacimiento como hijos de la Madre Iglesia. Quisiera haceros una pregunta: ¿Quiénes de vosotros sabéis que día os bautizaron? ¡Pocos!

¡Pocos! ¡Ahora ya tenéis deberes para hacer en casa! «Mamá, papá: dime, ¿cuándo me bautizaron?». Y es que es importante, porque es el día del nacimiento como hijo de Dios. Un solo Espíritu, un solo bautismo, en la variedad de los carismas y de los ministerios. ¡Qué gran don ser Iglesia, formar parte del Pueblo de Dios! 

Todos somos el Pueblo de Dios. En la armonía, en la comunión de las diversidades, que es obra del Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo es la armonía y crea la armonía: ¡es un don de él, y debemos estar abiertos para recibirlo!

El obispo es custodio de esta armonía. El obispo es custodio de este don de la armonía en la diversidad. Por eso el Papa Benedicto ha querido que la actividad pastoral en las basílicas papales franciscanas se integre en la diocesana. Porque el obispo tiene que crear la armonía: es su tarea, es su deber y su vocación. Y tiene un don especial para crearla. 

Me alegra que vayáis bien por este camino, en beneficio de todos, colaborando juntos con serenidad, y os animo a continuar. La visita pastoral concluida hace poco y el Sínodo diocesano que estáis a punto de celebrar son momentos fuertes de crecimiento para esta Iglesia, a la que Dios ha bendecido de manera especial. La Iglesia crece, pero no porque haga proselitismo: ¡no, no! La Iglesia no crece por proselitismo. La Iglesia crece por atracción, por la atracción del testimonio que cada uno de nosotros da al Pueblo de Dios.

Ahora, brevemente, quisiera subrayar algunos aspectos de vuestra vida de comunidad. No pretendo deciros cosas nuevas, sino confirmaros en las más importantes, que caracterizan vuestro camino diocesano.

1. La primera cosa es escuchar la Palabra de Dios. La Iglesia es esto: la comunidad –lo ha dicho el obispo–, la comunidad que escucha con fe y con amor al Señor que habla. 

El plan pastoral que estáis viviendo juntos insiste precisamente en esta dimensión fundamental. Es la Palabra de Dios la que suscita la fe, la alimenta, la regenera. Es la Palabra de Dios la que toca los corazones, los convierte a Dios y a su lógica, que tan distinta es de la nuestra; es la Palabra de Dios la que renueva continuamente nuestras comunidades…

Creo que todos podemos mejorar un poco bajo este aspecto: volvernos todos más oyentes de la Palabra de Dios, para ser menos ricos de nuestras palabras y más ricos de sus palabras. 

Pienso en el sacerdote, que tiene la tarea de predicar. ¿Cómo puede predicar si antes no ha abierto su corazón, no ha escuchado, en silencio, la Palabra de Dios? ¡Fuera esas homilías interminables, aburridas, en las que no se entiende nada! ¡Esto es para vosotros! 

Pienso en el padre y en la madre, que son los primeros educadores: ¿Cómo pueden educar si su conciencia no está iluminada por la Palabra de Dios, si su forma de pensar y de actuar no está guiada por la Palabra? ¿Qué ejemplo pueden dar a sus hijos? Esto es importante, porque después el padre y la madre se quejan: «¡Este hijo…!». 

Pero tú, ¿qué testimonio le has dado? ¿Cómo le has hablado? ¿De la Palabra de Dios o de la palabra del telediario? ¡Ya el padre y la madre tienen que hablar de la palabra de Dios! Y pienso en los catequistas, en todos los educadores: si su corazón no está inflamado por la Palabra, ¿cómo pueden inflamar los corazones de los demás, de los niños, de los jóvenes, de los adultos? No basta con leer las Sagradas Escrituras; hay que escuchar a Jesús que habla en ellas: es el mismo Jesús el que habla en las Escrituras, es Jesús el que habla en ellas.

