Basílica de
San Francisco
Basílica Superior
FRANCISCO LLEGA A ASÍS
HOMILÍA MISA EN LA PLAZA DE
SAN FRANCISCO DE ASÍS
«Te doy
gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,
25).
¡Paz y bien a todos! Con este saludo franciscano os agradezco que hayáis venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.
Como tantos peregrinos, yo también he venido hoy a alabar al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el Evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís.
El encuentro con Jesús lo llevó a desnudarse de una vida cómoda y despreocupada, para abrazar a «la Señora Pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en el cielo. Esta elección por parte de San Francisco constituía una forma radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8, 9). A lo largo de toda la vida de Francisco, el amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable, las dos caras de una misma moneda.
¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con palabras –esto es fácil– sino con la vida?
¡Paz y bien a todos! Con este saludo franciscano os agradezco que hayáis venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.
Como tantos peregrinos, yo también he venido hoy a alabar al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el Evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís.
El encuentro con Jesús lo llevó a desnudarse de una vida cómoda y despreocupada, para abrazar a «la Señora Pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en el cielo. Esta elección por parte de San Francisco constituía una forma radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8, 9). A lo largo de toda la vida de Francisco, el amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable, las dos caras de una misma moneda.
¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con palabras –esto es fácil– sino con la vida?
1. Lo primero
que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua, es esta: ser cristiano
es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es
asimilarse a él.
¿Dónde comienza el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí.
Francisco lo experimentó de modo particular en la ermita de San Damián, rezando ante el crucifijo que hoy yo también podré venerar. En aquel crucifijo Jesús no figura muerto, sino vivo.
Su sangre baja de las heridas de las manos, de los pies y del costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón.
Y el Crucificado no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente, nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, antes al contrario, vence al mal y a la muerte.
Quien se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». Aquí comienza todo: es la experiencia de la gracia que transforma, ser amados sin méritos, aun siendo pecadores.
Por eso Francisco puede decir, como San Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6, 14).
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
¿Dónde comienza el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí.
Francisco lo experimentó de modo particular en la ermita de San Damián, rezando ante el crucifijo que hoy yo también podré venerar. En aquel crucifijo Jesús no figura muerto, sino vivo.
Su sangre baja de las heridas de las manos, de los pies y del costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón.
Y el Crucificado no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente, nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, antes al contrario, vence al mal y a la muerte.
Quien se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». Aquí comienza todo: es la experiencia de la gracia que transforma, ser amados sin méritos, aun siendo pecadores.
Por eso Francisco puede decir, como San Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6, 14).
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
2. En el
Evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 28-29).
Esta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, la que solo él, y no el mundo, nos puede dar.
Muchos asocian a San Francisco con la paz, pero pocos ahondan en ella. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasó a través del amor más grande: el de la cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20, 19-20).
La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡Ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… ¡Tampoco eso es franciscano! ¡Tampoco eso es franciscano, sino una idea que algunos han forjado!
La paz de San Francisco es la de Cristo, y la encuentra quien «carga» con su «yugo», es decir con su mandamiento: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (cf. Jn 13, 34; 15, 12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino solo con mansedumbre y humildad de corazón.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, de la paz que nos trajo el Señor Jesús.
Esta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, la que solo él, y no el mundo, nos puede dar.
Muchos asocian a San Francisco con la paz, pero pocos ahondan en ella. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasó a través del amor más grande: el de la cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20, 19-20).
La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡Ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… ¡Tampoco eso es franciscano! ¡Tampoco eso es franciscano, sino una idea que algunos han forjado!
La paz de San Francisco es la de Cristo, y la encuentra quien «carga» con su «yugo», es decir con su mandamiento: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (cf. Jn 13, 34; 15, 12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino solo con mansedumbre y humildad de corazón.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, de la paz que nos trajo el Señor Jesús.
3. Francisco
inicia su Cántico así: «Altísimo, omnipotente, buen Señor […]. Loado seas […]
con todas tus criaturas» (FF, 1820). ¡El amor a toda la creación, a su
armonía!
El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado, tal como él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla, sino ayudándola a crecer, a ser más hermosa y más semejante a lo que Dios ha creado.
Y, sobre todo, San Francisco atestigua el respeto a todo; atestigua que el hombre está llamado a custodiar al hombre, que el hombre está en el centro de la creación, en el lugar en el que Dios –el Creador– quiso que estuviera, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, hombre de paz.
Desde esta Ciudad de la Paz, repito con la fuerza y la mansedumbre del amor: ¡Respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción! Respetemos a todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y que en todo lugar el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa –tan amada por San Francisco–, en Siria, en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Alcánzanos de Dios el don de que, en este mundo nuestro, haya armonía, paz y el respeto por la creación.
No puedo olvidar, por último, que Italia celebra hoy a San Francisco como su patrono. Y felicito a todos los italianos en la persona del presidente del Gobierno, aquí presente.
Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la región de Umbría. Recemos por la nación italiana, para que cada uno trabaje siempre por el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.
