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HOMILÍA DEL PAPA.
La
enfermedad, el sufrimiento y la muerte encuentran en Cristo su sentido
definitivo.
2016-06-12 Radio Vaticana
(RV).- “Todos, tarde o temprano,
estamos llamados a enfrentarnos, y a veces a combatir con la fragilidad y la
enfermedad nuestra y la de los demás”, pero “sepamos que en la debilidad
podemos ser fuertes (cf. 2 o 12,10), y recibiremos la gracia de completar lo
que falta en nosotros al sufrimiento de Cristo, en favor de la Iglesia, su
cuerpo (cf. Col 1,24)”. Un concepto realístico y una proclamación de esperanza
en la homilía del Papa Francisco durante la misa celebrada por el Jubileo de
los Enfermos y de las personas discapacitadas, en el XI domingo del tiempo
ordinario.
En una época en la que “el
cuidado del cuerpo se ha convertido en un negocio y en la que lo que es
imperfecto debe ser ocultado porque va contra la felicidad y tranquilidad de
los privilegiados y pone en crisis el modelo imperante”, el pontífice advirtió
que “el mundo no será mejor cuando este compuesto solamente por personas
aparentemente ‘perfectas’, sino cuando crezca la solidaridad entre los seres
humanos, la aceptación y el respeto mutuo”.
Antes de proclamar que la
enfermedad, el sufrimiento y la muerte encuentran en Cristo su sentido
definitivo, Francisco se refirió a las patologías que afectan al espíritu,
y puso el ejemplo de cuando se experimenta la desilusión o la traición en las
relaciones importantes. En momentos como ése la vulnerabilidad, debilidad y
desprotección pueden llevar a la tentación de replegarse en sí mismos y hasta
“a perder la oportunidad de la vida” dijo. Por ese motivo, exhortó a “amar
a pesar de todo”, porque “la felicidad que cada uno desea, puede tener muchos
rostros, pero sólo puede alcanzarse si somos capaces de amar”.
(Griselda Mutual - Radio
Vaticano)
texto completo de la Homilía del Papa Francisco,
en el Jubileo de los Enfermos y de las personas discapacitadas.
12 de junio de 2016
«Estoy crucificado con Cristo:
vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi» (Ga 2,19).
El apóstol Pablo usa palabras muy fuertes para expresar el misterio de la vida
cristiana: todo se resume en el dinamismo pascual de
muerte y resurrección, que se nos da en el bautismo. En efecto, con la
inmersión en el agua es como si cada uno hubiese sido muerto y sepultado con
Cristo (cf. Rm 6,3-4),
mientras que, el salir de ella manifiesta la vida nueva en el Espíritu Santo.
Esta condición de volver a nacer implica a toda la existencia y en todos sus
aspectos: también la enfermedad, el sufrimiento y la muerte esta contenidas en Cristo, y encuentran en él su sentido
definitivo. Hoy, en el día jubilar dedicado a todos los que llevan en sí las
señales de la enfermedad y de la discapacidad, esta Palabra de vida encuentra
una particular resonancia en nuestra asamblea.
En realidad, todos, tarde o
temprano, estamos llamados a enfrentarnos, y a veces a combatir, con la
fragilidad y la enfermedad nuestra y la de los
demás.
Y esta experiencia tan típica y
dramáticamente humana asume una gran variedad de rostros. En cualquier caso,
ella nos plantea de manera aguda y urgente la pregunta por el sentido de la
existencia. En nuestro ánimo se puede dar incluso una actitud cínica, como si
todo se pudiera resolver soportando o contando sólo con las propias fuerzas.
Otras veces, por el contrario, se pone toda la confianza en los descubrimientos
de la ciencia, pensando que ciertamente en alguna parte del mundo existe una
medicina capaz de curar la enfermedad. Lamentablemente no es así, e incluso
aunque esta medicina se encontrase no sería accesible a todos.