¡Tenemos que ser antenas receptoras, sintonizadas con la Palabra de Dios, para ser antenas transmisoras! Se recibe y se transmite. ¡Es el Espíritu de Dios el que da vida a  las Escrituras, el que las da a entender en profundidad, en su sentido auténtico y pleno!

Preguntémonos, como una de las preguntas en preparación del Sínodo: ¿Qué lugar tiene la palabra de Dios en mi vida, en mi vida diaria? ¿Estoy sintonizado con Dios, o con tantas palabras de moda, o conmigo mismo? Una pregunta que cada uno de nosotros tiene que hacerse.

2. El segundo aspecto es el del caminar. Es una de las palabras que prefiero, cuando pienso en el cristiano y en la Iglesia. Pero para vosotros tiene un sentido especial: estáis entrando en el Sínodo diocesano, y hacer «sínodo» significa caminar juntos. 

Creo que esta es, realmente, la experiencia más hermosa que vivimos: ¡formar parte de un pueblo que camina, que camina en la historia, con su Señor, que camina en medio de nosotros! No estamos aislados, no caminamos solos, sino que formamos parte del único rebaño de Cristo, que camina junto.

Aquí, pienso una vez más en vosotros, los curas, y dejad que me meta yo también con vosotros. ¿Hay algo más bonito para nosotros que caminar con nuestro pueblo? ¡Que bonito es! 

Cuando pienso en aquellos párrocos que conocían el nombre de sus feligreses, que iban a verlos –incluso, como uno me decía: «Conozco el nombre del perro de cada familia»–. ¡Hasta el nombre del perro conocían! ¡Qué bonito era! ¿Hay algo más bonito? 

Lo repito a menudo: caminar con nuestro pueblo, a veces delante, a veces en medio y a veces detrás; delante, para guiar a la comunidad; en medio, para animarla y sostenerla;  detrás, para mantenerla unida, de manera que nadie se quede demasiado, demasiado rezagado. Para mantenerla unida y también por otra razón: ¡porque el pueblo tiene «olfato»! 

Tiene olfato para encontrar nuevas sendas para su camino, tiene el «sensus fidei», que dicen los teólogos. ¿Hay algo más bonito que esto? Y en el Sínodo también tiene que figurar lo que el Espíritu Santo dice a los laicos, al Pueblo de Dios, a todos.

Pero lo más importante es caminar juntos, colaborando, ayudándose mutuamente; pedirse perdón, reconocer las propias equivocaciones y pedir perdón, pero también aceptar las disculpas de los demás perdonando: ¡qué importante es esto! 

A veces pienso en los matrimonios que después de muchos años se separan: «Es que…, no, no nos entendemos, nos hemos alejado». Tal vez no han sabido pedir disculpas a tiempo. Tal vez no han sabido perdonar a tiempo. 

Y siempre, a los recién casados, les doy este consejo: «Discutid todo lo que queráis. Si los platos salen volando, dejad que vuelen. ¡Pero nunca acabéis el día sin hacer las paces! ¡Nunca!». 

Y si los matrimonios aprenden a decir: «Perdona, estaba cansado», o incluso a hacer solo un pequeño gesto, esa es la paz, y al día siguiente la vida continúa. Este es un bonito secreto, que evita esas separaciones dolorosas. ¡Cuánto importa caminar unidos, sin huidas hacia delante, sin nostalgias del pasado! Y mientras se camina, se habla, uno conoce al otro, uno le cuenta al otro, se crece en ser familia. 

Preguntémonos, a este respecto: ¿Cómo caminamos? ¿Cómo camina nuestra realidad diocesana? ¿Camina junta? ¿Y qué hago yo para que camine realmente junta? ¡No quisiera entrar aquí en el tema de los chismorreos, pero sabéis que los chismorreos siempre dividen!

3. Por lo tanto: Escuchar, caminar. Y el tercer aspecto es el misionero: anunciar hasta las periferias. Esto también lo he tomado de vosotros, de vuestros proyectos pastorales. 