Hago mía la oración de San Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de las misericordias, que no mires a nuestra ingratitud, sino que recuerdes siempre la piedad rebosante que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que verdaderamente te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo por los siglos de los siglos. (Espejo de perfección, 124: FF, 1824).
Amén»
El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado, tal como él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla, sino ayudándola a crecer, a ser más hermosa y más semejante a lo que Dios ha creado.
Y, sobre todo, San Francisco atestigua el respeto a todo; atestigua que el hombre está llamado a custodiar al hombre, que el hombre está en el centro de la creación, en el lugar en el que Dios –el Creador– quiso que estuviera, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, hombre de paz.
Desde esta Ciudad de la Paz, repito con la fuerza y la mansedumbre del amor: ¡Respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción! Respetemos a todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y que en todo lugar el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa –tan amada por San Francisco–, en Siria, en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te rogamos: Alcánzanos de Dios el don de que, en este mundo nuestro, haya armonía, paz y el respeto por la creación.
No puedo olvidar, por último, que Italia celebra hoy a San Francisco como su patrono. Y felicito a todos los italianos en la persona del presidente del Gobierno, aquí presente.
Lo expresa también el tradicional gesto de la ofrenda del aceite para la lámpara votiva, que este año corresponde precisamente a la región de Umbría. Recemos por la nación italiana, para que cada uno trabaje siempre por el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.
Hago mía la oración de San Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de las misericordias, que no mires a nuestra ingratitud, sino que recuerdes siempre la piedad rebosante que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que verdaderamente te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo por los siglos de los siglos. (Espejo de perfección, 124: FF, 1824).
Amén»
(Original
italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de
ECCLESIA)
DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO
AL CLERO, A LAS PERSONAS DE VIDA CONSAGRADA Y A MIEMBROS DE CONSEJOS PASTORALES
EN LA CATEDRAL DE SAN RUFINO, DE ASÍS
(4-10-2013).
Escuchar la Palabra,
caminar juntos, ir a las periferias: Francisco en Asís a los sacerdotes,
consagrados y laicos
Queridos
hermanos y hermanas de la comunidad diocesana:
¡Buenas tardes!
¡Os doy las
gracias por vuestra acogida, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos que
trabajáis en los consejos pastorales! ¡Qué necesarios son los Consejos
Pastorales! Un obispo no puede guiar a una diócesis sin Consejos Pastorales. Un
párroco no puede guiar a una parroquia sin Consejos Pastorales. ¡Esto es fundamental!
¡Nos
encontramos en la catedral! Aquí se conserva la pila bautismal en la que San
Francisco y Santa Clara fueron bautizados, que en aquella época se hallaba en
la iglesia de Santa María.
¡La memoria del bautismo es importante! El bautismo
es nuestro nacimiento como hijos de la Madre Iglesia. Quisiera haceros una
pregunta: ¿Quiénes de vosotros sabéis que día os bautizaron? ¡Pocos!
¡Pocos!
¡Ahora ya tenéis deberes para hacer en casa! «Mamá, papá: dime, ¿cuándo me
bautizaron?». Y es que es importante, porque es el día del nacimiento como hijo
de Dios. Un solo Espíritu, un solo bautismo, en la variedad de los carismas y
de los ministerios. ¡Qué gran don ser Iglesia, formar parte del Pueblo de Dios!
Todos somos el Pueblo de Dios. En la armonía, en la comunión de las
diversidades, que es obra del Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo es la
armonía y crea la armonía: ¡es un don de él, y debemos estar abiertos para
recibirlo!
El obispo es
custodio de esta armonía. El obispo es custodio de este don de la armonía en la
diversidad. Por eso el Papa Benedicto ha querido que la actividad pastoral en
las basílicas papales franciscanas se integre en la diocesana. Porque el obispo
tiene que crear la armonía: es su tarea, es su deber y su vocación. Y tiene un
don especial para crearla.
Me alegra que vayáis bien por este camino, en
beneficio de todos, colaborando juntos con serenidad, y os animo a continuar.
La visita pastoral concluida hace poco y el Sínodo diocesano que estáis a punto
de celebrar son momentos fuertes de crecimiento para esta Iglesia, a la que
Dios ha bendecido de manera especial. La Iglesia crece, pero no porque haga
proselitismo: ¡no, no! La Iglesia no crece por proselitismo. La Iglesia crece
por atracción, por la atracción del testimonio que cada uno de nosotros da al
Pueblo de Dios.
Ahora,
brevemente, quisiera subrayar algunos aspectos de vuestra vida de comunidad. No
pretendo deciros cosas nuevas, sino confirmaros en las más importantes, que
caracterizan vuestro camino diocesano.
1. La primera
cosa es escuchar la Palabra de Dios. La Iglesia es esto: la comunidad –lo ha
dicho el obispo–, la comunidad que escucha con fe y con amor al Señor que
habla.
