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La audiencia general de esta mañana se ha celebrado a las 9.45 horas en el Aula Pablo VI donde el Santo Padre Francisco se ha encontrado con grupos de peregrinos y fieles provenientes de Italia y de todas las partes del mundo.En el discurso en italiano el Papa ha iniciado un nuevo ciclo de catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana (cfr Is 40, 1-2a.3-5).
Tras haber resumido su catequesis en diversos idiomas, el Santo Padre ha dirigido saludos particulares a los grupos de fieles presentes. Después ha dirigido un llamamiento con motivo de las Jornadas promovidas por Naciones Unidas contra la corrupción (9 de diciembre) y a favor de los derechos humanos (10 de diciembre).
Comenzamos hoy una nueva serie de catequesis, sobre el
tema de la esperanza cristiana
Es muy importante, porque la esperanza no defrauda. ¡El
optimismo defrauda, la esperanza no! Tenemos tanta necesidad, en estos tiempos
que parecen oscuros, donde a veces nos sentimos perdidos frente al mal y la
violencia que nos rodea, frente al dolor de tantos hermanos nuestros.
¡Necesitamos esperanza! Nos sentimos perdidos y desanimados, porque nos
sentimos impotentes y nos parece que esta oscuridad no se acabe nunca.
Pero no hay que dejar que la esperanza nos abandone, porque
Dios con su amor camina con nosotros. “Yo espero, porque Dios camina conmigo”:
podemos decirlo todos. Cada uno de nosotros puede decir: “Yo espero, tengo esperanza,
porque Dios camina conmigo”. Camina y me lleva de la mano. Dios no nos deja
solos. El Señor Jesús ha vencido al mal y nos ha abierto el camino de la vida.
Y ahora, en particular, en este tiempo de Adviento, que es
tiempo de espera, en el que nos preparamos para dar la bienvenida una vez más
al misterio consolador de la Encarnación y de la luz de la Navidad, es
importante reflexionar sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor
lo que quiere decir esperar. Escuchemos pues las palabras de la Sagrada
Escritura, iniciando con el profeta Isaías el
gran profeta del Adviento, el gran mensajero de la esperanza.
«Consolad, consolad a mi pueblo
—dice vuestro Dios—;
hablad al corazón de Jerusalén,
gritadle,
que se ha cumplido su servicio,
y está pagado su crimen […]».
Una voz grita:
«En el desierto preparadle
un camino al Señor;
allanad en la estepa
una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten,
que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor,
y verán todos juntos
—ha hablado la boca del Señor—» (40,1-2.3-5).
Dios Padre consuela suscitando consoladores, a los que pide
que alienten a su pueblo, a sus hijos, anunciando que la tribulación ha
terminado, que el dolor se ha acabado, y el pecado ha sido perdonado. Esto es
lo que cura el corazón angustiado y asustado. Por eso el profeta llama a preparar el camino del Señor, abriéndonos a sus dones
y a su salvación.
La consolación, para el pueblo, comienza con la posibilidad
de caminar en la vía de Dios, un camino nuevo, justo y accesible, un camino
para preparar en el desierto, así
para poderlo atravesar y regresar a la patria. Porque el pueblo al que se
dirige el profeta estaba viviendo, en aquel tiempo, la tragedia del exilio en
Babilonia, y ahora en cambio escucha que podrá regresar a su tierra, a través
de un camino grato y extenso, sin valles y montañas que hacen cansado el
camino, un sendero llano en el desierto. Preparar este camino quiere decir
preparar un camino de salvación y
de liberación de cualquier obstáculo o tropiezo.
El exilio fue un momento dramático
en la historia de Israel, cuando el pueblo había perdido todo. El pueblo había
perdido la patria, la libertad, la dignidad, e incluso la confianza en Dios. Se
sentía abandonado y sin esperanza. Pero, he aquí la llamada del profeta
que vuelve a abrir el corazón a la fe. El
desierto es un lugar donde es difícil vivir, pero justo allí
ahora se podrá caminar no sólo para volver a la
patria, sino para volver a Dios, para volver a esperar y a sonreír
Cuando estamos en la oscuridad, en las dificultades no
sonreímos, es justamente la esperanza la que nos enseña a sonreír para
encontrar el camino que lleva a Dios. Una de las primeras cosas que les pasa a
las personas que se separan de Dios es que no sonríen. Quizás puedan reírse a
carcajadas, una detrás de otra, un chiste, una risotada… pero les falta la
sonrisa. La sonrisa la da solamente la esperanza: es la sonrisa de la esperanza
de encontrar a Dios.
