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lunes, 28 de noviembre de 2016

FRANCISCO CIERRA LA PUERTA SANTA Y CLAUSURA EL JUBILEO.

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FRANCISCO CLAUSURA EL JUBILEO

EXTRAORDINARIO DE LA 

MISERICORDIA


Entrevista al Papa Francisco en la vigilia de la conclusión del Jubileo: no tenía un plan, me dejé llevar por el Espíritu Santo. Stefania Falasca


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 (RV).- “¿El Jubileo? No tenía un plan, simplemente me dejé llevar por el Espíritu: así respondió el Papa Francisco a la periodista italiana Stefania Falasca, en una entrevista para el diario católico italiano Avvenire, en la vigilia del cierre del Año Santo de la Misericordia. “La Iglesia es Evangelio, no es un camino de ideas – explicó Francisco.  Este Año de la Misericordia es un proceso madurado en el tiempo, desde el Concilio. También en campo ecuménico el camino viene de lejos, con los pasos de mis predecesores. Éste es el camino de la Iglesia, no soy yo”.

 

“Me gusta pensar – prosigue el Papa – que el Omnipotente tiene una mala memoria. Una vez que te perdona, se olvida. Porque es feliz de perdonar. Para mí esto basta”. Y explica que vivir la experiencia del perdón enseña a cambiar la concepción cristiana “del legalismo a la Persona de Dios, que se ha hecho misericordia en la encarnación del Hijo.”

 

“Algunos, - dice citando ciertas objeciones a Amoris Laetitia – continúan a ver sólo o blanco o negro, mientras en el flujo de la vida se debe discernir. Y sostiene que las críticas  “si no hay un mal espíritu, ayudan”. ”Ciertos rigorismos nacen del querer esconder en una armadura la propia insatisfacción”. “Ninguna liquidación de la doctrina.  Servir a los pobres es servir a Cristo”.

 

Acerca de recientes encuentros ecuménicos, en particular aquellos de Suecia en ocasión del 500° aniversario de la reforma luterana, el Papa Francisco afirma que no son fruto del Año Santo de la Misericordia, sino de un recorrido iniciado con el Concilio Vaticano II. “Ninguna aceleración – observa – es el camino del Concilio que sigue adelante y se intensifica”.

 

“En este momento la unidad se hace en tres caminos: caminar juntos con las obras de caridad, rezar juntos y, finalmente, reconocer la confesión común, así como se expresa en el común martirio, en el ecumenismo de la sangre”.

 

Finalmente el Papa Bergoglio condena el proselitismo entre cristianos que “es en sí mismo un pecado grave” y dice que está convencido de que “el cáncer en la Iglesia es el darse gloria uno con el otro. En la reacción de Lutero  - agrega - estaba también esto: el rechazo de una imagen de Iglesia como una organización que podía seguir adelante prescindiendo de la Gracia del Señor”.

 

(MCM-RV)

 

FRANCISCO CIERRA LA PUERTA SANTA Y CLAUSURA EL JUBILEO.

Papa clausura Jubileo: Estamos llamados a infundir esperanza y dar oportunidad a los demás

 

2016-11-20

 
















  




La que ha sido durante un año la puerta más famosa del Vaticano, la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, estaba adornada con cientos de flores para el último día del Jubileo. 

 

El Papa rezó ante ella para dar gracias a Dios por el Jubileo, y luego, se detuvo unos instantes en silencio en el umbral. 

 

Durante este año la han atravesado 20 millones de personas, para pedir perdón a Dios. 

 

El último fue Francisco, que la atravesó en silencio y luego la cerró para clausurar así el Jubileo de la Misericordia. 

 

Después celebró una Misa en la plaza de San Pedro, ante decenas de miles de peregrinos.

 

Durante la homilía, el Papa recordó cómo Dios muestra su grandeza no con obras espectaculares sino con un amor que perdona a todos. 

 

"Sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda”.

 

Francisco dijo que el Jubileo permitió a los cristianos "volver a lo esencial”, es decir, imitar a Jesús. Lo hizo con una propuesta muy concreta dirigida a todos.

 

"Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás”.

 

Al final de la Misa el Papa firmó una "Carta Apostólica”, un documento dirigido a todos los católicos del mundo, que simbólicamente entregó en mano a varias familias, a una pareja de novios y a dos enfermos. 

 

 

Nunca cerrar la puerta de la reconciliación y del perdón, invita el Papa concluyendo el Jubileo de la Misericordia

 

 

2016-11-20 Radio Vaticana

 

(RV).-  La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo corona el año litúrgico y este Año santo de la misericordia, como recordó el Papa Francisco la mañana del domingo 20 de noviembre en la Plaza de San Pedro durante su homilía en la conclusión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Ante más de  70 mil fieles y peregrinos el Obispo de Roma observó que sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida.