El obispo ha hablado recientemente de ello. Pero quiero subrayarlo, también porque es un elemento que he vivido mucho cuando estaba en Buenos Aires: la importancia de salir para ir al encuentro del otro, a las periferias, que son lugares, pero que son, por encima de todo, personas en situaciones de vida especial. 

Es el caso de la diócesis que tenía yo antes, la de Buenos Aires. Una periferia que me hacía mucho daño era encontrar, en las familias de clase media, a niños que no sabían santiguarse. ¡Esta es una periferia!

Y yo os pregunto: ¿Aquí, en esta diócesis, hay niños que no saben santiguarse? Pensad en ello. Estas son auténticas periferias existenciales en las que Dios no está.

En un primer sentido, las periferias de esta diócesis, por ejemplo, son las zonas de la diócesis que corren el peligro de quedarse al margen, fuera de los haces de luz de los focos. Pero son también personas, situaciones humanas marginadas de hecho, despreciadas. Son personas que tal vez se encuentren físicamente próximas al «centro», pero que espiritualmente están alejadas de él.

No tengáis miedo de salir y de ir al encuentro de estas personas, de estas situaciones. No os dejéis paralizar por prejuicios, por costumbres, rigideces mentales o pastorales, por el famoso «¡Siempre se ha hecho así!». 

Pero solo se puede ir a las periferias si se lleva la Palabra de Dios en el corazón y se camina con la Iglesia, como San Francisco. ¡De lo contrario, nos llevamos a nosotros mismos, no llevamos la palabra de Dios, y esto no es bueno, a nadie le sirve! No somos nosotros los que salvamos al mundo: ¡Es el propio Señor quien lo salva!

Esto es todo, queridos amigos; no os he dado recetas nuevas. No las tengo, y no creáis a quien diga que las tiene: no las hay. Pero he encontrado, en el camino de vuestra diócesis, aspectos hermosos e importantes que hay que fomentar, y quiero confirmaros en ellos.

¡Escuchad la Palabra, caminad juntos en fraternidad, anunciad el Evangelio en las periferias! ¡Que el Señor os bendiga, que la Virgen os proteja y que San Francisco os ayude a todos a vivir la alegría de ser discípulos del Señor! 

Gracias.

(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)




El Papa asistirá a la fiesta de San Francisco de Asís (1182-1226) en ese día, rezando ante la tumba de un santo que es muy querido en Italia.

   Una pantalla se muestran imágenes de Papa Francis dentro basílica San Francisco de Asís.




La bellísima basílica de San Francisco de Asís, escenario de una misa multitudinaria con el Papa.  Foto:  AFP 



El papa Francisco visita Asís, la cuna del Santo que inspira su papado.

Asís es unasuerte de Tierra Santa italiana, un sitio de peregrinaje de gran importancia para los italianos y para el mundoentero.

Dirigiéndose al Santo, el papa Francisco rogó :Enséñanos a ser instrumentos de la paz, de la paz que tiene su fuente en Dios, la que nos ha traído Jesús





EL PAPA FRANCISCO RESPONDE A LOS JÓVENES EN ASÍS SOBRE VOCACIÓN, FAMILIA, TRABAJO Y MISIÓN, EN SU ÚLTIMA ETAPA EN LA PEREGRINACIÓN EN ASÍS, VIERNES

4 DE OCTUBRE DE 2013






"San Francisco es un ejemplo a seguir", el Papa a los jóvenes en Asís”



(RV).- La tarde del 4 de octubre se llevó a cabo el esperado encuentro del Papa Francisco con los jóvenes en la localidad italiana de Asís, último evento del viaje del Papa a esta ciudad de la región de Umbría. Miles de peregrinos con gritos del “Viva el Papa” y canciones relacionadas con la juventud, recibieron entre aplausos al Obispo de Roma.

El Papa les invitó a tomar a San Francisco de Asís como ejemplo a seguir: “Francisco hizo crecer la fe, renovó la Iglesia, y al mismo tiempo renovó la sociedad, la hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio”.