El plan pastoral que estáis viviendo juntos insiste precisamente en esta
dimensión fundamental. Es la Palabra de Dios la que suscita la fe, la alimenta,
la regenera. Es la Palabra de Dios la que toca los corazones, los convierte a
Dios y a su lógica, que tan distinta es de la nuestra; es la Palabra de Dios la
que renueva continuamente nuestras comunidades…
Creo que
todos podemos mejorar un poco bajo este aspecto: volvernos todos más oyentes de
la Palabra de Dios, para ser menos ricos de nuestras palabras y más ricos de
sus palabras.
Pienso en el sacerdote, que tiene la tarea de predicar. ¿Cómo
puede predicar si antes no ha abierto su corazón, no ha escuchado, en silencio,
la Palabra de Dios? ¡Fuera esas homilías interminables, aburridas, en las que
no se entiende nada! ¡Esto es para vosotros!
Pienso en el padre y en la madre,
que son los primeros educadores: ¿Cómo pueden educar si su conciencia no está
iluminada por la Palabra de Dios, si su forma de pensar y de actuar no está
guiada por la Palabra? ¿Qué ejemplo pueden dar a sus hijos? Esto es importante,
porque después el padre y la madre se quejan: «¡Este hijo…!».
Pero tú, ¿qué
testimonio le has dado? ¿Cómo le has hablado? ¿De la Palabra de Dios o de la
palabra del telediario? ¡Ya el padre y la madre tienen que hablar de la palabra
de Dios! Y pienso en los catequistas, en todos los educadores: si su corazón no
está inflamado por la Palabra, ¿cómo pueden inflamar los corazones de los
demás, de los niños, de los jóvenes, de los adultos? No basta con leer las
Sagradas Escrituras; hay que escuchar a Jesús que habla en ellas: es el mismo
Jesús el que habla en las Escrituras, es Jesús el que habla en ellas.
¡Tenemos
que ser antenas receptoras, sintonizadas con la Palabra de Dios, para ser
antenas transmisoras! Se recibe y se transmite. ¡Es el Espíritu de Dios el que
da vida a las Escrituras, el que las da a entender en profundidad, en su
sentido auténtico y pleno!
Preguntémonos, como una de las preguntas en
preparación del Sínodo: ¿Qué lugar tiene la palabra de Dios en mi vida, en mi
vida diaria? ¿Estoy sintonizado con Dios, o con tantas palabras de moda, o conmigo
mismo? Una pregunta que cada uno de nosotros tiene que hacerse.
2. El segundo
aspecto es el del caminar. Es una de las palabras que prefiero, cuando pienso
en el cristiano y en la Iglesia. Pero para vosotros tiene un sentido especial:
estáis entrando en el Sínodo diocesano, y hacer «sínodo» significa caminar
juntos.
Creo que esta es, realmente, la experiencia más hermosa que vivimos:
¡formar parte de un pueblo que camina, que camina en la historia, con su Señor,
que camina en medio de nosotros! No estamos aislados, no caminamos solos, sino
que formamos parte del único rebaño de Cristo, que camina junto.
Aquí, pienso
una vez más en vosotros, los curas, y dejad que me meta yo también con
vosotros. ¿Hay algo más bonito para nosotros que caminar con nuestro pueblo?
¡Que bonito es!
Cuando pienso en aquellos párrocos que conocían el nombre de
sus feligreses, que iban a verlos –incluso, como uno me decía: «Conozco el
nombre del perro de cada familia»–. ¡Hasta el nombre del perro conocían! ¡Qué
bonito era! ¿Hay algo más bonito?
Lo repito a menudo: caminar con nuestro
pueblo, a veces delante, a veces en medio y a veces detrás; delante, para guiar
a la comunidad; en medio, para animarla y sostenerla; detrás, para
mantenerla unida, de manera que nadie se quede demasiado, demasiado rezagado.
Para mantenerla unida y también por otra razón: ¡porque el pueblo tiene
«olfato»!
Tiene olfato para encontrar nuevas sendas para su camino, tiene el
«sensus fidei», que dicen los teólogos. ¿Hay algo más bonito que esto? Y en el Sínodo
también tiene que figurar lo que el Espíritu Santo dice a los laicos, al Pueblo
de Dios, a todos.
Pero lo más
importante es caminar juntos, colaborando, ayudándose mutuamente; pedirse
perdón, reconocer las propias equivocaciones y pedir perdón, pero también
aceptar las disculpas de los demás perdonando: ¡qué importante es esto!
A veces
pienso en los matrimonios que después de muchos años se separan: «Es que…, no,
no nos entendemos, nos hemos alejado». Tal vez no han sabido pedir disculpas a
tiempo. Tal vez no han sabido perdonar a tiempo.
Y siempre, a los recién
casados, les doy este consejo: «Discutid todo lo que queráis. Si los platos
salen volando, dejad que vuelen. ¡Pero nunca acabéis el día sin hacer las
paces! ¡Nunca!».
