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AUDIENCIA GENERAL 27 DE AGOSTO 2014.
2014-08-27 Radio Vaticana
(RV).- (Con audio y video) Pecadores que experimentamos cada día las
propias fragilidades y las propias miserias formamos la Iglesia que es, sin
embargo, «una» y «santa», como afirmamos en el Credo –explicó el Obispo de Roma
en la Catequesis del miércoles 27 de agosto-.
La Iglesia es una porque tiene su origen en Dios uno y trino, misterio de unidad y de comunión plena. Es santa –dijo-, porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada de su amor y salvación.
La Iglesia es una porque tiene su origen en Dios uno y trino, misterio de unidad y de comunión plena. Es santa –dijo-, porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada de su amor y salvación.
Francisco manifestó que “la
experiencia nos dice que son tantos los pecados contra la unidad. A veces
nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión para compartir, son
tristemente marcadas por la envidia, los celos, las antipatías...Y las
habladurías están a la mano de todos. Pero esto ¡no es la Iglesia! Esto no se
debe hacer. Es humano, ¡pero no es cristiano!
Esto sucede cuando apuntamos a los primeros puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en lugar de sus cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide en lugar de aquello que nos une...” afirmó.
Esto sucede cuando apuntamos a los primeros puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en lugar de sus cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide en lugar de aquello que nos une...” afirmó.
Por esto el Papa instó a hacer un
serio examen de conciencia. “En una comunidad cristiana, la división es uno de
los pecados más graves, porque la hace signo no de la obra de Dios, sino del
diablo que por definición es aquel que separa, que arruina las relaciones, que
insinúa prejuicios –manifestó-. Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la
capacidad de acogernos, de perdonar y de querernos bien, para parecernos cada
vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en
el reconocerse a imagen de Dios, colmada de su misericordia y de su gracia”.
Por eso, reflexionó el Sucesor de
Pedro, “esta fe que profesamos nos empuja a la conversión, a tener el valor de
vivir cotidianamente la unidad y santidad. Si nosotros no estamos unidos, no
somos santos, es porque no somos fieles a Jesús”. Y el Papa insistió: “Pero
Jesús ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos dejemos perdonar. Él está siempre
con nosotros ayudándonos a ser menos pecadores, más santos, más unidos”.
En este marco Francisco relató que una
vez escuchó algo muy interesante y bello de una anciana que había trabajado
toda su vida en la parroquia y uno que la conocía bien dijo: “esta persona
jamás ha hablado mal, jamás participó de habladurías, siempre tenía una
sonrisa”. ¡Una persona así podría ser canonizada mañana!, afirmó Francisco, es
un hermoso ejemplo.
“Queridos amigos –concluyó el Obispo
de Roma-, hagamos resonar en nuestro corazón estas palabras de Jesús: «Felices
los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y qué es la conversión?: “Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos”. ¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no? Y pedimos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda convertirse en un reflejo siempre más bello y gozoso de la relación entre Jesús y el Padre”.
Jesuita Guillermo Ortiz – Radio Vaticana
Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y qué es la conversión?: “Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos”. ¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no? Y pedimos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda convertirse en un reflejo siempre más bello y gozoso de la relación entre Jesús y el Padre”.
Jesuita Guillermo Ortiz – Radio Vaticana
Catequesis completa de Papa Francisco:
La Iglesia Una y Santa
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
cada vez que renovamos nuestra profesión de fe recitando el “Credo”, afirmamos que la Iglesia es «una» y «santa». Es una, porque tiene su origen en Dios Trinidad, misterio de unidad y de comunión plena. Y la Iglesia es santa, porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada por su amor y por su salvación.
Al mismo tiempo, sin embargo, es santa pero compuesta por pecadores, todos nosotros. Pecadores que experimentamos cada día las propias fragilidades y las propias miserias.
Así, esta fe que profesamos nos mueve a la conversión, a tener el valor de vivir cotidianamente la unidad y santidad; y si nosotros no estamos unidos, si no somos santos, es porque no somos fieles a Jesús. Pero Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su Iglesia.