Éstas son las preguntas formuladas al Santo Padre por los jóvenes:

1. Vocación: ¿Qué hacer en la vida? ¿Cómo y dónde usar los talentos que el Señor me ha dado?

A veces nos atrae la idea del sacerdocio o de la vida consagrada. Pero inmediatamente nace el miedo. Y luego, un compromiso así: ¿para siempre? ¿Cómo reconocer la llamada de Dios? ¿Qué aconseja a quien quisiera dedicar la vida al servicio de Dios y de los hermanos?

2. Familia: Nosotros jóvenes vivimos en una sociedad donde al centro está ‘el estar bien’, el divertirse, el pensar en sí mismos. Vivir un matrimonio de jóvenes cristianos es complejo, abrirse a la vida es un desafío y un temor frecuente. 

Como pareja joven sentimos la alegría de vivir nuestro matrimonio, pero experimentamos la fatiga y los desafíos cotidianos. ¿Cómo puede ayudarnos la Iglesia, cómo pueden sostenernos nuestro pastores, cuáles pasos también nosotros estamos llamados a cumplir?

3. Trabajo: También en Umbría la crisis económica general de estos últimos años ha provocado situaciones de malestar y pobreza. El futuro se presenta incierto y amenazante. 

El riesgo es de perder, junto con la seguridad económica, también la esperanza. ¿Cómo debe mirar al futuro un joven cristiano? ¿En cuál de estos caminos comprometerse para la edificación de una sociedad digna de Dios y digna del hombre?

4. Misión: Es bello para nosotros estar aquí junto a Usted y escuchar sus palabras que nos animan e inflaman nuestro corazón. El año de la fe que concluye dentro de algunas semanas, ha repropuesto a todos los creyentes la urgencia del anuncio de la Buena Noticia. 

También nosotros quisiéramos participar en esta aventura entusiasmante. ¿Pero cómo? ¿Cuál puede ser nuestra contribución? ¿Qué debemos hacer?


Texto completo de las palabras del Papa a los jóvenes:

¡Gracias por haber venido, gracias por esta fiesta! De veras: ¡esta es 
una fiesta! Y gracias por sus preguntas.

Me alegra que la primera pregunta haya sido de un matrimonio joven ¡un lindo testimonio! Dos jóvenes que han optado, que han decidido formar una familia, con alegría y con valor. ¡Sí, porque es cierto, se necesita ser valientes para formar una familia! ¡Hace falta valor! Y la pregunta de ustedes, jóvenes esposos, se enlaza con la de la vocación.

¿Qué es el matrimonio? Es una verdadera vocación, al igual que el sacerdocio y la vida religiosa. Dos cristianos que se casan han reconocido en su historia de amor la llamada del Señor, la vocación para formar de dos, hombre y mujer, una sola carne, una sola vida. Y el Sacramento del matrimonio envuelve este amor con la gracia de Dios, lo arraiga en Dios mismo. ¡Con este don, con la certeza de esta llamada, se puede partir seguros, no se tiene miedo de nada, se puede afrontar todo, juntos!

Pensemos en nuestros padres, en nuestros abuelos o bisabuelos: se casaron en condiciones mucho más pobres que las nuestras, algunos en tiempo de guerra, o en la posguerra; algunos emigraron, como mis padres. ¿Dónde encontraban la fuerza? 

La encontraban en la certeza de que el Señor estaba con ellos, de que la familia está bendecida por Dios en el Sacramento del matrimonio, y de que es bendita la misión de tener hijos y de educarlos. Con estas certezas superaron incluso las pruebas más duras. Eran certezas simples, pero verdaderas, formaban columnas que sostenían su amor.

Su vida no era fácil: había problemas, tantos problemas. Pero estas certezas simples les ayudaban a ir hacia delante. Y lograron hacer una bella familia, a dar vida, a hacer crecer sus hijos.

¡Queridos amigos, se necesita esta base moral y espiritual, para construir bien y de forma sólida! Hoy en día, las familias y la tradición social ya no garantizan esta base. 

