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lunes, 11 de junio de 2018

FRANCISCO: “CONFESARSE DE INMEDIATO SI SENTIMOS ENVIDIA O MALICIA”. ANGELUS 10-06-2018


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FRANCISCO: “CONFESARSE DE INMEDIATO SI SENTIMOS ENVIDIA O MALICIA”.

ANGELUS 10-06-2018


Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

El Evangelio de este domingo (Mc 3, 20-35) nos muestra dos tipos de incomprensiones a los que Jesús tuvo que hacer frente: la de los escribas y la de sus mismos familiares.

La primera incomprensión Los escribas  eran hombres doctos en las Sagradas Escrituras y encargados ​​de explicarlas al pueblo. Algunos de ellos son enviados desde Jerusalén a Galilea, donde la fama de Jesús había comenzado a difundirse, para desacreditarlo ante los ojos de la gente: para hacer el papel de chismosos desacreditar a otro, quitarle la autoridad. Es algo muy feo y a estos los habían mandado  para hacer precisamente eso. Y estos escribas llegan con una acusación precisa y terrible, -no ahorran medios, van al centro y dicen: “Éste está poseído por Belcebú y expulsa a los demonios por medio del jefe de los demonios” (v. 22). Es decir,  el jefe de los demonios es quién lo empuja; lo que equivale más o menos a decir: “Este es un endemoniado”. Efectivamente Jesús curaba a muchos enfermos y ellos querían hacer creer que no lo hacía con el Espíritu de Dios, -como hacía Jesús- sino con el espíritu del Maligno, con la fuerza del diablo. Jesús reacciona con palabras fuertes y claras; no lo tolera, porque esos escribas, quizás sin darse cuenta, están cayendo en el pecado más grave: negar y blasfemar el Amor de Dios que está presente y obra en Jesús. Y la blasfemia, el pecado contra el Espíritu Santo, es el único pecado imperdonable,- así dice Jesús- porque parte de un cierre del corazón a la misericordia de Dios que actúa en Jesús.

Pero este episodio contiene una advertencia que nos sirve a todos. En efecto, puede suceder que la envidia por la bondad y por las buenas obras de una persona empujen a acusarla falsamente. Aquí hay un verdadero veneno mortal: la malicia con la que, de forma premeditada, uno quiere destruir la buena reputación del otro. ¡Dios nos libre de esta terrible tentación! Y si, mediante el examen de nuestra conciencia nos damos cuenta de que esta mala hierba está brotando dentro de nosotros, vayamos a confesarnos inmediatamente en el sacramento de la Penitencia, antes de que se desarrolle y produzca sus efectos malignos que son incurables. Tened cuidado porque este comportamiento destruye a las familias, a las comunidades e incluso a la sociedad.

El Evangelio de hoy también nos habla de otra incomprensión muy distinta, con Jesús: la de sus familiares. Estaban preocupados porque su nueva vida itinerante les parecía una locura (v. 21). De hecho, Él se mostraba tan disponible con las personas, especialmente con los enfermos y los pecadores, de no tener ni siquiera tiempo para comer. Jesús era así: primero la gente,  servir a la gente, ayudar a la gente, enseñar a la gente, curar a la gente. Era para la gente. No tenía tiempo ni para comer. Sus familiares, por lo tanto, deciden llevárselo de vuelta a Nazaret, a casa. Llegan al lugar donde Jesús está predicando y lo mandan llamar. Le dicen: “Mira, tu madre, tus hermanos y hermanas están fuera y te buscan” (v. 32). Él responde: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”, Y mirando a las personas que lo rodean para escucharlo, agrega: “¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque el que hace la voluntad de Dios, es  para mí hermano, hermana y madre“(v.  33-34). Jesús ha formado una nueva familia, que ya no se basa en los vínculos naturales, sino en la fe en Él, en su amor que nos acoge y nos une entre nosotros, en el Espíritu Santo. Todos los que acogen la palabra de Jesús son hijos de Dios y hermanos entre sí. Recibir la palabra de Jesús nos hace hermanos entre nosotros, nos hace familiares de Jesús. Hablar mal de los otros, destruir la reputación de los otros nos hace ser familia del diablo.

Esa  respuesta de Jesús no es una falta de respeto por su madre y su familia. Al contrario, para María es el mayor reconocimiento, por qué ella es, precisamente, la perfecta discípula que ha obedecido a la voluntad de Dios en todo. ¡Que la Virgen Madre nos ayude a vivir en comunión con Jesús, reconociendo la obra del Espíritu Santo que actúa en Él y en la Iglesia, regenerando el mundo a una nueva vida!

JMP+



1 comentario:

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