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JUBILEO DE LOS
SACERDOTES.
SANTA MISA DE CLAUSURA
EN PLAZA SAN PEDRO. CELEBRACIÓN DE CORPUS CHRISTI
2016-06-03
HOMILÍA DEL PAPA
FRANCISCO:
“BUSCAR, INCLUIR Y
ALEGRARSE”
(RV).- "Ninguno está excluido del corazón de Cristo, de su oración y
de su sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de Padre, el Señor acoge, incluye,
y, cuando debe corregir, siempre es para acercar; sin despreciar a nadie, sino
que está dispuesto a ensuciarse las manos por todos".
En la Solemnidad del Sagrado
Corazón de Jesús y Jornada de Santificación Sacerdotal, el Papa
Francisco presidió la celebración de la Santa Misa en la Plaza de San
Pedro con motivo del Jubileo de los Sacerdotes.
En su homilía el Santo Padre recordó
que esta Solemnidad nos invita a llegar al corazón, es decir, a la interioridad,
a las raíces más sólidas de la vida, al núcleo de los afectos, en una palabra,
al centro de la persona. De ahí su invitación a fijar la mirada en dos
corazones: el del Buen Pastor y el de nuestro corazón de pastores.
Del corazón del Buen Pastor el Pontífice afirmó
que no es sólo el que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia
misma. Puesto que ahí resplandece el amor del Padre; ahí tenemos la seguridad
de ser acogidos y comprendidos como somos; ahí, con todas nuestras limitaciones
y pecados, es posible saborear la certeza de ser elegidos y amados.
El Obispo de Roma también
recordó a los sacerdotes que al mirar al corazón de Jesús, deben renovar el
primer amor: “el recuerdo – dijo – de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a
seguirlo, la alegría de haber echado las redes de la vida confiando en su
palabra”.
Entre los conceptos que expresó
el Papa se destacan los términos “buscar”, “incluir” y “alegrarse”.
“Buscar”, puesto que es el
corazón que busca: es un corazón que no privatiza los tiempos y espacios, no es
celoso de su legítima tranquilidad, y nunca pretende que no lo molesten. El
pastor, según el corazón de Dios, no defiende su propia comodidad, no se
preocupa de proteger su buen nombre, sino que, por el contrario, sin temor a
las críticas, está dispuesto a arriesgar con tal de imitar a su Señor.
“Incluir”, porque Cristo ama y
conoce a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña. No es
un jefe temido por las ovejas – afirmó Francisco – sino el pastor que
camina con ellas y las llama por su nombre para reunir a las que todavía no
están con él.
“Alegrarse”, puesto que Dios –
dijo el Papa – se pone “muy contento” y su alegría nace del perdón,
de la vida que se restaura, del hijo que vuelve a respirar el aire de casa.
El Santo Padre concluyó
su homilía recordándoles a los queridos sacerdotes que en la celebración
eucarística encuentran cada día su identidad de pastores. Y añadió que cada vez
pueden hacer suyas las palabras de Jesús: “Este es mi cuerpo que se entrega por
ustedes”. “Éste – terminó diciendo el Papa – es el sentido de nuestra vida, son
las palabras con las que, en cierto modo, podemos renovar cotidianamente las
promesas de nuestra ordenación”. Y les agradeció su “sí” para dar la vida
unidos a Jesús, “fuente pura de nuestra alegría”.
Texto
y audio de la homilía del Papa Francisco durante la Santa Misa con motivo del
Jubileo de los Sacerdotes:
La celebración del Jubileo de los
Sacerdotes en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a llegar al
corazón, es decir, a la interioridad, a las raíces más sólidas de la vida, al
núcleo de los afectos, en una palabra, al centro de la persona. Y hoy nos
fijamos en dos corazones: el del Buen Pastor y nuestro corazón de pastores.
El corazón del Buen Pastor no es
sólo el corazón que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia misma.
Ahí resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y
comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la
certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor:
el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo, la alegría
de haber echado las redes de la vida confiando en su palabra (cf. Lc 5,5).