La naturaleza humana, herida por
el pecado, lleva inscrita en sí la realidad del límite. Conocemos la objeción que,
sobre todo en estos tiempos, se plantea ante una existencia marcada por grandes
limitaciones físicas. Se considera que una persona enferma o discapacitada no
puede ser feliz, porque es incapaz de realizar el estilo de vida impuesto por
la cultura del placer y de la diversión. En esta época en la que el cuidado del
cuerpo se ha convertido en un mito de masas y por tanto en un negocio, lo que
es imperfecto debe ser ocultado, porque va en contra de la felicidad y de la
tranquilidad de los privilegiados y pone en crisis el modelo imperante. Es mejor
tener a estas personas separadas, en algún «recinto» -tal vez dorado- o en las
«reservas» del pietismo y del asistencialismo, para que no obstaculicen el
ritmo de un falso bienestar. En algunos casos, incluso, se considera que es
mejor deshacerse cuanto antes, porque son una carga económica insostenible en
tiempos de crisis. Pero, en realidad, con qué falsedad vive el hombre de hoy al
cerrar los ojos ante la enfermedad y la discapacidad. No comprende el verdadero
sentido de la vida, que incluye también la aceptación del sufrimiento y de la
limitación. El mundo no será mejor cuando este compuesto solamente por personas
aparentemente «perfectas», por no decir 'falsificadas', sino cuando crezca la
solidaridad entre los seres humanos, la aceptación y el respeto mutuo. Qué
ciertas son las palabras del apóstol: «Lo necio del mundo lo ha escogido Dios
para humillar a los sabios» (1 Co 1,27).
También el Evangelio de este
domingo (Lc 7,36-8,3) nos presenta una situación
de debilidad particular. La mujer pecadora es juzgada y marginada, mientras
Jesús la acoge y la defiende: «Porque tiene mucho amor» (v. 47). Es esta la conclusión de Jesús, atento al
sufrimiento y al llanto de aquella persona. Su ternura es signo del amor que
Dios reserva para los que sufren y son excluidos. No existe sólo el sufrimiento
físico; hoy, una de las patologías más frecuentes son las que afectan al
espíritu. Es un sufrimiento que afecta al ánimo y hace que esté triste porque
está privado de amor. La patología de la tristeza. Cuando se experimenta la
desilusión o la traición en las relaciones importantes, entonces descubrimos
nuestra vulnerabilidad, debilidad y desprotección. La tentación de replegarse
sobre sí mismo llega a ser muy fuerte, y se puede hasta perder la oportunidad
de la vida: amar a pesar de todo.¡Amar a pesar de todo!
La felicidad que cada uno desea,
por otra parte, puede tener muchos rostros, pero sólo puede alcanzarse si somos
capaces de amar. Es siempre una cuestión de amor, no hay otro camino. El
verdadero desafío es el de amar más. Éste es el camino. Cuantas personas
discapacitadas y que sufren se abren de nuevo a la vida apenas sienten que son
amadas. Y cuanto amor puede brotar de un corazón aunque sea sólo a causa de una
sonrisa. La terapia de la sonrisa. En tal caso la fragilidad misma puede
convertirse en alivio y apoyo en nuestra soledad. Jesús, en su pasión, nos ha
amado hasta el final (cf. Jn 13,1);
en la cruz ha revelado el Amor que se da sin límites. ¿Qué podemos reprochar a
Dios por nuestras enfermedades y sufrimiento que no esté ya impreso en el
rostro de su Hijo crucificado? A su dolor físico se agrega la afrenta, la
marginación y la compasión, mientras él responde con la misericordia que a
todos acoge y perdona: «Por sus heridas fuimos sanados» (Is 53,5; 1
P 2,24). Jesús es el
médico que cura con la medicina del amor, porque toma sobre sí nuestro
sufrimiento y lo redime. Nosotros sabemos que Dios comprende nuestra
enfermedad, porque él mismo la ha experimentado en primera persona (cf. Hb 4,5).
El modo en que vivimos la
enfermedad y la discapacidad es signo del amor que estamos dispuestos a
ofrecer. El modo en que afrontamos el sufrimiento y la limitación es el
criterio de nuestra libertad de dar sentido a las experiencias de la vida, aun
cuando nos parezcan absurdas e inmerecidas. No nos dejemos turbar, por tanto,
de estás tribulaciones (cf. 1 Tm3,3). Sepamos que en la debilidad podemos ser
fuertes (cf. 2 o 12,10), y recibiremos la gracia de
completar lo que falta en nosotros al sufrimiento de Cristo, en favor de la
Iglesia, su cuerpo (cf. Col 1,24);
un cuerpo que, a imagen de aquel del Señor resucitado, conserva las heridas,
signo del duro combate, pero son heridas transfiguradas para siempre por el
amor.
Testimonio del Jubileo
de los enfermos de mons. Ruiz Arenas
2016-06-15 Radio Vaticana
(Mercedes De La Torre – Radio
Vaticano).