Y si los matrimonios aprenden a decir: «Perdona, estaba
cansado», o incluso a hacer solo un pequeño gesto, esa es la paz, y al día
siguiente la vida continúa. Este es un bonito secreto, que evita esas
separaciones dolorosas. ¡Cuánto importa caminar unidos, sin huidas hacia delante,
sin nostalgias del pasado! Y mientras se camina, se habla, uno conoce al otro,
uno le cuenta al otro, se crece en ser familia.
Preguntémonos, a este respecto:
¿Cómo caminamos? ¿Cómo camina nuestra realidad diocesana? ¿Camina junta? ¿Y qué
hago yo para que camine realmente junta? ¡No quisiera entrar aquí en el tema de
los chismorreos, pero sabéis que los chismorreos siempre dividen!
3. Por lo
tanto: Escuchar, caminar. Y el tercer aspecto es el misionero: anunciar hasta
las periferias. Esto también lo he tomado de vosotros, de vuestros proyectos
pastorales.
El obispo ha hablado recientemente de ello. Pero quiero subrayarlo,
también porque es un elemento que he vivido mucho cuando estaba en Buenos
Aires: la importancia de salir para ir al encuentro del otro, a las periferias,
que son lugares, pero que son, por encima de todo, personas en situaciones de
vida especial.
Es el caso de la diócesis que tenía yo antes, la de Buenos
Aires. Una periferia que me hacía mucho daño era encontrar, en las familias de
clase media, a niños que no sabían santiguarse. ¡Esta es una periferia!
Y yo os
pregunto: ¿Aquí, en esta diócesis, hay niños que no saben santiguarse? Pensad
en ello. Estas son auténticas periferias existenciales en las que Dios no está.
En un primer
sentido, las periferias de esta diócesis, por ejemplo, son las zonas de la
diócesis que corren el peligro de quedarse al margen, fuera de los haces de luz
de los focos. Pero son también personas, situaciones humanas marginadas de
hecho, despreciadas. Son personas que tal vez se encuentren físicamente
próximas al «centro», pero que espiritualmente están alejadas de él.
No tengáis
miedo de salir y de ir al encuentro de estas personas, de estas situaciones. No
os dejéis paralizar por prejuicios, por costumbres, rigideces mentales o
pastorales, por el famoso «¡Siempre se ha hecho así!».
Pero solo se puede ir a
las periferias si se lleva la Palabra de Dios en el corazón y se camina con la
Iglesia, como San Francisco. ¡De lo contrario, nos llevamos a nosotros mismos,
no llevamos la palabra de Dios, y esto no es bueno, a nadie le sirve! No somos
nosotros los que salvamos al mundo: ¡Es el propio Señor quien lo salva!
Esto es todo,
queridos amigos; no os he dado recetas nuevas. No las tengo, y no creáis a
quien diga que las tiene: no las hay. Pero he encontrado, en el camino de
vuestra diócesis, aspectos hermosos e importantes que hay que fomentar, y
quiero confirmaros en ellos.
¡Escuchad la Palabra, caminad juntos en
fraternidad, anunciad el Evangelio en las periferias! ¡Que el Señor os bendiga,
que la Virgen os proteja y que San Francisco os ayude a todos a vivir la
alegría de ser discípulos del Señor!
Gracias.
(Original
italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de
ECCLESIA)
EL PAPA FRANCISCO RESPONDE
A LOS JÓVENES EN ASÍS SOBRE VOCACIÓN, FAMILIA, TRABAJO Y MISIÓN, EN SU ÚLTIMA
ETAPA EN LA PEREGRINACIÓN EN ASÍS, VIERNES
4 DE OCTUBRE DE 2013
"San Francisco es un ejemplo a seguir", el Papa a los
jóvenes en Asís”
(RV).- La tarde del 4 de octubre se llevó a cabo el esperado encuentro del Papa Francisco con los jóvenes en la localidad italiana de Asís, último evento del viaje del Papa a esta ciudad de la región de Umbría. Miles de peregrinos con gritos del “Viva el Papa” y canciones relacionadas con la juventud, recibieron entre aplausos al Obispo de Roma.
(RV).- La tarde del 4 de octubre se llevó a cabo el esperado encuentro del Papa Francisco con los jóvenes en la localidad italiana de Asís, último evento del viaje del Papa a esta ciudad de la región de Umbría. Miles de peregrinos con gritos del “Viva el Papa” y canciones relacionadas con la juventud, recibieron entre aplausos al Obispo de Roma.
El Papa les invitó a tomar a San Francisco de Asís como ejemplo a seguir: “Francisco hizo crecer la fe, renovó la Iglesia, y al mismo tiempo renovó la sociedad, la hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio”.
Éstas son las preguntas
formuladas al Santo Padre por los jóvenes:
1.
Vocación: ¿Qué hacer en la vida? ¿Cómo y dónde usar los talentos que el
Señor me ha dado?
A veces nos atrae la idea del sacerdocio o de la vida consagrada. Pero inmediatamente nace el miedo. Y luego, un compromiso así: ¿para siempre? ¿Cómo reconocer la llamada de Dios? ¿Qué aconseja a quien quisiera dedicar la vida al servicio de Dios y de los hermanos?