El corazón del Buen Pastor nos
dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él
vemos su continua entrega sin algún confín; en él encontramos la fuente del
amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a
descubrir que Jesús nos ama «hasta el extremo» (Jn 13,1) – no se detiene,
sino hasta el final – sin imponerse nunca.
El corazón del Buen Pastor está
inclinado hacia nosotros, «polarizado» especialmente en el que está lejano;
allí apunta tenazmente la aguja de su brújula, allí revela la debilidad de un
amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie.
Ante el Corazón de Jesús nace la
pregunta fundamental de nuestra vida sacerdotal: ¿A dónde se orienta mi
corazón? Pregunta que nosotros, los sacerdotes, debemos hacernos tantas veces,
cada día, cada semana: ¿a dónde se orienta mi corazón? El ministerio está a
menudo lleno de muchas iniciativas, que lo ponen ante diversos frentes: de la
catequesis a la liturgia, de la caridad a los compromisos pastorales e incluso
administrativos. En medio de tantas actividades, permanece la pregunta: ¿En
dónde se fija mi corazón? Me viene a la memora aquella oración tan bella de la
Liturgia: “Ubi vera sunt gaudia…”. ¿A dónde apunta, cuál es el tesoro que
busca? Porque —dice Jesús— «donde estará tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6,21).
Hay debilidades en todos nosotros, también pecados. Pero vayamos a lo profundo,
a la raíz: ¿Dónde está la raíz de nuestras debilidades, de nuestros pecados, es
decir dónde está precisamente aquel “tesoro” que nos aleja del Señor?
Los tesoros irremplazables del
Corazón de Jesús son dos: el Padre y nosotros. Él pasaba sus jornadas entre la
oración al Padre y el encuentro con la gente. No la distancia, el encuentro.
También el corazón de pastor de Cristo conoce sólo dos direcciones: el
Señor y la gente. El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el
amor del Señor; por eso no se mira a sí mismo – no debería mirarse a sí mismo
–, sino que está dirigido a Dios y a los hermanos. Ya no es un «corazón
bailarín», que se deja atraer por las seducciones del momento, o que va de aquí
para allá en busca de aceptación y pequeñas satisfacciones. Es, en cambio un
corazón arraigado en el Señor, cautivado por el Espíritu Santo, abierto y
disponible para los hermanos. Y allí resuelve sus pecados.
Para ayudar a nuestro corazón a
que tenga el fuego de la caridad de Jesús, el Buen Pastor, podemos ejercitarnos
en asumir en nosotros tres formas de actuar que nos sugieren las Lecturas de
hoy: buscar, incluir y alegrarse.
Buscar. El profeta Ezequiel nos recuerda que Dios mismo busca a sus ovejas (cf.
34,11.16). Como dice el Evangelio, «va tras la descarriada hasta que la
encuentra» (Lc 15,4), sin dejarse atemorizar por los riesgos; se aventura
sin titubear más allá de los lugares de pasto y fuera de las horas de trabajo.
Y no se hace pagar horas extras. No aplaza la búsqueda, no piensa: «Hoy ya he
cumplido con mi deber, eventualmente me ocuparé mañana», sino que se pone de
inmediato manos a la obra; su corazón está inquieto hasta que encuentra esa
oveja perdida. Y, cuando la encuentra, olvida la fatiga y se la carga sobre sus
hombros todo contento. A veces debe salir a buscarla, a hablar; otras veces
debe permanecer ante el tabernáculo, luchado con el Señor por aquella oveja.
Así es el corazón que busca: es
un corazón que no privatiza los tiempos y espacios. ¡Ay de los pastores que
privatizan su ministerio! No es celoso de su legítima tranquilidad – legítima,
digo, ni siquiera de ella – y nunca pretende que no lo molesten. El pastor,
según el corazón de Dios, no defiende su propia comodidad, no se preocupa de
proteger su buen nombre, pero será calumniado, como Jesús. Sin temor a las
críticas, está dispuesto a arriesgar con tal de imitar a su Señor.