 

Este Año de la misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. “Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera”, precisó el Pontífice, invitándonos a pedir la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. “Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás, porque, constató, aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza”.

 

Al final de la Misa el Santo Padre firma su Carta Apostólica "Misericordia et misera", dirigida a toda la Iglesia, "para continuar a vivir la misericordia con la misma intensidad experimentada durante todo el Jubileo extraordinario". La Carta será publicada el lunes y presentada en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

 

(RC-RV)

 

SANTA MISA DE CLAUSURA DEL AÑO SANTO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA






  

  






  












Homilía del Santo Padre Francisco

 


La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo corona el año litúrgico y este Año santo de la misericordia. El Evangelio presenta la realeza de Jesús al culmen de su obra de salvación, y lo hace de una manera sorprendente. «El Mesías de Dios, el Elegido, el Rey» (Lc 23,35.37) se presenta sin poder y sin gloria: está en la cruz, donde parece más un vencido que un vencedor. Su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su corona es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en los dedos, sino sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas.

 

Verdaderamente el reino de Jesús no es de este mundo (cf. Jn 18,36); pero justamente es aquí —nos dice el Apóstol Pablo en la segunda lectura—, donde encontramos la redención y el perdón (cf. Col 1,13-14). Porque la grandeza de su reino no es el poder según el mundo, sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas. Por este amor, Cristo se abajó hasta nosotros, vivió nuestra miseria humana, probó nuestra condición más ínfima: la injusticia, la traición, el abandono; experimentó la muerte, el sepulcro, los infiernos. De esta forma nuestro Rey fue incluso hasta los confines del Universo para abrazar y salvar a todo viviente. No nos ha condenado, ni siquiera conquistado, nunca ha violado nuestra libertad, sino que se ha abierto paso por medio del amor humilde que todo excusa, todo espera, todo soporta (cf. 1 Co 13,7). Sólo este amor ha vencido y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte y el miedo.

 

Hoy queridos hermanos y hermanas, proclamamos está singular victoria, con la que Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia: con la sola omnipotencia del amor, que es la naturaleza de Dios, su misma vida, y que no pasará nunca (cf. 1 Co 13,8). Compartimos con alegría la belleza de tener a Jesús como nuestro rey; su señorío de amor transforma el pecado en gracia, la muerte en resurrección, el miedo en confianza.

 

Pero sería poco creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que se convierta en el Señor de nuestra vida: todo es vano si no lo acogemos personalmente y si no lo acogemos incluso en su modo de reinar. En esto nos ayudan los personajes que el Evangelio de hoy presenta. Además de Jesús, aparecen tres figuras: el pueblo que mira, el grupo que se encuentra cerca de la cruz y un malhechor crucificado junto a Jesús.

 

En primer lugar, el pueblo: el Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23,35): ninguno dice una palabra, ninguno se acerca. El pueblo esta lejos, observando qué sucede. Es el mismo pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba entorno a Jesús, y ahora mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se prefiere permanecer en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y hacerse próximo. Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está llamado a seguir su camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los días: «¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?».

 

Hay un segundo grupo, que incluye diversos personajes: los jefes del pueblo, los soldados y un malhechor. Todos ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la misma provocación: «Sálvate a ti mismo» (cf. Lc 23,35.37.39). Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como lo hizo el diablo al comienzo del Evangelio (cf. Lc 4,1-13), para que renuncie a reinar a la manera de Dios, pero que lo haga según la lógica del mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos. Si es Dios, que demuestre poder y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor: «Sálvate a ti mismo» (vv. 37. 39); no a los otros, sino a ti mismo. Prevalga el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible, la primera y la última del Evangelio. Pero ante este ataque al propio modo de ser, Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de convencer, no hace una apología de su realeza. Más bien sigue amando, perdona, vive el momento de la prueba según la voluntad del Padre, consciente de que el amor dará su fruto.

 

Para acoger la realeza de Jesús, estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra. Este Año de la misericordia nos ha invitado a redescubrir el centro, a volver a lo esencial. Este tiempo de misericordia nos llama a mirar al verdadero rostro de nuestro Rey, el que resplandece en la Pascua, y a redescubrir el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera. La misericordia, al llevarnos al corazón del Evangelio, nos exhorta también a que renunciemos a los hábitos y costumbres que pueden obstaculizar el servicio al reino de Dios; a que nos dirijamos sólo a la perenne y humilde realeza de Jesús, no adecuándonos a las realezas precarias y poderes cambiantes de cada época.

