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FRANCISCO: ASUNCIÓN DE MARÍA:
“SERVIR A DIOS EN CUERPO Y ALMA”.
ANGELUS 15-08-2018
El 15 de agosto de 2018. solemnidad de la
Asunción de la bienaventurada Virgen María, el Papa Francisco rezó el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San
Pedro.
Palabras del Papa
Antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
buenos días.
En la solemnidad de la Asunción de la bienaventurada Virgen María que celebramos hoy, el santo pueblo fiel de Dios expresa con alegría su veneración por la Virgen Madre. Lo hace en la liturgia común y también con mil formas diferentes de piedad; y así la profecía de María se hace realidad: «Me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1, 48). Porque el Señor ha enaltecido a su humilde sierva. La asunción al cielo, en alma y cuerpo, es un privilegio divino concedido a la Santa Madre de Dios por su particular unión con Jesús. Es una unión corporal y espiritual, iniciada en la Anunciación y madurada a lo largo de la vida de María a través de su participación singular en el misterio del Hijo. María siempre anduvo con el Hijo: andaba tras Jesús y por eso decimos que ella fue la primera discípula.
La existencia de la Virgen tuvo
lugar como la de una mujer común de su tiempo: rezaba, dirigía la familia y la
casa, frecuentaba la sinagoga… Pero cada acción diaria siempre la realizaba en
total unión con Jesús. Y en el Calvario esta unión llegó a su apogeo, en el
amor, en la compasión y en el sufrimiento del corazón. Es por eso que Dios le
ha dado una participación plena también en la resurrecciónde
Jesús. El cuerpo de la Santa Madre ha sido preservado de la corrupción, como el
del Hijo.
Hoy la Iglesia nos invita a
contemplar este misterio: nos muestra que Dios quiere salvar al hombre
entero, es decir, salvar el alma y el cuerpo.
Jesús resucitó con el cuerpo que había asumido de María; y ascendió al Padre
con su humanidad transfigurada. Con el cuerpo, un cuerpo como el nuestro, pero
transfigurado. La asunción de María, criatura humana, nos da la confirmación de
cuál será nuestro glorioso destino. Los filósofos griegos ya habían entendido
que el alma del hombre está destinada a la felicidad después de la muerte. Sin
embargo, despreciaban el cuerpo -considerado una prisión del alma- y no
concebían que Dios hubiera dispuesto que el cuerpo del hombre se uniera al alma
en la bienaventuranza celestial. Nuestro cuerpo, transfigurado, estará allí.
Esto -la «resurrección de la carne» – es un elemento propio de
la revelación cristiana, una piedra angular de nuestra fe.
La maravillosa realidad de la Asunción de María manifiesta y confirma la unidad de la persona humana y nos recuerda que estamos llamados a servir y glorificar a Dios con todo nuestro ser, alma y cuerpo. Servir a Dios solo con el cuerpo sería una acción esclava; servirlo solo con el alma estaría en contraste con nuestra naturaleza humana.
Un gran
padre de la Iglesia, hacia el año 220, san Ireneo, afirmaba que «la gloria de
Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios» (Contra
las herejías, IV, 20, 7). Si hemos vivido de esta manera, en el
glorioso servicio a Dios, que se expresa también en un servicio generoso a los
hermanos, nuestro destino, el día de la resurrección, será similar al de
nuestra Madre celestial. Será, entonces, cuando realicemos plenamente la
exhortación del apóstol Pablo: «¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!» (1 Cor 6,
20), y lo glorificaremos para siempre en el cielo.
Oremos a María para que, por su
intercesión maternal, nos ayude a vivir nuestro camino diario con la esperanza
de poder llegar a ella algún día, con todos los santos y nuestros seres
queridos, todos en el paraíso.
Tras
el Angelus
Queridos hermanos y hermanas
A María Consoladora de los
afligidos, a quien contemplamos hoy en la gloria del Paraíso, me gustaría
confiar la angustia y el tormento de aquellos que, en tantas partes del mundo,
sufren en cuerpo y espíritu. Derrame nuestra Madre celestial para todos comodidad,
coraje y serenidad.
Pienso en particular en aquellos
que víctimas de la tragedia que tuvo lugar ayer en Génova, que causó víctimas y
pérdidas en la población. Mientras encomiendo a las personas que han perdido
sus vidas a merced de Dios, expreso mi cercanía espiritual a sus familias, a
los heridos, a los desplazados y a todos los que sufren a causa de este evento
dramático. Os invito a uniros a mí en oración, por las víctimas y por sus seres
queridos; remos juntos el Ave María.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de diferentes países. Os agradezco vuestra presencia y os deseo una feliz fiesta de Nuestra Señora de la Asunción. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí
Oración a la Asunción de María,
por Ángel Moreno de Buenafuente
Señora del cielo, hoy la Iglesia te contempla
colmada de gloria y te invoca como a quien ha sido bendecida por Dios con toda
clase de bienes espirituales y celestiales.
¿Dónde está aquella joven nazarena, que se
sobrecogió ante la presencia del ángel Gabriel? Hoy te contemplo Reina de los
Ángeles.
Tú eres la misma que respondiste al enviado del
cielo: “He aquí la esclava del Señor”, y te has convertido en la bendita entre
todas las mujeres, la bienaventurada, la gloriosa, la exaltada a la derecha del
Rey del universo, tu Hijo.
Tú cantaste ante tu prima Isabel que Dios había
mirado tu humildad, y hasta tu humillación. Tú fuiste la esposa del carpintero
de Nazaret, la madre de Jesús, el Galileo, el Hijo de Dios, y en verdad eres la
Madre de Dios, la Madre del Cristo total, la Madre de la Iglesia.
Jesucristo, tu Hijo, Verbo de Dios, tomó de ti
nuestra naturaleza, y ahora es quien te toma en sus brazos y te asciende a lo
más alto del cielo. En verdad Dios levanta al pobre y al desvalido y lo sienta
entre príncipes. A la vez, te encomendó que no nos abandonaras, y te puso como
medianera de gracia, intercesora nuestra ante Dios. Tú eres la auxiliadora de
todos los cristianos, la madre de todos los hombres.
Hoy te contemplamos asunta a los cielos y al mismo
tiempo, junto a nosotros. No te has desclasado; seguimos acudiendo a ti los
peregrinos de la existencia, desde los distintos valles de lágrimas,
especialmente en los momentos de prueba, en las encrucijadas de los caminos.
¡Cómo consuela saber que Tú nos miras con tus ojos grandes llenos de
misericordia, abogada nuestra!
El pueblo de Dios intuyó desde muy pronto tu destino
glorioso, y lo percibió por la fragancia que se extendió por el valle de Josafat,
en Jerusalén, antes de tu asunción, según algunos relatos muy antiguos. Hoy al
oler a tomillo, y a romero, mejorana, espliego, cantueso, brezo, ajedrea… que
esparcen en algunos pueblos por las calles, cuando te llevan en procesión,
evoco el olor a santidad que Dios ha derramado en la creación entera, y tú eres
la Señora de todo lo creado.
Santa María, ruega ante tu Hijo por quienes aún
caminamos sobrecargados con el peso de nuestra fragilidad, para que un día
gocemos al contemplar su rostro amado y el tuyo, Virgen bendita, y para que no
olvidemos que somos ciudadanos del cielo.
JMP+
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