“Bienaventurados ustedes cuando los insultarán, los perseguirán…” (Mt 5,11).
El pastor según Jesús tiene el
corazón libre para dejar sus cosas, no vive haciendo cuentas de lo que tiene y
de las horas de servicio: no es un contable del espíritu, sino un buen
Samaritano en busca de quien tiene necesidad. Es un pastor, no un inspector de
la grey, y se dedica a la misión no al cincuenta o sesenta por ciento, sino con
todo su ser. Al ir en busca, encuentra, y encuentra porque arriesga. Si el
pastor no arriesga, no encuentra. No se queda parado después de las
desilusiones ni se rinde ante las dificultades; en efecto, es obstinado en
el bien, ungido por la divina obstinación de que nadie se extravíe. Por eso, no
sólo tiene la puerta abierta, sino que sale en busca de quien no quiere entrar
por ella. Y como todo buen cristiano, y como ejemplo para cada cristiano,
siempre está en salida de sí mismo. El epicentro de su corazón está fuera
de él: es un descentrado de sí mismo, centrado sólo en Jesús. No es atraído por
su yo, sino por el tú de Dios y por el nosotros de los hombres.
Segunda
palabra: Incluir. Cristo ama y conoce
a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña (cf. Jn 10,11-14).
Su rebaño es su familia y su vida. No es un jefe temido por las ovejas, sino el
pastor que camina con ellas y las llama por su nombre (cf. Jn 10,
3-4). Y quiere reunir a las ovejas que todavía no están con él (cf. Jn 10,16).
Así es también el sacerdote de
Cristo: está ungido para el pueblo, no para elegir sus propios proyectos, sino
para estar cerca de las personas concretas que Dios, por medio de la Iglesia,
le ha confiado. Ninguno está excluido de su corazón, de su oración y de su
sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de padre, acoge, incluye, y, cuando debe
corregir, siempre es para acercar; no desprecia a nadie, sino que está
dispuesto a ensuciarse las manos por todos.
El Buen Pastor no conoce los conoce.
Ministro de la comunión, que celebra y vive, no pretende los saludos y
felicitaciones de los otros, sino que es el primero en ofrecer mano, desechando
cotilleos, juicios y venenos. Escucha con paciencia los problemas y acompaña
los pasos de las personas, prodigando el perdón divino con generosa compasión.
No regaña a quien abandona o equivoca el camino, sino que siempre está
dispuesto para reinsertar y recomponer los litigios. Es un hombre que sabe incluir.
Alegrarse. Dios se pone «muy contento» (Lc 15,5): su alegría nace del perdón,
de la vida que se restaura, del hijo que vuelve a respirar el aire de casa. La
alegría de Jesús, el Buen Pastor, no es una alegría para sí mismo, sino para
los demás y con los demás, la verdadera alegría del amor. Esta es
también la alegría del sacerdote. Él es transformado por la misericordia que, a
su vez, ofrece de manera gratuita. En la oración descubre el consuelo de
Dios y experimenta que nada es más fuerte que su amor. Por eso está sereno
interiormente, y es feliz de ser un canal de misericordia, de acercar el hombre
al corazón de Dios. Para él, la tristeza no es lo normal, sino sólo pasajera;
la dureza le es ajena, porque es pastor según el corazón suave de Dios.
Queridos sacerdotes, en la
celebración eucarística encontramos cada día nuestra identidad de pastores.
Cada vez podemos hacer verdaderamente nuestras las palabras de Jesús: «Esto es
mi cuerpo que se entrega por vosotros». Este es el sentido de nuestra vida, son
las palabras con las que, en cierto modo, podemos renovar cotidianamente las
promesas de nuestra ordenación. Les agradezco su «sí», y por los tantos «sí»
escondidos de todos los días, que sólo el Señor conoce.
Les
agradezco por su «sí», para dar la vida unidos a Jesús: aquí está la
fuente pura de nuestra alegría.