Aún más, la sociedad en la que ustedes nacieron privilegia los derechos individuales en lugar de la familia, estos derechos individuales, privilegian las relaciones que duran hasta que no surgen dificultades, y por esta razón a veces habla de relación de pareja, de familia y de matrimonio de forma superficial y equívoca. 

Sería suficiente ver ciertos programas de televisión: y se ven estos valores, ¿no? Cuántas veces, los párrocos – también yo, algunas veces lo he escuchado – oyen una pareja que viene a casarse: “Pero, ¿ustedes saben que el matrimonio es para toda la vida?”. “Ah, nosotros nos amamos tanto, pero…estaremos juntos mientras dure el amor. 

Cuando termina, uno por un lado y el otro por otro.” Es el egoísmo: cuando yo no siento, termino el matrimonio y me olvido de aquella “una sola carne” que no puede separarse. Es arriesgado casarse: ¡es riesgoso! 

Es aquel egoísmo que nos amenaza, porque dentro de nosotros todos tenemos la posibilidad de una doble personalidad: aquella que dice “yo, libre, yo quiero esto…”, y la otra que dice: “Yo, me, mi, conmigo, por mi…”: ¿eh? El egoísmo siempre, que regresa y no sabe abrirse a los otros. 

La otra dificultad es esta cultura del provisorio: parece que nada sea definitivo. Todo es provisorio. Como dije recientemente: pero el amor, hasta que dura. Una vez oí un seminarista – bueno, ¿eh? – que decía: “Yo quiero ser sacerdote pero por diez años. Luego volveré a pensar”.

Pero… ¡es la cultura de lo provisorio, y Jesús, no nos ha salvado provisoriamente: nos ha salvado definitivamente!

¡Pero el Espíritu Santo suscita siempre respuestas nuevas a las nuevas exigencias! Y así se han multiplicado en la Iglesia los caminos para los novios, los cursos de preparación para el Matrimonio, los grupos de matrimonios jóvenes en las parroquias, los movimientos familiares… ¡Son una riqueza inmensa! 

Son puntos de referencia para todos: para los jóvenes en busca, para las parejas en crisis, para los padres que tienen problemas con sus hijos y viceversa. Pero nos ayudan todos. Y luego están las diferentes formas de acoger: acogida, adopción, hogares de acogida de diversos tipos… La fantasía – me permito la palabra – ¡La fantasía del Espíritu Santo es infinita, pero también es muy concreta! 

Entonces les quiero decir que no tengan miedo de dar pasos definitivos en la vida: no tener miedo de darlos. Cuántas veces he oído madres que me decían: “Pero, Padre, yo tengo un hijo de 30 años y no se casa: ¡no sé qué cosa hacer! Tiene una bella novia, pero no se decide…” ¡Pero, señora, no le planche más las camisas! ¡Es así! No tener miedo de dar pasos definitivos, como el del matrimonio: profundicen su amor, respetando sus tiempos y expresiones, recen y prepárense, pero luego ¡confíen en que el Señor no los deja solos!

Háganlo entrar en su hogar como uno de la familia, Él los sostendrá siempre.

La familia es la vocación que Dios ha escrito en la naturaleza del hombre y de la mujer, pero también hay otra vocación complementaria al matrimonio: el llamado al celibato y a la virginidad por el Reino de los Cielos. 

Es la vocación que el mismo Jesús vivió. ¿Cómo reconocerla? ¿Cómo seguirla? Es la tercera pregunta que me han presentado. 

Pero, alguno de ustedes puede pensar: “pero, ¡qué bien este Obispo! Hicimos las preguntas y ¡tiene las respuestas todas listas, escritas!” Yo recibí las preguntas algunos días atrás, ¿eh? Por eso las conozco… Y yo les respondo con dos elementos esenciales, sobre cómo reconocer esta vocación al sacerdocio o a la vida consagrada. Primer elemento: orar y caminar en la Iglesia. Estas dos cosas van de la mano, se entrelazan. 