2. Familia: Nosotros jóvenes vivimos en una sociedad donde al centro está ‘el estar bien’, el divertirse, el pensar en sí mismos. Vivir un matrimonio de jóvenes cristianos es complejo, abrirse a la vida es un desafío y un temor frecuente.
Como pareja joven sentimos la alegría de vivir nuestro matrimonio,
pero experimentamos la fatiga y los desafíos cotidianos. ¿Cómo puede ayudarnos
la Iglesia, cómo pueden sostenernos nuestro pastores, cuáles pasos también
nosotros estamos llamados a cumplir?
3. Trabajo: También en Umbría la crisis económica general de estos últimos años ha provocado situaciones de malestar y pobreza. El futuro se presenta incierto y amenazante.
El riesgo es de perder, junto con la seguridad
económica, también la esperanza. ¿Cómo debe mirar al futuro un joven cristiano?
¿En cuál de estos caminos comprometerse para la edificación de una sociedad
digna de Dios y digna del hombre?
4.
Misión: Es bello para nosotros estar
aquí junto a Usted y escuchar sus palabras que nos animan e inflaman nuestro
corazón. El año de la fe que concluye dentro de algunas semanas, ha repropuesto
a todos los creyentes la urgencia del anuncio de la Buena Noticia.
También
nosotros quisiéramos participar en esta aventura entusiasmante. ¿Pero cómo?
¿Cuál puede ser nuestra contribución? ¿Qué debemos hacer?
Texto
completo de las palabras del Papa a los jóvenes:
¡Gracias por haber venido, gracias por esta fiesta! De veras: ¡esta es
una
fiesta! Y gracias por sus preguntas.
Me alegra que
la primera pregunta haya sido de un matrimonio joven ¡un lindo testimonio! Dos
jóvenes que han optado, que han decidido formar una familia, con alegría y con
valor. ¡Sí, porque es cierto, se necesita ser valientes para formar una
familia! ¡Hace falta valor! Y la pregunta de ustedes, jóvenes esposos, se
enlaza con la de la vocación.
¿Qué es el matrimonio? Es una verdadera vocación,
al igual que el sacerdocio y la vida religiosa. Dos cristianos que se casan han
reconocido en su historia de amor la llamada del Señor, la vocación para formar
de dos, hombre y mujer, una sola carne, una sola vida. Y el Sacramento del
matrimonio envuelve este amor con la gracia de Dios, lo arraiga en Dios mismo.
¡Con este don, con la certeza de esta llamada, se puede partir seguros, no se
tiene miedo de nada, se puede afrontar todo, juntos!
Pensemos en
nuestros padres, en nuestros abuelos o bisabuelos: se casaron en condiciones
mucho más pobres que las nuestras, algunos en tiempo de guerra, o en la
posguerra; algunos emigraron, como mis padres. ¿Dónde encontraban la fuerza?
La
encontraban en la certeza de que el Señor estaba con ellos, de que la familia
está bendecida por Dios en el Sacramento del matrimonio, y de que es bendita la
misión de tener hijos y de educarlos. Con estas certezas superaron incluso las
pruebas más duras. Eran certezas simples, pero verdaderas, formaban columnas
que sostenían su amor.
Su vida no era fácil: había problemas, tantos problemas.
Pero estas certezas simples les ayudaban a ir hacia delante. Y lograron hacer
una bella familia, a dar vida, a hacer crecer sus hijos.
¡Queridos amigos, se necesita esta base moral y espiritual, para construir bien y de forma sólida! Hoy en día, las familias y la tradición social ya no garantizan esta base.
Aún más, la sociedad en la que ustedes nacieron
privilegia los derechos individuales en lugar de la familia, estos derechos
individuales, privilegian las relaciones que duran hasta que no surgen
dificultades, y por esta razón a veces habla de relación de pareja, de familia
y de matrimonio de forma superficial y equívoca.
Sería suficiente ver ciertos
programas de televisión: y se ven estos valores, ¿no? Cuántas veces, los
párrocos – también yo, algunas veces lo he escuchado – oyen una pareja que
viene a casarse: “Pero, ¿ustedes saben que el matrimonio es para toda la
vida?”. “Ah, nosotros nos amamos tanto, pero…estaremos juntos mientras dure el
amor.
Cuando termina, uno por un lado y el otro por otro.” Es el egoísmo:
cuando yo no siento, termino el matrimonio y me olvido de aquella “una sola
carne” que no puede separarse. Es arriesgado casarse: ¡es riesgoso!
Es aquel
egoísmo que nos amenaza, porque dentro de nosotros todos tenemos la posibilidad
de una doble personalidad: aquella que dice “yo, libre, yo quiero esto…”, y la
otra que dice: “Yo, me, mi, conmigo, por mi…”: ¿eh? El egoísmo siempre, que regresa
y no sabe abrirse a los otros.