La vida es a menudo un desierto, es difícil caminar por
ella, pero si confiamos en Dios puede convertirse en bello y amplio como una
autopista. Basta que no se pierda nunca la esperanza, basta que sigamos
creyendo, siempre, a pesar de todo. Cuando nos encontramos frente a un niño,
aunque tengamos problemas y dificultades, nos sale una sonrisa, porque tenemos
delante a la esperanza: ¡un niño es una esperanza! Y así tenemos que ver en la
vida el camino que nos lleva a encontrarnos con Dios, Dios que se hizo niño por
nosotros. Y que hace que sonriamos, que nos dará todo.
Justamente estas palabras de Isaías son usadas después por
Juan el Bautista en su predicación que invita a la conversión. Decía
así: «Voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos”»(Mt 3,3). Es una voz que grita donde
parece que ninguno pueda escuchar -pero, ¿quién puede escuchar en el
desierto?- que clama en el extravío debido a la crisis de fe. No podemos
negar que el mundo hoy está en crisis de fe. Se dice: “Yo creo en Dios, soy
cristiano” – “Yo soy de esa religión…” Pero tu vida está muy lejos de ser
cristiana, está muy lejos de Dios. La religión, la fe, ha caído en una
expresión: “¿Yo creo?” – “Sí”. Pero de lo que se trata aquí es de volver a
Dios, de convertir el corazón a Dios y recorrer ese camino para encontrarlo. Él
nos espera. Esta es la predicación de Juan Bautista: preparar. Preparar el
encuentro con este Niño que nos devolverá la sonrisa. Los israelitas, cuando el
Bautista anuncia la venida de Jesús, se consideran todavía en el exilio, porque
bajo el dominio romano, se sienten como extranjeros en su propia tierra,
gobernados por ocupantes poderosos que deciden de sus vidas.Pero la verdadera
historia no es la que escriben los poderosos, sino aquella hecha por Dios junto con sus pequeños.
La verdadera historia –aquella que quedará en la eternidad–
es aquella que escribe Dios con
sus pequeños: Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños
Aquellos pequeños y simples que encontramos alrededor
de Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad;
María, joven muchacha virgen prometida como esposa a José; los pastores, que
eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hechos grandes por su
fe, los pequeños que saben
continuar esperando Y la esperanza es una virtud de los pequeños Los grandes, los satisfechos no conocen
la esperanza; no saben lo qué es.
Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús los que
transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento,
en un camino llano sobre el cual caminar para ir al encuentro de la gloria del
Señor. Y llegamos a la conclusión: dejémonos enseñar por la esperanza.
Esperemos confiados la llegada del Señor, y cualquiera que sea el desierto de
nuestras vidas -cada uno sabe en qué desierto camina- se convertirá en un
jardín florido. ¡La esperanza no defrauda!
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy comenzamos una nueva serie de catequesis sobre la
esperanza cristiana. En esta primera reflexión, el profeta Isaías nos invita a
llevar el consuelo de Dios a nuestros hermanos. Isaías le está hablando a un
pueblo en el exilio y le presenta la posibilidad de regresar a su hogar, que en
definitiva es volver a Dios. Para ello hay que eliminar los obstáculos que nos
detienen, preparar un camino llano y ancho, un camino de liberación y esperanza
que se extiende por el desierto.
San Juan Bautista, retomando las palabras de Isaías, nos
llama a la conversión, para que abramos un camino de esperanza en nuestros
corazones.
El cristiano necesita hacerse pequeño para este mundo, como
lo fueron los personajes del Evangelio de la infancia: María y José, Zacarías e
Isabel, los pastores. Eran insignificantes para los grandes y poderosos de
entonces, pero sus vidas estaban llenas de esperanza, abiertas a la consolación
de Dios.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en
particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al
Señor la gracia de trasformar el desierto de nuestra vida, de nuestro
sufrimiento y de nuestra soledad, en un camino llano que nos lleve al encuentro
con el Señor y con los
hermanos. Dios los bendiga.