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miércoles, 15 de junio de 2016
JUBILEO DE LOS SACERDOTES. SANTA MISA DE CLAUSURA EN PLAZA SAN PEDRO. CELEBRACIÓN DE CORPUS CHRISTI
+
JUBILEO DE LOS
SACERDOTES.
SANTA MISA DE CLAUSURA
EN PLAZA SAN PEDRO. CELEBRACIÓN DE CORPUS CHRISTI
2016-06-03
HOMILÍA DEL PAPA
FRANCISCO:
“BUSCAR, INCLUIR Y
ALEGRARSE”
(RV).- "Ninguno está excluido del corazón de Cristo, de su oración y
de su sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de Padre, el Señor acoge, incluye,
y, cuando debe corregir, siempre es para acercar; sin despreciar a nadie, sino
que está dispuesto a ensuciarse las manos por todos".
En la Solemnidad del Sagrado
Corazón de Jesús y Jornada de Santificación Sacerdotal, el Papa
Francisco presidió la celebración de la Santa Misa en la Plaza de San
Pedro con motivo del Jubileo de los Sacerdotes.
En su homilía el Santo Padre recordó
que esta Solemnidad nos invita a llegar al corazón, es decir, a la interioridad,
a las raíces más sólidas de la vida, al núcleo de los afectos, en una palabra,
al centro de la persona. De ahí su invitación a fijar la mirada en dos
corazones: el del Buen Pastor y el de nuestro corazón de pastores.
Del corazón del Buen Pastor el Pontífice afirmó
que no es sólo el que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia
misma. Puesto que ahí resplandece el amor del Padre; ahí tenemos la seguridad
de ser acogidos y comprendidos como somos; ahí, con todas nuestras limitaciones
y pecados, es posible saborear la certeza de ser elegidos y amados.
El Obispo de Roma también
recordó a los sacerdotes que al mirar al corazón de Jesús, deben renovar el
primer amor: “el recuerdo – dijo – de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a
seguirlo, la alegría de haber echado las redes de la vida confiando en su
palabra”.
Entre los conceptos que expresó
el Papa se destacan los términos “buscar”, “incluir” y “alegrarse”.
“Buscar”, puesto que es el
corazón que busca: es un corazón que no privatiza los tiempos y espacios, no es
celoso de su legítima tranquilidad, y nunca pretende que no lo molesten. El
pastor, según el corazón de Dios, no defiende su propia comodidad, no se
preocupa de proteger su buen nombre, sino que, por el contrario, sin temor a
las críticas, está dispuesto a arriesgar con tal de imitar a su Señor.
“Incluir”, porque Cristo ama y
conoce a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña. No es
un jefe temido por las ovejas – afirmó Francisco – sino el pastor que
camina con ellas y las llama por su nombre para reunir a las que todavía no
están con él.
“Alegrarse”, puesto que Dios –
dijo el Papa – se pone “muy contento” y su alegría nace del perdón,
de la vida que se restaura, del hijo que vuelve a respirar el aire de casa.
El Santo Padre concluyó
su homilía recordándoles a los queridos sacerdotes que en la celebración
eucarística encuentran cada día su identidad de pastores. Y añadió que cada vez
pueden hacer suyas las palabras de Jesús: “Este es mi cuerpo que se entrega por
ustedes”. “Éste – terminó diciendo el Papa – es el sentido de nuestra vida, son
las palabras con las que, en cierto modo, podemos renovar cotidianamente las
promesas de nuestra ordenación”. Y les agradeció su “sí” para dar la vida
unidos a Jesús, “fuente pura de nuestra alegría”.
Texto
y audio de la homilía del Papa Francisco durante la Santa Misa con motivo del
Jubileo de los Sacerdotes:
La celebración del Jubileo de los
Sacerdotes en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a llegar al
corazón, es decir, a la interioridad, a las raíces más sólidas de la vida, al
núcleo de los afectos, en una palabra, al centro de la persona. Y hoy nos
fijamos en dos corazones: el del Buen Pastor y nuestro corazón de pastores.
El corazón del Buen Pastor no es
sólo el corazón que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia misma.