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lunes, 4 de julio de 2016
JUBILEO DE LOS ENFERMOS Y DISCAPACITADOS. SANTA MISA. HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO.
HOMILÍA DEL PAPA.
La
enfermedad, el sufrimiento y la muerte encuentran en Cristo su sentido
definitivo.
2016-06-12 Radio Vaticana
(RV).- “Todos, tarde o temprano,
estamos llamados a enfrentarnos, y a veces a combatir con la fragilidad y la
enfermedad nuestra y la de los demás”, pero “sepamos que en la debilidad
podemos ser fuertes (cf. 2 o 12,10), y recibiremos la gracia de completar lo
que falta en nosotros al sufrimiento de Cristo, en favor de la Iglesia, su
cuerpo (cf. Col 1,24)”. Un concepto realístico y una proclamación de esperanza
en la homilía del Papa Francisco durante la misa celebrada por el Jubileo de
los Enfermos y de las personas discapacitadas, en el XI domingo del tiempo
ordinario.
En una época en la que “el
cuidado del cuerpo se ha convertido en un negocio y en la que lo que es
imperfecto debe ser ocultado porque va contra la felicidad y tranquilidad de
los privilegiados y pone en crisis el modelo imperante”, el pontífice advirtió
que “el mundo no será mejor cuando este compuesto solamente por personas
aparentemente ‘perfectas’, sino cuando crezca la solidaridad entre los seres
humanos, la aceptación y el respeto mutuo”.
Antes de proclamar que la
enfermedad, el sufrimiento y la muerte encuentran en Cristo su sentido
definitivo, Francisco se refirió a las patologías que afectan al espíritu,
y puso el ejemplo de cuando se experimenta la desilusión o la traición en las
relaciones importantes. En momentos como ése la vulnerabilidad, debilidad y
desprotección pueden llevar a la tentación de replegarse en sí mismos y hasta
“a perder la oportunidad de la vida” dijo. Por ese motivo, exhortó a “amar
a pesar de todo”, porque “la felicidad que cada uno desea, puede tener muchos
rostros, pero sólo puede alcanzarse si somos capaces de amar”.
(Griselda Mutual - Radio
Vaticano)
texto completo de la Homilía del Papa Francisco,
en el Jubileo de los Enfermos y de las personas discapacitadas.
12 de junio de 2016
«Estoy crucificado con Cristo:
vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi» (Ga 2,19).
El apóstol Pablo usa palabras muy fuertes para expresar el misterio de la vida
cristiana: todo se resume en el dinamismo pascual de
muerte y resurrección, que se nos da en el bautismo. En efecto, con la
inmersión en el agua es como si cada uno hubiese sido muerto y sepultado con
Cristo (cf. Rm 6,3-4),
mientras que, el salir de ella manifiesta la vida nueva en el Espíritu Santo.
Esta condición de volver a nacer implica a toda la existencia y en todos sus
aspectos: también la enfermedad, el sufrimiento y la muerte esta contenidas en Cristo, y encuentran en él su sentido
definitivo. Hoy, en el día jubilar dedicado a todos los que llevan en sí las
señales de la enfermedad y de la discapacidad, esta Palabra de vida encuentra
una particular resonancia en nuestra asamblea.
En realidad, todos, tarde o
temprano, estamos llamados a enfrentarnos, y a veces a combatir, con la
fragilidad y la enfermedad nuestra y la de los
demás.
Y esta experiencia tan típica y
dramáticamente humana asume una gran variedad de rostros. En cualquier caso,
ella nos plantea de manera aguda y urgente la pregunta por el sentido de la
existencia. En nuestro ánimo se puede dar incluso una actitud cínica, como si
todo se pudiera resolver soportando o contando sólo con las propias fuerzas.
Otras veces, por el contrario, se pone toda la confianza en los descubrimientos
de la ciencia, pensando que ciertamente en alguna parte del mundo existe una
medicina capaz de curar la enfermedad. Lamentablemente no es así, e incluso
aunque esta medicina se encontrase no sería accesible a todos.
