(RV).- “¿El Jubileo? No tenía un
plan, simplemente me dejé llevar por el Espíritu: así respondió el Papa
Francisco a la periodista italiana Stefania Falasca, en una entrevista para el
diario católico italiano Avvenire, en la vigilia del cierre del Año Santo de la
Misericordia. “La Iglesia es Evangelio, no es un camino de ideas – explicó
Francisco. Este Año de la Misericordia es un proceso madurado en el
tiempo, desde el Concilio. También en campo ecuménico el camino viene de lejos,
con los pasos de mis predecesores. Éste es el camino de la Iglesia, no soy yo”.
“Me gusta pensar – prosigue el
Papa – que el Omnipotente tiene una mala memoria. Una vez que te perdona, se
olvida. Porque es feliz de perdonar. Para mí esto basta”. Y explica que vivir
la experiencia del perdón enseña a cambiar la concepción cristiana “del
legalismo a la Persona de Dios, que se ha hecho misericordia en la encarnación
del Hijo.”
“Algunos, - dice citando ciertas
objeciones a Amoris Laetitia – continúan a ver sólo o blanco o negro, mientras
en el flujo de la vida se debe discernir. Y sostiene que las críticas “si
no hay un mal espíritu, ayudan”. ”Ciertos rigorismos nacen del querer esconder
en una armadura la propia insatisfacción”. “Ninguna liquidación de la doctrina.
Servir a los pobres es servir a Cristo”.
Acerca de recientes encuentros
ecuménicos, en particular aquellos de Suecia en ocasión del 500° aniversario de
la reforma luterana, el Papa Francisco afirma que no son fruto del Año Santo de
la Misericordia, sino de un recorrido iniciado con el Concilio Vaticano II.
“Ninguna aceleración – observa – es el camino del Concilio que sigue adelante y
se intensifica”.
“En este momento la unidad se
hace en tres caminos: caminar juntos con las obras de caridad, rezar juntos y,
finalmente, reconocer la confesión común, así como se expresa en el común
martirio, en el ecumenismo de la sangre”.
Finalmente el Papa Bergoglio
condena el proselitismo entre cristianos que “es en sí mismo un pecado grave” y
dice que está convencido de que “el cáncer en la Iglesia es el darse gloria uno
con el otro. En la reacción de Lutero - agrega - estaba también esto: el
rechazo de una imagen de Iglesia como una organización que podía seguir
adelante prescindiendo de la Gracia del Señor”.
(MCM-RV)
FRANCISCO CIERRA LA
PUERTA SANTA Y CLAUSURA EL JUBILEO.
Papa
clausura Jubileo: Estamos llamados a infundir esperanza y dar oportunidad a los
demás
2016-11-20
La que ha sido durante un añola puerta más famosa del Vaticano, la Puerta Santa de la basílica de San
Pedro,estaba adornada con cientos de flores para el último
día del Jubileo.
ElPaparezó
ante ella para dar gracias a Dios por el Jubileo, y luego, se detuvo unos
instantes en silencio en el umbral.
Durante este año la hanatravesado
20 millones de personas, para pedir perdón a Dios.
El último fue Francisco, que la
atravesó en silencio y luego la cerró para clausurar así el Jubileo de la
Misericordia.
Después celebró una Misa en la
plaza de San Pedro, ante decenas de miles de peregrinos.
Durante la homilía, el Papa
recordó cómo Dios muestra su grandeza no con obras espectaculares sino con un
amor que perdona a todos.
"Sería poco creer que Jesús
es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor
de nuestra vida. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras
expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar
distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su
amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda”.
Francisco dijo que el Jubileo
permitió a los cristianos "volver a lo esencial”, es decir, imitar a
Jesús. Lo hizo con una propuesta muy concreta dirigida a todos.
"Pidamos la gracia de no
cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más
allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de
esperanza. Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros
méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar
oportunidad a los demás”.
Al final de la Misa el Papa firmó
una "Carta Apostólica”, un documento dirigido a todos los católicos del
mundo, que simbólicamente entregó en mano a varias familias, a una pareja de
novios y a dos enfermos.
Nunca
cerrar la puerta de la reconciliación y del perdón, invita el Papa concluyendo
el Jubileo de la Misericordia
2016-11-20 Radio Vaticana
(RV).- La solemnidad de
Jesucristo, Rey del Universo corona el año litúrgico y este Año santo de la
misericordia, como recordó el Papa Francisco la mañana del domingo 20 de
noviembre en la Plaza de San Pedro durante su homilía en la conclusión del Jubileo
Extraordinario de la Misericordia. Ante más de 70 mil fieles y peregrinos
el Obispo de Roma observó que sería poco creer que Jesús es Rey del universo y
centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida.