La otra dificultad es esta cultura del
provisorio: parece que nada sea definitivo. Todo es provisorio. Como dije
recientemente: pero el amor, hasta que dura. Una vez oí un seminarista – bueno,
¿eh? – que decía: “Yo quiero ser sacerdote pero por diez años. Luego volveré a
pensar”.
Pero… ¡es la cultura de lo provisorio, y Jesús, no nos ha salvado
provisoriamente: nos ha salvado definitivamente!
¡Pero el
Espíritu Santo suscita siempre respuestas nuevas a las nuevas exigencias! Y así
se han multiplicado en la Iglesia los caminos para los novios, los cursos de
preparación para el Matrimonio, los grupos de matrimonios jóvenes en las
parroquias, los movimientos familiares… ¡Son una riqueza inmensa!
Son puntos de
referencia para todos: para los jóvenes en busca, para las parejas en crisis,
para los padres que tienen problemas con sus hijos y viceversa. Pero nos ayudan
todos. Y luego están las diferentes formas de acoger: acogida, adopción,
hogares de acogida de diversos tipos… La fantasía – me permito la palabra – ¡La
fantasía del Espíritu Santo es infinita, pero también es muy concreta!
Entonces
les quiero decir que no tengan miedo de dar pasos definitivos en la vida: no
tener miedo de darlos. Cuántas veces he oído madres que me decían: “Pero,
Padre, yo tengo un hijo de 30 años y no se casa: ¡no sé qué cosa hacer! Tiene
una bella novia, pero no se decide…” ¡Pero, señora, no le planche más las
camisas! ¡Es así! No tener miedo de dar pasos definitivos, como el del
matrimonio: profundicen su amor, respetando sus tiempos y expresiones, recen y
prepárense, pero luego ¡confíen en que el Señor no los deja solos!
Háganlo
entrar en su hogar como uno de la familia, Él los sostendrá siempre.
La familia es
la vocación que Dios ha escrito en la naturaleza del hombre y de la mujer, pero
también hay otra vocación complementaria al matrimonio: el llamado al celibato
y a la virginidad por el Reino de los Cielos.
Es la vocación que el mismo Jesús
vivió. ¿Cómo reconocerla? ¿Cómo seguirla? Es la tercera pregunta que me han
presentado.
Pero, alguno de ustedes puede pensar: “pero, ¡qué bien este Obispo!
Hicimos las preguntas y ¡tiene las respuestas todas listas, escritas!” Yo
recibí las preguntas algunos días atrás, ¿eh? Por eso las conozco… Y yo les
respondo con dos elementos esenciales, sobre cómo reconocer esta vocación al
sacerdocio o a la vida consagrada. Primer elemento: orar y caminar en la
Iglesia. Estas dos cosas van de la mano, se entrelazan.
En el origen de toda
vocación a la vida consagrada siempre hay una fuerte experiencia de Dios ¡una
experiencia que no se olvida, se recuerda para toda la vida! Es aquella que
tuvo Francisco, ¿no? Y esto no lo podemos ni calcular ni programar. ¡Dios
siempre nos sorprende!
Es Dios el que llama; pero es importante tener una
relación diaria con Él, escucharlo en silencio ante el Tabernáculo y dentro de
nosotros mismos, hablarle, acercarse a los Sacramentos.
Tener esta relación
familiar con el Señor es como tener abierta la ventana de nuestra vida, para
que Él nos haga escuchar su voz, lo que quiere de nosotros. Sería lindo
escuchar aquí a los sacerdotes presentes, a las religiosas… Sería lindísimo,
porque cada historia es única, pero todas empiezan con un encuentro que ilumina
en lo profundo, que toca el corazón y envuelve a toda la persona: afecto,
intelecto, sentidos, todo.
La relación con Dios no concierne sólo a una parte
de nosotros mismos, sino que abarca todo. Es un amor tan grande, tan hermoso,
tan verdadero, que merece todo y merece toda nuestra confianza. Y me gustaría
decir una cosa con fuerza, sobre todo hoy: ¡la virginidad por el Reino de Dios
no es un “no” es un “sí”! Por supuesto, implica la renuncia a un vínculo
conyugal y a una familia propia, pero la base es el “sí” como respuesta al “sí”
total de Cristo hacia nosotros, y este “sí” hace fecundos.
¡Pero aquí, en Asís no hay necesidad de palabras! ¡Está Francisco, está Clara allí, ellos hablan! Su carisma sigue hablando a muchos jóvenes en todo el mundo: muchachos y muchachas que dejan todo para seguir a Jesús por el camino del Evangelio.
He aquí, el
Evangelio. Quisiera tomar la palabra “Evangelio ” para responder a las otras
dos preguntas que me han formulado, la segunda y la cuarta.
Una se refiere al
compromiso social, en este período de crisis que amenaza la esperanza; y la
otra se refiere la evangelización, llevar el mensaje de Jesús a los demás.
Ustedes me preguntan: ¿qué podemos hacer? ¿Cuál puede ser nuestro aporte?