Él camina con nosotros, Él nos comprende. Comprende nuestras debilidades, nuestros pecados, ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos dejemos perdonar, ¿no? Pero Él está siempre con nosotros ayudándonos a ser menos pecadores, más santos, más unidos.
cada vez que renovamos nuestra profesión de fe recitando el “Credo”, afirmamos que la Iglesia es «una» y «santa». Es una, porque tiene su origen en Dios Trinidad, misterio de unidad y de comunión plena. Y la Iglesia es santa, porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada por su amor y por su salvación.
Al mismo tiempo, sin embargo, es santa pero compuesta por pecadores, todos nosotros. Pecadores que experimentamos cada día las propias fragilidades y las propias miserias.
Así, esta fe que profesamos nos mueve a la conversión, a tener el valor de vivir cotidianamente la unidad y santidad; y si nosotros no estamos unidos, si no somos santos, es porque no somos fieles a Jesús. Pero Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su Iglesia.
Él camina con nosotros, Él nos comprende. Comprende nuestras debilidades, nuestros pecados, ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos dejemos perdonar, ¿no? Pero Él está siempre con nosotros ayudándonos a ser menos pecadores, más santos, más unidos.
1. El primer consuelo nos llega del
hecho que Jesús rezó tanto por la unidad de sus discípulos. Es la oración de la
última cena, Jesús pidió tanto: “Padre que sean uno”. Rezó por la unidad. Y
justo en la inminencia de la Pasión, cuando estaba a punto de ofrecer toda su
vida por nosotros.
Es aquello que estamos invitados a leer y meditar continuamente, en una las páginas más intensas y conmovedoras del Evangelio de Juan, el capítulo diecisiete (cf. vv. 11,21-23). ¡Qué bello es saber que el Señor, apenas antes de morir, no se preocupó por sí mismo, sino que pensó en nosotros! Y en su diálogo intenso con el Padre, oró justamente para que podamos ser una cosa sola con Él y entre nosotros.
Es decir: con estas palabras, Jesús se hizo nuestro intercesor ante el Padre, para que también nosotros podamos entrar en la plena comunión de amor con Él; al mismo tiempo, nos confía este deseo como su testamento espiritual, para que la unidad pueda volverse siempre más la nota distintiva de nuestras comunidades cristianas y la respuesta más bella a cualquier persona que nos pregunte la razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pt 3, 15).
La unidad.
Es aquello que estamos invitados a leer y meditar continuamente, en una las páginas más intensas y conmovedoras del Evangelio de Juan, el capítulo diecisiete (cf. vv. 11,21-23). ¡Qué bello es saber que el Señor, apenas antes de morir, no se preocupó por sí mismo, sino que pensó en nosotros! Y en su diálogo intenso con el Padre, oró justamente para que podamos ser una cosa sola con Él y entre nosotros.
Es decir: con estas palabras, Jesús se hizo nuestro intercesor ante el Padre, para que también nosotros podamos entrar en la plena comunión de amor con Él; al mismo tiempo, nos confía este deseo como su testamento espiritual, para que la unidad pueda volverse siempre más la nota distintiva de nuestras comunidades cristianas y la respuesta más bella a cualquier persona que nos pregunte la razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pt 3, 15).
La unidad.
2 «Que todos sean uno: como tú, Padre,
estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el
mundo crea que tú me enviaste». (Jn 17,21). La Iglesia ha buscado desde el
principio realizar este propósito, que es tan querido por Jesús.
Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan que los primeros cristianos se distinguían por el hecho de tener “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32); el apóstol Pablo, después, exhortaba a sus comunidades a no olvidar que son «un solo cuerpo» (1 Cor 12,13)…hemos oído en las lecturas.
La experiencia, sin embargo, nos dice que son tantos los pecados contra la unidad. Y no pensamos solamente en los cismas, pensamos en faltas muy comunes en nuestras comunidades, en pecados “parroquiales”, en los pecados en las parroquias. A veces, de hecho, nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión y donde compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos, las antipatías...Y las habladurías están a la mano de todos ¿eh? ¡Cuánto se habla en las parroquias! ¿Es bueno esto o no es bueno? ¿Es bueno?…Y si, uno es elegido ‘presidente’ de tal asociación: se habla contra de él… Y si tal otra es elegida ‘presidenta’ de la catequesis: las demás hablan contra de ella…Pero esto, ¡no es la Iglesia! Esto no se debe hacer, ¡no debemos hacerlo! No les digo que se corten la lengua, no, no, no, tanto no, pero pedir al Señor la gracia de no hacerlo.
Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan que los primeros cristianos se distinguían por el hecho de tener “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32); el apóstol Pablo, después, exhortaba a sus comunidades a no olvidar que son «un solo cuerpo» (1 Cor 12,13)…hemos oído en las lecturas.
La experiencia, sin embargo, nos dice que son tantos los pecados contra la unidad. Y no pensamos solamente en los cismas, pensamos en faltas muy comunes en nuestras comunidades, en pecados “parroquiales”, en los pecados en las parroquias. A veces, de hecho, nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión y donde compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos, las antipatías...Y las habladurías están a la mano de todos ¿eh? ¡Cuánto se habla en las parroquias! ¿Es bueno esto o no es bueno? ¿Es bueno?…Y si, uno es elegido ‘presidente’ de tal asociación: se habla contra de él… Y si tal otra es elegida ‘presidenta’ de la catequesis: las demás hablan contra de ella…Pero esto, ¡no es la Iglesia! Esto no se debe hacer, ¡no debemos hacerlo! No les digo que se corten la lengua, no, no, no, tanto no, pero pedir al Señor la gracia de no hacerlo.
Esto es humano, ¡pero no es cristiano!
Esto sucede cuando apuntamos a los primeros puestos; cuando nos ponemos en el
centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas,
y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en
lugar de ver sus cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide
en lugar de aquello que nos une...
Una vez, en la diócesis que tenía
antes, oí un comentario interesante y bello: se hablaba de una anciana que
había trabajado toda su vida en la parroquia. Y una persona que la conocía bien
dijo: “esta mujer jamás ha hablado mal, nunca participó de habladurías, siempre
tenía una sonrisa”. ¡Una persona así podría ser canonizada mañana! Es así, es
bello esto, un hermoso ejemplo.
Y si miramos la historia de la Iglesia…¡cuántas divisiones entre nosotros, cristianos! También ahora estamos divididos. También en la historia, los cristianos hicimos la guerra entre nosotros por divisiones teológicas, pensemos en la guerra de los treinta años. Pero, esto no es cristiano. ¿Somos cristianos o no? Estamos divididos ahora.
Tenemos que pedir por la unidad de todos los cristianos, ir por el camino de la unidad que es lo que Jesús quiere y por lo que ha rezado.
Y si miramos la historia de la Iglesia…¡cuántas divisiones entre nosotros, cristianos! También ahora estamos divididos. También en la historia, los cristianos hicimos la guerra entre nosotros por divisiones teológicas, pensemos en la guerra de los treinta años. Pero, esto no es cristiano. ¿Somos cristianos o no? Estamos divididos ahora.
Tenemos que pedir por la unidad de todos los cristianos, ir por el camino de la unidad que es lo que Jesús quiere y por lo que ha rezado.
3. En vista de todo esto, tenemos que
hacer seriamente un examen de conciencia. En una comunidad cristiana, la
división es uno de los pecados más graves, porque la hace signo no de la obra
de Dios, sino de la obra del diablo, el cual es, por definición, aquel que
separa, que arruina las relaciones, que insinúa prejuicios…
La división en una comunidad cristiana - sea una escuela, sea una parroquia, una asociación, donde sea - es un pecado gravísimo, porque es obra del diablo. Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de acogernos, de perdonarnos y de bien querernos, para parecernos cada vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocerse imagen de Dios, colmada de Su misericordia y de Su gracia.
La división en una comunidad cristiana - sea una escuela, sea una parroquia, una asociación, donde sea - es un pecado gravísimo, porque es obra del diablo. Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de acogernos, de perdonarnos y de bien querernos, para parecernos cada vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocerse imagen de Dios, colmada de Su misericordia y de Su gracia.
Queridos amigos, hagamos resonar en
nuestro corazón estas palabras de Jesús: «Felices los que trabajan por la paz,
porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y qué es la conversión?: “Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos”. ¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no?
Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y qué es la conversión?: “Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos”. ¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no?
Y pedimos que el tejido cotidiano de
nuestras relaciones pueda convertirse en un reflejo siempre más bello y gozoso
de la relación entre Jesús y el Padre.
Gracias.
Gracias.
Traducción del italiano: Griselda
Mutual, Radio Vaticana
PAPA VISITA PASTORAL COREAN(algunas fotos)
JMP+
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