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AUDIENCIA GENERAL 1° DE ABRIL 2015.
Triduo Pascual:
Culmen del año litúrgico y de la vida cristiana
2015-04-01 Radio Vaticana
(RV).- (Actualizado
con voz del Papa) Ante miles de peregrinos reunidos en la plaza de San
Pedro, el Obispo de Roma explicó con detalle el Triduo Pascual y
pidió al Señor que “nos conceda a todos participar plenamente en el misterio de
su muerte y resurrección haciendo nuestros sus propios sentimientos”.
Al inicio de su catequesis, el Papa
Francisco recordó que el Triduo Pascual comienza el jueves Santo con
la celebración de la Última Cena “en la que Jesús ofreció, con
el Pan y el Vino, su Cuerpo y su Sangre al Padre, y nos mandó perpetuar esta
ofrenda en conmemoración suya”.
Sobre el gesto de lavar los
pies, el Papa destacó que es “expresión de esa misma entrega como servicio
a Dios y a los hermanos” y añadió que en el Bautismo “la gracia de Dios nos ha
lavado del pecado” y que en cada Eucaristía “nos interpela a seguir el
mandamiento de su amor”.
Asimismo, el Papa señaló que en el viernes
Santo recordaremos las palabras de Jesús en la Cruz: «Está
cumplido» y explicó que “el sacrificio del Cordero inmolado, que transforma la
mayor iniquidad en un acto supremo de amor, lleva a término el plan de
salvación contenido en las Escrituras”.
“Nuestra vida refleja este amor
perfecto, cuando ofreciéndola por los demás, como Jesús nos enseñó, lo hacemos
presente en medio de su pueblo”, precisó el Pontífice.
Durante el sábado Santo,
el Papa explicó que “contemplaremos el descanso de Jesús en el sepulcro”
y junto a María, su madre, “mantendremos encendida la llama de la fe y de la
esperanza”.
Por último, el Obispo de Roma recordó
que en la Vigilia Pascual “celebraremos al Resucitado, centro
y fin de la creación y de la historia, en la alegre esperanza de su retorno” y
concluyó que “la piedra del dolor será removida por el resplandor de la
resurrección, que ilumina nuestro presente y nuestro futuro”.
Para Radio Vaticano, MTC.
Síntesis de la catequesis del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
Mañana comienza el Triduo Pascual que
se abre con la celebración de la Última Cena, en la que Jesús ofreció, con el
Pan y el Vino, su Cuerpo y su Sangre al Padre, y nos mandó perpetuar esta
ofrenda en conmemoración suya. El gesto de lavar los pies es expresión de esa
misma entrega como servicio a Dios y a los hermanos. En el Bautismo, la gracia
de Dios nos ha lavado del pecado, y cada Eucaristía nos interpela a seguir el
mandamiento de su amor.
El Viernes Santo recordaremos las palabras de Jesús en
la Cruz: «Está cumplido». El sacrificio del Cordero inmolado, que transforma la
mayor iniquidad en un acto supremo de amor, lleva a término el plan contenido
en las Escrituras.
Nuestra vida refleja este amor perfecto, cuando ofreciéndola
por los demás, como Jesús nos enseñó, lo hacemos presente en medio de su
pueblo.
El Sábado Santo, contemplaremos el descanso de Jesús en el sepulcro.
Junto a María, mantendremos encendida la llama de la fe y de la esperanza.
Y a
la tarde, en la Vigilia Pascual, celebraremos al Resucitado, centro y fin de la
creación y de la historia, en la alegre esperanza de su retorno. La piedra del
dolor será removida por el resplandor de la resurrección, que ilumina nuestro
presente y nuestro futuro.
Saludo cordialmente a los peregrinos
de lengua española, en particular a los muchos jóvenes, así como a los grupos
provenientes de España, México, Ecuador, Argentina y otros países
latinoamericanos.
Que el Señor nos conceda a todos participar plenamente en el
misterio de su muerte y resurrección haciendo nuestros sus propios
sentimientos. Muchas gracias.
TEXTO COMPLETO DE LA
CATEQUESIS DEL PAPA
El Triduo Pascual (Actualizado con voz del Papa)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
Mañana es Jueves Santo. En la tarde,
con la Santa Misa “en la Cena del Señor” iniciará el Triduo Pascual de la
pasión, muerte y resurrección de Cristo, que es el culmen de todo el año
litúrgico y también el culmen de nuestra vida cristiana.
El Triduo se abre con la conmemoración
de la Última Cena. Jesús, en la vigilia de su pasión, ofreció al Padre su
Cuerpo y su Sangre bajo las formas del pan y del vino y, donándolos como
alimento a los apóstoles, les ordenó que perpetuaran la ofrenda en su memoria.
El Evangelio de esta celebración, recordando el lavatorio de los pies, expresa
el mismo significado de la Eucaristía bajo otra perspectiva. Jesús – como un
siervo – lava los pies de Simón Pedro y de los otros once discípulos (cfr. Jn
13,4-5).
Con este gesto profético, Él expresa
el sentido de su vida y de su pasión, como servicio a Dios y a los hermanos:
“Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir”
(Mc 10,45).
Esto sucedió también en nuestro
Bautismo, cuando la gracia de Dios nos ha lavado del pecado y nos hemos
revestido de Cristo (cfr. Col 3,10). Esto sucede cada vez que realizamos el
memorial del Señor en la Eucaristía: hacemos comunión con Cristo Siervo para
obedecer a su mandamiento, aquel de amarnos como Él nos ha amado (cfr. Jn
13,34; 15,12). Si nos acercamos a la Santa Comunión sin estar sinceramente
dispuestos a lavarnos los pies los unos a los otros, no reconocemos el Cuerpo
del Señor. Es el servicio de Jesús donándose a sí mismo, totalmente.