En el origen de toda vocación a la vida consagrada siempre hay una fuerte experiencia de Dios ¡una experiencia que no se olvida, se recuerda para toda la vida! Es aquella que tuvo Francisco, ¿no? Y esto no lo podemos ni calcular ni programar. ¡Dios siempre nos sorprende!

Es Dios el que llama; pero es importante tener una relación diaria con Él, escucharlo en silencio ante el Tabernáculo y dentro de nosotros mismos, hablarle, acercarse a los Sacramentos. 

Tener esta relación familiar con el Señor es como tener abierta la ventana de nuestra vida, para que Él nos haga escuchar su voz, lo que quiere de nosotros. Sería lindo escuchar aquí a los sacerdotes presentes, a las religiosas… Sería lindísimo, porque cada historia es única, pero todas empiezan con un encuentro que ilumina en lo profundo, que toca el corazón y envuelve a toda la persona: afecto, intelecto, sentidos, todo. 

La relación con Dios no concierne sólo a una parte de nosotros mismos, sino que abarca todo. Es un amor tan grande, tan hermoso, tan verdadero, que merece todo y merece toda nuestra confianza. Y me gustaría decir una cosa con fuerza, sobre todo hoy: ¡la virginidad por el Reino de Dios no es un “no” es un “sí”! Por supuesto, implica la renuncia a un vínculo conyugal y a una familia propia, pero la base es el “sí” como respuesta al “sí” total de Cristo hacia nosotros, y este “sí” hace fecundos.

¡Pero aquí, en Asís no hay necesidad de palabras! ¡Está Francisco, está Clara allí, ellos hablan! Su carisma sigue hablando a muchos jóvenes en todo el mundo: muchachos y muchachas que dejan todo para seguir a Jesús por el camino del Evangelio.

He aquí, el Evangelio. Quisiera tomar la palabra “Evangelio ” para responder a las otras dos preguntas que me han formulado, la segunda y la cuarta. 

Una se refiere al compromiso social, en este período de crisis que amenaza la esperanza; y la otra se refiere la evangelización, llevar el mensaje de Jesús a los demás. Ustedes me preguntan: ¿qué podemos hacer? ¿Cuál puede ser nuestro aporte?

Aquí, en Asís, aquí cerca de la Porciúncula, me parece oír la voz de San Francisco, que nos repite: “¡Evangelio, Evangelio!” Me lo dice también a mí: aún más, en primer lugar a mí: ¡Papa Francisco, sé servidor del Evangelio! Si yo no logro a ser un servidor del Evangelio, ¡mi vida no vale nada!

Pero el Evangelio, queridos amigos, no concierne sólo a la religión, concierne al hombre, a todo el hombre y concierne al mundo, a la sociedad, a la civilización humana. 

El Evangelio es el mensaje de salvación de Dios para la humanidad. ¡Pero cuando decimos “mensaje de salvación”, no es una forma de hablar, no son meras palabras o palabras vacías, como tantas que hay hoy en día! ¡La humanidad necesita realmente ser salvada! 

Lo vemos todos los días cuando leemos el periódico, o escuchamos las noticias en la televisión, pero también lo vemos a nuestro alrededor, en las personas, en las situaciones…, ¡y lo vemos en nosotros mismos! ¡Cada uno de nosotros tiene necesidad de salvación! ¡Solos no podemos! ¡Tenemos necesidad de salvación! ¿Salvación de qué? Del mal. El mal obra, hace su trabajo. Pero el mal no es invencible y el cristiano no se resigna ante el mal. 

Y ustedes, los jóvenes ¿quieren resignarse ante el mal, las injusticias, las dificultades? ¿Quieren o no quieren? [Los jóvenes responden: ¡no!] Ah, ¡está bien! Esto me gusta. 