Aquí, en Asís, aquí cerca de la Porciúncula, me parece oír la voz de San Francisco, que nos repite: “¡Evangelio, Evangelio!” Me lo dice también a mí: aún más, en primer lugar a mí: ¡Papa Francisco, sé servidor del Evangelio! Si yo no logro a ser un servidor del Evangelio, ¡mi vida no vale nada!
Pero el Evangelio, queridos amigos, no concierne sólo a la religión, concierne al hombre, a todo el hombre y concierne al mundo, a la sociedad, a la civilización humana.
El Evangelio es el mensaje de salvación de Dios para la
humanidad. ¡Pero cuando decimos “mensaje de salvación”, no es una forma de hablar,
no son meras palabras o palabras vacías, como tantas que hay hoy en día! ¡La
humanidad necesita realmente ser salvada!
Lo vemos todos los días cuando leemos
el periódico, o escuchamos las noticias en la televisión, pero también lo vemos
a nuestro alrededor, en las personas, en las situaciones…, ¡y lo vemos en
nosotros mismos! ¡Cada uno de nosotros tiene necesidad de salvación! ¡Solos no
podemos! ¡Tenemos necesidad de salvación! ¿Salvación de qué? Del mal. El mal
obra, hace su trabajo. Pero el mal no es invencible y el cristiano no se
resigna ante el mal.
Y ustedes, los jóvenes ¿quieren resignarse ante el mal,
las injusticias, las dificultades? ¿Quieren o no quieren? [Los jóvenes
responden: ¡no!] Ah, ¡está bien! Esto me gusta.
Nuestro secreto es que Dios es
más grande que el mal: ¡es verdad, Dios es más grande que el mal! Dios es amor
infinito, misericordia sin límites, y este Amor ha vencido el mal en su raíz en
la muerte y resurrección de Cristo. ¡Éste es el Evangelio, la Buena Nueva: el
amor de Dios ha ganado! Cristo murió en la cruz por nuestros pecados y
resucitó. Con Él podemos luchar contra el mal y vencerlo todos los días.
¿Creemos en ello, o no? [Los jóvenes responden: ¡sí!] Pero este ‘sí’ debe ir en
la vida ¿eh? Si yo creo que Jesús venció el mal y me salvará, debo seguir a
Jesús, debo ir por el camino de Jesús toda la vida.
Entonces, el Evangelio, este mensaje de salvación, tiene dos destinos que están enlazados: el primero, suscitar la fe, y ésta es la evangelización; el segundo, transformar el mundo según el designio de Dios, y ésta es la animación cristiana de la sociedad.
Pero no son dos cosas separadas, son una sola misión:
¡llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestras vidas transforma el
mundo! Éste es el camino: llevar el Evangelio a través del testimonio de
nuestra vida.
Miremos a Francisco: él hizo ambas cosas, con la fuerza del único Evangelio. Francisco hizo crecer la fe, renovó la Iglesia, y al mismo tiempo renovó la sociedad, la hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio, con el testimonio. ¿Saben qué cosa dijo una vez Francisco a sus hermanos? “Prediquen siempre el Evangelio y, si fuera necesario, ¡también con las palabras!”. Pero, ¿cómo? ¿Se puede predicar el Evangelio sin las palabras? ¡Sí, con el testimonio! Primero, el testimonio, luego, las palabras. ¡El testimonio!
¡Jóvenes de
Umbría: hagan lo mismo!
Hoy, en nombre de San Francisco, les digo, no tengo ni
oro, ni plata para darles, sino algo mucho más valioso, el Evangelio de Jesús,
¡vayan con coraje!
Con el Evangelio en su corazón y en sus manos, sean
testimonios de la fe con su vida: lleven a Cristo a sus hogares, anúncienlo
entre sus amigos, acójanlo y sírvanlo en los pobres. ¡Jóvenes: Den a Umbría un
mensaje de vida, de paz y de esperanza! ¡Ustedes pueden hacerlo!
[Luego de rezar el Padrenuestro e impartir su bendición] Y, por favor les pido: ¡Recen por mí!
LA VISITA A LA CRIPTA CON LA TUMBA DE SAN FRANCISCO
LA VISITA A LOS ENFERMOS
El Papa concluye su visita a Asís en un intenso encuentro con los jóvenes (click link para ver video)
“¡FRANCISCO, VEN Y
REPARA MI CASA!”,
“¡PAPA FRANCISCO, SÉ SERVIDOR DEL EVANGELIO!”
“¡PAPA FRANCISCO, SÉ SERVIDOR DEL EVANGELIO!”
“¡Francisco,
ven y repara mi casa!”,“¡Papa Francisco, sé servidor del Evangelio!” –
editorial Revista Ecclesia
El viaje del
Papa Francisco a Asís, del viernes 4 de octubre, festividad de San Francisco
(ver páginas 34 y 35) fue todo un acontecimiento de gracia y de luz. Las
expectativas se cumplieron hermosa y fecundamente.