Después, pasado mañana, en la liturgia
del Viernes Santo, meditamos el misterio de la muerte de Cristo y adoramos la
Cruz. En los últimos instantes de vida, antes de entregar el espíritu al Padre,
Jesús dijo: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,30). ¿Qué significa esta palabra, que
Jesús diga: “Todo se ha cumplido”? Significa que la obra de la salvación está
cumplida, que todas las Escrituras encuentran su pleno cumplimiento en el amor
de Cristo, Cordero inmolado. Jesús, con su Sacrificio, ha transformado la más
grande iniquidad en el más grande amor.
A lo largo de los siglos encontramos
hombres y mujeres que con el testimonio de su existencia reflejan un rayo de
este amor perfecto, pleno, incontaminado. Me gusta recordar un heroico testigo
de nuestros días, Don Andrea Santoro, sacerdote de la diócesis de Roma y
misionero en Turquía. Unos días antes de ser asesinado en Trebisonda, escribía:
“Estoy aquí para habitar en medio de esta gente y permitir hacerlo a Jesús,
prestándole mi carne… Nos hacemos capaces de salvación sólo ofreciendo la
propia carne. El mal del mundo hay que llevarlo y el dolor hay que compartirlo,
absorbiéndolo en la propia carne hasta el final, como lo hizo Jesús”. (A.
Polselli, Don Andrea Santoro, las herencias, Città Nuova, Roma 2008, p. 31).
Que este ejemplo de un hombre de nuestros tiempos, y tantos otros, nos
sostengan en el ofrecer nuestra vida como don de amor a los hermanos, a
imitación de Jesús. Y también hoy hay tantos hombres y mujeres, verdaderos
mártires que ofrecen su vida con Jesús para confesar la fe, solamente por aquel
motivo. Es un servicio, servicio del testimonio cristiano hasta la sangre,
servicio que nos ha hecho Cristo: nos ha redimido hasta el final. ¡Y es éste el
significado de aquella frase “Todo se ha cumplido”!
Qué bello será que todos nosotros, al
final de nuestra vida, con nuestros errores, nuestros pecados, también con
nuestras buenas obras, con nuestro amor al prójimo, podamos decir al Padre como
Jesús: ¡“Todo se ha cumplido”! Pero no con la perfección con la que lo dijo
Jesús sino decir: “Señor, he hecho todo lo que podía hacer”.
¡“Todo se ha
cumplido”! Adorando la Cruz, mirando a Jesús, pensemos en el amor, en el
servicio, en nuestra vida, en los mártires cristianos. Y también nos hará bien
pensar en el fin de nuestra vida. Ninguno de nosotros sabe cuándo sucederá
esto, pero podemos pedir la gracia de poder decir: “Padre, he hecho todo lo que
podía hacer”. ¡“Todo se ha cumplido”!
El Sábado Santo es el día en el cual
la Iglesia contempla el “reposo” de Cristo en la tumba después del victorioso
combate en la Cruz. En el Sábado Santo, la Iglesia, una vez más, se identifica
con María: toda su fe está recogida en ella, la primera y perfecta discípula,
la primera y perfecta creyente. En la oscuridad que envuelve la creación, Ella
se queda sola para tener encendida la llama de la fe, esperando contra toda
esperanza (cfr. Rm 4,18) en la Resurrección de Jesús.
Y en la grande Vigilia Pascual, en la
cual resuena nuevamente el Aleluya, celebramos a Cristo Resucitado, centro y
fin del cosmos y de la historia; vigilamos plenos de esperanza en espera de su
regreso, cuando la Pascua tendrá su plena manifestación.
A veces, la oscuridad de la noche parece
que penetra en el alma; a veces pensamos: “ya no hay nada más que hacer”, y el
corazón no encuentra más la fuerza de amar…Pero precisamente en aquella
oscuridad Cristo enciende el fuego del amor de Dios: un resplandor rompe la
oscuridad y anuncia un nuevo inicio, algo comienza en la oscuridad más
profunda. Nosotros sabemos que la noche es más noche y tiene más oscuridad
antes que comience la jornada. Pero, justamente, en aquella oscuridad está
Cristo que vence y que enciende el fuego del amor. La piedra del dolor ha sido
volcada dejando espacio a la esperanza. ¡He aquí el gran misterio de la Pascua!
En esta santa noche la Iglesia nos entrega la luz del Resucitado, para que en
nosotros no exista el lamento de quien dice “ya…”, sino la esperanza de quien se
abre a un presente lleno de futuro: Cristo ha vencido la muerte y nosotros con
Él. Nuestra vida no termina delante de la piedra de un Sepulcro, nuestra vida
va más allá, con la esperanza al Cristo que ha resucitado, precisamente, de
aquel Sepulcro.
Como cristianos estamos llamados a ser centinelas de la mañana
que sepan advertir los signos del Resucitado, como han hecho las mujeres y los
discípulos que fueron al sepulcro en el alba del primer día de la semana.
Queridos hermanos y hermanas, en estos
días del Triduo Santo no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor sino
que entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes,
como nos invita a hacer el apóstol Pablo: “Tengan en ustedes los mismos
sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5). Entonces la nuestra será una “buena
Pascua”.
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual - RV)
JMP+
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