Ahí resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y
comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la
certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor:
el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo, la alegría
de haber echado las redes de la vida confiando en su palabra (cf. Lc 5,5).
El corazón del Buen Pastor nos
dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él
vemos su continua entrega sin algún confín; en él encontramos la fuente del
amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a
descubrir que Jesús nos ama «hasta el extremo» (Jn 13,1) – no se detiene,
sino hasta el final – sin imponerse nunca.
El corazón del Buen Pastor está
inclinado hacia nosotros, «polarizado» especialmente en el que está lejano;
allí apunta tenazmente la aguja de su brújula, allí revela la debilidad de un
amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie.
Ante el Corazón de Jesús nace la
pregunta fundamental de nuestra vida sacerdotal: ¿A dónde se orienta mi
corazón? Pregunta que nosotros, los sacerdotes, debemos hacernos tantas veces,
cada día, cada semana: ¿a dónde se orienta mi corazón? El ministerio está a
menudo lleno de muchas iniciativas, que lo ponen ante diversos frentes: de la
catequesis a la liturgia, de la caridad a los compromisos pastorales e incluso
administrativos. En medio de tantas actividades, permanece la pregunta: ¿En
dónde se fija mi corazón? Me viene a la memora aquella oración tan bella de la
Liturgia: “Ubi vera sunt gaudia…”. ¿A dónde apunta, cuál es el tesoro que
busca? Porque —dice Jesús— «donde estará tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6,21).
Hay debilidades en todos nosotros, también pecados. Pero vayamos a lo profundo,
a la raíz: ¿Dónde está la raíz de nuestras debilidades, de nuestros pecados, es
decir dónde está precisamente aquel “tesoro” que nos aleja del Señor?
Los tesoros irremplazables del
Corazón de Jesús son dos: el Padre y nosotros. Él pasaba sus jornadas entre la
oración al Padre y el encuentro con la gente. No la distancia, el encuentro.
También el corazón de pastor de Cristo conoce sólo dos direcciones: el
Señor y la gente. El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el
amor del Señor; por eso no se mira a sí mismo – no debería mirarse a sí mismo
–, sino que está dirigido a Dios y a los hermanos. Ya no es un «corazón
bailarín», que se deja atraer por las seducciones del momento, o que va de aquí
para allá en busca de aceptación y pequeñas satisfacciones. Es, en cambio un
corazón arraigado en el Señor, cautivado por el Espíritu Santo, abierto y
disponible para los hermanos. Y allí resuelve sus pecados.
Para ayudar a nuestro corazón a
que tenga el fuego de la caridad de Jesús, el Buen Pastor, podemos ejercitarnos
en asumir en nosotros tres formas de actuar que nos sugieren las Lecturas de
hoy: buscar, incluir y alegrarse.
Buscar. El profeta Ezequiel nos recuerda que Dios mismo busca a sus ovejas (cf.
34,11.16). Como dice el Evangelio, «va tras la descarriada hasta que la
encuentra» (Lc 15,4), sin dejarse atemorizar por los riesgos; se aventura
sin titubear más allá de los lugares de pasto y fuera de las horas de trabajo.
Y no se hace pagar horas extras. No aplaza la búsqueda, no piensa: «Hoy ya he
cumplido con mi deber, eventualmente me ocuparé mañana», sino que se pone de
inmediato manos a la obra; su corazón está inquieto hasta que encuentra esa
oveja perdida. Y, cuando la encuentra, olvida la fatiga y se la carga sobre sus
hombros todo contento. A veces debe salir a buscarla, a hablar; otras veces
debe permanecer ante el tabernáculo, luchado con el Señor por aquella oveja.
Así es el corazón que busca: es
un corazón que no privatiza los tiempos y espacios. ¡Ay de los pastores que
privatizan su ministerio! No es celoso de su legítima tranquilidad – legítima,
digo, ni siquiera de ella – y nunca pretende que no lo molesten. El pastor,
según el corazón de Dios, no defiende su propia comodidad, no se preocupa de
proteger su buen nombre, pero será calumniado, como Jesús. Sin temor a las
críticas, está dispuesto a arriesgar con tal de imitar a su Señor.