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miércoles, 7 de diciembre de 2016
FRANCISCO: "CONFIAR EN LA ESPERANZA QUE NO DEFRAUDA". AUDIENCIA GENERAL 7 DE DICIEMBRE 2016.
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La audiencia general de esta mañana se ha celebrado a las 9.45 horas en el Aula Pablo VI donde el Santo Padre Francisco se ha encontrado con grupos de peregrinos y fieles provenientes de Italia y de todas las partes del mundo.En el discurso en italiano el Papa ha iniciado un nuevo ciclo de catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana (cfr Is 40, 1-2a.3-5).
Tras haber resumido su catequesis en diversos idiomas, el Santo Padre ha dirigido saludos particulares a los grupos de fieles presentes. Después ha dirigido un llamamiento con motivo de las Jornadas promovidas por Naciones Unidas contra la corrupción (9 de diciembre) y a favor de los derechos humanos (10 de diciembre).
Comenzamos hoy una nueva serie de catequesis, sobre el
tema de la esperanza cristiana
Es muy importante, porque la esperanza no defrauda. ¡El
optimismo defrauda, la esperanza no! Tenemos tanta necesidad, en estos tiempos
que parecen oscuros, donde a veces nos sentimos perdidos frente al mal y la
violencia que nos rodea, frente al dolor de tantos hermanos nuestros.
¡Necesitamos esperanza! Nos sentimos perdidos y desanimados, porque nos
sentimos impotentes y nos parece que esta oscuridad no se acabe nunca.
Pero no hay que dejar que la esperanza nos abandone, porque
Dios con su amor camina con nosotros. “Yo espero, porque Dios camina conmigo”:
podemos decirlo todos. Cada uno de nosotros puede decir: “Yo espero, tengo esperanza,
porque Dios camina conmigo”. Camina y me lleva de la mano. Dios no nos deja
solos. El Señor Jesús ha vencido al mal y nos ha abierto el camino de la vida.
Y ahora, en particular, en este tiempo de Adviento, que es
tiempo de espera, en el que nos preparamos para dar la bienvenida una vez más
al misterio consolador de la Encarnación y de la luz de la Navidad, es
importante reflexionar sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor
lo que quiere decir esperar. Escuchemos pues las palabras de la Sagrada
Escritura, iniciando con el profeta Isaías el
gran profeta del Adviento, el gran mensajero de la esperanza.
«Consolad, consolad a mi pueblo
—dice vuestro Dios—;
hablad al corazón de Jerusalén,
gritadle,
que se ha cumplido su servicio,
y está pagado su crimen […]».
Una voz grita:
«En el desierto preparadle
un camino al Señor;
allanad en la estepa
una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten,
que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor,
y verán todos juntos
—ha hablado la boca del Señor—» (40,1-2.3-5).
Dios Padre consuela suscitando consoladores, a los que pide
que alienten a su pueblo, a sus hijos, anunciando que la tribulación ha
terminado, que el dolor se ha acabado, y el pecado ha sido perdonado. Esto es
lo que cura el corazón angustiado y asustado. Por eso el profeta llama a preparar el camino del Señor, abriéndonos a sus dones
y a su salvación.
La consolación, para el pueblo, comienza con la posibilidad
de caminar en la vía de Dios, un camino nuevo, justo y accesible, un camino
para preparar en el desierto, así
para poderlo atravesar y regresar a la patria. Porque el pueblo al que se
dirige el profeta estaba viviendo, en aquel tiempo, la tragedia del exilio en
Babilonia, y ahora en cambio escucha que podrá regresar a su tierra, a través
de un camino grato y extenso, sin valles y montañas que hacen cansado el
camino, un sendero llano en el desierto. Preparar este camino quiere decir
preparar un camino de salvación y
de liberación de cualquier obstáculo o tropiezo.
El exilio fue un momento dramático
en la historia de Israel, cuando el pueblo había perdido todo. El pueblo había
perdido la patria, la libertad, la dignidad, e incluso la confianza en Dios. Se
sentía abandonado y sin esperanza. Pero, he aquí la llamada del profeta
que vuelve a abrir el corazón a la fe. El
desierto es un lugar donde es difícil vivir, pero justo allí
ahora se podrá caminar no sólo para volver a la
patria, sino para volver a Dios, para volver a esperar y a sonreír
Cuando estamos en la oscuridad, en las dificultades no
sonreímos, es justamente la esperanza la que nos enseña a sonreír para
encontrar el camino que lleva a Dios. Una de las primeras cosas que les pasa a
las personas que se separan de Dios es que no sonríen. Quizás puedan reírse a
carcajadas, una detrás de otra, un chiste, una risotada… pero les falta la
sonrisa. La sonrisa la da solamente la esperanza: es la sonrisa de la esperanza
de encontrar a Dios.
