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FRANCISCO: “CONFESARSE DE INMEDIATO SI SENTIMOS ENVIDIA O
MALICIA”.
ANGELUS 10-06-2018
Queridos hermanos y
hermanas, buenos días.
El Evangelio de este
domingo (Mc 3, 20-35) nos muestra dos tipos de
incomprensiones a los que Jesús tuvo que hacer frente: la de los escribas y la
de sus mismos familiares.
La primera
incomprensión Los escribas eran hombres doctos en las Sagradas Escrituras
y encargados de explicarlas al pueblo. Algunos de ellos son enviados desde
Jerusalén a Galilea, donde la fama de Jesús había comenzado a difundirse, para
desacreditarlo ante los ojos de la gente: para hacer el papel de chismosos
desacreditar a otro, quitarle la autoridad. Es algo muy feo y a estos los
habían mandado para hacer precisamente eso. Y estos escribas llegan con
una acusación precisa y terrible, -no ahorran medios, van al centro y dicen:
“Éste está poseído por Belcebú y expulsa a los demonios por medio del jefe de
los demonios” (v. 22). Es decir, el jefe de los demonios es quién lo
empuja; lo que equivale más o menos a decir: “Este es un endemoniado”.
Efectivamente Jesús curaba a muchos enfermos y ellos querían hacer creer que no
lo hacía con el Espíritu de Dios, -como hacía Jesús- sino con el espíritu del
Maligno, con la fuerza del diablo. Jesús reacciona con palabras fuertes y
claras; no lo tolera, porque esos escribas, quizás sin darse cuenta, están
cayendo en el pecado más grave: negar y blasfemar el Amor de Dios que está
presente y obra en Jesús. Y la blasfemia, el pecado contra el Espíritu Santo,
es el único pecado imperdonable,- así dice Jesús- porque parte de un cierre del
corazón a la misericordia de Dios que actúa en Jesús.
Pero este episodio
contiene una advertencia que nos sirve a todos. En efecto, puede suceder que la
envidia por la bondad y por las buenas obras de una persona empujen a acusarla
falsamente. Aquí hay un verdadero veneno mortal: la malicia con la que, de
forma premeditada, uno quiere destruir la buena reputación del otro. ¡Dios nos
libre de esta terrible tentación! Y si, mediante el examen de nuestra
conciencia nos damos cuenta de que esta mala hierba está brotando dentro de
nosotros, vayamos a confesarnos inmediatamente en el sacramento de la
Penitencia, antes de que se desarrolle y produzca sus efectos malignos que son
incurables. Tened cuidado porque este comportamiento destruye a las familias, a
las comunidades e incluso a la sociedad.
El Evangelio de hoy
también nos habla de otra incomprensión muy distinta, con Jesús: la de sus
familiares. Estaban preocupados porque su nueva vida itinerante les parecía una
locura (v. 21). De hecho, Él se mostraba tan disponible con las personas,
especialmente con los enfermos y los pecadores, de no tener ni siquiera tiempo
para comer. Jesús era así: primero la gente, servir a la gente, ayudar a
la gente, enseñar a la gente, curar a la gente. Era para la gente. No tenía
tiempo ni para comer. Sus familiares, por lo tanto, deciden llevárselo de
vuelta a Nazaret, a casa. Llegan al lugar donde Jesús está predicando y lo
mandan llamar. Le dicen: “Mira, tu madre, tus hermanos y hermanas están fuera y
te buscan” (v. 32). Él responde: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos?”, Y mirando a las personas que lo rodean para escucharlo, agrega:
“¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque el que hace la voluntad de Dios, es
para mí hermano, hermana y madre“(v. 33-34). Jesús ha formado una
nueva familia, que ya no se basa en los vínculos naturales, sino en la fe en
Él, en su amor que nos acoge y nos une entre nosotros, en el Espíritu Santo.
Todos los que acogen la palabra de Jesús son hijos de Dios y hermanos entre sí.
Recibir la palabra de Jesús nos hace hermanos entre nosotros, nos hace
familiares de Jesús. Hablar mal de los otros, destruir la reputación de los
otros nos hace ser familia del diablo.
Esa respuesta
de Jesús no es una falta de respeto por su madre y su familia. Al contrario,
para María es el mayor reconocimiento, por qué ella es, precisamente, la
perfecta discípula que ha obedecido a la voluntad de Dios en todo. ¡Que la
Virgen Madre nos ayude a vivir en comunión con Jesús, reconociendo la obra del
Espíritu Santo que actúa en Él y en la Iglesia, regenerando el mundo a una
nueva vida!
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