“Bienaventurados ustedes cuando los insultarán, los perseguirán…” (Mt 5,11).
El pastor según Jesús tiene el
corazón libre para dejar sus cosas, no vive haciendo cuentas de lo que tiene y
de las horas de servicio: no es un contable del espíritu, sino un buen
Samaritano en busca de quien tiene necesidad. Es un pastor, no un inspector de
la grey, y se dedica a la misión no al cincuenta o sesenta por ciento, sino con
todo su ser. Al ir en busca, encuentra, y encuentra porque arriesga. Si el
pastor no arriesga, no encuentra. No se queda parado después de las
desilusiones ni se rinde ante las dificultades; en efecto, es obstinado en
el bien, ungido por la divina obstinación de que nadie se extravíe. Por eso, no
sólo tiene la puerta abierta, sino que sale en busca de quien no quiere entrar
por ella. Y como todo buen cristiano, y como ejemplo para cada cristiano,
siempre está en salida de sí mismo. El epicentro de su corazón está fuera
de él: es un descentrado de sí mismo, centrado sólo en Jesús. No es atraído por
su yo, sino por el tú de Dios y por el nosotros de los hombres.
Segunda
palabra: Incluir. Cristo ama y conoce
a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña (cf. Jn 10,11-14).
Su rebaño es su familia y su vida. No es un jefe temido por las ovejas, sino el
pastor que camina con ellas y las llama por su nombre (cf. Jn 10,
3-4). Y quiere reunir a las ovejas que todavía no están con él (cf. Jn 10,16).
Así es también el sacerdote de
Cristo: está ungido para el pueblo, no para elegir sus propios proyectos, sino
para estar cerca de las personas concretas que Dios, por medio de la Iglesia,
le ha confiado. Ninguno está excluido de su corazón, de su oración y de su
sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de padre, acoge, incluye, y, cuando debe
corregir, siempre es para acercar; no desprecia a nadie, sino que está
dispuesto a ensuciarse las manos por todos.
El Buen Pastor no conoce los conoce.
Ministro de la comunión, que celebra y vive, no pretende los saludos y
felicitaciones de los otros, sino que es el primero en ofrecer mano, desechando
cotilleos, juicios y venenos. Escucha con paciencia los problemas y acompaña
los pasos de las personas, prodigando el perdón divino con generosa compasión.
No regaña a quien abandona o equivoca el camino, sino que siempre está
dispuesto para reinsertar y recomponer los litigios. Es un hombre que sabe incluir.
Alegrarse. Dios se pone «muy contento» (Lc 15,5): su alegría nace del perdón,
de la vida que se restaura, del hijo que vuelve a respirar el aire de casa. La
alegría de Jesús, el Buen Pastor, no es una alegría para sí mismo, sino para
los demás y con los demás, la verdadera alegría del amor. Esta es
también la alegría del sacerdote. Él es transformado por la misericordia que, a
su vez, ofrece de manera gratuita. En la oración descubre el consuelo de
Dios y experimenta que nada es más fuerte que su amor. Por eso está sereno
interiormente, y es feliz de ser un canal de misericordia, de acercar el hombre
al corazón de Dios. Para él, la tristeza no es lo normal, sino sólo pasajera;
la dureza le es ajena, porque es pastor según el corazón suave de Dios.
Queridos sacerdotes, en la
celebración eucarística encontramos cada día nuestra identidad de pastores.
Cada vez podemos hacer verdaderamente nuestras las palabras de Jesús: «Esto es
mi cuerpo que se entrega por vosotros». Este es el sentido de nuestra vida, son
las palabras con las que, en cierto modo, podemos renovar cotidianamente las
promesas de nuestra ordenación. Les agradezco su «sí», y por los tantos «sí»
escondidos de todos los días, que sólo el Señor conoce.
Les
agradezco por su «sí», para dar la vida unidos a Jesús: aquí está la
fuente pura de nuestra alegría.
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