Nuestro secreto es que Dios es más grande que el mal: ¡es verdad, Dios es más grande que el mal! Dios es amor infinito, misericordia sin límites, y este Amor ha vencido el mal en su raíz en la muerte y resurrección de Cristo. ¡Éste es el Evangelio, la Buena Nueva: el amor de Dios ha ganado! Cristo murió en la cruz por nuestros pecados y resucitó. Con Él podemos luchar contra el mal y vencerlo todos los días. ¿Creemos en ello, o no? [Los jóvenes responden: ¡sí!] Pero este ‘sí’ debe ir en la vida ¿eh? Si yo creo que Jesús venció el mal y me salvará, debo seguir a Jesús, debo ir por el camino de Jesús toda la vida.

Entonces, el Evangelio, este mensaje de salvación, tiene dos destinos que están enlazados: el primero, suscitar la fe, y ésta es la evangelización; el segundo, transformar el mundo según el designio de Dios, y ésta es la animación cristiana de la sociedad. 

Pero no son dos cosas separadas, son una sola misión: ¡llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestras vidas transforma el mundo! Éste es el camino: llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestra vida.

Miremos a Francisco: él hizo ambas cosas, con la fuerza del único Evangelio. Francisco hizo crecer la fe, renovó la Iglesia, y al mismo tiempo renovó la sociedad, la hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio, con el testimonio. ¿Saben qué cosa dijo una vez Francisco a sus hermanos? “Prediquen siempre el Evangelio y, si fuera necesario, ¡también con las palabras!”. Pero, ¿cómo? ¿Se puede predicar el Evangelio sin las palabras? ¡Sí, con el testimonio! Primero, el testimonio, luego, las palabras. ¡El testimonio!

¡Jóvenes de Umbría: hagan lo mismo! 

Hoy, en nombre de San Francisco, les digo, no tengo ni oro, ni plata para darles, sino algo mucho más valioso, el Evangelio de Jesús, ¡vayan con coraje! 

Con el Evangelio en su corazón y en sus manos, sean testimonios de la fe con su vida: lleven a Cristo a sus hogares, anúncienlo entre sus amigos, acójanlo y sírvanlo en los pobres. ¡Jóvenes: Den a Umbría un mensaje de vida, de paz y de esperanza! ¡Ustedes pueden hacerlo!

[Luego de rezar el Padrenuestro e impartir su bendición] Y, por favor les pido: ¡Recen por mí!



LA VISITA A LA CRIPTA CON LA TUMBA DE SAN FRANCISCO 

En un programa más que intenso, el Papa visitó la Iglesia de San Damián, que el santo de Asís reconstruyó y donde recibió el llamado de Jesús desde un crucifijo.




El Santo de Asís -dijo el Papa- testimonia el respeto por todo lo que Dios ha creado y como Él lo ha creado.

LA VISITA A LOS ENFERMOS
Desde la ciudad de la paz, pidió seguir el ejemplo de San Francisco y no ser instrumento de la destrucción del hombre.


1 de 4 BENDICIÓN. Es lo que le dio a los enfermos y los nenes del lugar.

2 de 4 BENDICIÓN. Es lo que le dio a los enfermos y los nenes del lugar.

3 de 4 BENDICIÓN. Es lo que le dio a los enfermos y los nenes del lugar.

El papa Francisco llamó a escuchar el grito de los que sufren y mueren por la violencia y el terrorismo

4 de 4 BENDICIÓN. Es lo que le dio a los enfermos y los nenes del lugar.

El Centro Seráfico es un centro que atiende a niños y jóvenes discapacitados.  Foto:  AP 



Siguiendo el ejemplo de San Francisco pidió: Respetemos la creación, con el hombre en su centro, como Dios lo quiso; no seamos instrumento de su destrucción










“¡FRANCISCO, VEN Y REPARA MI CASA!”,
“¡PAPA FRANCISCO, SÉ SERVIDOR DEL EVANGELIO!”


“¡Francisco, ven y repara mi casa!”,“¡Papa Francisco,  sé servidor del Evangelio!” – editorial Revista Ecclesia

El viaje del Papa Francisco a Asís, del viernes 4 de octubre, festividad de San Francisco (ver páginas 34 y 35) fue todo un acontecimiento de gracia y de luz. Las expectativas se cumplieron hermosa y fecundamente. 