La naturaleza humana, herida por
el pecado, lleva inscrita en sí la realidad del límite. Conocemos la objeción que,
sobre todo en estos tiempos, se plantea ante una existencia marcada por grandes
limitaciones físicas. Se considera que una persona enferma o discapacitada no
puede ser feliz, porque es incapaz de realizar el estilo de vida impuesto por
la cultura del placer y de la diversión. En esta época en la que el cuidado del
cuerpo se ha convertido en un mito de masas y por tanto en un negocio, lo que
es imperfecto debe ser ocultado, porque va en contra de la felicidad y de la
tranquilidad de los privilegiados y pone en crisis el modelo imperante. Es mejor
tener a estas personas separadas, en algún «recinto» -tal vez dorado- o en las
«reservas» del pietismo y del asistencialismo, para que no obstaculicen el
ritmo de un falso bienestar. En algunos casos, incluso, se considera que es
mejor deshacerse cuanto antes, porque son una carga económica insostenible en
tiempos de crisis. Pero, en realidad, con qué falsedad vive el hombre de hoy al
cerrar los ojos ante la enfermedad y la discapacidad. No comprende el verdadero
sentido de la vida, que incluye también la aceptación del sufrimiento y de la
limitación. El mundo no será mejor cuando este compuesto solamente por personas
aparentemente «perfectas», por no decir 'falsificadas', sino cuando crezca la
solidaridad entre los seres humanos, la aceptación y el respeto mutuo. Qué
ciertas son las palabras del apóstol: «Lo necio del mundo lo ha escogido Dios
para humillar a los sabios» (1 Co 1,27).
También el Evangelio de este
domingo (Lc 7,36-8,3) nos presenta una situación
de debilidad particular. La mujer pecadora es juzgada y marginada, mientras
Jesús la acoge y la defiende: «Porque tiene mucho amor» (v. 47). Es esta la conclusión de Jesús, atento al
sufrimiento y al llanto de aquella persona. Su ternura es signo del amor que
Dios reserva para los que sufren y son excluidos. No existe sólo el sufrimiento
físico; hoy, una de las patologías más frecuentes son las que afectan al
espíritu. Es un sufrimiento que afecta al ánimo y hace que esté triste porque
está privado de amor. La patología de la tristeza. Cuando se experimenta la
desilusión o la traición en las relaciones importantes, entonces descubrimos
nuestra vulnerabilidad, debilidad y desprotección. La tentación de replegarse
sobre sí mismo llega a ser muy fuerte, y se puede hasta perder la oportunidad
de la vida: amar a pesar de todo.¡Amar a pesar de todo!
La felicidad que cada uno desea,
por otra parte, puede tener muchos rostros, pero sólo puede alcanzarse si somos
capaces de amar. Es siempre una cuestión de amor, no hay otro camino. El
verdadero desafío es el de amar más. Éste es el camino. Cuantas personas
discapacitadas y que sufren se abren de nuevo a la vida apenas sienten que son
amadas. Y cuanto amor puede brotar de un corazón aunque sea sólo a causa de una
sonrisa. La terapia de la sonrisa. En tal caso la fragilidad misma puede
convertirse en alivio y apoyo en nuestra soledad. Jesús, en su pasión, nos ha
amado hasta el final (cf. Jn 13,1);
en la cruz ha revelado el Amor que se da sin límites. ¿Qué podemos reprochar a
Dios por nuestras enfermedades y sufrimiento que no esté ya impreso en el
rostro de su Hijo crucificado? A su dolor físico se agrega la afrenta, la
marginación y la compasión, mientras él responde con la misericordia que a
todos acoge y perdona: «Por sus heridas fuimos sanados» (Is 53,5; 1
P 2,24). Jesús es el
médico que cura con la medicina del amor, porque toma sobre sí nuestro
sufrimiento y lo redime. Nosotros sabemos que Dios comprende nuestra
enfermedad, porque él mismo la ha experimentado en primera persona (cf. Hb 4,5).
El modo en que vivimos la
enfermedad y la discapacidad es signo del amor que estamos dispuestos a
ofrecer. El modo en que afrontamos el sufrimiento y la limitación es el
criterio de nuestra libertad de dar sentido a las experiencias de la vida, aun
cuando nos parezcan absurdas e inmerecidas. No nos dejemos turbar, por tanto,
de estás tribulaciones (cf. 1 Tm3,3). Sepamos que en la debilidad podemos ser
fuertes (cf. 2 o 12,10), y recibiremos la gracia de
completar lo que falta en nosotros al sufrimiento de Cristo, en favor de la
Iglesia, su cuerpo (cf. Col 1,24);
un cuerpo que, a imagen de aquel del Señor resucitado, conserva las heridas,
signo del duro combate, pero son heridas transfiguradas para siempre por el
amor.
Testimonio del Jubileo
de los enfermos de mons. Ruiz Arenas
2016-06-15 Radio Vaticana
(Mercedes De La Torre – Radio
Vaticano).
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