Este Año de la misericordia nos
ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. “Este tiempo de
misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que
resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la
Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios
y rica en el amor, misionera”, precisó el Pontífice, invitándonos a pedir la
gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de
saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía
de esperanza. “Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros
méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar
oportunidad a los demás, porque, constató, aunque se cierra la Puerta santa,
permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la
misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del
Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y
la esperanza”.
Al final de la Misa el Santo
Padre firma su Carta Apostólica "Misericordia et misera", dirigida a
toda la Iglesia, "para continuar a vivir la misericordia con la misma
intensidad experimentada durante todo el Jubileo extraordinario". La Carta
será publicada el lunes y presentada en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
(RC-RV)
SANTA
MISA DE CLAUSURA DEL AÑO SANTO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA
Homilía del Santo Padre Francisco
La solemnidad de Jesucristo, Rey
del Universo corona el año litúrgico y este Año santo de la misericordia. El
Evangelio presenta la realeza de Jesús al culmen de su obra de salvación, y lo
hace de una manera sorprendente. «El Mesías de Dios, el Elegido, el Rey» (Lc
23,35.37) se presenta sin poder y sin gloria: está en la cruz, donde parece más
un vencido que un vencedor. Su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su
corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no
viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos
deslumbrantes en los dedos, sino sus manos están traspasadas por los clavos; no
posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas.
Verdaderamente el reino de Jesús
no es de este mundo (cf. Jn 18,36); pero justamente es aquí —nos dice el
Apóstol Pablo en la segunda lectura—, donde encontramos la redención y el
perdón (cf. Col 1,13-14). Porque la grandeza de su reino no es el poder según
el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las
cosas. Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria
humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el
abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos. De esta forma
nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a
todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado
nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que
todo excusa, todo espera, todo soporta (cf. 1 Co 13,7). Sólo este amor ha
vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte
y el miedo.
Hoy queridos hermanos y hermanas,
proclamamos está singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los
siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor, que es la
naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca (cf. 1 Co 13,8).
Compartimos con alegría la belleza de tener a Jesús como nuestro rey; su
señorío de amor transforma el pecado en gracia, la muerte en resurrección, el
miedo en confianza.
Pero sería poco creer que Jesús
es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor
de nuestra vida: todo es vano si no lo acogemos personalmente y si no lo
acogemos incluso en su modo de reinar. En esto nos ayudan los personajes que el
Evangelio de hoy presenta. Además de Jesús, aparecen tres figuras: el pueblo
que mira, el grupo que se encuentra cerca de la cruz y un malhechor crucificado
junto a Jesús.
En primer lugar, el pueblo: el
Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23,35): ninguno dice una palabra,
ninguno se acerca. El pueblo esta lejos, observando qué sucede. Es el mismo
pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba entorno a Jesús, y ahora
mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras
expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar
distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su
amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se prefiere permanecer
en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y hacerse próximo.
Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está llamado a seguir su
camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los días: «¿Qué me pide
el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?».
Hay un segundo grupo, que incluye
diversos personajes: los jefes del pueblo, los soldados y un malhechor. Todos
ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la misma provocación: «Sálvate a ti
mismo» (cf. Lc 23,35.37.39). Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí
tientan a Jesús, como lo hizo el diablo al comienzo del Evangelio (cf. Lc
4,1-13), para que renuncie a reinar a la manera de Dios, pero que lo haga según
la lógica del mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos. Si es Dios, que
demuestre poder y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor:
«Sálvate a ti mismo» (vv. 37. 39); no a los otros, sino a ti mismo. Prevalga el
yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible, la
primera y la última del Evangelio. Pero ante este ataque al propio modo de ser,
Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de convencer, no hace
una apología de su realeza. Más bien sigue amando, perdona, vive el momento de
la prueba según la voluntad del Padre, consciente de que el amor dará su fruto.
Para acoger la realeza de Jesús,
estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el
Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso
entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo.
Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción
del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir
el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra. Este Año de la
misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial.
Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro
Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso
de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los
medios y rica en el amor, misionera. La misericordia, al llevarnos al corazón
del Evangelio, nos exhorta también a que renunciemos a los hábitos y costumbres
que pueden obstaculizar el servicio al reino de Dios; a que nos dirijamos sólo
a la perenne y humilde realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias
y poderes cambiantes de cada época.
En el Evangelio aparece otro
personaje, más cercano a Jesús, el malhechor que le ruega diciendo: «Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (v. 42). Esta persona, mirando
simplemente a Jesús, creyó en su reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que
con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirigió a Jesús. Pidió ser
recordado y experimentó la misericordia de Dios: «hoy estarás conmigo en el
paraíso» (v. 43). Dios, apenas le damos la oportunidad, se acuerda de nosotros.
Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su
memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las
ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno
de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar,
levantarse de nuevo.
Pidamos también nosotros el don
de esta memoria abierta y viva. Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta
de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las
divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. Como Dios cree en
nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos
llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás. Porque, aunque
se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para
nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo.
Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la
misericordia, la consolación y la esperanza.
Muchos peregrinos han cruzado la
Puerta santa y lejos del ruido de las noticias has gustado la gran bondad del
Señor. Damos gracias por esto y recordamos que hemos sido investidos de
misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para ser también
instrumentos de misericordia. Continuemos nuestro camino juntos. Nos acompaña
la Virgen María, también ella estaba junto a la cruz, allí ella nos ha dado a
luz como tierna Madre de la Iglesia que desea acoger a todos bajo su manto.
Ella, junto a la cruz, vio al buen ladrón recibir el perdón y acogió al
discípulo de Jesús como hijo suyo. Es la Madre de misericordia, a la que
encomendamos: todas nuestras situaciones, todas nuestras súplicas, dirigidas a
sus ojos misericordiosos, que no quedarán sin respuesta.
El Papa tras la
clausura del Año Santo: que María nos ayude a hacer fructíferos los dones
espirituales del Jubileo
2016-11-20 Radio Vaticana
(RV).- Después de la
celebración de la Santa Misa de Clausura del Año Jubilar y antes del rezo
mariano del Ángelus, las últimas palabras del pontífice estuvieron dirigidas a
la Madre de Dios y Madre nuestra, para que nos ayude a conservar en el corazón
y a hacer fecundos los dones espirituales de este Año Santo de la
Misericordia.
Tras elevar a Dios Padre la
alabanza y agradecimiento por el don del Año Jubilar, el Obispo de Roma saludó
y agradeció también a las autoridades y delegaciones oficiales presentes, entre
ellos el Presidente de la República italiana, y expresó su profundo
reconocimiento y gratitud al gobierno italiano y a todas las instituciones que
han cooperado para la realización del mismo a partir de las Fuerzas del Orden,
pasando por quienes trabajaron en la acogida, información, salud, voluntarios
y, de modo particular, al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva
Evangelización.
Naturalmente el Papa no olvidó
agradecer a todos los que han contruibuido espiritualmente a la realización del
Año Jubilar, con su corazón puesto en los ancianos y en los enfermos, quienes
en muchos casos ofrecieron su sufrimiento. Por último un "gracias"
especial de Francisco fue a las monjas de clausura, quienes dedican sus vidas a
la oración, y que necesitan a su vez de nuestra solidaridad espiritual y
material.
A continuación, las palabras del Papa Francisco antes de la
Oración Mariana del Ángelus dominical:
Queridos hermanos y
hermanas,
al final de esta celebración,
elevamos a Dios la alabanza y el agradecimiento por el don que el Año Santo de
la Misericordia ha sido para la Iglesia y para tantas personas de buena
voluntad. Saludo con deferencia al Presidente de la República Italiana y a las
delegaciones oficiales presentes. Expreso profundo reconocimiento a los líderes
del Gobierno italiano y de las otras instituciones, por su cooperación y
compromiso dispensado. Un caluroso agradecimiento a las Fuerzas del Orden, a
los operadores de los centros de acogida, información, profesionales de salud y
a los voluntarios de todas las edades y procedencias. Agradezco en modo
particular al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización,
y a quienes han cooperado en sus diversas articulaciones.
Un recuerdo agradecido va a
quienes han contribuido espiritualmente a la realización del Jubileo: pienso en
muchas personas ancianas y enfermas, que rezaron sin cesar, incluso ofreciendo
sus sufrimientos por el Jubileo. En especial me gustaría dar las gracias a las
monjas de clausura, en la vigilia del Día Pro Orantibus que se celebra mañana.
Invito a todos a tener un
recuerdo especial para estas hermanas nuestras que se dedican totalmente a la
oración y que necesitan solidaridad espiritual y material.
Ayer, en Avignon, Francia, fue
beatificado el Padre Maria Eugenio del Niño Jesús, de la Orden de los
Carmelitas Descalzos, fundador del Instituto secular “Nuestra Señora de la
Vida”, hombre de Dios, atento a las necesidades espirituales y materiales del
prójimo. Que su ejemplo y su intercesión sostengan nuestro camino de fe.
Deseo saludar cordialmente a
todos ustedes que han venido desde diferentes países para el cierre de la
Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Que la Virgen María nos ayude a todos
a conservar en el corazón y a hacer fructíferos los dones espirituales del
Jubileo de la Misericordia.
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