Y como si la historia, ocho siglos después, hubiera dado un giro copernicano, ahora era Pedro (el Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio) quien acudía a San Francisco de Asís para que este le “bendijera” como él mismo, en el año 1209, peregrinó a Roma para ser bendecido por Pedro (el Papa Inocencio III)…
Y tanto en una cita como en la otra, una palabra y un sentimiento sobrevolaban, conmovían e interpelaban los corazones: Evangelio. Sí, vivir y servir el Evangelio de Jesucristo, el único oro y la única plata que los cristianos, que la Iglesia, pueden en verdad ofrecer a una humanidad –la de ayer, la de hoy y la de siempre- sedienta y ávida, aunque con tantas búsquedas erráticas y tantos hallazgos ilusorios, de plenitud y de salvación.
Y como si la historia, ocho siglos después, hubiera dado un giro copernicano, ahora era Pedro (el Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio) quien acudía a San Francisco de Asís para que este le “bendijera” como él mismo, en el año 1209, peregrinó a Roma para ser bendecido por Pedro (el Papa Inocencio III)…
Y tanto en una cita como en la otra, una palabra y un sentimiento sobrevolaban, conmovían e interpelaban los corazones: Evangelio. Sí, vivir y servir el Evangelio de Jesucristo, el único oro y la única plata que los cristianos, que la Iglesia, pueden en verdad ofrecer a una humanidad –la de ayer, la de hoy y la de siempre- sedienta y ávida, aunque con tantas búsquedas erráticas y tantos hallazgos ilusorios, de plenitud y de salvación.
En su
encuentro vespertino, en la Porciúncula, con los jóvenes, el Papa, respondiendo
a cuatro grandes preguntas sobre temas tan claves como familia, trabajo,
vocación y misión, volvió a hacer una nueva y significativa confidencia: “Me
parece oír la voz de San Francisco que nos repite: ¡Evangelio, Evangelio!”. Me
lo dice a mí también, más aún, me lo dice en primer lugar a mí; ¡Papa Francisco,
sé servidor del Evangelio! Y si no logro a ser servidor del Evangelio, ¡mi vida
no vale nada!”.
Hace más de
ochocientos años, Dios irrumpió en la vida del joven Francisco Bernardone. Un
hermoso icono bizantino, en una iglesia derruida en las afueras de su ciudad,
inspiraba buena parte de aquel proceso. Era la imagen de un Cristo crucificado,
vivo, con ojos abiertos y los brazos extendidos. Aquel joven mundano pero
inquieto miró y se dejó mirar por el Crucificado, y Dios, poco a poco, fue
obrando el resto, el resto de la historia del cristiano que quizás más se ha
parecido a Jesucristo.
“Mi visita
–habla el Papa al llegar a Asís- es, sobre todo, una peregrinación de amor para
rezar ante la tumba de un hombre que se desnudó de sí mismo y se revistió de Cristo
y que, siguiendo el ejemplo de Cristo, amó a todos, especialmente a los más
pobres y abandonados, y amó con estupor y sencillez la creación de Dios”. Y
después apostilló: “El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos
elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de
la misma moneda”.
¡Esto es, sí,
Evangelio! Evangelio que es desnudarse de la mundanidad, del espíritu contrario
a las Bienaventuranzas. Desnudarse de la prepotencia, de la
vanidad, del orgullo, de la idolatría de creernos, en el fondo, como
dioses autosuficientes e imprescindibles, árbitros y jueces de los demás.
Y, a cambio
revestirse, de Jesucristo es también Evangelio. Puro Evangelio y sin glosa. Un
Evangelio que no concierne solo a la religión, sino a la totalidad de la
persona y a la entera civilización humana. Un Evangelio que transforma los
corazones y de este modo es levadura para un mundo mejor. Un Evangelio que
suscita la fe, y así evangeliza, y cambia el mundo según Dios. “Éste es el camino:
llevar el Evangelio a través del testimonio de nuestra vida. Miremos a
Francisco: él hizo ambas cosas, con la fuerza del único Evangelio. Francisco
hizo crecer la fe, renovó la Iglesia, y al mismo tiempo renovó la sociedad, la
hizo más fraterna, pero siempre con el Evangelio, con el testimonio”.
El Papa
Francisco llegó a Asís después de otra trepidante semana en la actualidad
vaticana: anuncio de las canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II,
entrevista en el diario La Repubblica, reunión -repleta de anuncios
de profundas renovaciones en la Curia Romana y en el modo de ejercer la
autoridad- del Consejo de Cardenales, la indignación del Papa y de la humanidad
de bien por la tragedia del naufragio en Lampedusa…
Y en Asís todo quedó
reflejado, condensado e iluminado: el camino, el único camino que salva es el
Evangelio. ¿Cómo no dejar, pues, que vibre y enardezca nuestro corazón? ¿Y cómo
quedarnos con lo secundario, con los gustos, con las
comparaciones, con los recelos, con las críticas, con las lisonjas, en suma,
con la mundanidad?
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