Y como si la historia, ocho siglos después, hubiera dado un giro copernicano, ahora era Pedro (el Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio) quien acudía a San Francisco de Asís para que este le “bendijera” como él mismo, en el año 1209, peregrinó a Roma para ser bendecido por Pedro (el Papa Inocencio III)…  

Y tanto en una cita como en la otra, una palabra y un sentimiento sobrevolaban, conmovían e interpelaban los corazones: Evangelio. Sí, vivir y servir el Evangelio de Jesucristo, el único oro y la única plata que los cristianos, que la Iglesia, pueden en verdad ofrecer a una humanidad –la de ayer, la de hoy y la de siempre- sedienta y ávida, aunque con tantas búsquedas erráticas y tantos hallazgos ilusorios, de plenitud y de salvación.

En su encuentro vespertino, en la Porciúncula, con los jóvenes, el Papa, respondiendo a cuatro grandes preguntas sobre temas tan claves como familia, trabajo, vocación y misión, volvió a hacer una nueva y significativa confidencia: “Me parece oír la voz de San Francisco que nos repite: ¡Evangelio, Evangelio!”. Me lo dice a mí también, más aún, me lo dice en primer lugar a mí; ¡Papa Francisco, sé servidor del Evangelio! Y si no logro a ser servidor del Evangelio, ¡mi vida no vale nada!”.

Hace más de ochocientos años, Dios irrumpió en la vida del joven Francisco Bernardone. Un hermoso icono bizantino, en una iglesia derruida en las afueras de su ciudad, inspiraba buena parte de aquel proceso. Era la imagen de un Cristo crucificado, vivo, con ojos abiertos y los brazos extendidos. Aquel joven mundano pero inquieto miró y se dejó mirar por el Crucificado, y Dios, poco a poco, fue obrando el resto, el resto de la historia del cristiano que quizás más se ha parecido a Jesucristo.

“Mi visita –habla el Papa al llegar a Asís- es, sobre todo, una peregrinación de amor para rezar ante la tumba de un hombre que se desnudó de sí mismo y se revistió de Cristo y que, siguiendo el ejemplo de Cristo, amó a todos, especialmente a los más pobres y abandonados, y amó con estupor y sencillez la creación de Dios”. Y después apostilló: “El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de la misma moneda”.

¡Esto es, sí, Evangelio! Evangelio que es desnudarse de la mundanidad, del espíritu contrario a las Bienaventuranzas. Desnudarse de  la prepotencia, de la vanidad,  del orgullo, de la idolatría de creernos, en el fondo, como dioses autosuficientes e imprescindibles, árbitros y jueces de los demás.

Y, a cambio revestirse, de Jesucristo es también Evangelio. Puro Evangelio y sin glosa. Un Evangelio que no concierne solo a la religión, sino a la totalidad de la persona y a la entera civilización humana. Un Evangelio que transforma los corazones y de este modo es levadura para un mundo mejor. Un Evangelio que suscita la fe, y así evangeliza, y cambia el mundo según Dios. “Éste es el camino: llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestra vida.  Miremos a Francisco: él hizo ambas cosas, con la fuerza del único Evangelio. Francisco hizo crecer la fe, renovó la Iglesia, y al mismo tiempo renovó la sociedad, la hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio, con el testimonio”.

El Papa Francisco llegó a Asís después de otra trepidante semana en la actualidad vaticana: anuncio de las canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II, entrevista en el diario La Repubblica, reunión -repleta de anuncios de profundas renovaciones en la Curia Romana y en el modo de ejercer la autoridad- del Consejo de Cardenales, la indignación del Papa y de la humanidad de bien por la tragedia del naufragio en Lampedusa… 

Y en Asís todo quedó reflejado, condensado e iluminado: el camino, el único camino que salva es el Evangelio. ¿Cómo no dejar, pues, que vibre y enardezca nuestro corazón? ¿Y cómo quedarnos con lo secundario, con los  gustos,   con las comparaciones, con los recelos, con las críticas, con las lisonjas, en suma, con la mundanidad?






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