La vida es a menudo un desierto, es difícil caminar por
ella, pero si confiamos en Dios puede convertirse en bello y amplio como una
autopista. Basta que no se pierda nunca la esperanza, basta que sigamos
creyendo, siempre, a pesar de todo. Cuando nos encontramos frente a un niño,
aunque tengamos problemas y dificultades, nos sale una sonrisa, porque tenemos
delante a la esperanza: ¡un niño es una esperanza! Y así tenemos que ver en la
vida el camino que nos lleva a encontrarnos con Dios, Dios que se hizo niño por
nosotros. Y que hace que sonriamos, que nos dará todo.
Justamente estas palabras de Isaías son usadas después por
Juan el Bautista en su predicación que invita a la conversión. Decía
así: «Voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos”»(Mt 3,3). Es una voz que grita donde
parece que ninguno pueda escuchar -pero, ¿quién puede escuchar en el
desierto?- que clama en el extravío debido a la crisis de fe. No podemos
negar que el mundo hoy está en crisis de fe. Se dice: “Yo creo en Dios, soy
cristiano” – “Yo soy de esa religión…” Pero tu vida está muy lejos de ser
cristiana, está muy lejos de Dios. La religión, la fe, ha caído en una
expresión: “¿Yo creo?” – “Sí”. Pero de lo que se trata aquí es de volver a
Dios, de convertir el corazón a Dios y recorrer ese camino para encontrarlo. Él
nos espera. Esta es la predicación de Juan Bautista: preparar. Preparar el
encuentro con este Niño que nos devolverá la sonrisa. Los israelitas, cuando el
Bautista anuncia la venida de Jesús, se consideran todavía en el exilio, porque
bajo el dominio romano, se sienten como extranjeros en su propia tierra,
gobernados por ocupantes poderosos que deciden de sus vidas.Pero la verdadera
historia no es la que escriben los poderosos, sino aquella hecha por Dios junto con sus pequeños.
La verdadera historia –aquella que quedará en la eternidad–
es aquella que escribe Dios con
sus pequeños: Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños
Aquellos pequeños y simples que encontramos alrededor
de Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad;
María, joven muchacha virgen prometida como esposa a José; los pastores, que
eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hechos grandes por su
fe, los pequeños que saben
continuar esperando Y la esperanza es una virtud de los pequeños Los grandes, los satisfechos no conocen
la esperanza; no saben lo qué es.
Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús los que
transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento,
en un camino llano sobre el cual caminar para ir al encuentro de la gloria del
Señor. Y llegamos a la conclusión: dejémonos enseñar por la esperanza.
Esperemos confiados la llegada del Señor, y cualquiera que sea el desierto de
nuestras vidas -cada uno sabe en qué desierto camina- se convertirá en un
jardín florido. ¡La esperanza no defrauda!
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy comenzamos una nueva serie de catequesis sobre la
esperanza cristiana. En esta primera reflexión, el profeta Isaías nos invita a
llevar el consuelo de Dios a nuestros hermanos. Isaías le está hablando a un
pueblo en el exilio y le presenta la posibilidad de regresar a su hogar, que en
definitiva es volver a Dios. Para ello hay que eliminar los obstáculos que nos
detienen, preparar un camino llano y ancho, un camino de liberación y esperanza
que se extiende por el desierto.
San Juan Bautista, retomando las palabras de Isaías, nos
llama a la conversión, para que abramos un camino de esperanza en nuestros
corazones.
El cristiano necesita hacerse pequeño para este mundo, como
lo fueron los personajes del Evangelio de la infancia: María y José, Zacarías e
Isabel, los pastores. Eran insignificantes para los grandes y poderosos de
entonces, pero sus vidas estaban llenas de esperanza, abiertas a la consolación
de Dios.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en
particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al
Señor la gracia de trasformar el desierto de nuestra vida, de nuestro
sufrimiento y de nuestra soledad, en un camino llano que nos lleve al encuentro
con el Señor y con los
hermanos. Dios los bendiga.
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