 

En el Evangelio aparece otro personaje, más cercano a Jesús, el malhechor que le ruega diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (v. 42). Esta persona, mirando simplemente a Jesús, creyó en su reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y experimentó la misericordia de Dios: «hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43). Dios, apenas le damos la oportunidad, se acuerda de nosotros. Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar, levantarse de nuevo.

 

Pidamos también nosotros el don de esta memoria abierta y viva. Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás. Porque, aunque se cierra la Puerta santa, permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el Corazón de Cristo. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza.

 

Muchos peregrinos han cruzado la Puerta santa y lejos del ruido de las noticias has gustado la gran bondad del Señor. Damos gracias por esto y recordamos que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para ser también instrumentos de misericordia. Continuemos nuestro camino juntos. Nos acompaña la Virgen María, también ella estaba junto a la cruz, allí ella nos ha dado a luz como tierna Madre de la Iglesia que desea acoger a todos bajo su manto. Ella, junto a la cruz, vio al buen ladrón recibir el perdón y acogió al discípulo de Jesús como hijo suyo. Es la Madre de misericordia, a la que encomendamos: todas nuestras situaciones, todas nuestras súplicas, dirigidas a sus ojos misericordiosos, que no quedarán sin respuesta.

 

(from Vatican Radio)

 

 



















El Papa tras la clausura del Año Santo: que María nos ayude a hacer fructíferos los dones espirituales del Jubileo

 

 

2016-11-20 Radio Vaticana

 

(RV).-  Después de la celebración de la Santa Misa de Clausura del Año Jubilar y antes del rezo mariano del Ángelus, las últimas palabras del pontífice estuvieron dirigidas a la Madre de Dios y Madre nuestra, para que nos ayude a conservar en el corazón y a hacer fecundos los dones espirituales de este Año Santo de la Misericordia. 

 

Tras elevar a Dios Padre la alabanza y agradecimiento por el don del Año Jubilar, el Obispo de Roma saludó y agradeció también a las autoridades y delegaciones oficiales presentes, entre ellos el Presidente de la República italiana, y expresó su profundo reconocimiento y gratitud al gobierno italiano y a todas las instituciones que han cooperado para la realización del mismo a partir de las Fuerzas del Orden, pasando por quienes trabajaron en la acogida, información, salud, voluntarios y, de modo particular, al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.

 

Naturalmente el Papa no olvidó agradecer a todos los que han contruibuido espiritualmente a la realización del Año Jubilar, con su corazón puesto en los ancianos y en los enfermos, quienes en muchos casos ofrecieron su sufrimiento. Por último un "gracias" especial de Francisco fue a las monjas de clausura, quienes dedican sus vidas a la oración, y que necesitan a su vez de nuestra solidaridad espiritual y material.

 

A continuación, las palabras del Papa Francisco antes de la Oración Mariana del Ángelus dominical

 

 

Queridos hermanos y hermanas, 

 

al final de esta celebración, elevamos a Dios la alabanza y el agradecimiento por el don que el Año Santo de la Misericordia ha sido para la Iglesia y para tantas personas de buena voluntad. Saludo con deferencia al Presidente de la República Italiana y a las delegaciones oficiales presentes. Expreso profundo reconocimiento a los líderes del Gobierno italiano y de las otras instituciones, por su cooperación y compromiso dispensado. Un caluroso agradecimiento a las Fuerzas del Orden, a los operadores de los centros de acogida, información, profesionales de salud y a los voluntarios de todas las edades y procedencias. Agradezco en modo particular al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, y a quienes han cooperado en sus diversas articulaciones.

 

Un recuerdo agradecido va a quienes han contribuido espiritualmente a la realización del Jubileo: pienso en muchas personas ancianas y enfermas, que rezaron sin cesar, incluso ofreciendo sus sufrimientos por el Jubileo. En especial me gustaría dar las gracias a las monjas de clausura, en la vigilia del Día Pro Orantibus que se celebra mañana.

 

Invito a todos a tener un recuerdo especial para estas hermanas nuestras que se dedican totalmente a la oración y que necesitan solidaridad espiritual y material.

 

Ayer, en Avignon, Francia, fue beatificado el Padre Maria Eugenio del Niño Jesús, de la Orden de los Carmelitas Descalzos, fundador del Instituto secular “Nuestra Señora de la Vida”, hombre de Dios, atento a las necesidades espirituales y materiales del prójimo. Que su ejemplo y su intercesión sostengan nuestro camino de fe.

 

Deseo saludar cordialmente a todos ustedes que han venido desde diferentes países para el cierre de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Que la Virgen María nos ayude a todos a conservar en el corazón y a hacer fructíferos los dones espirituales del Jubileo de la Misericordia. 

 

(Griselda Mutual - Radio Vaticano)

(from Vatican Radio)

JMP+


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